En un conmovedor gesto “patriótico” para demostrar apoyo a la pendiente invasión de Irak por parte del Presidente Bush y desdén por la oposición francesa, dos congresistas conservadores—Bob Ney de Ohio y Walter Jones de Carolina del Norte—se han confabulado para que las cafeterías situadas en los edificios de oficinas del congreso dejen de servir papas fritas “francesas” (“French fries”, como usualmente se las llama en inglés) y tostadas francesas. De aquí en adelante, esos mismos platos serán rotulados como “papas fritas de la libertad” y “tostadas de la libertad.” El desdén de los congresistas por Francia fue expresado sucintamente por Ney: “A través de los años, Francia ha gozado de todas las ventajas de una alianza con los Estados Unidos, y todo lo que nuestra nación ha recibido a cambio es un déficit comercial y un grito de socorro cuando sus esfuerzos de pacificación fracasan. Esta acción es hoy un esfuerzo pequeño, pero simbólico para demostrar el fuerte descontento de muchos en el Capitolio con las acciones de nuestra supuesta aliada, Francia.” Ney también mencionó que Francia debería ser más agradecida por su liberación por parte de las fuerzas de EE.UU. durante la Segunda Guerra Mundial.
Bien, el Congresista Ney está acertado al menos respecto de una cosa—su esfuerzo es pequeño. Su recuerdo de la historia es también bastante delgado. En principio, todos estaríamos saludando incluso hoy a la bandera inglesa si el ejército y la marina francesas no hubiesen ganado nuestra guerra de la independencia por nosotros en la batalla de Yorktown. Aquí podríamos perdonar un poquito a los congresistas dado que este hecho se encuentra soslayado en la mayoría de los libros de historia de los Estados Unidos. Pero menos pueden ser perdonados los congresistas por no recordar que los beneficiarios de esa ayuda francesa—los fundadores de la nación—eran recelosos del tipo de intervencionismo militar agitador de banderas en ultramar del que ellos alardean. James Madison lo dijo tal vez de la mejor manera posible:
De todos los enemigos de la libertad, la guerra es quizás a la que más hay que temer, porque abarca y desarrolla el germen de todos los demás. La guerra es la madre de los ejércitos. De éstos proceden las deudas y los impuestos. Y los ejércitos, las deudas y los impuestos son los instrumentos conocidos para colocar a los muchos bajo la dominación de unos pocos… Ninguna nación podría preservar su libertad en medio de una guerra continua.
Resumiendo, los fundadores creyeron que el permanecer fuera de los asuntos de otros países prevendría matanzas innecesarias y salvaguardaría las libertades en la nación. Esa línea de razonamiento tiene tanto sentido en la actualidad como lo tenía entonces—especialmente cuando un presidente se encuentra próximo a lanzar un ataque en otra nación islámica, el cual muy probablemente resultará en más terrorismo revanchista y, por consiguiente, en una futura constricción de las libertades civiles en el país. Lo que hace a los Estados Unidos únicos y diferentes de naciones autoritarias, tales como Irak, son las libertades—por ejemplo, el derecho a discrepar con la política del gobierno—de las cuales habla Madison.
Por lo tanto el sobrenombre para las “papas fritas de la libertad” resulta ser… bien, algo Orwelliano. Los Congresistas son también nebulosos sobre la historia de esas papas fritas. Resulta, que las mismas se originaron en Bélgica. Así que tal vez deberíamos comer “pasteles de la libertad” o “pan de la libertad” o fruncirnos para “besos de la libertad.”
