Si usted es el alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, o la vicealcaldesa de Salud y Servicios Humanos, Linda I. Gibbs, no se sorprenda si recibe una llamada de Aasif Mandvi del programa The Daily Show dentro de los próximos días. Y no se sorprenda demasiado si el resultado se asemeja a su informe sobre la prohibición de incluir juguetes en la Cajita Feliz de McDonald’s en San Francisco a comienzos del año pasado.
He aquí algunas de las razones por las cuales ésta es una idea terrible. Primero, los recursos destinados a la aplicación de la ley tienen usos alternativos. Nueva York tiene problemas mayores que el de las bebidas gaseosas grandes. ¿Es esto realmente algo más respecto de lo cual los sobrecargados funcionarios de la ciudad tienen que preocuparse?
Segundo, la prohibición es tan limitada que está virtualmente garantizado que será ineficaz. El New York Times informa que «[l]a medida no se aplicará a las gaseosas dietéticas, los jugos de frutas, las bebidas a base de leche como los batidos, o las bebidas alcohólicas; no se extenderá a las bebidas que se expenden en almacenes o tiendas de conveniencia”. También quedan exentas las “máquinas expendedoras o los puestos de periódicos que sirven sólo un puñado de productos alimenticios frescos”. En resumen, irá en perjuicio de McDonald’s y creará una ventaja artificial para las tiendas 7-Eleven, a pesar de que a McDonald’s se le seguirá permitiendo ofrecer recargas gratuitas de sus bebidas.
Tercero, esta es una buena forma para que los funcionarios de salud pública luzcan como que están actuando cuando ciertamente es casi un gesto sin sentido que tendrá un efecto limitado, si es que tiene alguno. Los restaurantes de comida rápida y los proveedores de gaseosas son los villanos perfectos: Son empresas grandes y sin rostro que venden “pecaminosas” indulgencias, y nos brindan una buena manera de desviar la culpa por los problemas que causamos nosotros mismos.
Finalmente, como mi colega de The Independent Institute Anthony Gregory señaló el jueves, esta es una clara violación de los derechos individuales y una afrenta a la libertad. Aquí hay algunas palabras bien escogidas del clásico Capitalism and Freedom del gran Milton Friedman. Friedman habría celebrado su cumpleaños 100 este año, y sus palabras son tan ciertas hoy día como lo eran cuando fueron publicadas hace 50 años:
“En tanto la efectiva libertad de intercambio se mantenga, la característica central de la organización del mercado de la actividad económica es que evita que una persona interfiera con otra respeto de la mayor parte de sus actividades. El consumidor está protegido de la coerción por parte del vendedor debido a la presencia de otros vendedores con los que puede acordar. El vendedor está protegido de la coerción por parte del consumidor debido a otros consumidores a los que les puede vender. El empleado está protegido de la coerción por parte del empleador debido a otros empleadores para los cuales él puede trabajar, y así sucesivamente. Y el mercado hace esto de manera impersonal y sin una autoridad centralizada”.
“De hecho, una de las principales fuentes de objeción a una economía libre es precisamente que efectúa muy bien esta tarea. Da a la gente lo que desea en lugar de lo que un grupo particular considera que debería desear. Detrás de la mayor parte de los argumentos contra el libre mercado está una ausencia de creencia en la libertad misma”.
Aquí está el New York Times, citando nuevamente al alcalde Bloomberg:
“»Su argumento, supongo, podría ser que es un poco menos conveniente tener que acarrear dos bebidas de 16 onzas (473 ml) hasta tu asiento en el cine en vez de una de 32 onzas (946 ml)’, dijo el Sr. Bloomberg en un tono sarcástico. ‘Yo no creo que se pueda acusar de que estamos quitando cosas.’”
En realidad, la “acusación de que [están] quitando cosas” no resulta difícil de formular. Es evidente en sí misma: Específicamente, están quitando el derecho de alguien a comprar 32 onzas de gaseosa en un vaso. Hay también un manera sencilla de evitar esto: Los cines podrían empezar a permitir a la gente ingresar con grandes vasos, por una tarifa adicional de un par de dólares.
Es cierto, esto podría ser una molestia menor, pero ¿dónde se detiene? Ciudades como Nueva York y otros han engrasado las resbaladizas laderas a lo largo del Camino de Servidumbre con las grasas trans, y ahora el alcalde Bloomberg desea limitar cómo la gente puede saciar su sed mientras están recorriendo ese camino. Esto no es sino un ejemplo de un problema mucho mayor. Si recientemente usted ha pasado por la seguridad en los aeropuertos o se le ha solicitado una identificación al comprar medicamentos para la tos, está claro que la libertad no va a morir en una revolución violenta. Será asesinada mediante mil puñaladas.
