Ahora que el gran kahuna—Osama bin Laden—ha sido asesinado, la “Guerra contra el Terror” es mucho menos emocionante. Incluso antes de la desaparición de Osama, los expertos causaron escalofríos a las masivas burocracias antiterrorismo del gobierno de los EE.UU. surgidas tras el 11/09, al concluir que la amenaza de al-Qaeda ha sido vastamente debilitada por los propios excesos sanguinarios del grupo contra civiles, muchos de los cuales son musulmanes. No obstante la forma en que funciona el gobierno, todas las agencias—ya sea que luchen contra la pobreza, la obesidad, el acné infantil, o el terrorismo—necesitan una amenaza que exagerar a fin de mantener el flujo de dinero en efectivo desde los asustados contribuyentes. De modo tal que las agencias de lucha contra el terrorismo precisan mantener la amenaza, no obstante que está menguando, fresca en la mente del público y dar a conocer sus esfuerzos para combatir con éxito el peligro. Recientemente, dos incidentes ilustran el grado de la consigna gubernamental de que los “¡terroristas están (aún) viniendo, los terroristas están (aún) viniendo!”
A medida que el público se ha cansado de las interminables, enmarañadas y costosas (en sangre y dinero) guerras de contrainsurgencia en lugares lejanos que parecen guardar sólo una relación tangencial con el hecho de combatir a los insidiosos terroristas, la tecnología ha acudido al rescate. En la actualidad, cualquier presidente de los EE.UU. puede matar a potenciales terroristas con aviones no tripulados de manera más barata y sin las bajas que trae aparejadas el poner tropas sobre el terreno.
Por ejemplo, los EE.UU. están utilizando dicha tecnología en Pakistán, Somalia y Yemen para poner fuera de combate a presuntos terroristas islámicos. Recientemente, un avión no tripulado estadounidense asesinó con éxito a Anwar al-Awlaki, un ciudadano de los EE.UU. que hablaba fluidamente inglés e inspiraba a los militantes islamistas con sus carismáticos discursos. Las autoridades estadounidenses también efectuaron vagas acusaciones de que Anwar estuvo involucrado operativamente con el terrorista oportunamente atrapado llevando explosivos en su ropa interior y un complot para hacer explotar cajas de cartón en aviones de carga en vuelo. Incluso sin tener en cuenta el problema obvio de que la autoridad legal de los Estados Unidos empleada para justificar la violación de la prohibición de la Quinta Enmienda a la Constitución de quitar la vida, la libertad o la propiedad sin un debido proceso—el memorando legal del Departamento de Justicia que justifica el asesinato de Awlaki es clasificado, y Awlaki parecería no estar cubierto por la autorización para la guerra emitida tras el 11 de septiembre, que sólo aprobó la acción militar contra aquellos que perpetraron los ataques del 11/09 o ampararon a los atacantes—el gobierno de los EE.UU. claramente exageró la amenaza que planteaba Awlaki.
Awlaki era poco conocido en el Medio Oriente, y un erudito académico lo llamó “un clérigo del montón”. Por lo tanto, su importancia para la guerra contra el terror fue en gran medida una creación del gobierno y los medios de comunicación estadounidenses. Viendo la oportunidad de un poco de publicidad gratuita—algo que anhelan los terroristas—al-Qaeda empujó entonces a Awlaki aún más hacia el centro de la atención fabricada. Y ahora que los EE.UU. han hecho de él un mártir al asesinarlo en base a criterios secretos, acusaciones vagas y sin un debido proceso, el Departamento de Estado tuvo que hacer pública una alerta de viaje en todo el mundo para los ciudadanos estadounidenses advirtiéndoles de ataques en represalia para vengar la muerte de Awlaki.
También como parte del terrorismo exagerado post-11/09, el gobierno ha creado una lista de vigilancia de terroristas que contiene 420.000 nombres, sin revelar públicamente los criterios utilizados para incluir a tanta gente en ella y sin el debido proceso para que tales personas puedan responder a las acusaciones. Si sólo una fracción de ese enorme e inflado listado está tratando de infligir daño a los Estados Unidos, estamos todos en problemas.
En suma, en la guerra contra el terror, el gobierno de los EE.UU. exagera la amenaza para justificar la expansión de los esfuerzos y presupuestos antiterroristas, sostiene que la guerra es la única forma de combatir eficazmente esta inflada amenaza (en lugar de usar una inteligencia de bajo perfil y medidas de aplicación de la ley, que no generen más terroristas al azuzar el avispero), y crea una amenaza de represalias más amplia mediante el empleo de tales acciones militares draconianas. Este mayor peligro es utilizado para justificar la necesidad de adoptar medidas militares aún más duras, y se intensifica el ciclo de acción-reacción. Resumiendo, el gobierno está creando la demanda de sus propios servicios; las empresas privadas deberían sentirse intimidadas ante esa habilidad.
