La Guerra de Irak ha convertido en refugiados a millones de iraquíes. Han sido étnicamente limpiados o desplazados hacia otras localidades tanto dentro del país como en países vecinos y otros no limítrofes. No obstante ello, la administración Bush, creadora del caos y los estragos en Irak, ha hecho poco para ayudarlos.
Según NBC News, desde abril de 2003, cuando concluyó la acción militar estadounidense inicial, los Estados Unidos habían aceptado a unos escasos 535 refugiados iraquíes. En contraste, los países europeos, muchos de los cuales se opusieron a la invasión de la administración Bush, habían aceptado a 18.000. Un comentarista destacaba que la aceptación de más iraquíes sería una admisión implícita de la administración de que la guerra no estaba saliendo bien.
Bien, adivine qué, la guerra no está resultando bien—y este sucio secretillo ha sido conocido desde hace algún tiempo. El gobierno de los EE.UU. posee una larga tradición de permanecer callado ante hechos embarazosos que han sido por mucho tiempo obvios para todos—a veces con consecuencias desastrosas. Por ejemplo, en el fiasco de Bahía de Cochinos en 1961, el Presidente John F. Kennedy no les permitió a los exiliados cubanos que invadían, al llegar a la playa, contar con el apoyo de su propio poder aéreo o el de los Estados Unidos, debido a que eso hubiese indicado que la invasión tuvo ayuda externa—léase de los Estados Unidos—y no se trataba meramente de un alzamiento autóctono. No importa que los Estados Unidos tuviesen un largo historial de derrocar a gobiernos en América Latina y que los periódicos estadounidenses ya hubiesen difundido artículos que exponían el entrenamiento por parte de los EE.UU. de la fuerza de invasión cubana en el exilio en América Central. En virtud de que le líder cubano Fidel Castro podía leer, alistó una fuerza mucho más grande, la cual estaba esperando por los invasores y los derrotó cuando finalmente desembarcaron.
De modo similar, nadie cree más en los pronunciamientos optimistas de la administración Bush respecto de Irak. Pese a que incluso Harry Reid, el líder de la mayoría en el Senado, todavía tiene problemas para articular la palabra “L”, la gente con algo de sentido común, incluidos los acérrimos simpatizantes republicanos de la administración, han tenido desde hace algún tiempo esa sensación de malestar en sus estómagos de que la causa en Irak ha sido perdida.
A los políticos no les agrada contar al público estadounidense lo que éste no desea oír, pero al menos la administración podría tranquilamente comenzar a abrir las compuertas para los refugiados iraquíes. Muchas de estas personas ayudaron a los Estados Unidos en Irak y podrían encontrarse en grave peligro una vez que las fuerzas estadounidenses sean reducidas o retiradas.
Sin embargo, lamentablemente, los Estados Unidos, el crisol de inmigrantes, poseen antecedentes sorprendentemente pobres en materia de abrir sus fronteras a los refugiados de guerra. Un par de ejemplos resultan ilustrativos. Los Estados Unidos dejaron a muchos de sus amigos a merced de un destino sombrío tras el retiro estadounidense de Vietnam. Además, antes y durante la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos tuvieron el desgraciado antecedente de no aceptar a los judíos que estaban siendo abierta y viciosamente perseguidos por Adolf Hitler. Los Estados Unidos podrían haber salvado muchas vidas inocentes si el magro número de refugiados judíos aceptados hubiese sido elevado de manera significativa. Este antecedente abismal fue uno de los mayores errores de Franklin Delano Roosevelt.
Los Estados Unidos deben hacer algo mejor en el caso de Irak. Gran parte de la violencia en Irak ha sido provocada directa o indirectamente por la política estadounidense. La invasión de Irak fue una guerra de elección contra un ex aliado que jamás había instigado hostilidades contra los Estados Unidos y representaba una amenaza pequeña para la seguridad estadounidense. Los Estados Unidos eligieron deponer a un régimen autoritario que era lo único que mantenía unido a un país díscolo, que ya había tenido su tejido social desgarrado por numerosas guerras y aplastantes sanciones económicas internacionales. Los Estados Unidos, con una fuerza militar insuficiente para proporcionar seguridad al país, luego desbandaron a las únicas otras fuerzas capaces de ayudar a poner orden—las fuerzas de seguridad iraquíes.
Con responsabilidad por muchas de las cosas que ocurren en Irak, la administración Bush precisa reconocer su colosal fracaso y ayudar a salvar a los iraquíes que ya han sacrificado mucho para ayudar a los Estados Unidos en su quijotesca cruzada para llevar la democracia a esa nación dividida. Desafortunadamente para estos iraquíes, ante situaciones similares en el pasado, los Estados Unidos tienen pobres antecedentes, y la administración Bush no es buena ni siquiera al cometer equivocaciones de forma implícita.
