Las fuerzas del populismo latinoamericano están alineadas detrás de Evo Morales, el ex cocalero que derribó a dos presidentes de Bolivia mediante violentas acciones callejeras y promete una revolución nacionalista si triunfa en los comicios del 18 de diciembre. Aunque encabeza las encuestas, una votación parlamentaria decidirá quién es el próximo presidente si es que ningún candidato obtiene más del 50 por ciento de los sufragios. Pero incluso si Morales no logra superar ese porcentaje, el próximo presidente, posiblemente el candidato de la centroderecha Jorge Quiroga, estará a merced del movimiento de Morales.
Desgraciadamente, Morales no es el personaje de una novela romántica de Chateubriand, el escritor francés del siglo 19 que alivió la mala conciencia de Europa idealizando a los indígenas de América Latina. Esta es una tragedia de la vida real que tendrá consecuencias duraderas para Bolivia.
Evo Morales y su partido, el MAS, han llevado a cabo una exitosa cruzada contra las inversiones extranjeras en Bolivia durante los dos últimos años. La inversión extranjera ha caído a la décima parte de lo que era en el año 2003. Al forzar la cancelación de los contratos extranjeros y la introducción de nuevos impuestos confiscatorios, Morales ha impedido que Bolivia desarrolle unas reservas de gas natural que llegan, en potencia, a los 52 billones de pies cúbicos.
Morales representa una mezcolanza particularmente tóxica de nacionalismo y populismo resurgida en América del Sur en los últimos años. Su movimiento tiene potenciales efectos de «derrame» en los países que limitan con Bolivia, incluido el Perú, donde Ollanta Humala, otro populista nacionalista, está creciendo rápido en las encuestas.
Basta echarle una mirada a la propia vida de Morales para darse cuenta de que sus privaciones, al igual que la de tantos otros indios aymaras, fueron el resultado del nacionalismo, el populismo, y el socialismo, y no, como él lo afirma, de la globalización.
¿Por qué se convirtió en coralero en los años 80? Había nacido en Isallavi, en la región minera de Oruro, en una época en la que las minas de estaño yacían en ruinas. La razón para su declinación fue la revolución de 1952, que las «nacionalizó» y creó una entidad minera burocrática conocida por sus siglas COMIBOL. La revolución elevó los salarios de los mineros en un 50 por ciento pero falló en mantener el nivel de inversiones, a resultas de lo cual la producción colapsó. Eventualmente, miles de familias, entre ellas la familia de Morales, debieron mudarse a otra parte.
Ahora Evo Morales quiere hacer con los campos de gas natural de Tarija lo que la revolución de 1952 hizo con las minas de estaño de Oruro y de otras partes de Bolivia.
¿A dónde se dirigió Evo Morales para escapar de las consecuencias de esas políticas cuando joven? Se fue a las Yungas, cerca de La Paz, para probar suerte con la agricultura. ¿Con qué se encontró? En 1953, el gobierno revolucionario había emprendido una reforma agraria, expropiando aquellas propiedades que consideraba improductivas y entregándoselas a algunas asociaciones campesinas. Las restricciones a los derechos de propiedad fueron tan abundantes y la situación jurídica tan poco confiable que pocos años más tarde Bolivia tuvo que importar alimentos debido a que sus minifundios improductivos resultaban inútiles. A diferencia de la reforma agraria de Taiwán, que creó una masa de campesinos que poseían propiedades, la revolución de Bolivia descapitalizó la tierra. Por ende, cuando Evo Morales llegó a Yungas, se dio cuenta de que la agricultura no se encontraba en mejor estado que la minería.
Hoy, Morales propone hacer con las tierras de su país precisamente lo que se hizo en 1953. Quiere expropiar «aquellas que son improductivas» y cedérselas a las cooperativas campesinas bajo las mismas restricciones que imposibilitaron las economías de escala cinco décadas atrás.
