Washington, DC—Se ha puesto de moda mentar la guerra de liberación de Argelia contra los franceses (1954-1962) cuando se habla de Irak. El Presidente Bush está leyendo en estos días el relato de aquella guerra escrito por el historiador británico Alistair Horne (“A Savage War of Peace”), y me recuerdan que en 2003 el Pentágono organizó una exhibición del clásico film de Gillo Pontecorvo, “La batalla de Argel”, para estudiar los peligros que encierran las guerrillas musulmanas.
Todos los estadounidenses sacarían algún provecho si vieran “La batalla de Argel”, obra maestra que, a pesar de haber sido coproducida por un ex dirigente del Frente de Liberación Nacional (FLN), describe con clínica imparcialidad la crueldad que anidaba en todos los bandos y elude las intenciones moralizantes y manipuladoras que a menudo contaminan el arte político.
Argelia e Irak son animales distintos, claro está. Los franceses estaban en Argelia desde 1830, de modo que Francia era una potencia colonial. Había allí alrededor de un millón de ciudadanos franceses (los ‘pieds noirs”), que trataban a los árabes y los bereber como ciudadanos de segunda clase. Contaban, además, con una poderosa representación en París.
Pero hay similitudes. También allí había una guerra civil entre distintas facciones que competían por el poder: la lucha entre el FLN y el Movement Nationale Algerien fue salvaje. El FLN disparó contra compatriotas argelinos desde su nacimiento en 1954, y empleó el terrorismo indiscriminado a lo largo del conflicto. La influencia exterior era considerable: países como Túnez, Marruecos y Egipto asistieron a los insurgentes.
Tras la batalla de Argel en 1957 —en la cual la división de paracaidistas franceses dirigidos por el general Jacques Massu aplastó a los terroristas alzados en armas en la capital empleando medios atroces—, la opinión pública francesa se volvió contra su propio gobierno. Hasta entonces, la derecha y la izquierda —excepto unas pocas luminarias intelectuales— habían apoyado resueltamente el esfuerzo por mantener a Argelia en manos francesas (deliciosa ironía: la batalla de Argel fue librada por un gobierno francés de izquierda en el que un tal Francois Mittérand sentó el fundamento legal para la utilización de la tortura desde el Ministerio de Justicia).
¿Qué lección de aquel conflicto resulta pertinente hoy día? La lección principal acaso sea esta: los ejércitos del “primer mundo” y las guerrillas del “tercer mundo” tienen nociones diferentes del tiempo y el espacio, y por ende de qué constituye una derrota y qué una victoria.
Un ejército del “primer mundo” puede derrotar a una guerrilla del “primer mundo” y un ejército del “tercer mundo” puede vencer a una guerrilla del “tercer mundo” porque en ambos casos el ejército y el enemigo operan bajo nociones similares de tiempo y espacio. Las fuerzas de seguridad italianas derrotaron a las Brigadas Rojas, así como las fuerzas de seguridad alemanas pudieron vencer al Grupo Baader-Meinhof, debido a que las partes en pugna tenían horizontes espaciales y temporales similares. De igual manera, la corrupta dictadura de Alberto Fujimori fue capaz de derrotar a Sendero Luminoso en el Perú de los años 90 y el demócrata venezolano Rómulo Betancourt desbarató a las guerrillas castristas en los años 60 porque los bandos enfrentados compartían una idea común acerca de “dónde” y “cuándo” estaban combatiendo. Eso no implica que en todos los casos similares triunfará el ejército. La victoria de Castro en 1959 prueba que lo opuesto es posible. Pero en la medida que el poder establecido goce de apoyo civil, algo que suele ocurrir cuando se trata de enfrentar a un guerrilla terrorista, el aparato de seguridad juega con enorme ventaja.
En Argelia, la fuerza de ocupación tenía una noción puramente física y militar del espacio: los soldados franceses pensaban que si lograban expurgar a los terroristas de la Casbah —el distrito musulmán de Argel—, ganarían. La noción del espacio que tenían los insurgentes, en cambio, era histórica y civil: mientras imprimieran en las masas oprimidas la sensación de anomalía y aberración que constituía la centenaria presencia francesa en su tierra, la lucha por la liberación continuaría. La noción del tiempo del ejército francés era estrecha, mientras que los insurgentes tenían un horizonte temporal amplio. Así, los franceses ganaron la batalla de Argel pero en 1962 tuvieron que abandonar la colonia.
No se trata de cuántos efectivos militares haya en el terreno. En 1960, Francia tenía 400.000 soldados en Argelia, cifra no muy alejada del número de tropas que Estados Unidos envió a Vietnam. Y la legitimidad moral de los insurgentes no se define a partir de los métodos que emplean sino de lo cerca o lejos que estén de la población y de la eficacia con la que ayuden a perfilar la percepción ciudadana acerca del enemigo. Los insurgentes de Argelia eran tiranos y una vez que liberaron a su país establecieron una dictadura. Pero el hecho de que fueran percibidos como legítimos por la población civil— precisamente porque su noción del espacio y el tiempo calzaba con esa población y con la historia del país— hizo que los ocupantes acabaran perdiendo una guerra en la que habían ganado cada una de las batallas.
