Ford desea $250 millones de los gobiernos provincial y federal para construir una planta en Oakville, Ontario. ¿Por qué no? Casi todos los demás tienen sus manos metidas en el erario público. DaimlerChrysler está presionando por unos $400 millones para construir una planta en Windsor, Ontario. Como dice el político en el relato: “unos pocos cientos de millones de dólares aquí, unos pocos cientos de millones de dólares allá, y de pronto usted se encuentra hablando de verdadero dinero.”
El problema es que el dinero de los subsidios no es mana del cielo. Lo que Jim Padilla de Ford llama “ser competitivos” cuando presiona al gobierno de Ontario por subsidios significa competitividad estafando al contribuyente. La verdadera competitividad, la económica, por oposición a la política, implica ser capaz de producir bienes a precios que los compradores están dispuestos a pagar libremente. Si dorados patos rengos como Ford y DaimlerChrysler no pueden hacer esto, dejemos que General Motors abastezca al mercado.
Los subsidios no incrementan la competitividad. Si lo hiciesen, la economía más competitiva de la historia hubiese sido la de la Unión Soviética, donde todos los emprendimientos se encontraban subvencionados un 100 por ciento; y las empresas más competitivas aquí serían las corporaciones estatales.
Si Ford y DaimlerChrysler tienen éxito en saquear el tesoro público, el contribuyente obviamente perderá, pero ¿quién ganaría? No los accionistas como grupo, debido a que lo que algunos accionistas ganasen (aquellos que vendieron sus acciones a precios más elevados) sería compensado por las pérdidas de otros accionistas (aquellos que pagarían los precios más elevados). En economías abiertas, los subsidios empresariales no son capturados (ni son pagados los impuestos a las empresas) por los accionistas, debido a que los precios de las acciones se ajustan para lograr que los retornos sobre la inversión sigan siendo comparables a lo que son en cualquier otra parte (dado idéntico riesgo).
Los compradores canadienses de automóviles no obtendrán virtualmente beneficio alguno de los subsidios a los fabricantes, porque una gran parte del comercio internacional canadiense de automóviles está sujeto al libre comercio y los precios de los vehículos no son determinados en Canadá.
Los ganadores de la asistencia gubernamental serán principalmente los ejecutivos, los administradores y los trabajadores en Ford y en DaimlerChrysler. El Sr. Padilla se encuentra más propenso a conservar su empleo y a ser mejor pagado. No siendo tan móvil como el capital y los bienes, el trabajo es el factor de producción que se beneficia de los subsidios del gobierno a las empresas. Este es un grupo de interés muy pequeño y concentrado: los 16.000 empleados de Ford Canadá representan solamente una milésima parte de la fuerza laboral canadiense.
En el mundo real, los subsidios existen no porque sean económicamente eficientes, sino porque los intereses concentrados los desean. Parafraseando a Willy Sutton, Ford y DaimlerChrysler le roban a los contribuyentes porque allí es donde está el dinero. Sin embargo más importante aún, los intereses de los contribuyentes se encuentran muy diluidos: $650 millones a Ford y a DaimlerChrysler representan unos meros $22 por cada residente canadiense, lo cual explica por qué el contribuyente promedio no presionará políticamente tan arduamente como el ejecutivo corporativo o sindical promedio. Por lo tanto, como la economía de la elección pública lo sugiere, los intereses concentrados a menudo ganan.
El análisis económico de la política del interés-especial explica también por qué las grandes compañías domésticas obtienen una parte desproporcionada de los subsidios del gobierno. Ford y DaimlerChrysler no son los únicos ejemplos: Casi el 50% de la cartera de préstamos de $21 mil millones del Export Development Canadá beneficia la actividad aeroespacial (predominantemente a la empresa Bombardier) y a la Tecnología de la Información o IT conforme su sigla en inglés (principalmente a Nortel). Si el propósito de los subsidios a las empresas fuese realmente el de crear empleos, ellos irían a las pequeñas empresas las cuales generan más trabajo que las grandes corporaciones.