Traducido por Gabriel Gasave
La prohibición de las gaseosas en Nueva York: Un gesto absurdo con un efecto limitado
Si usted es el alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, o la vicealcaldesa de Salud y Servicios Humanos, Linda I. Gibbs, no se sorprenda si recibe una llamada de Aasif Mandvi del programa The Daily Show dentro de los próximos días. Y no se sorprenda demasiado si el resultado se asemeja a su informe sobre la prohibición de incluir juguetes en la Cajita Feliz de McDonald’s en San Francisco a comienzos del año pasado.
He aquí algunas de las razones por las cuales ésta es una idea terrible. Primero, los recursos destinados a la aplicación de la ley tienen usos alternativos. Nueva York tiene problemas mayores que el de las bebidas gaseosas grandes. ¿Es esto realmente algo más respecto de lo cual los sobrecargados funcionarios de la ciudad tienen que preocuparse?
Segundo, la prohibición es tan limitada que está virtualmente garantizado que será ineficaz. El New York Times informa que «[l]a medida no se aplicará a las gaseosas dietéticas, los jugos de frutas, las bebidas a base de leche como los batidos, o las bebidas alcohólicas; no se extenderá a las bebidas que se expenden en almacenes o tiendas de conveniencia”. También quedan exentas las “máquinas expendedoras o los puestos de periódicos que sirven sólo un puñado de productos alimenticios frescos”. En resumen, irá en perjuicio de McDonald’s y creará una ventaja artificial para las tiendas 7-Eleven, a pesar de que a McDonald’s se le seguirá permitiendo ofrecer recargas gratuitas de sus bebidas.
Tercero, esta es una buena forma para que los funcionarios de salud pública luzcan como que están actuando cuando ciertamente es casi un gesto sin sentido que tendrá un efecto limitado, si es que tiene alguno. Los restaurantes de comida rápida y los proveedores de gaseosas son los villanos perfectos: Son empresas grandes y sin rostro que venden “pecaminosas” indulgencias, y nos brindan una buena manera de desviar la culpa por los problemas que causamos nosotros mismos.
Finalmente, como mi colega de The Independent Institute Anthony Gregory señaló el jueves, esta es una clara violación de los derechos individuales y una afrenta a la libertad. Aquí hay algunas palabras bien escogidas del clásico Capitalism and Freedom del gran Milton Friedman. Friedman habría celebrado su cumpleaños 100 este año, y sus palabras son tan ciertas hoy día como lo eran cuando fueron publicadas hace 50 años:
“En tanto la efectiva libertad de intercambio se mantenga, la característica central de la organización del mercado de la actividad económica es que evita que una persona interfiera con otra respeto de la mayor parte de sus actividades. El consumidor está protegido de la coerción por parte del vendedor debido a la presencia de otros vendedores con los que puede acordar. El vendedor está protegido de la coerción por parte del consumidor debido a otros consumidores a los que les puede vender. El empleado está protegido de la coerción por parte del empleador debido a otros empleadores para los cuales él puede trabajar, y así sucesivamente. Y el mercado hace esto de manera impersonal y sin una autoridad centralizada”.
“De hecho, una de las principales fuentes de objeción a una economía libre es precisamente que efectúa muy bien esta tarea. Da a la gente lo que desea en lugar de lo que un grupo particular considera que debería desear. Detrás de la mayor parte de los argumentos contra el libre mercado está una ausencia de creencia en la libertad misma”.
Aquí está el New York Times, citando nuevamente al alcalde Bloomberg:
“»Su argumento, supongo, podría ser que es un poco menos conveniente tener que acarrear dos bebidas de 16 onzas (473 ml) hasta tu asiento en el cine en vez de una de 32 onzas (946 ml)’, dijo el Sr. Bloomberg en un tono sarcástico. ‘Yo no creo que se pueda acusar de que estamos quitando cosas.’”
En realidad, la “acusación de que [están] quitando cosas” no resulta difícil de formular. Es evidente en sí misma: Específicamente, están quitando el derecho de alguien a comprar 32 onzas de gaseosa en un vaso. Hay también un manera sencilla de evitar esto: Los cines podrían empezar a permitir a la gente ingresar con grandes vasos, por una tarifa adicional de un par de dólares.
Es cierto, esto podría ser una molestia menor, pero ¿dónde se detiene? Ciudades como Nueva York y otros han engrasado las resbaladizas laderas a lo largo del Camino de Servidumbre con las grasas trans, y ahora el alcalde Bloomberg desea limitar cómo la gente puede saciar su sed mientras están recorriendo ese camino. Esto no es sino un ejemplo de un problema mucho mayor. Si recientemente usted ha pasado por la seguridad en los aeropuertos o se le ha solicitado una identificación al comprar medicamentos para la tos, está claro que la libertad no va a morir en una revolución violenta. Será asesinada mediante mil puñaladas.
Traducido por Gabriel Gasave
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