Traducido por Gabriel Gasave
La responsabilidad de ayudar a los refugiados iraquíes
La Guerra de Irak ha convertido en refugiados a millones de iraquíes. Han sido étnicamente limpiados o desplazados hacia otras localidades tanto dentro del país como en países vecinos y otros no limítrofes. No obstante ello, la administración Bush, creadora del caos y los estragos en Irak, ha hecho poco para ayudarlos.
Según NBC News, desde abril de 2003, cuando concluyó la acción militar estadounidense inicial, los Estados Unidos habían aceptado a unos escasos 535 refugiados iraquíes. En contraste, los países europeos, muchos de los cuales se opusieron a la invasión de la administración Bush, habían aceptado a 18.000. Un comentarista destacaba que la aceptación de más iraquíes sería una admisión implícita de la administración de que la guerra no estaba saliendo bien.
Bien, adivine qué, la guerra no está resultando bien—y este sucio secretillo ha sido conocido desde hace algún tiempo. El gobierno de los EE.UU. posee una larga tradición de permanecer callado ante hechos embarazosos que han sido por mucho tiempo obvios para todos—a veces con consecuencias desastrosas. Por ejemplo, en el fiasco de Bahía de Cochinos en 1961, el Presidente John F. Kennedy no les permitió a los exiliados cubanos que invadían, al llegar a la playa, contar con el apoyo de su propio poder aéreo o el de los Estados Unidos, debido a que eso hubiese indicado que la invasión tuvo ayuda externa—léase de los Estados Unidos—y no se trataba meramente de un alzamiento autóctono. No importa que los Estados Unidos tuviesen un largo historial de derrocar a gobiernos en América Latina y que los periódicos estadounidenses ya hubiesen difundido artículos que exponían el entrenamiento por parte de los EE.UU. de la fuerza de invasión cubana en el exilio en América Central. En virtud de que le líder cubano Fidel Castro podía leer, alistó una fuerza mucho más grande, la cual estaba esperando por los invasores y los derrotó cuando finalmente desembarcaron.
De modo similar, nadie cree más en los pronunciamientos optimistas de la administración Bush respecto de Irak. Pese a que incluso Harry Reid, el líder de la mayoría en el Senado, todavía tiene problemas para articular la palabra “L”, la gente con algo de sentido común, incluidos los acérrimos simpatizantes republicanos de la administración, han tenido desde hace algún tiempo esa sensación de malestar en sus estómagos de que la causa en Irak ha sido perdida.
A los políticos no les agrada contar al público estadounidense lo que éste no desea oír, pero al menos la administración podría tranquilamente comenzar a abrir las compuertas para los refugiados iraquíes. Muchas de estas personas ayudaron a los Estados Unidos en Irak y podrían encontrarse en grave peligro una vez que las fuerzas estadounidenses sean reducidas o retiradas.
Sin embargo, lamentablemente, los Estados Unidos, el crisol de inmigrantes, poseen antecedentes sorprendentemente pobres en materia de abrir sus fronteras a los refugiados de guerra. Un par de ejemplos resultan ilustrativos. Los Estados Unidos dejaron a muchos de sus amigos a merced de un destino sombrío tras el retiro estadounidense de Vietnam. Además, antes y durante la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos tuvieron el desgraciado antecedente de no aceptar a los judíos que estaban siendo abierta y viciosamente perseguidos por Adolf Hitler. Los Estados Unidos podrían haber salvado muchas vidas inocentes si el magro número de refugiados judíos aceptados hubiese sido elevado de manera significativa. Este antecedente abismal fue uno de los mayores errores de Franklin Delano Roosevelt.
Los Estados Unidos deben hacer algo mejor en el caso de Irak. Gran parte de la violencia en Irak ha sido provocada directa o indirectamente por la política estadounidense. La invasión de Irak fue una guerra de elección contra un ex aliado que jamás había instigado hostilidades contra los Estados Unidos y representaba una amenaza pequeña para la seguridad estadounidense. Los Estados Unidos eligieron deponer a un régimen autoritario que era lo único que mantenía unido a un país díscolo, que ya había tenido su tejido social desgarrado por numerosas guerras y aplastantes sanciones económicas internacionales. Los Estados Unidos, con una fuerza militar insuficiente para proporcionar seguridad al país, luego desbandaron a las únicas otras fuerzas capaces de ayudar a poner orden—las fuerzas de seguridad iraquíes.
Con responsabilidad por muchas de las cosas que ocurren en Irak, la administración Bush precisa reconocer su colosal fracaso y ayudar a salvar a los iraquíes que ya han sacrificado mucho para ayudar a los Estados Unidos en su quijotesca cruzada para llevar la democracia a esa nación dividida. Desafortunadamente para estos iraquíes, ante situaciones similares en el pasado, los Estados Unidos tienen pobres antecedentes, y la administración Bush no es buena ni siquiera al cometer equivocaciones de forma implícita.
Traducido por Gabriel Gasave
Defensa y política exteriorIrak
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