¿Y por qué están los congresistas metiéndose con Francia de todos modos? Los planes de los EE.UU. para conducir la no provocada invasión de una nación soberana son ampliamente impopulares en todo el mundo. Ochenta por ciento de los turcos se oponen a un ataque de EE.UU. contra Irak, y el parlamento de Turquía es renuente a autorizar a EE.UU. a atacar desde suelo Turco. Conjeturo que necesitaremos secarnos con las “toallas de la libertad.” ¿Qué ocurre con China y Rusia? Ellas también son infelices con la belicosa política de EE.UU. y podrían igualmente, como los franceses, vetar una resolución de la ONU autorizando la guerra. Parece como si todos nosotros necesitásemos jugar a las “damas de la libertad” y comer “relleno de la libertad.” Los Estados Unidos están ya jugando “la ruleta de la libertad” al comenzar una guerra con efectos imprevisibles y potencialmente desestabilizadores a través del Oriente Medio.
Y no nos olvidemos respecto de los alemanes. Después de todo, son conspiradores con los franceses y los belgas en el “Eje de la Vieja Europa.” El Canciller Alemán ha sido el primero, el más ruidoso, y el más firme critico de los planes bélicos de EE.UU. Se sirve “ensalada de papas de la libertad” y “torta del chocolate de la libertad” para la cena esta noche. Y, por supuesto, si no conseguimos la cabra de los belgas con las “papas fritas de la libertad”, podemos comer simplemente los “panqueques de la libertad.”
Está comenzando a verse como si nos enfrentásemos con la desagradable alternativa de ingerir solamente comida inglesa. Después de todo, con el resto del mundo hostil a la política iraquí de EE.UU., ésta parece ser la única alternativa políticamente correcta. Y podríamos incluso tener que hablar “libertad” (ahora esto es realmente Orwelliano) si la impopularidad de la guerra en Inglaterra fuerza a Tony Blair a ordenarle a las fuerzas Británicas no participar en el asalto.
Yo, admito de buena gana que Saddam es un tirano, y desistiría de usar algo con “Irak” (o aún con “Mesopotamia”) en la etiqueta si eso desactivase la acometida a una guerra absurda, innecesaria, y peligrosa. Pero no puedo pensar en algo. Desdichadamente para todos nosotros, el Presidente Bush al parecer tampoco puede.
Traducido por Gabriel Gasave
Friendo a los franceses
En un conmovedor gesto “patriótico” para demostrar apoyo a la pendiente invasión de Irak por parte del Presidente Bush y desdén por la oposición francesa, dos congresistas conservadores—Bob Ney de Ohio y Walter Jones de Carolina del Norte—se han confabulado para que las cafeterías situadas en los edificios de oficinas del congreso dejen de servir papas fritas “francesas” (“French fries”, como usualmente se las llama en inglés) y tostadas francesas. De aquí en adelante, esos mismos platos serán rotulados como “papas fritas de la libertad” y “tostadas de la libertad.” El desdén de los congresistas por Francia fue expresado sucintamente por Ney: “A través de los años, Francia ha gozado de todas las ventajas de una alianza con los Estados Unidos, y todo lo que nuestra nación ha recibido a cambio es un déficit comercial y un grito de socorro cuando sus esfuerzos de pacificación fracasan. Esta acción es hoy un esfuerzo pequeño, pero simbólico para demostrar el fuerte descontento de muchos en el Capitolio con las acciones de nuestra supuesta aliada, Francia.” Ney también mencionó que Francia debería ser más agradecida por su liberación por parte de las fuerzas de EE.UU. durante la Segunda Guerra Mundial.
Bien, el Congresista Ney está acertado al menos respecto de una cosa—su esfuerzo es pequeño. Su recuerdo de la historia es también bastante delgado. En principio, todos estaríamos saludando incluso hoy a la bandera inglesa si el ejército y la marina francesas no hubiesen ganado nuestra guerra de la independencia por nosotros en la batalla de Yorktown. Aquí podríamos perdonar un poquito a los congresistas dado que este hecho se encuentra soslayado en la mayoría de los libros de historia de los Estados Unidos. Pero menos pueden ser perdonados los congresistas por no recordar que los beneficiarios de esa ayuda francesa—los fundadores de la nación—eran recelosos del tipo de intervencionismo militar agitador de banderas en ultramar del que ellos alardean. James Madison lo dijo tal vez de la mejor manera posible:
De todos los enemigos de la libertad, la guerra es quizás a la que más hay que temer, porque abarca y desarrolla el germen de todos los demás. La guerra es la madre de los ejércitos. De éstos proceden las deudas y los impuestos. Y los ejércitos, las deudas y los impuestos son los instrumentos conocidos para colocar a los muchos bajo la dominación de unos pocos… Ninguna nación podría preservar su libertad en medio de una guerra continua.
