El clamor contra la deslocalización es familiar, y casi tan viejo como el propio comercio internacional. Al igual que las actuales propuestas proteccionistas, el “mercantilismo” del siglo 18 estaba estructurado para promover las exportaciones gubernamentalmente favorecidas y a la vez restringir las importaciones, sobre la base de la defectuosa teoría de que la riqueza era algo estático: la única forma mediante la cual una nación podía tornarse más rica era que otra se volviese más pobre. .
Adam Smith refutó eficazmente esta idea con la publicación en 1776 de Una Investigación Acerca de la Naturaleza y las Causas de la Riqueza de las Naciones. Smith proponía que si el comercio fuese liberado, la riqueza crecería por el incremento de la productividad mediante la división del trabajo. Localmente, esta idea ofreció una alternativa al nivel de subsistencia auto-suficiente—en lugar de que cada grupo familiar tuviese que producir la mayor parte de sus alimentos y provisiones, el especializarse y el intercambiar con otros individuos le daría acceso a más y mejores productos. De igual manera, el libre comercio internacional le permitiría a cada nación especializarse en aquello que sus ciudadanos pudiesen producir relativamente mejor y a precios más bajos. .
Smith, un pilar de la entonces floreciente Ilustración Escocesa, postulaba además la noción radical de que la prosperidad de una nación no podía ser alcanzada cuando el rico se volvía más rico a expensas del pobre; la riqueza acrecentada tenía que esparcirse por todas partes, dado que “ninguna sociedad puede ser floreciente y feliz, si la gran mayoría de sus miembros son pobres y miserables.”
Mientras tanto, Thomas Jefferson, influenciado también por la misma filosofía moral escocesa, se encontraba escribiendo la Declaración de la Independencia. La aplicación de estos principios, opuesta a la noción del gobierno por y para el beneficio de los comerciantes y monopolistas bien conectados políticamente, le permitió a la nueva república estadounidense fomentar una sociedad de una prosperidad sin precedentes y de iguales oportunidades. .
En los siglos transcurridos, las políticas proteccionistas han tenido un apogeo y decaído en popularidad, a través de encarnaciones tales como las leyes Jim Crow, los subsidios y los aranceles, pero la liberalización general del comercio en las postrimerías del siglo 20 ha resultado en estándares de vida más altos alrededor del mundo.
Cuando las ideas de Smith triunfaron en Gran Bretaña con el establecimiento del libre comercio en la década de 1840 , la afluencia de granos baratos liberó a los trabajadores agrícolas atrapados en la servidumbre rural para trasladarse hacia los centros industriales y hacia salarios y estándares de vida más altos. Alimentos más baratos implicaban también que los salarios reales subían más a medida que los precios se desplomaban más, mejorando así la condición de un trabajador. Mientras los ojos modernos deploran a lo que percibimos como las escuálidas condiciones de Gran Bretaña durante la Revolución Industrial, aquellos que vivieron en ese entonces juzgaron a los cambios como una abundancia y una oportunidad previamente inimaginables..
Las actuales protestas contra la deslocalización son simplemente un mercantilismo reciclado con su acusador indicador de una balanza comercial negativa y de la pérdida de empleos estadounidenses hacia otros países. Sin embargo, los efectos positivos de la deslocalización dan lugar a los mismos beneficios que hace 200 años atrás. El hecho de permitirle a las firmas acceder a los mercados, a los recursos y a las habilidades que mejor satisfacen sus necesidades capta rendimientos a costos más bajos—incrementando eficazmente el poder de compra de todos y alimentando la demanda por más bienes y servicios y de mayor calidad. Costos relativos más bajos de los bienes y servicios estadounidenses, junto con crecientes salarios en el exterior, incrementan adicionalmente la demanda de los productos de los Estados Unidos a nivel global.
Como individuos, nos beneficiamos de la deslocalización en formas que van desde un mejor servicio al cliente hasta una tecnología en constante innovación a precios siempre decrecientes. En la medida que servicios tales como los exámenes de rayos X están siendo ofrecidos más competitivamente en el exterior que en el país, los consumidores pueden beneficiarse de los costos más bajos del cuidado de la salud o incluso de la más amplia disponibilidad de dichos servicios. Para las firmas comerciales, los ahorros de costos por la deslocalización significan que más dinero se encuentra disponible para nuevas inversiones.
El culpar a la globalización y a la deslocalización por el incremento del desempleo posterior al auge de las empresas «punto.com» no resiste el menor análisis. De acuerdo a un reciente artículo del Wall Street Journal, varios factores han contribuido al problema, incluyendo el repentino colapso del boom tecnológico tres años atrás, la subsiguientemente recesión y la dudosa recuperación, y una mejora en la productividad del trabajador en los Estados Unidos que posibilita que las compañías produzcan más con menos.