Considérese la larga cadena de ineficiencias acumulativas. El dólar que el estado toma del contribuyente sustrae más de un dólar de la economía, no principalmente debido a los costos de la recaudación tributaria, sino debido a las distorsiones en los incentivos del trabajo. Este dólar costoso es otorgado a una corporación como incentivo para hacer algo ineficiente. Y el beneficiario obtiene menos de un dólar neto porque él ha gastado dinero en presionar para conseguirlo.
Parte del botín codiciado por Ford y DaimlerChrysler está constituido por exenciones impositivas, como opuestas a los subsidios en efectivo. Desde un punto de vista económico estrecho y corto placista, las exenciones de impuestos son indistinguibles de los subsidios, pues tienen el mismo impacto como incentivos. Pero si tomamos un enfoque de la elección pública de más largo plazo, las ventajas tributarias se vuelven preferibles a los subsidios (o a las garantías, las cuales son tan solo subsidios tipo lotería), porque ellas al menos limitan los ingresos del estado y obligan a restringir la intervención gubernamental.
Otorgar exenciones impositivas en lugar de subsidios tiene sentido también porque las corporaciones financian sus subsidios con sus propios impuestos, en virtud de que pagan cuatro veces más en impuestos que los que obtienen en subsidios. Por otra parte, las exenciones impositivas recompensan la generación de ganancias, mientras que los subsidios son mejores para las compañías que pierden dinero (como Ford lo ha estado haciendo durante dos años).
El fondo de la cuestión es que los subsidios empresariales son económicamente ineficientes y las exenciones fiscales son solamente eficientes como la segunda mejor alternativa en regímenes de alícuotas impositivas ineficientemente altas (y de carga regulatoria). De esta manera, si bien las exenciones impositivas (como opuestas a los subsidios) deberían serles otorgadas a Ford y a DaimlerChrysler, las mismas ventajas deberían encontrarse disponibles para cualquier otra empresa.
Traducido por Gabriel Gasave
La estafa de los subsidios a las empresas
Ford desea $250 millones de los gobiernos provincial y federal para construir una planta en Oakville, Ontario. ¿Por qué no? Casi todos los demás tienen sus manos metidas en el erario público. DaimlerChrysler está presionando por unos $400 millones para construir una planta en Windsor, Ontario. Como dice el político en el relato: “unos pocos cientos de millones de dólares aquí, unos pocos cientos de millones de dólares allá, y de pronto usted se encuentra hablando de verdadero dinero.”
El problema es que el dinero de los subsidios no es mana del cielo. Lo que Jim Padilla de Ford llama “ser competitivos” cuando presiona al gobierno de Ontario por subsidios significa competitividad estafando al contribuyente. La verdadera competitividad, la económica, por oposición a la política, implica ser capaz de producir bienes a precios que los compradores están dispuestos a pagar libremente. Si dorados patos rengos como Ford y DaimlerChrysler no pueden hacer esto, dejemos que General Motors abastezca al mercado.
Los subsidios no incrementan la competitividad. Si lo hiciesen, la economía más competitiva de la historia hubiese sido la de la Unión Soviética, donde todos los emprendimientos se encontraban subvencionados un 100 por ciento; y las empresas más competitivas aquí serían las corporaciones estatales.
Si Ford y DaimlerChrysler tienen éxito en saquear el tesoro público, el contribuyente obviamente perderá, pero ¿quién ganaría? No los accionistas como grupo, debido a que lo que algunos accionistas ganasen (aquellos que vendieron sus acciones a precios más elevados) sería compensado por las pérdidas de otros accionistas (aquellos que pagarían los precios más elevados). En economías abiertas, los subsidios empresariales no son capturados (ni son pagados los impuestos a las empresas) por los accionistas, debido a que los precios de las acciones se ajustan para lograr que los retornos sobre la inversión sigan siendo comparables a lo que son en cualquier otra parte (dado idéntico riesgo).