Resumiendo, los fundadores creyeron que el permanecer fuera de los asuntos de otros países prevendría matanzas innecesarias y salvaguardaría las libertades en la nación. Esa línea de razonamiento tiene tanto sentido en la actualidad como lo tenía entonces—especialmente cuando un presidente se encuentra próximo a lanzar un ataque en otra nación islámica, el cual muy probablemente resultará en más terrorismo revanchista y, por consiguiente, en una futura constricción de las libertades civiles en el país. Lo que hace a los Estados Unidos únicos y diferentes de naciones autoritarias, tales como Irak, son las libertades—por ejemplo, el derecho a discrepar con la política del gobierno—de las cuales habla Madison.
Por lo tanto el sobrenombre para las “papas fritas de la libertad” resulta ser… bien, algo Orwelliano. Los Congresistas son también nebulosos sobre la historia de esas papas fritas. Resulta, que las mismas se originaron en Bélgica. Así que tal vez deberíamos comer “pasteles de la libertad” o “pan de la libertad” o fruncirnos para “besos de la libertad.”
¿Y por qué están los congresistas metiéndose con Francia de todos modos? Los planes de los EE.UU. para conducir la no provocada invasión de una nación soberana son ampliamente impopulares en todo el mundo. Ochenta por ciento de los turcos se oponen a un ataque de EE.UU. contra Irak, y el parlamento de Turquía es renuente a autorizar a EE.UU. a atacar desde suelo Turco. Conjeturo que necesitaremos secarnos con las “toallas de la libertad.” ¿Qué ocurre con China y Rusia? Ellas también son infelices con la belicosa política de EE.UU. y podrían igualmente, como los franceses, vetar una resolución de la ONU autorizando la guerra. Parece como si todos nosotros necesitásemos jugar a las “damas de la libertad” y comer “relleno de la libertad.” Los Estados Unidos están ya jugando “la ruleta de la libertad” al comenzar una guerra con efectos imprevisibles y potencialmente desestabilizadores a través del Oriente Medio.
Y no nos olvidemos respecto de los alemanes. Después de todo, son conspiradores con los franceses y los belgas en el “Eje de la Vieja Europa.” El Canciller Alemán ha sido el primero, el más ruidoso, y el más firme critico de los planes bélicos de EE.UU. Se sirve “ensalada de papas de la libertad” y “torta del chocolate de la libertad” para la cena esta noche. Y, por supuesto, si no conseguimos la cabra de los belgas con las “papas fritas de la libertad”, podemos comer simplemente los “panqueques de la libertad.”
Está comenzando a verse como si nos enfrentásemos con la desagradable alternativa de ingerir solamente comida inglesa. Después de todo, con el resto del mundo hostil a la política iraquí de EE.UU., ésta parece ser la única alternativa políticamente correcta. Y podríamos incluso tener que hablar “libertad” (ahora esto es realmente Orwelliano) si la impopularidad de la guerra en Inglaterra fuerza a Tony Blair a ordenarle a las fuerzas Británicas no participar en el asalto.
Yo, admito de buena gana que Saddam es un tirano, y desistiría de usar algo con “Irak” (o aún con “Mesopotamia”) en la etiqueta si eso desactivase la acometida a una guerra absurda, innecesaria, y peligrosa. Pero no puedo pensar en algo. Desdichadamente para todos nosotros, el Presidente Bush al parecer tampoco puede.
Traducido por Gabriel Gasave
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