Usted sabe que un país europeo se encuentra en problemas cuando sus líderes empresariales se quejan del gasto público y los impuestos. Usted sabe que está seriamente en problemas cuando ello ocurre en Francia, cuyas élites empresariales son más de izquierdas que la izquierda.
Cerca de 100 CEOs franceses, entre ellos los directivos de Accor, la cadena hotelera, Air France, Carrefour, L»Oréal, Peugot, Siemens, SociétéGénerale y Veolia, el gigante de los servicios de recolección de residuos y suministro de agua, están instando al presidente socialista Francois Hollande a reducir el gasto público por 60 mil millones de euros (alrededor de 76 mil millones de dólares) en los próximos cinco años, y a bajar los impuestos sobre la nómina salarial por 30 mil millones de euros durante los próximos dos años. El costo del gobierno, afirman, ha alcanzado “los límites de lo soportable”.
También están pidiéndole a Hollande que deshaga las asfixiantes regulaciones que han tornado a la investigación y el desarrollo demasiado costosos, que limitan de manera poco realista las emisiones de carbono, y han restringido el desarrollo del gas de “arcillas compactas” (shale gas) en Francia.
Tienen razón, por supuesto.
El gasto público asciende actualmente al 56 por ciento del PBI en Francia, más del doble de lo que es en los Estados Unidos. Para pagar este despilfarro, el presupuesto 2013 del gobierno propone gravar a los que más ganan con una tasa del 75 por ciento y a los que ganan más de 150.000 euros, o alrededor de 191.000 dólares por año, al 45 por ciento. Otros impuestos también están subiendo (sobre los ingresos por dividendos y determinadas ganancias de capital, por ejemplo). Todo lo cual ha llevado a la riqueza y a los creadores de puestos de trabajo de Francia—sus líderes empresariales—hasta el punto de la desesperación.
Algunos incluso están votando con sus pies. Bernard Arnault, directivo de la marca de lujo LVHM (Louis Vuitton-Moet Hennessy) y el hombre más rico del país, está buscando un pasaporte belga. En respuesta a las críticas, asegura que va a seguir pagando impuestos en Francia, pero es obvio que con el tiempo se mudará al otro lado de la frontera.
Lo que estamos viendo en Francia, como en otros lugares de Europa, es el colapso del Estado de Bienestar.
El presidente Hollande cree que la solución a los graves déficits de su país, la enorme deuda, la pérdida de competitividad y el estancamiento económico, son más ingresos fiscales, más estímulo financiero, y más gobierno en general…. usted conoce el hábito. Pero los problemas fiscales de Francia, como el nuestro, son un síntoma de demasiado gobierno, no de demasiado poco.
Los quejosos empresarios no tienen a nadie a quien culpar sino a sí mismos. Durante décadas, la élite empresarial apoyó resueltamente el Estado de Bienestar. Los niveles récord de los gastos del gobierno fueron posibles porque el gobierno dio incentivos a los bancos para que pudieran adquirir los bonos del gobierno que sustentaban el gasto. El gasto no se habría duplicado en Francia en las últimas dos décadas si no fuera por la complicidad de las elites.
Esas élites han finalmente entrado en pánico – y con razón. Se percatan de que esto no puede seguir así. Pueden ver que sus empresas se vuelven menos competitivas cada día (con algunas excepciones notables) y que el gobierno ha creado un ambiente en el cual todos los esfuerzos por modernizar e innovar encuentran una resistencia atrincherada.
Francia se ha librado de los estragos que estamos viendo en Grecia y en España sólo porque esos países están haciéndolo peor.
Pero la forma correcta de mensurar a Francia es compararla a Alemania, no a Grecia o España. En 2000, las exportaciones de Francia representaban el 55 por ciento de las exportaciones de Alemania. Hoy la cifra es del 40 por ciento.
La razón de esto no es difícil de establecer: El costo de los beneficios impuestos por el gobierno—un importante motivo de queja de los CEOs—asciende a más de 50 euros por cada 100 euros pagados en salarios, casi el doble que en Alemania.
La declinación de Francia refleja la de Europa en su conjunto. Cada década desde 1970 el desempeño económico de los 27 países que conforman la Unión Europea se ha deteriorado. En la década de 1970, el crecimiento económico promediaba el 3,1 por ciento. En los años 80s la cifra fue del 2,5 por ciento. En los 90s fue del 2,1 por ciento y en la última década del 1,4 por ciento.
Obviamente, estos promedios no cuentan toda la historia—algunos países lo han hecho mejor que otros. Pero la mayor parte de Europa ha dejado que el Estado de Bienestar parasitario devorase su energía social y económica. Los resultados son lo que vemos.
Si el cambio ha de venir, sobrevendrá porque algunos de los facilitadores en la comunidad empresarial han comenzado a darse cuenta de que el sistema conduce inexorablemente al colapso. Ya no hay suficiente para compartir con todas las partes involucradas.
Las élites empresariales están ahora reaccionando. Los grandes interrogantes son: ¿Es demasiado tarde? ¿Y despertarán también las élites empresariales de los Estados Unidos?