Además, socavando la teoría de la deslocalización como la causa del desempleo, las cifras del Departamento de Comercio exhiben a los Estados Unidos incrementando las exportaciones en más de un 65 por ciento durante los últimos 10 años, mientras que las importaciones umentaron en más del 130 por ciento. No obstante ello, durante el mismo periodo, el empleo a nivel nacional se incrementó en más del 20 por ciento, con un iaumento adjunto en el ingreso per capita de más del 45 por ciento, de acuerdo a las cifras de la Oficina de Estadísticas Laborales de los EE.UU..
En San Francisco, esas cifras evidencian que, pese al auge y caída de las empresas «punto.com», el desempleo es actualmente un 16 por ciento más bajo que 10 años atrás, mientras que el salario anual promedio se ha elevado en más de un 75 por ciento. Los neo-mercantilistas hubiesen pronosticado exactamente lo opuesto.
Además, mientras las firmas estadounidenses han estado incrementando su presencia en el exterior, las firmas extranjeras han estado procurando acceder a los mercados y al talento estadounidenses radicándose aquí. De conformidad con la Organization for International Investment (Organización para la Inversión Internacional), California ha sido el estado más beneficiado por esta tendencia, acumulando más de 700.000 empleos debido a la “localización” de firmas extranjeras en los Estados Unidos. A nivel nacional, la creación de dichos empleos localizados está dejando atrás a aquellos deslocalizados por la empresas de los EE.UU., en una relación de 2 a 1, y la paga por estos empleos promedia un 16,5 por ciento más que aquel de todas las firmas de los EE.UU..
El crear una política anti-deslocalización sobre la base de temores al desempleo tiene tanto sentido como lamentar la pérdida de profesiones estadounidenses como la de estenógrafo, o la regla de cálculo, la línea de montaje o la tarea de traspalar carbón. La pérdida de tales empleos nos ha dejado un beneficio neto de más puestos de trabajo y mejor pagados y ha extendido estándares de vida más elevados allí donde la división del trabajo ha permitido, parafraseando a Adam Smith, una mano “invisible” libre.
Traducido por Gabriel Gasave
Cambios radicales en el mundo empresarial
El clamor contra la deslocalización es familiar, y casi tan viejo como el propio comercio internacional. Al igual que las actuales propuestas proteccionistas, el “mercantilismo” del siglo 18 estaba estructurado para promover las exportaciones gubernamentalmente favorecidas y a la vez restringir las importaciones, sobre la base de la defectuosa teoría de que la riqueza era algo estático: la única forma mediante la cual una nación podía tornarse más rica era que otra se volviese más pobre. .
Adam Smith refutó eficazmente esta idea con la publicación en 1776 de Una Investigación Acerca de la Naturaleza y las Causas de la Riqueza de las Naciones. Smith proponía que si el comercio fuese liberado, la riqueza crecería por el incremento de la productividad mediante la división del trabajo. Localmente, esta idea ofreció una alternativa al nivel de subsistencia auto-suficiente—en lugar de que cada grupo familiar tuviese que producir la mayor parte de sus alimentos y provisiones, el especializarse y el intercambiar con otros individuos le daría acceso a más y mejores productos. De igual manera, el libre comercio internacional le permitiría a cada nación especializarse en aquello que sus ciudadanos pudiesen producir relativamente mejor y a precios más bajos. .
Smith, un pilar de la entonces floreciente Ilustración Escocesa, postulaba además la noción radical de que la prosperidad de una nación no podía ser alcanzada cuando el rico se volvía más rico a expensas del pobre; la riqueza acrecentada tenía que esparcirse por todas partes, dado que “ninguna sociedad puede ser floreciente y feliz, si la gran mayoría de sus miembros son pobres y miserables.”
Mientras tanto, Thomas Jefferson, influenciado también por la misma filosofía moral escocesa, se encontraba escribiendo la Declaración de la Independencia. La aplicación de estos principios, opuesta a la noción del gobierno por y para el beneficio de los comerciantes y monopolistas bien conectados políticamente, le permitió a la nueva república estadounidense fomentar una sociedad de una prosperidad sin precedentes y de iguales oportunidades. .
En los siglos transcurridos, las políticas proteccionistas han tenido un apogeo y decaído en popularidad, a través de encarnaciones tales como las leyes Jim Crow, los subsidios y los aranceles, pero la liberalización general del comercio en las postrimerías del siglo 20 ha resultado en estándares de vida más altos alrededor del mundo.
