Mientras Irak se enfrenta a una crisis de gobierno y colapsa en lo que parece ser una guerra civil de tres bandos, los republicanos e incluso algunos demócratas—miembros del Congreso y potenciales candidatos presidenciales, como Hillary Clinton, la ex secretaria de Estado del presidente Obama—sostienen que Obama facilitó el crecimiento del grupo radical suní Estado Islámico (anteriormente llamado Estado Islámico de Irak y Siria). Lo culpan por retirar todas las tropas estadounidenses de Irak en 2011 y no suministrar una ayuda mayor para los grupos moderados opuestos al presidente Bachar el Asad en Siria.
Aunque no simpatizo con el presidente Obama, esa lógica es increíblemente horrenda. Si bien los estadounidenses no son conocidos por darle importancia a la historia, uno debería esperar que por lo menos se acuerden de los últimos años. Y el público parece tener al menos una vaga idea de que está cansado de 13 años de guerras locales en lugares lejanos. Sin embargo, los políticos, siempre dispuestos a disipar las vidas de los soldados y los dólares de los contribuyentes en otro fiasco intervencionista, comienzan su historia en 2011, cuando el líder autocrático de Irak, Nuri al Maliki vetó las condiciones de Obama para mantener a las tropas estadounidenses en ese país. De alguna manera, sostienen estos políticos, los Estados Unidos deberían haber mantenido apenas una pequeña fuerza estadounidense en Irak a pesar de la oposición, y la probable hostilidad, del gobierno anfitrión. Olvidar estos hechos y contar la historia a partir de este punto nos lleva a una predisposición hacia una mayor intervención de los Estados Unidos en Irak (y Siria).
De hecho, la invasión y ocupación de Irak en 2003 de George W. Bush condujo directamente a la creación y radicalización de lo que es ahora la brutal agrupación Estado Islámico. El grupo mutó de ser la agrupación al Qaeda en Irak, que se levantó en resistencia a la intervención militar estadounidense. Cualquiera que esté familiarizado con la religión islámica no se sorprendería por el auge de esta resistencia guerrillera a los ocupantes extranjeros no islámicos en suelo islámico. Sin embargo, la mayoría de los políticos estadounidenses, incluidos los funcionarios de alto rango del gobierno de Bush, parecieron desconcertarse.
Por otra parte, el actual líder del grupo, Abu Bakr al Baghdadi, y dos de los otros tres miembros del consejo militar de la agrupación—al igual que muchos otros combatientes del Estado Islámico—se radicalizaron durante su detención en los campos estadounidenses en épocas de la ocupación de los EE.UU.. Pese a la evidente incredulidad de muchos políticos estadounidenses de ambos partidos, a la gente, incluso los no islamistas, rara vez les agrada que su país sea ocupado por una fuerza invasora extranjera.
Además, los militares estadounidense por lo general tratan de ganar la guerra contra la insurgencia “decapitando” su conducción, pero esta táctica casi nunca funciona; en el evolucionario invernadero de la guerra, el hecho de eliminar a los cabecillas de un grupo generalmente sólo da lugar a la aparición de líderes aún más radicales y despiadados. En el caso de al Baghdadi, llegó a la cima de al Qaeda en Irak cuando los Estados Unidos mataron a los dos principales líderes del grupo en 2010. A pesar de que la agrupación centraba entonces sus esfuerzos en derrocar a Assad en la vecina Siria, su base financiera permaneció en Irak aunque cambió su nombre por el de Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS es su sigla en inglés). Si Obama hubiese otorgado mayores cantidades de armas a los grupos más moderados de la oposición en Siria, el ISIS probablemente sería hoy en día aún más fuerte. En la guerra, los grupos más despiadados se apoderan de las armas y las emplean contra todos los demás. Si existe alguna duda acerca de este fenómeno, cuando el ISIS invadió recientemente Irak, desarmó al mejor equipado ejército iraquí y lo puso en retirada. En su actual campaña aérea contra las fuerzas del ahora denominado Estado Islámico, el poderío aéreo estadounidense está combatiendo contra su propio armamento.
Así que si nos retrotraemos en la historia lo suficientemente lejos, llegamos a una conclusión muy diferente a la que los políticos intervencionistas podrían comprender: el intervencionismo original de George W. Bush ha llevado a la radicalización islamista tanto de Irak como de Siria. Más intervención estadounidense—como está ocurriendo ahora con los ataques aéreos para ayudar a los kurdos contra el Estado Islámico en Irak—sólo conducirá a más de lo mismo. Por lo general, implícito en el intervencionismo de los políticos y legisladores estadounidenses está el hecho de que la acción militar de los EE.UU. mejorará las cosas dondequiera que se lleve a cabo. Los Estados Unidos han desestabilizado a Irak, Siria y el Líbano con su invasión y ocupación de Irak, han desestabilizado a Pakistán con su invasión y ocupación de Afganistán, y han desestabilizado a Libia y Malí (y ayudado a crear una base terrorista en el sur de Libia con las armas obtenidas de los depósitos de armamentos de Muamar el Gadafi) después de que una coalición liderada por los Estados Unidos derrocó a Gadafi en Libia. Los Estados Unidos ha alimentado el radicalismo islamista también al intervenir militarmente en Yemen y Somalia.
Con tales antecedentes recientes, uno podría pensar que los políticos estadounidenses estarían demasiado avergonzados como para volver a involucrarse militarmente en Irak. Pero ahora creen que necesitan luchar contra el monstruo que han creado. Pero si el Estado Islámico es más feroz que su antecesor, al Qaeda en Irak, ¿qué criatura más formidable están creando ahora como oposición a los bombardeos estadounidenses?