¿Adónde fue el joven Evo después de Yungas? A las selvas del Chapare, que ofrecían la única oportunidad disponible. Esa oportunidad era la coca—coca no precisamente orientada hacia la producción de champú, dentífrico y medicamentos. En el Chapare, el nuevo coralero ascendió por la vía del sindicalismo, hasta surgir en el año 2000 como una voz contra el capital extranjero y las insuficientes reformas de libre mercado de los 90. Culpa a ellas por los males sociales provocados–en verdad-por cinco décadas del malaventurado intento por corregir, a base de populismo y nacionalismo, el legado oligárquico de la época colonial.
Morales acusa al capitalismo estadounidense de empobrecer a Bolivia. ¡Pero si algo hay que achacar a los Estados Unidos es haber financiado el populismo y el socialismo! Entre la revolución de 1952 y la migración interna de Morales en los 80, nueve décimos del dinero que Bolivia recibió del exterior fueron donaciones y créditos blandos de los Estados Unidos. Para 1957, los Estados Unidos subsidiaban el 30 por ciento del presupuesto del gobierno. Con este aliento, nuevas nacionalizaciones tuvieron lugar a finales de los 60 bajo el general Ovando y a comienzos de los 70 bajo el general Juan José Torres. Resulta innecesario decir, que las políticas proteccionistas en boga por toda la región, incluida la substitución de importaciones, fueron dominantes bajo la mayor parte de los gobiernos bolivianos.
Difícilmente puede sorprender que en esas circunstancias miles de familias tuviesen que recurrir a la coca. Luego, atrapados en la política de erradicación de cultivos, vieron su medio de subsistencia casi desaparecer a fines de la década del 90 cuando las hojas de coca fueron reducidas de cerca de 100.000 acres a 7.000 acres (otros 24.000 acres son cultivados legalmente en otras partes). Morales pasó a ser un héroe.
En años recientes, Morales, no el más radical entre los radicales, ha tomado a su país del pescuezo, apretando cada vez que intentaba respirar, como cuando se trató de exportar gas a los Estados Unidos a través de puertos chilenos. Inevitablemente, la reacción a este líder populista en las áreas más modernas del país ha alimentado a la causa separatista de ciertas regiones del sudeste, como Santa Cruz. El resultado es que Bolivia se ha convertido en un polvorín.
¡Buena suerte el 18 de diciembre!
La pesadilla de Bolivia
Las fuerzas del populismo latinoamericano están alineadas detrás de Evo Morales, el ex cocalero que derribó a dos presidentes de Bolivia mediante violentas acciones callejeras y promete una revolución nacionalista si triunfa en los comicios del 18 de diciembre. Aunque encabeza las encuestas, una votación parlamentaria decidirá quién es el próximo presidente si es que ningún candidato obtiene más del 50 por ciento de los sufragios. Pero incluso si Morales no logra superar ese porcentaje, el próximo presidente, posiblemente el candidato de la centroderecha Jorge Quiroga, estará a merced del movimiento de Morales.
Desgraciadamente, Morales no es el personaje de una novela romántica de Chateubriand, el escritor francés del siglo 19 que alivió la mala conciencia de Europa idealizando a los indígenas de América Latina. Esta es una tragedia de la vida real que tendrá consecuencias duraderas para Bolivia.
Evo Morales y su partido, el MAS, han llevado a cabo una exitosa cruzada contra las inversiones extranjeras en Bolivia durante los dos últimos años. La inversión extranjera ha caído a la décima parte de lo que era en el año 2003. Al forzar la cancelación de los contratos extranjeros y la introducción de nuevos impuestos confiscatorios, Morales ha impedido que Bolivia desarrolle unas reservas de gas natural que llegan, en potencia, a los 52 billones de pies cúbicos.
Morales representa una mezcolanza particularmente tóxica de nacionalismo y populismo resurgida en América del Sur en los últimos años. Su movimiento tiene potenciales efectos de «derrame» en los países que limitan con Bolivia, incluido el Perú, donde Ollanta Humala, otro populista nacionalista, está creciendo rápido en las encuestas.
Basta echarle una mirada a la propia vida de Morales para darse cuenta de que sus privaciones, al igual que la de tantos otros indios aymaras, fueron el resultado del nacionalismo, el populismo, y el socialismo, y no, como él lo afirma, de la globalización.
