Unas dos semanas atrás, el FBI (Oficina Federal de Investigaciones) admitió ante un tribunal federal estar recolectando miles de documentos sobre grupos de activistas no violentos, incluidos la ACLU (Unión Americana para las Libertades Civiles), Greenpeace y varias organizaciones que se oponen a la guerra.
La ACLU, accionando judicialmente bajo la Ley de Libertad de Información, exigió ver sus archivos, pero el FBI insiste en que no podrá entregar sus 1.173 páginas de documentación sobre la ACLU por otros ochos meses o más, dado que necesita ese tiempo para “procesarlas.” Irónicamente, esta misma organización, la cual aparentemente solamente “procesa” alrededor de cinco documentos por día, se supone que está también para proteger a los estadounidenses contra el terrorismo.
Esta es, por supuesto, la misma agencia que se negó a autorizar una investigación criminal de dos de los secuestradores del 11/09 semanas antes de los ataques contra el World Trade Center, y la cual, por esa misma época, le negó una orden de allanamiento a los agentes de Miniápolis que procuraban incautar las computadora y las posesiones del “vigésimo secuestrador” Zacarias Moussaoui, quien había llamado la atención cuando se presentó en una escuela de aviación, con miles de dólares en la mano, siendo aparentemente incompetente para volar pero encontrándose ansioso por aprender cómo pilotear un 747 (pero no como aterrizarlo) y por conocer detalles acerca de sus puertas y el panel de control, y ruidosamente interesado en la potencial cantidad de daño que causaría si se estrellase. Habiendo malinterpretado sus propias reglas y su protocolo respecto de la emisión de ordenes de allanamiento en el marco de la FISA (Foreign Intelligence Surveillance Act o Ley de Vigilancia del Espionaje Extranjero), la central del FBI rehusó la autorización para allanar la propiedad de Moussaoui, incluso después de que un funcionario de la escuela de vuelo le señaló al FBI “que un 747 cargado con combustible puede ser utilizado como una bomba,” y después de que uno de los principales agentes de Miniápolis le expresara proféticamente a la oficina central del FBI su preocupación acerca de que Moussaoiu podría “tomar el control de un aeroplano y volarlo contra el World Trade Center.”
Después del 11/09, al FBI le fueron adjudicadas nuevas facultades de vigilancia y mayores presupuestos—aún a pesar de las riñas dentro de la burocracia y del mal entendimiento por parte del FBI de sus propias pautas, oficina que no padecía de una falta de recursos, aunque ella fue considerada como la causante de sus fracasos que llevaron al 11/09. En la actualidad, esta misma agencia profesa protegernos mediante la acumulación de miles de documentos sobre organizaciones políticas no violentas. ¿Sospecha el FBI que la ACLU está planeando un ataque terrorista? De no ser así, ¿por qué está el FBI desperdiciando tiempo y recursos vigilando a tales grupos cuando admite que no puede procesar la información que ya posee?
Irónicamente, la ACLU, vista a menudo como excesivamente a favor de las libertades civiles, ha sido relativamente suave en sus criticas de la guerra contra el terror desde el 11/09. Falló en oponerse a la Ley Patriota cuando la misma estaba siendo adoptada poco después del 11/09 y tiene todavía que reclamar su anulación total, en lugar de defender algún ajuste tendiente a “equilibrar a la libertad y a la seguridad.”
Los estadounidenses preocupados podrían ser excusados por dudar de que tal recolección de “inteligencia” tiene más que ver con volvernos más seguros que simplemente espiar a los críticos de las políticas del gobierno.
El FBI ha durante mucho tiempo servido para perturbar e intimidar a los disidentes. En las postrimerías inmediatas de la Primera Guerra Mundial, la agencia que fue su predecesora directa, la “General Intelligence Division,” compiló cientos de miles de nombres de radicales estadounidenses, arrestó a miles de supuestos comunistas, y deportó a más de doscientos anarquistas y a otros a la Rusia bolchevique. Renacida como el “Bureau of Investigation” a fines de los años 20, continuó espiando a “socialistas” tales como Albert Einstein. Durante su reinado de 12 años en Washington, el Presidente Franklin Roosevelt utilizó al FBI contra sus propios oponentes políticos de la izquierda y de la derecha, incluido el candidato presidencial republicano Wendell Willkie.
En 1956 el FBI lanzó el COINTELPRO (Programa de Contrainteligencia) a fin de “rastrear, exponer, perturbar, confundir, desacreditar, o de otra manera neutralizar las actividades” de los políticos radicales tomados como objetivo, tal como un documento interno lo expresaba. Una operación del COINTELPRO en San Diego involucró el envío de cartas fraguadas a las Black Panthers (Panteras Negras) y a la organización rival United Slaves (Esclavos Unidos), incitándolos a la violencia. El FBI gozó de los “tiroteos, las golpizas, y de un alto grado de desasosiego,” y se jactó en un memo, “A pesar de que ninguna acción de contrainteligencia especifica puede recibir el merito de contribuir a esta situación general, se sentía que una parte sustancial del malestar es atribuible directamente a este programa,” como fue revelado en un informe de un funcionario del senado estadounidense sobre las actividades de inteligencia en abril del año 1976.