Traducido por Gabriel Gasave
La revancha por una mayor intervención estadounidense en Irak
Mientras Irak se enfrenta a una crisis de gobierno y colapsa en lo que parece ser una guerra civil de tres bandos, los republicanos e incluso algunos demócratas—miembros del Congreso y potenciales candidatos presidenciales, como Hillary Clinton, la ex secretaria de Estado del presidente Obama—sostienen que Obama facilitó el crecimiento del grupo radical suní Estado Islámico (anteriormente llamado Estado Islámico de Irak y Siria). Lo culpan por retirar todas las tropas estadounidenses de Irak en 2011 y no suministrar una ayuda mayor para los grupos moderados opuestos al presidente Bachar el Asad en Siria.
Aunque no simpatizo con el presidente Obama, esa lógica es increíblemente horrenda. Si bien los estadounidenses no son conocidos por darle importancia a la historia, uno debería esperar que por lo menos se acuerden de los últimos años. Y el público parece tener al menos una vaga idea de que está cansado de 13 años de guerras locales en lugares lejanos. Sin embargo, los políticos, siempre dispuestos a disipar las vidas de los soldados y los dólares de los contribuyentes en otro fiasco intervencionista, comienzan su historia en 2011, cuando el líder autocrático de Irak, Nuri al Maliki vetó las condiciones de Obama para mantener a las tropas estadounidenses en ese país. De alguna manera, sostienen estos políticos, los Estados Unidos deberían haber mantenido apenas una pequeña fuerza estadounidense en Irak a pesar de la oposición, y la probable hostilidad, del gobierno anfitrión. Olvidar estos hechos y contar la historia a partir de este punto nos lleva a una predisposición hacia una mayor intervención de los Estados Unidos en Irak (y Siria).
De hecho, la invasión y ocupación de Irak en 2003 de George W. Bush condujo directamente a la creación y radicalización de lo que es ahora la brutal agrupación Estado Islámico. El grupo mutó de ser la agrupación al Qaeda en Irak, que se levantó en resistencia a la intervención militar estadounidense. Cualquiera que esté familiarizado con la religión islámica no se sorprendería por el auge de esta resistencia guerrillera a los ocupantes extranjeros no islámicos en suelo islámico. Sin embargo, la mayoría de los políticos estadounidenses, incluidos los funcionarios de alto rango del gobierno de Bush, parecieron desconcertarse.
Por otra parte, el actual líder del grupo, Abu Bakr al Baghdadi, y dos de los otros tres miembros del consejo militar de la agrupación—al igual que muchos otros combatientes del Estado Islámico—se radicalizaron durante su detención en los campos estadounidenses en épocas de la ocupación de los EE.UU.. Pese a la evidente incredulidad de muchos políticos estadounidenses de ambos partidos, a la gente, incluso los no islamistas, rara vez les agrada que su país sea ocupado por una fuerza invasora extranjera.
Además, los militares estadounidense por lo general tratan de ganar la guerra contra la insurgencia “decapitando” su conducción, pero esta táctica casi nunca funciona; en el evolucionario invernadero de la guerra, el hecho de eliminar a los cabecillas de un grupo generalmente sólo da lugar a la aparición de líderes aún más radicales y despiadados. En el caso de al Baghdadi, llegó a la cima de al Qaeda en Irak cuando los Estados Unidos mataron a los dos principales líderes del grupo en 2010. A pesar de que la agrupación centraba entonces sus esfuerzos en derrocar a Assad en la vecina Siria, su base financiera permaneció en Irak aunque cambió su nombre por el de Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS es su sigla en inglés). Si Obama hubiese otorgado mayores cantidades de armas a los grupos más moderados de la oposición en Siria, el ISIS probablemente sería hoy en día aún más fuerte. En la guerra, los grupos más despiadados se apoderan de las armas y las emplean contra todos los demás. Si existe alguna duda acerca de este fenómeno, cuando el ISIS invadió recientemente Irak, desarmó al mejor equipado ejército iraquí y lo puso en retirada. En su actual campaña aérea contra las fuerzas del ahora denominado Estado Islámico, el poderío aéreo estadounidense está combatiendo contra su propio armamento.
Así que si nos retrotraemos en la historia lo suficientemente lejos, llegamos a una conclusión muy diferente a la que los políticos intervencionistas podrían comprender: el intervencionismo original de George W. Bush ha llevado a la radicalización islamista tanto de Irak como de Siria. Más intervención estadounidense—como está ocurriendo ahora con los ataques aéreos para ayudar a los kurdos contra el Estado Islámico en Irak—sólo conducirá a más de lo mismo. Por lo general, implícito en el intervencionismo de los políticos y legisladores estadounidenses está el hecho de que la acción militar de los EE.UU. mejorará las cosas dondequiera que se lleve a cabo. Los Estados Unidos han desestabilizado a Irak, Siria y el Líbano con su invasión y ocupación de Irak, han desestabilizado a Pakistán con su invasión y ocupación de Afganistán, y han desestabilizado a Libia y Malí (y ayudado a crear una base terrorista en el sur de Libia con las armas obtenidas de los depósitos de armamentos de Muamar el Gadafi) después de que una coalición liderada por los Estados Unidos derrocó a Gadafi en Libia. Los Estados Unidos ha alimentado el radicalismo islamista también al intervenir militarmente en Yemen y Somalia.
Con tales antecedentes recientes, uno podría pensar que los políticos estadounidenses estarían demasiado avergonzados como para volver a involucrarse militarmente en Irak. Pero ahora creen que necesitan luchar contra el monstruo que han creado. Pero si el Estado Islámico es más feroz que su antecesor, al Qaeda en Irak, ¿qué criatura más formidable están creando ahora como oposición a los bombardeos estadounidenses?
Traducido por Gabriel Gasave
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