En una reciente entrevista de televisión, el Presidente Clinton efectuó la notable confesión de que esperaba un ataque terrorista empleando un arma de destrucción masiva en los Estados Unidos, dentro de los próximos 10 a 20 años. Tan sólo un ataque con dichas armas podría aniquilar a más personas en el territorio de los EE.UU. de las que fuerzas extranjeras han matado en el exterior durante la historia de la república y a la vez provocar presión para restringir severamente nuestras libertades constitucionales. No obstante, el presidente se encuentra negando la mejor solución para reducir las probabilidades de un ataque terrorista catastrófico. El presidente precisa ejercitar cierto dominio de sí mismo en su política exterior tanto como necesita hacerlo en su vida personal.
En agosto de 1998, al justificar los ataques con misiles crucero de los EE.UU. contra Afganistán y Sudán en respuesta a los ataques terroristas con bombas a dos embajadas estadounidenses, el presidente admitió que los estadounidenses son blanco del terrorismo, en parte debido a que los Estados Unidos poseen «responsabilidades de liderazgo únicas en el mundo.» Esa frase, junto con el otro eufemismo «compromiso y ampliación,» es utilizada por la administración para significar el interferir en los asuntos de otras naciones en una cruzada tendiente a difundir la democracia y los mercados libres alrededor del mundo. Aunque las democracias de mercado libre representan una forma superior de organización política y económica, los Estados Unidos deberían servir de ejemplo antes que subvertir su propio sistema constitucional, persiguiendo guerras no declaradas en remotas regiones que tienen poco o nada que ver con los intereses vitales de los EE.UU.. Esas guerras e intervenciones minan en lugar de realzar a la seguridad de los EE.UU., fomentando una innecesaria animosidad entre las naciones y los grupos terroristas. La política de la administración Clinton de compromiso y ampliación debería ser llamada de enredo y peligrosidad.
El presidente se percata de que existe una amenaza severa para el territorio de los EE.UU. y admite que la política exterior estadounidense es la causa principal de la misma (la evidencia empírica apoya esta premisa). Sin embargo, rechaza aceptar el camino más directo para morigerar dicha amenaza: el de reducir la innecesaria intromisión de los EE.UU. en el exterior. En cambio, la solución del presidente es «movilizar al país en las armas biológicas y químicas» y cerciorarse de que el gobierno se encuentre haciendo todo lo posible para cerrar la brecha entre la ofensa y la defensa. En la práctica, el hecho de hacer jugar a la defensa contra una ofensa que tiene conexiones con algunos pocos residentes de los Estados Unidos, ha significado restricciones perjudiciales en las libertades civiles para todos–por ejemplo, la ley antiterrorismo aprobada en 1996 después de los ataques con bombas al World Trade Center y en la Ciudad de Oklahoma y del ataque con gas en el subterráneo de Tokio. El centrarse en las medidas defensivas también ha conducido a más de 90 agencias gubernamentales a utilizar la amenaza para justificar una carrera burocrática por el dinero del presupuesto.
Adoptar algunas medidas defensivas–por ejemplo, almacenar vacunas y antídotos para algunos de los agentes más comunes y entrenar a la policía, a los bomberos, y al personal médico locales para responder a los ataques terroristas catastróficos–es probablemente prudente, pero la acción mediante el gobierno no es generalmente la mejor solución. De hecho, el gobierno nos colocó en esta situación en primer lugar. El uso frecuente por parte de la administración Clinton de las fuerzas armadas para el trabajo social militar alrededor del mundo ha pintado sobre el territorio de los Estados Unidos un gran blanco para que los terroristas le apunten como objetivo. El ataque con bombas al World Trade Center en 1993 y la reciente aprehensión de miembros del grupo terrorista argelino vinculados, según se informa, con Osama bin Laden–uno de los cuales se encontraba presuntamente tratando de contrabandear desde Canadá a los Estados Unidos material para la fabricación de bombas–son dramáticos incidentes de respuestas terroristas a la política exterior de los EE.UU..