Durante las décadas de 1950, 1960 y 1970, el FBI fisgoneó las vidas personales de izquierdistas radicales, de activistas por la paz, y de personalidades a favor de los derechos civiles tales como Martin Luther King, infiltró a grupos de activistas que se oponían al transporte obligatorio de niños a una escuela fuera de su área de residencia como una forma de establecer un equilibrio racial en esa escuela, e incluso lo espió a John Lennon.
En octubre de 2003, el FBI llevó a cabo una extensa vigilancia de los manifestantes contra la guerra de Irak, su activismo, y sus “campos de entrenamiento,” como un agente los manifestara en un memo formal, el cual le pedía a las autoridades locales “estar alerta de estos posibles indicadores de actividad de protesta e informar sobre cualquier acto potencialmente ilegale.” El New York Times citó a un funcionario del FBI diciendo que “es obvio que existen individuos capaces de violencia en estos eventos. Sabemos que hay anarquistas… tratando de sabotear y de cometer actos de violencia….” ¿Pero no está algo fuera de lugar esta preocupación respecto de los “anarquistas”? La verdadera cuestión debería ser la de la protección de las personas y de la propiedad, un asunto internamente encomendado y mejor satisfecho por las agencias locales de aplicación de la ley.
El FBI ha espiado históricamente a individuos con puntos de vista políticos fuera de las normas aprobadas del establishment. Por otra parte, el FBI fracasó miserablemente en los meses previos al 11/09, a pesar de las repetidas y claras señales que apuntaban a algunos de los secuestradores aéreos. Mientras tanto, continua despilfarrando recursos al aplicar leyes contra el juego de apuestas, las drogas, la prostitución, y otras actividades por las cuales no existe una razón lógica ni constitucional para el entremetimiento federal. Dado todo esto, el seguimiento del FBI de grupos políticos pacíficos parece no solo injustificado, sino absolutamente ominoso para la libertad.
Uno tan solo puede esperar que ahora la ACLU finalmente se unirá a aquellos de nosotros que siempre nos hemos opuesto a la totalidad de los nuevos poderes de policía federales promulgados desde el 11/09, los cuales han infligido una gran daño contra el Bill of Rights y las libertades estadounidenses y han sido innecesarios, ineficaces, y contraproducentes a fin de combatir el terrorismo.
Traducido por Gabriel Gasave
FBI, por favor protégenos de los terroristas y de la ACLU
Unas dos semanas atrás, el FBI (Oficina Federal de Investigaciones) admitió ante un tribunal federal estar recolectando miles de documentos sobre grupos de activistas no violentos, incluidos la ACLU (Unión Americana para las Libertades Civiles), Greenpeace y varias organizaciones que se oponen a la guerra.
La ACLU, accionando judicialmente bajo la Ley de Libertad de Información, exigió ver sus archivos, pero el FBI insiste en que no podrá entregar sus 1.173 páginas de documentación sobre la ACLU por otros ochos meses o más, dado que necesita ese tiempo para “procesarlas.” Irónicamente, esta misma organización, la cual aparentemente solamente “procesa” alrededor de cinco documentos por día, se supone que está también para proteger a los estadounidenses contra el terrorismo.
Esta es, por supuesto, la misma agencia que se negó a autorizar una investigación criminal de dos de los secuestradores del 11/09 semanas antes de los ataques contra el World Trade Center, y la cual, por esa misma época, le negó una orden de allanamiento a los agentes de Miniápolis que procuraban incautar las computadora y las posesiones del “vigésimo secuestrador” Zacarias Moussaoui, quien había llamado la atención cuando se presentó en una escuela de aviación, con miles de dólares en la mano, siendo aparentemente incompetente para volar pero encontrándose ansioso por aprender cómo pilotear un 747 (pero no como aterrizarlo) y por conocer detalles acerca de sus puertas y el panel de control, y ruidosamente interesado en la potencial cantidad de daño que causaría si se estrellase. Habiendo malinterpretado sus propias reglas y su protocolo respecto de la emisión de ordenes de allanamiento en el marco de la FISA (Foreign Intelligence Surveillance Act o Ley de Vigilancia del Espionaje Extranjero), la central del FBI rehusó la autorización para allanar la propiedad de Moussaoui, incluso después de que un funcionario de la escuela de vuelo le señaló al FBI “que un 747 cargado con combustible puede ser utilizado como una bomba,” y después de que uno de los principales agentes de Miniápolis le expresara proféticamente a la oficina central del FBI su preocupación acerca de que Moussaoiu podría “tomar el control de un aeroplano y volarlo contra el World Trade Center.”