Los compradores canadienses de automóviles no obtendrán virtualmente beneficio alguno de los subsidios a los fabricantes, porque una gran parte del comercio internacional canadiense de automóviles está sujeto al libre comercio y los precios de los vehículos no son determinados en Canadá.
Los ganadores de la asistencia gubernamental serán principalmente los ejecutivos, los administradores y los trabajadores en Ford y en DaimlerChrysler. El Sr. Padilla se encuentra más propenso a conservar su empleo y a ser mejor pagado. No siendo tan móvil como el capital y los bienes, el trabajo es el factor de producción que se beneficia de los subsidios del gobierno a las empresas. Este es un grupo de interés muy pequeño y concentrado: los 16.000 empleados de Ford Canadá representan solamente una milésima parte de la fuerza laboral canadiense.
En el mundo real, los subsidios existen no porque sean económicamente eficientes, sino porque los intereses concentrados los desean. Parafraseando a Willy Sutton, Ford y DaimlerChrysler le roban a los contribuyentes porque allí es donde está el dinero. Sin embargo más importante aún, los intereses de los contribuyentes se encuentran muy diluidos: $650 millones a Ford y a DaimlerChrysler representan unos meros $22 por cada residente canadiense, lo cual explica por qué el contribuyente promedio no presionará políticamente tan arduamente como el ejecutivo corporativo o sindical promedio. Por lo tanto, como la economía de la elección pública lo sugiere, los intereses concentrados a menudo ganan.
El análisis económico de la política del interés-especial explica también por qué las grandes compañías domésticas obtienen una parte desproporcionada de los subsidios del gobierno. Ford y DaimlerChrysler no son los únicos ejemplos: Casi el 50% de la cartera de préstamos de $21 mil millones del Export Development Canadá beneficia la actividad aeroespacial (predominantemente a la empresa Bombardier) y a la Tecnología de la Información o IT conforme su sigla en inglés (principalmente a Nortel). Si el propósito de los subsidios a las empresas fuese realmente el de crear empleos, ellos irían a las pequeñas empresas las cuales generan más trabajo que las grandes corporaciones.
Considérese la larga cadena de ineficiencias acumulativas. El dólar que el estado toma del contribuyente sustrae más de un dólar de la economía, no principalmente debido a los costos de la recaudación tributaria, sino debido a las distorsiones en los incentivos del trabajo. Este dólar costoso es otorgado a una corporación como incentivo para hacer algo ineficiente. Y el beneficiario obtiene menos de un dólar neto porque él ha gastado dinero en presionar para conseguirlo.
Parte del botín codiciado por Ford y DaimlerChrysler está constituido por exenciones impositivas, como opuestas a los subsidios en efectivo. Desde un punto de vista económico estrecho y corto placista, las exenciones de impuestos son indistinguibles de los subsidios, pues tienen el mismo impacto como incentivos. Pero si tomamos un enfoque de la elección pública de más largo plazo, las ventajas tributarias se vuelven preferibles a los subsidios (o a las garantías, las cuales son tan solo subsidios tipo lotería), porque ellas al menos limitan los ingresos del estado y obligan a restringir la intervención gubernamental.
Otorgar exenciones impositivas en lugar de subsidios tiene sentido también porque las corporaciones financian sus subsidios con sus propios impuestos, en virtud de que pagan cuatro veces más en impuestos que los que obtienen en subsidios. Por otra parte, las exenciones impositivas recompensan la generación de ganancias, mientras que los subsidios son mejores para las compañías que pierden dinero (como Ford lo ha estado haciendo durante dos años).
El fondo de la cuestión es que los subsidios empresariales son económicamente ineficientes y las exenciones fiscales son solamente eficientes como la segunda mejor alternativa en regímenes de alícuotas impositivas ineficientemente altas (y de carga regulatoria). De esta manera, si bien las exenciones impositivas (como opuestas a los subsidios) deberían serles otorgadas a Ford y a DaimlerChrysler, las mismas ventajas deberían encontrarse disponibles para cualquier otra empresa.
Traducido por Gabriel Gasave
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