(c) 2007, The Washington Post Writers Group
La batalla de Argel
Washington, DC—Se ha puesto de moda mentar la guerra de liberación de Argelia contra los franceses (1954-1962) cuando se habla de Irak. El Presidente Bush está leyendo en estos días el relato de aquella guerra escrito por el historiador británico Alistair Horne (“A Savage War of Peace”), y me recuerdan que en 2003 el Pentágono organizó una exhibición del clásico film de Gillo Pontecorvo, “La batalla de Argel”, para estudiar los peligros que encierran las guerrillas musulmanas.
Todos los estadounidenses sacarían algún provecho si vieran “La batalla de Argel”, obra maestra que, a pesar de haber sido coproducida por un ex dirigente del Frente de Liberación Nacional (FLN), describe con clínica imparcialidad la crueldad que anidaba en todos los bandos y elude las intenciones moralizantes y manipuladoras que a menudo contaminan el arte político.
Argelia e Irak son animales distintos, claro está. Los franceses estaban en Argelia desde 1830, de modo que Francia era una potencia colonial. Había allí alrededor de un millón de ciudadanos franceses (los ‘pieds noirs”), que trataban a los árabes y los bereber como ciudadanos de segunda clase. Contaban, además, con una poderosa representación en París.
Pero hay similitudes. También allí había una guerra civil entre distintas facciones que competían por el poder: la lucha entre el FLN y el Movement Nationale Algerien fue salvaje. El FLN disparó contra compatriotas argelinos desde su nacimiento en 1954, y empleó el terrorismo indiscriminado a lo largo del conflicto. La influencia exterior era considerable: países como Túnez, Marruecos y Egipto asistieron a los insurgentes.
Tras la batalla de Argel en 1957 —en la cual la división de paracaidistas franceses dirigidos por el general Jacques Massu aplastó a los terroristas alzados en armas en la capital empleando medios atroces—, la opinión pública francesa se volvió contra su propio gobierno. Hasta entonces, la derecha y la izquierda —excepto unas pocas luminarias intelectuales— habían apoyado resueltamente el esfuerzo por mantener a Argelia en manos francesas (deliciosa ironía: la batalla de Argel fue librada por un gobierno francés de izquierda en el que un tal Francois Mittérand sentó el fundamento legal para la utilización de la tortura desde el Ministerio de Justicia).
¿Qué lección de aquel conflicto resulta pertinente hoy día? La lección principal acaso sea esta: los ejércitos del “primer mundo” y las guerrillas del “tercer mundo” tienen nociones diferentes del tiempo y el espacio, y por ende de qué constituye una derrota y qué una victoria.
Un ejército del “primer mundo” puede derrotar a una guerrilla del “primer mundo” y un ejército del “tercer mundo” puede vencer a una guerrilla del “tercer mundo” porque en ambos casos el ejército y el enemigo operan bajo nociones similares de tiempo y espacio. Las fuerzas de seguridad italianas derrotaron a las Brigadas Rojas, así como las fuerzas de seguridad alemanas pudieron vencer al Grupo Baader-Meinhof, debido a que las partes en pugna tenían horizontes espaciales y temporales similares. De igual manera, la corrupta dictadura de Alberto Fujimori fue capaz de derrotar a Sendero Luminoso en el Perú de los años 90 y el demócrata venezolano Rómulo Betancourt desbarató a las guerrillas castristas en los años 60 porque los bandos enfrentados compartían una idea común acerca de “dónde” y “cuándo” estaban combatiendo. Eso no implica que en todos los casos similares triunfará el ejército. La victoria de Castro en 1959 prueba que lo opuesto es posible. Pero en la medida que el poder establecido goce de apoyo civil, algo que suele ocurrir cuando se trata de enfrentar a un guerrilla terrorista, el aparato de seguridad juega con enorme ventaja.
En Argelia, la fuerza de ocupación tenía una noción puramente física y militar del espacio: los soldados franceses pensaban que si lograban expurgar a los terroristas de la Casbah —el distrito musulmán de Argel—, ganarían. La noción del espacio que tenían los insurgentes, en cambio, era histórica y civil: mientras imprimieran en las masas oprimidas la sensación de anomalía y aberración que constituía la centenaria presencia francesa en su tierra, la lucha por la liberación continuaría. La noción del tiempo del ejército francés era estrecha, mientras que los insurgentes tenían un horizonte temporal amplio. Así, los franceses ganaron la batalla de Argel pero en 1962 tuvieron que abandonar la colonia.
No se trata de cuántos efectivos militares haya en el terreno. En 1960, Francia tenía 400.000 soldados en Argelia, cifra no muy alejada del número de tropas que Estados Unidos envió a Vietnam. Y la legitimidad moral de los insurgentes no se define a partir de los métodos que emplean sino de lo cerca o lejos que estén de la población y de la eficacia con la que ayuden a perfilar la percepción ciudadana acerca del enemigo. Los insurgentes de Argelia eran tiranos y una vez que liberaron a su país establecieron una dictadura. Pero el hecho de que fueran percibidos como legítimos por la población civil— precisamente porque su noción del espacio y el tiempo calzaba con esa población y con la historia del país— hizo que los ocupantes acabaran perdiendo una guerra en la que habían ganado cada una de las batallas.
(c) 2007, The Washington Post Writers Group
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