Cuando las ideas de Smith triunfaron en Gran Bretaña con el establecimiento del libre comercio en la década de 1840 , la afluencia de granos baratos liberó a los trabajadores agrícolas atrapados en la servidumbre rural para trasladarse hacia los centros industriales y hacia salarios y estándares de vida más altos. Alimentos más baratos implicaban también que los salarios reales subían más a medida que los precios se desplomaban más, mejorando así la condición de un trabajador. Mientras los ojos modernos deploran a lo que percibimos como las escuálidas condiciones de Gran Bretaña durante la Revolución Industrial, aquellos que vivieron en ese entonces juzgaron a los cambios como una abundancia y una oportunidad previamente inimaginables..
Las actuales protestas contra la deslocalización son simplemente un mercantilismo reciclado con su acusador indicador de una balanza comercial negativa y de la pérdida de empleos estadounidenses hacia otros países. Sin embargo, los efectos positivos de la deslocalización dan lugar a los mismos beneficios que hace 200 años atrás. El hecho de permitirle a las firmas acceder a los mercados, a los recursos y a las habilidades que mejor satisfacen sus necesidades capta rendimientos a costos más bajos—incrementando eficazmente el poder de compra de todos y alimentando la demanda por más bienes y servicios y de mayor calidad. Costos relativos más bajos de los bienes y servicios estadounidenses, junto con crecientes salarios en el exterior, incrementan adicionalmente la demanda de los productos de los Estados Unidos a nivel global.
Como individuos, nos beneficiamos de la deslocalización en formas que van desde un mejor servicio al cliente hasta una tecnología en constante innovación a precios siempre decrecientes. En la medida que servicios tales como los exámenes de rayos X están siendo ofrecidos más competitivamente en el exterior que en el país, los consumidores pueden beneficiarse de los costos más bajos del cuidado de la salud o incluso de la más amplia disponibilidad de dichos servicios. Para las firmas comerciales, los ahorros de costos por la deslocalización significan que más dinero se encuentra disponible para nuevas inversiones.
El culpar a la globalización y a la deslocalización por el incremento del desempleo posterior al auge de las empresas «punto.com» no resiste el menor análisis. De acuerdo a un reciente artículo del Wall Street Journal, varios factores han contribuido al problema, incluyendo el repentino colapso del boom tecnológico tres años atrás, la subsiguientemente recesión y la dudosa recuperación, y una mejora en la productividad del trabajador en los Estados Unidos que posibilita que las compañías produzcan más con menos.
Además, socavando la teoría de la deslocalización como la causa del desempleo, las cifras del Departamento de Comercio exhiben a los Estados Unidos incrementando las exportaciones en más de un 65 por ciento durante los últimos 10 años, mientras que las importaciones umentaron en más del 130 por ciento. No obstante ello, durante el mismo periodo, el empleo a nivel nacional se incrementó en más del 20 por ciento, con un iaumento adjunto en el ingreso per capita de más del 45 por ciento, de acuerdo a las cifras de la Oficina de Estadísticas Laborales de los EE.UU..
En San Francisco, esas cifras evidencian que, pese al auge y caída de las empresas «punto.com», el desempleo es actualmente un 16 por ciento más bajo que 10 años atrás, mientras que el salario anual promedio se ha elevado en más de un 75 por ciento. Los neo-mercantilistas hubiesen pronosticado exactamente lo opuesto.
Además, mientras las firmas estadounidenses han estado incrementando su presencia en el exterior, las firmas extranjeras han estado procurando acceder a los mercados y al talento estadounidenses radicándose aquí. De conformidad con la Organization for International Investment (Organización para la Inversión Internacional), California ha sido el estado más beneficiado por esta tendencia, acumulando más de 700.000 empleos debido a la “localización” de firmas extranjeras en los Estados Unidos. A nivel nacional, la creación de dichos empleos localizados está dejando atrás a aquellos deslocalizados por la empresas de los EE.UU., en una relación de 2 a 1, y la paga por estos empleos promedia un 16,5 por ciento más que aquel de todas las firmas de los EE.UU..
El crear una política anti-deslocalización sobre la base de temores al desempleo tiene tanto sentido como lamentar la pérdida de profesiones estadounidenses como la de estenógrafo, o la regla de cálculo, la línea de montaje o la tarea de traspalar carbón. La pérdida de tales empleos nos ha dejado un beneficio neto de más puestos de trabajo y mejor pagados y ha extendido estándares de vida más elevados allí donde la división del trabajo ha permitido, parafraseando a Adam Smith, una mano “invisible” libre.
Traducido por Gabriel Gasave
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