Después del 11/09, al FBI le fueron adjudicadas nuevas facultades de vigilancia y mayores presupuestos—aún a pesar de las riñas dentro de la burocracia y del mal entendimiento por parte del FBI de sus propias pautas, oficina que no padecía de una falta de recursos, aunque ella fue considerada como la causante de sus fracasos que llevaron al 11/09. En la actualidad, esta misma agencia profesa protegernos mediante la acumulación de miles de documentos sobre organizaciones políticas no violentas. ¿Sospecha el FBI que la ACLU está planeando un ataque terrorista? De no ser así, ¿por qué está el FBI desperdiciando tiempo y recursos vigilando a tales grupos cuando admite que no puede procesar la información que ya posee?
Irónicamente, la ACLU, vista a menudo como excesivamente a favor de las libertades civiles, ha sido relativamente suave en sus criticas de la guerra contra el terror desde el 11/09. Falló en oponerse a la Ley Patriota cuando la misma estaba siendo adoptada poco después del 11/09 y tiene todavía que reclamar su anulación total, en lugar de defender algún ajuste tendiente a “equilibrar a la libertad y a la seguridad.”
Los estadounidenses preocupados podrían ser excusados por dudar de que tal recolección de “inteligencia” tiene más que ver con volvernos más seguros que simplemente espiar a los críticos de las políticas del gobierno.
El FBI ha durante mucho tiempo servido para perturbar e intimidar a los disidentes. En las postrimerías inmediatas de la Primera Guerra Mundial, la agencia que fue su predecesora directa, la “General Intelligence Division,” compiló cientos de miles de nombres de radicales estadounidenses, arrestó a miles de supuestos comunistas, y deportó a más de doscientos anarquistas y a otros a la Rusia bolchevique. Renacida como el “Bureau of Investigation” a fines de los años 20, continuó espiando a “socialistas” tales como Albert Einstein. Durante su reinado de 12 años en Washington, el Presidente Franklin Roosevelt utilizó al FBI contra sus propios oponentes políticos de la izquierda y de la derecha, incluido el candidato presidencial republicano Wendell Willkie.
En 1956 el FBI lanzó el COINTELPRO (Programa de Contrainteligencia) a fin de “rastrear, exponer, perturbar, confundir, desacreditar, o de otra manera neutralizar las actividades” de los políticos radicales tomados como objetivo, tal como un documento interno lo expresaba. Una operación del COINTELPRO en San Diego involucró el envío de cartas fraguadas a las Black Panthers (Panteras Negras) y a la organización rival United Slaves (Esclavos Unidos), incitándolos a la violencia. El FBI gozó de los “tiroteos, las golpizas, y de un alto grado de desasosiego,” y se jactó en un memo, “A pesar de que ninguna acción de contrainteligencia especifica puede recibir el merito de contribuir a esta situación general, se sentía que una parte sustancial del malestar es atribuible directamente a este programa,” como fue revelado en un informe de un funcionario del senado estadounidense sobre las actividades de inteligencia en abril del año 1976.
Durante las décadas de 1950, 1960 y 1970, el FBI fisgoneó las vidas personales de izquierdistas radicales, de activistas por la paz, y de personalidades a favor de los derechos civiles tales como Martin Luther King, infiltró a grupos de activistas que se oponían al transporte obligatorio de niños a una escuela fuera de su área de residencia como una forma de establecer un equilibrio racial en esa escuela, e incluso lo espió a John Lennon.
En octubre de 2003, el FBI llevó a cabo una extensa vigilancia de los manifestantes contra la guerra de Irak, su activismo, y sus “campos de entrenamiento,” como un agente los manifestara en un memo formal, el cual le pedía a las autoridades locales “estar alerta de estos posibles indicadores de actividad de protesta e informar sobre cualquier acto potencialmente ilegale.” El New York Times citó a un funcionario del FBI diciendo que “es obvio que existen individuos capaces de violencia en estos eventos. Sabemos que hay anarquistas… tratando de sabotear y de cometer actos de violencia….” ¿Pero no está algo fuera de lugar esta preocupación respecto de los “anarquistas”? La verdadera cuestión debería ser la de la protección de las personas y de la propiedad, un asunto internamente encomendado y mejor satisfecho por las agencias locales de aplicación de la ley.
El FBI ha espiado históricamente a individuos con puntos de vista políticos fuera de las normas aprobadas del establishment. Por otra parte, el FBI fracasó miserablemente en los meses previos al 11/09, a pesar de las repetidas y claras señales que apuntaban a algunos de los secuestradores aéreos. Mientras tanto, continua despilfarrando recursos al aplicar leyes contra el juego de apuestas, las drogas, la prostitución, y otras actividades por las cuales no existe una razón lógica ni constitucional para el entremetimiento federal. Dado todo esto, el seguimiento del FBI de grupos políticos pacíficos parece no solo injustificado, sino absolutamente ominoso para la libertad.
Uno tan solo puede esperar que ahora la ACLU finalmente se unirá a aquellos de nosotros que siempre nos hemos opuesto a la totalidad de los nuevos poderes de policía federales promulgados desde el 11/09, los cuales han infligido una gran daño contra el Bill of Rights y las libertades estadounidenses y han sido innecesarios, ineficaces, y contraproducentes a fin de combatir el terrorismo.
Traducido por Gabriel Gasave
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