Y el gobierno no sólo está exagerando la amenaza terrorista, está creándola. Al igual que el desventurado atacante con explosivos bajo sus ropas, que no tenía ni siquiera una bomba lo suficientemente grande como para derribar el avión, un estudiante graduado que el FBI recientemente arrestó por conspirar para volar el Pentágono y el Capitolio de los EE.UU. con un avión a control remoto de aeromodelismo hubiese sido frustrado por el hecho de que el avión no podía acarrear suficientes explosivos como para hacer el trabajo. El estudiante, un ciudadano estadounidense, recibió un tratamiento muy diferente al de Awlaki. En lugar de ser asesinado, fue arrestado, pero antes de eso, el gobierno de los EE.UU. lo ayudó adrede. El gobierno, con el fin de tenderle una trampa, le proporcionó dinero y granadas, rifles de asalto, explosivos plásticos C-4, e incluso el avión a control remoto para llevar a cabo el ataque. Sin todo este dinero y equipamiento, el estudiante probablemente no hubiese sido en absoluto una amenaza. De hecho, según The New York Times, Carmen M. Ortiz, la fiscal de los EE.UU. en Boston, admitió que “El público nunca estuvo en peligro por los artefactos explosivos”.
Este no es un caso aislado. En casos similares, el FBI ha proporcionado los medios para llevar a cabo ataques terroristas pero luego detuvo a los presuntos conspiradores. Tal incitación a cometer delitos ofrece oportunidades para que la gente haga lo que de otro modo no quería o no podía hacer. Y los musulmanes se han quejado de que el FBI se está dirigiendo a su comunidad con dichas tácticas de “te atrapé”.
Esa exageración gubernamental de la amenaza terrorista, o la creación real de la misma, para justificar una mayor acción coercitiva federal hace que uno se cuestione si debe temer más a la baja probabilidad de un atentado terrorista exitoso o a los masivos, costosos e intrusivos esfuerzos del gobierno para combatirlo.
Traducido por Gabriel Gasave
La ilusoria amenaza terrorista del gobierno estadounidense
Ahora que el gran kahuna—Osama bin Laden—ha sido asesinado, la “Guerra contra el Terror” es mucho menos emocionante. Incluso antes de la desaparición de Osama, los expertos causaron escalofríos a las masivas burocracias antiterrorismo del gobierno de los EE.UU. surgidas tras el 11/09, al concluir que la amenaza de al-Qaeda ha sido vastamente debilitada por los propios excesos sanguinarios del grupo contra civiles, muchos de los cuales son musulmanes. No obstante la forma en que funciona el gobierno, todas las agencias—ya sea que luchen contra la pobreza, la obesidad, el acné infantil, o el terrorismo—necesitan una amenaza que exagerar a fin de mantener el flujo de dinero en efectivo desde los asustados contribuyentes. De modo tal que las agencias de lucha contra el terrorismo precisan mantener la amenaza, no obstante que está menguando, fresca en la mente del público y dar a conocer sus esfuerzos para combatir con éxito el peligro. Recientemente, dos incidentes ilustran el grado de la consigna gubernamental de que los “¡terroristas están (aún) viniendo, los terroristas están (aún) viniendo!”
A medida que el público se ha cansado de las interminables, enmarañadas y costosas (en sangre y dinero) guerras de contrainsurgencia en lugares lejanos que parecen guardar sólo una relación tangencial con el hecho de combatir a los insidiosos terroristas, la tecnología ha acudido al rescate. En la actualidad, cualquier presidente de los EE.UU. puede matar a potenciales terroristas con aviones no tripulados de manera más barata y sin las bajas que trae aparejadas el poner tropas sobre el terreno.
Por ejemplo, los EE.UU. están utilizando dicha tecnología en Pakistán, Somalia y Yemen para poner fuera de combate a presuntos terroristas islámicos. Recientemente, un avión no tripulado estadounidense asesinó con éxito a Anwar al-Awlaki, un ciudadano de los EE.UU. que hablaba fluidamente inglés e inspiraba a los militantes islamistas con sus carismáticos discursos. Las autoridades estadounidenses también efectuaron vagas acusaciones de que Anwar estuvo involucrado operativamente con el terrorista oportunamente atrapado llevando explosivos en su ropa interior y un complot para hacer explotar cajas de cartón en aviones de carga en vuelo. Incluso sin tener en cuenta el problema obvio de que la autoridad legal de los Estados Unidos empleada para justificar la violación de la prohibición de la Quinta Enmienda a la Constitución de quitar la vida, la libertad o la propiedad sin un debido proceso—el memorando legal del Departamento de Justicia que justifica el asesinato de Awlaki es clasificado, y Awlaki parecería no estar cubierto por la autorización para la guerra emitida tras el 11 de septiembre, que sólo aprobó la acción militar contra aquellos que perpetraron los ataques del 11/09 o ampararon a los atacantes—el gobierno de los EE.UU. claramente exageró la amenaza que planteaba Awlaki.