Traducido por Gabriel Gasave
Francia: La rebelión de los CEOs
Usted sabe que un país europeo se encuentra en problemas cuando sus líderes empresariales se quejan del gasto público y los impuestos. Usted sabe que está seriamente en problemas cuando ello ocurre en Francia, cuyas élites empresariales son más de izquierdas que la izquierda.
Cerca de 100 CEOs franceses, entre ellos los directivos de Accor, la cadena hotelera, Air France, Carrefour, L»Oréal, Peugot, Siemens, SociétéGénerale y Veolia, el gigante de los servicios de recolección de residuos y suministro de agua, están instando al presidente socialista Francois Hollande a reducir el gasto público por 60 mil millones de euros (alrededor de 76 mil millones de dólares) en los próximos cinco años, y a bajar los impuestos sobre la nómina salarial por 30 mil millones de euros durante los próximos dos años. El costo del gobierno, afirman, ha alcanzado “los límites de lo soportable”.
También están pidiéndole a Hollande que deshaga las asfixiantes regulaciones que han tornado a la investigación y el desarrollo demasiado costosos, que limitan de manera poco realista las emisiones de carbono, y han restringido el desarrollo del gas de “arcillas compactas” (shale gas) en Francia.
Tienen razón, por supuesto.
El gasto público asciende actualmente al 56 por ciento del PBI en Francia, más del doble de lo que es en los Estados Unidos. Para pagar este despilfarro, el presupuesto 2013 del gobierno propone gravar a los que más ganan con una tasa del 75 por ciento y a los que ganan más de 150.000 euros, o alrededor de 191.000 dólares por año, al 45 por ciento. Otros impuestos también están subiendo (sobre los ingresos por dividendos y determinadas ganancias de capital, por ejemplo). Todo lo cual ha llevado a la riqueza y a los creadores de puestos de trabajo de Francia—sus líderes empresariales—hasta el punto de la desesperación.
Algunos incluso están votando con sus pies. Bernard Arnault, directivo de la marca de lujo LVHM (Louis Vuitton-Moet Hennessy) y el hombre más rico del país, está buscando un pasaporte belga. En respuesta a las críticas, asegura que va a seguir pagando impuestos en Francia, pero es obvio que con el tiempo se mudará al otro lado de la frontera.
Lo que estamos viendo en Francia, como en otros lugares de Europa, es el colapso del Estado de Bienestar.
El presidente Hollande cree que la solución a los graves déficits de su país, la enorme deuda, la pérdida de competitividad y el estancamiento económico, son más ingresos fiscales, más estímulo financiero, y más gobierno en general…. usted conoce el hábito. Pero los problemas fiscales de Francia, como el nuestro, son un síntoma de demasiado gobierno, no de demasiado poco.
Los quejosos empresarios no tienen a nadie a quien culpar sino a sí mismos. Durante décadas, la élite empresarial apoyó resueltamente el Estado de Bienestar. Los niveles récord de los gastos del gobierno fueron posibles porque el gobierno dio incentivos a los bancos para que pudieran adquirir los bonos del gobierno que sustentaban el gasto. El gasto no se habría duplicado en Francia en las últimas dos décadas si no fuera por la complicidad de las elites.
Esas élites han finalmente entrado en pánico – y con razón. Se percatan de que esto no puede seguir así. Pueden ver que sus empresas se vuelven menos competitivas cada día (con algunas excepciones notables) y que el gobierno ha creado un ambiente en el cual todos los esfuerzos por modernizar e innovar encuentran una resistencia atrincherada.
Francia se ha librado de los estragos que estamos viendo en Grecia y en España sólo porque esos países están haciéndolo peor.
Pero la forma correcta de mensurar a Francia es compararla a Alemania, no a Grecia o España. En 2000, las exportaciones de Francia representaban el 55 por ciento de las exportaciones de Alemania. Hoy la cifra es del 40 por ciento.
La razón de esto no es difícil de establecer: El costo de los beneficios impuestos por el gobierno—un importante motivo de queja de los CEOs—asciende a más de 50 euros por cada 100 euros pagados en salarios, casi el doble que en Alemania.
La declinación de Francia refleja la de Europa en su conjunto. Cada década desde 1970 el desempeño económico de los 27 países que conforman la Unión Europea se ha deteriorado. En la década de 1970, el crecimiento económico promediaba el 3,1 por ciento. En los años 80s la cifra fue del 2,5 por ciento. En los 90s fue del 2,1 por ciento y en la última década del 1,4 por ciento.
Obviamente, estos promedios no cuentan toda la historia—algunos países lo han hecho mejor que otros. Pero la mayor parte de Europa ha dejado que el Estado de Bienestar parasitario devorase su energía social y económica. Los resultados son lo que vemos.
Si el cambio ha de venir, sobrevendrá porque algunos de los facilitadores en la comunidad empresarial han comenzado a darse cuenta de que el sistema conduce inexorablemente al colapso. Ya no hay suficiente para compartir con todas las partes involucradas.
Las élites empresariales están ahora reaccionando. Los grandes interrogantes son: ¿Es demasiado tarde? ¿Y despertarán también las élites empresariales de los Estados Unidos?
Traducido por Gabriel Gasave
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