Al adoptar los EE.UU. una política exterior más moderada, ¿estarían apaciguando a los terroristas? En absoluto. La acción militar de los EE.UU. debería ser tomada cuando los intereses vitales de los EE.UU. se encuentran en juego o en venganza por ataques terroristas contra los Estados Unidos. Pero el permanecer fuera de pequeños conflictos intra-estados–tales como aquellos en Haití, Somalia, Bosnia, y Kosovo–reducirá el riesgo de que los Estados Unidos enfrenten al terrorismo catastrófico en venganza por la intervención de los EE.UU.. En la era post-Guerra Fría, la gran mayoría de los conflictos en el mundo se encuentran dentro de los territorios de los estados antes que a través de sus fronteras. Los conflictos intra-estados por lo general no amenazan a los intereses vitales de los EE.UU..
La intervención en conflictos internos–es decir, el procurar edificar naciones–no ha sido muy exitosa. Incluso después de la intervención de los EE.UU., Haití sigue siendo pobre, corrupta, y resbalando nuevamente hacia una dictadura. En Somalia, los clanes que guerreaban todavía se encontraban luchando cuando los Estados Unidos partieron y aún lo están haciendo hoy día. En Bosnia y Kosovo, las intervenciones lideradas por los EE.UU. tienen el potencial de convertirse en atolladeros ilimitados. A pesar del despilfarro de los fondos de la ayuda externa, la edificación de una nación en Bosnia ha sido un fracaso. En Kosovo, la intervención aliada ha traído simplemente una limpieza étnica al revés–es decir, los albaneses contra los serbios. La acción militar de los EE.UU. no solucionará los problemas complejos y de larga data de esos países. Tales conflictos internos de tipo étnico, tribal, y religiosos son los conflictos que se encuentran más proclives a generar ataques terroristas vengativos contra los Estados Unidos.
La intromisión de los EE.UU. en los asuntos internos de otros países rara vez mejora la situación allí y pone en peligro innecesariamente a la seguridad de los EE.UU.. El presidente se da cuenta tanto de la severidad de la amenaza del terrorismo catastrófico y de que nuestra política exterior es la causa principal de ella, pero no está tomando la acción que disminuiría lo más dramáticamente posible la vulnerabilidad de los EE.UU.: refrenar su tendencia a intervenir promiscuamente alrededor del mundo. Pero bien, el dominio de sí mismo no es una de las cualidades conocidas del presidente.
Traducido por Gabriel Gasave
La negativa del Presidente a una solución para el terrorismo catastrófico
En una reciente entrevista de televisión, el Presidente Clinton efectuó la notable confesión de que esperaba un ataque terrorista empleando un arma de destrucción masiva en los Estados Unidos, dentro de los próximos 10 a 20 años. Tan sólo un ataque con dichas armas podría aniquilar a más personas en el territorio de los EE.UU. de las que fuerzas extranjeras han matado en el exterior durante la historia de la república y a la vez provocar presión para restringir severamente nuestras libertades constitucionales. No obstante, el presidente se encuentra negando la mejor solución para reducir las probabilidades de un ataque terrorista catastrófico. El presidente precisa ejercitar cierto dominio de sí mismo en su política exterior tanto como necesita hacerlo en su vida personal.
En agosto de 1998, al justificar los ataques con misiles crucero de los EE.UU. contra Afganistán y Sudán en respuesta a los ataques terroristas con bombas a dos embajadas estadounidenses, el presidente admitió que los estadounidenses son blanco del terrorismo, en parte debido a que los Estados Unidos poseen «responsabilidades de liderazgo únicas en el mundo.» Esa frase, junto con el otro eufemismo «compromiso y ampliación,» es utilizada por la administración para significar el interferir en los asuntos de otras naciones en una cruzada tendiente a difundir la democracia y los mercados libres alrededor del mundo. Aunque las democracias de mercado libre representan una forma superior de organización política y económica, los Estados Unidos deberían servir de ejemplo antes que subvertir su propio sistema constitucional, persiguiendo guerras no declaradas en remotas regiones que tienen poco o nada que ver con los intereses vitales de los EE.UU.. Esas guerras e intervenciones minan en lugar de realzar a la seguridad de los EE.UU., fomentando una innecesaria animosidad entre las naciones y los grupos terroristas. La política de la administración Clinton de compromiso y ampliación debería ser llamada de enredo y peligrosidad.