Awlaki era poco conocido en el Medio Oriente, y un erudito académico lo llamó “un clérigo del montón”. Por lo tanto, su importancia para la guerra contra el terror fue en gran medida una creación del gobierno y los medios de comunicación estadounidenses. Viendo la oportunidad de un poco de publicidad gratuita—algo que anhelan los terroristas—al-Qaeda empujó entonces a Awlaki aún más hacia el centro de la atención fabricada. Y ahora que los EE.UU. han hecho de él un mártir al asesinarlo en base a criterios secretos, acusaciones vagas y sin un debido proceso, el Departamento de Estado tuvo que hacer pública una alerta de viaje en todo el mundo para los ciudadanos estadounidenses advirtiéndoles de ataques en represalia para vengar la muerte de Awlaki.
También como parte del terrorismo exagerado post-11/09, el gobierno ha creado una lista de vigilancia de terroristas que contiene 420.000 nombres, sin revelar públicamente los criterios utilizados para incluir a tanta gente en ella y sin el debido proceso para que tales personas puedan responder a las acusaciones. Si sólo una fracción de ese enorme e inflado listado está tratando de infligir daño a los Estados Unidos, estamos todos en problemas.
En suma, en la guerra contra el terror, el gobierno de los EE.UU. exagera la amenaza para justificar la expansión de los esfuerzos y presupuestos antiterroristas, sostiene que la guerra es la única forma de combatir eficazmente esta inflada amenaza (en lugar de usar una inteligencia de bajo perfil y medidas de aplicación de la ley, que no generen más terroristas al azuzar el avispero), y crea una amenaza de represalias más amplia mediante el empleo de tales acciones militares draconianas. Este mayor peligro es utilizado para justificar la necesidad de adoptar medidas militares aún más duras, y se intensifica el ciclo de acción-reacción. Resumiendo, el gobierno está creando la demanda de sus propios servicios; las empresas privadas deberían sentirse intimidadas ante esa habilidad.
Y el gobierno no sólo está exagerando la amenaza terrorista, está creándola. Al igual que el desventurado atacante con explosivos bajo sus ropas, que no tenía ni siquiera una bomba lo suficientemente grande como para derribar el avión, un estudiante graduado que el FBI recientemente arrestó por conspirar para volar el Pentágono y el Capitolio de los EE.UU. con un avión a control remoto de aeromodelismo hubiese sido frustrado por el hecho de que el avión no podía acarrear suficientes explosivos como para hacer el trabajo. El estudiante, un ciudadano estadounidense, recibió un tratamiento muy diferente al de Awlaki. En lugar de ser asesinado, fue arrestado, pero antes de eso, el gobierno de los EE.UU. lo ayudó adrede. El gobierno, con el fin de tenderle una trampa, le proporcionó dinero y granadas, rifles de asalto, explosivos plásticos C-4, e incluso el avión a control remoto para llevar a cabo el ataque. Sin todo este dinero y equipamiento, el estudiante probablemente no hubiese sido en absoluto una amenaza. De hecho, según The New York Times, Carmen M. Ortiz, la fiscal de los EE.UU. en Boston, admitió que “El público nunca estuvo en peligro por los artefactos explosivos”.
Este no es un caso aislado. En casos similares, el FBI ha proporcionado los medios para llevar a cabo ataques terroristas pero luego detuvo a los presuntos conspiradores. Tal incitación a cometer delitos ofrece oportunidades para que la gente haga lo que de otro modo no quería o no podía hacer. Y los musulmanes se han quejado de que el FBI se está dirigiendo a su comunidad con dichas tácticas de “te atrapé”.
Esa exageración gubernamental de la amenaza terrorista, o la creación real de la misma, para justificar una mayor acción coercitiva federal hace que uno se cuestione si debe temer más a la baja probabilidad de un atentado terrorista exitoso o a los masivos, costosos e intrusivos esfuerzos del gobierno para combatirlo.
Traducido por Gabriel Gasave
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