¿Por qué se convirtió en coralero en los años 80? Había nacido en Isallavi, en la región minera de Oruro, en una época en la que las minas de estaño yacían en ruinas. La razón para su declinación fue la revolución de 1952, que las «nacionalizó» y creó una entidad minera burocrática conocida por sus siglas COMIBOL. La revolución elevó los salarios de los mineros en un 50 por ciento pero falló en mantener el nivel de inversiones, a resultas de lo cual la producción colapsó. Eventualmente, miles de familias, entre ellas la familia de Morales, debieron mudarse a otra parte.
Ahora Evo Morales quiere hacer con los campos de gas natural de Tarija lo que la revolución de 1952 hizo con las minas de estaño de Oruro y de otras partes de Bolivia.
¿A dónde se dirigió Evo Morales para escapar de las consecuencias de esas políticas cuando joven? Se fue a las Yungas, cerca de La Paz, para probar suerte con la agricultura. ¿Con qué se encontró? En 1953, el gobierno revolucionario había emprendido una reforma agraria, expropiando aquellas propiedades que consideraba improductivas y entregándoselas a algunas asociaciones campesinas. Las restricciones a los derechos de propiedad fueron tan abundantes y la situación jurídica tan poco confiable que pocos años más tarde Bolivia tuvo que importar alimentos debido a que sus minifundios improductivos resultaban inútiles. A diferencia de la reforma agraria de Taiwán, que creó una masa de campesinos que poseían propiedades, la revolución de Bolivia descapitalizó la tierra. Por ende, cuando Evo Morales llegó a Yungas, se dio cuenta de que la agricultura no se encontraba en mejor estado que la minería.
Hoy, Morales propone hacer con las tierras de su país precisamente lo que se hizo en 1953. Quiere expropiar «aquellas que son improductivas» y cedérselas a las cooperativas campesinas bajo las mismas restricciones que imposibilitaron las economías de escala cinco décadas atrás.
¿Adónde fue el joven Evo después de Yungas? A las selvas del Chapare, que ofrecían la única oportunidad disponible. Esa oportunidad era la coca—coca no precisamente orientada hacia la producción de champú, dentífrico y medicamentos. En el Chapare, el nuevo coralero ascendió por la vía del sindicalismo, hasta surgir en el año 2000 como una voz contra el capital extranjero y las insuficientes reformas de libre mercado de los 90. Culpa a ellas por los males sociales provocados–en verdad-por cinco décadas del malaventurado intento por corregir, a base de populismo y nacionalismo, el legado oligárquico de la época colonial.
Morales acusa al capitalismo estadounidense de empobrecer a Bolivia. ¡Pero si algo hay que achacar a los Estados Unidos es haber financiado el populismo y el socialismo! Entre la revolución de 1952 y la migración interna de Morales en los 80, nueve décimos del dinero que Bolivia recibió del exterior fueron donaciones y créditos blandos de los Estados Unidos. Para 1957, los Estados Unidos subsidiaban el 30 por ciento del presupuesto del gobierno. Con este aliento, nuevas nacionalizaciones tuvieron lugar a finales de los 60 bajo el general Ovando y a comienzos de los 70 bajo el general Juan José Torres. Resulta innecesario decir, que las políticas proteccionistas en boga por toda la región, incluida la substitución de importaciones, fueron dominantes bajo la mayor parte de los gobiernos bolivianos.
Difícilmente puede sorprender que en esas circunstancias miles de familias tuviesen que recurrir a la coca. Luego, atrapados en la política de erradicación de cultivos, vieron su medio de subsistencia casi desaparecer a fines de la década del 90 cuando las hojas de coca fueron reducidas de cerca de 100.000 acres a 7.000 acres (otros 24.000 acres son cultivados legalmente en otras partes). Morales pasó a ser un héroe.
En años recientes, Morales, no el más radical entre los radicales, ha tomado a su país del pescuezo, apretando cada vez que intentaba respirar, como cuando se trató de exportar gas a los Estados Unidos a través de puertos chilenos. Inevitablemente, la reacción a este líder populista en las áreas más modernas del país ha alimentado a la causa separatista de ciertas regiones del sudeste, como Santa Cruz. El resultado es que Bolivia se ha convertido en un polvorín.
¡Buena suerte el 18 de diciembre!
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