El presidente se percata de que existe una amenaza severa para el territorio de los EE.UU. y admite que la política exterior estadounidense es la causa principal de la misma (la evidencia empírica apoya esta premisa). Sin embargo, rechaza aceptar el camino más directo para morigerar dicha amenaza: el de reducir la innecesaria intromisión de los EE.UU. en el exterior. En cambio, la solución del presidente es «movilizar al país en las armas biológicas y químicas» y cerciorarse de que el gobierno se encuentre haciendo todo lo posible para cerrar la brecha entre la ofensa y la defensa. En la práctica, el hecho de hacer jugar a la defensa contra una ofensa que tiene conexiones con algunos pocos residentes de los Estados Unidos, ha significado restricciones perjudiciales en las libertades civiles para todos–por ejemplo, la ley antiterrorismo aprobada en 1996 después de los ataques con bombas al World Trade Center y en la Ciudad de Oklahoma y del ataque con gas en el subterráneo de Tokio. El centrarse en las medidas defensivas también ha conducido a más de 90 agencias gubernamentales a utilizar la amenaza para justificar una carrera burocrática por el dinero del presupuesto.
Adoptar algunas medidas defensivas–por ejemplo, almacenar vacunas y antídotos para algunos de los agentes más comunes y entrenar a la policía, a los bomberos, y al personal médico locales para responder a los ataques terroristas catastróficos–es probablemente prudente, pero la acción mediante el gobierno no es generalmente la mejor solución. De hecho, el gobierno nos colocó en esta situación en primer lugar. El uso frecuente por parte de la administración Clinton de las fuerzas armadas para el trabajo social militar alrededor del mundo ha pintado sobre el territorio de los Estados Unidos un gran blanco para que los terroristas le apunten como objetivo. El ataque con bombas al World Trade Center en 1993 y la reciente aprehensión de miembros del grupo terrorista argelino vinculados, según se informa, con Osama bin Laden–uno de los cuales se encontraba presuntamente tratando de contrabandear desde Canadá a los Estados Unidos material para la fabricación de bombas–son dramáticos incidentes de respuestas terroristas a la política exterior de los EE.UU..
Al adoptar los EE.UU. una política exterior más moderada, ¿estarían apaciguando a los terroristas? En absoluto. La acción militar de los EE.UU. debería ser tomada cuando los intereses vitales de los EE.UU. se encuentran en juego o en venganza por ataques terroristas contra los Estados Unidos. Pero el permanecer fuera de pequeños conflictos intra-estados–tales como aquellos en Haití, Somalia, Bosnia, y Kosovo–reducirá el riesgo de que los Estados Unidos enfrenten al terrorismo catastrófico en venganza por la intervención de los EE.UU.. En la era post-Guerra Fría, la gran mayoría de los conflictos en el mundo se encuentran dentro de los territorios de los estados antes que a través de sus fronteras. Los conflictos intra-estados por lo general no amenazan a los intereses vitales de los EE.UU..
La intervención en conflictos internos–es decir, el procurar edificar naciones–no ha sido muy exitosa. Incluso después de la intervención de los EE.UU., Haití sigue siendo pobre, corrupta, y resbalando nuevamente hacia una dictadura. En Somalia, los clanes que guerreaban todavía se encontraban luchando cuando los Estados Unidos partieron y aún lo están haciendo hoy día. En Bosnia y Kosovo, las intervenciones lideradas por los EE.UU. tienen el potencial de convertirse en atolladeros ilimitados. A pesar del despilfarro de los fondos de la ayuda externa, la edificación de una nación en Bosnia ha sido un fracaso. En Kosovo, la intervención aliada ha traído simplemente una limpieza étnica al revés–es decir, los albaneses contra los serbios. La acción militar de los EE.UU. no solucionará los problemas complejos y de larga data de esos países. Tales conflictos internos de tipo étnico, tribal, y religiosos son los conflictos que se encuentran más proclives a generar ataques terroristas vengativos contra los Estados Unidos.
La intromisión de los EE.UU. en los asuntos internos de otros países rara vez mejora la situación allí y pone en peligro innecesariamente a la seguridad de los EE.UU.. El presidente se da cuenta tanto de la severidad de la amenaza del terrorismo catastrófico y de que nuestra política exterior es la causa principal de ella, pero no está tomando la acción que disminuiría lo más dramáticamente posible la vulnerabilidad de los EE.UU.: refrenar su tendencia a intervenir promiscuamente alrededor del mundo. Pero bien, el dominio de sí mismo no es una de las cualidades conocidas del presidente.
Traducido por Gabriel Gasave
Defensa y política exteriorTerrorismo y seguridad nacional
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