La política petrolera a las trompadas de Rusia

23 de noviembre, 2008

Si el presidente electo Barack Obama y sus principales asesores tuviesen que aprender tan solo una cosa de la invasión y ocupación por parte de Rusia de Osetia del Sur este verano, debería ser que Moscú aspira a ser una superpotencia energética.

Rusia ya es el segundo mayor productor de petróleo del mundo, bombeando alrededor de 10 millones de barriles diarios, y es el más grande proveedor de gas natural. Como todos los países exportadores de energía, Rusia se benefició enormemente de la suba de los precios durante la última década. Cada dólar de aumento en el precio del barril de petróleo le transfirió cerca de mil millones de dólares al presupuesto estatal de Rusia. Como resultado, el intercambio de las reservas rusas con el exterior creció de 12 mil millones en 1999 a 470 mil millones a finales del año pasado, un balance solamente igualado por países tales como China, India y los productores petroleros del Medio Oriente.

Cuando los tanques marcharon por Georgia, el Kremlin envió la señal de que pretende dominar las reservas de petróleo y gas natural de las ex repúblicas soviéticas en el lecho del Mar Caspio, planteando una amenaza de interrupciones en el suministro hacia Europa. Esa posibilidad podría darle a Rusia una relevancia política por encima de Alemania, la República Checa, Eslovaquia, Ucrania y otros países de Europa Central y del Este que dependen fuertemente de los combustibles rusos.

A medida que los crecientes precios petroleros fortalecían las manos del Kremlin, el Sr. Putin tomó duras medidas contra los empresarios rusos, destacándose entre ellas el enjuiciamiento y encarcelamiento del Gerente General de la firma Yukos Oil Co., Mikhail Khodorkovsky.

Los activos de la compañía fueron más tarde vendidos a precios de liquidación a las empresas del Estado, una de las cuales—Gazprom—estuvo dirigida por Dmitry Medvedev, el presidente sucesor elegido a dedo por Putin.

A pesar de los contratos existentes con las empresas petroleras occidentales, el Kremlin anuló las licencias de exploración concedidas a ExxonMobil y Chevron, y luego obligó a la Royal Dutch Shell a vender parte de sus tenencias a Gazprom. Incrementando la presión, Rusia luego elevó los precios previamente subsidiados del gas natural a Ucrania y Bielorrusia, dos conductos importantes para las exportaciones de gas hacia Occidente.

La nueva administración Obama debe darse cuenta de que Rusia tiene una potencial ventaja sobre los aliados europeos de los Estados Unidos y jugará su carta energética cuando lo desee: por ejemplo, para bloquear una expansión adicional de la OTAN o de la Unión Europea.

Es probable que la próxima jugada de Rusia, la cual podría demorarse hasta que la economía global comience nuevamente a acelerarse, será un intento de orquestar un cartel global del gas natural en base al modelo de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). Alrededor de 15 países productores de gas, liderados por Rusia e Irán, se reunieron en 2004 y acordaron establecer un “ente ejecutivo” a fin de coordinar los “intereses” en el mercado global del gas.

A medida que la demanda mundial de gas natural comienza a superar a la oferta, los incentivos para reducir colectivamente la producción e incrementar los precios se fortalecerá.

Para los Estados Unidos, la combinación de conservación, una producción de energía ampliada y mejoras en la eficiencia energética es la mejor defensa contra los volátiles precios del petróleo y el chantaje ruso.

Pero la parálisis parlamentaria respecto de la política energética—y una falta de liderazgo de la Casa Blanca—ha bloqueado las soluciones de largo plazo.

Mientras que un incremento de los suministros internos de energía mediante la explotación de los depósitos de petróleo y gas comprobados en la Plataforma Continental Exterior, las montañas del Oeste y Alaska ayudará, el paso más trascendental que pueden dar los Estados Unidos en el frente energético es utilizar más energía en base al carbón y nuclear.

Los Estados Unidos cuentan con una provisión de carbón para unos 250 años, más abundante en términos energéticos que las reservas petroleras de Arabia Saudita o Rusia.

El presidente electo debería reexaminar su posición sobre el carbón en particular. El “carbón limpio” no es un oxímoron. Construir más plantas de energía alimentadas a carbón que empleen nuevas tecnologías para capturar y almacenar las emisiones de dióxido de carbono en lo profundo del subsuelo y conviertan al carbón en un combustible licuado para el transporte son políticas sensibles.

Incrementar nuestra dependencia en la energía carbonífera y nuclear liberará gas natural para los usos hogareño e industrial y haría mucho por inmunizar a los Estados Unidos de las amenazas tanto de la OPEP como de Rusia.

Traducido por Gabriel Gasave

  • es Asesor de Investigación Distinguido en el Independent Institute y Profesor J. Fish Smith de Public Choice en la Utah State University.

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