En la consiguiente discusión sobre el calentamiento global y otros temas relacionados en la prensa y la “blogosfera”, he sido sorprendido en reiteradas oportunidades por la suposición o expresión de ciertas creencias que me parecen altamente problemáticas. Muchos autores que no son científicos están aprovechando el prestigio de la ciencia y la autoridad de los científicos. La referencia a las “investigaciones revisadas por expertos” y a un supuesto “consenso científico” son consideradas como auténticos golpes de knock-out por muchos comentaristas. Sin embargo muchos de quienes realizan tales referencias me parece que son más o menos ignorantes de cómo la ciencia como una forma de búsqueda del conocimiento y los científicos como individuos profesionales operan, especialmente en la actualidad, cuando los gobiernos nacionales―de manera más notable el gobierno estadounidense―juegan un papel tan abrumador en el financiamiento de la investigación científica y por ende en la determinación de qué científicos llegan a la cima y quiénes se quedan en el camino.
No pretendo poseer conocimientos especializados en climatología o alguna otra ciencia física relacionada, así que nada de lo que pueda decir acerca de cuestiones estrictamente climatológicas o físico-científicas relacionadas merece alguna ponderación. Sin embargo, tengo treinta y nueve años de experiencia profesional―veintiséis como profesor universitario, incluidos quince en una universidad especializada en investigación, y luego trece como investigador, escritor y director―en contacto cercano con científicos de diversas clases, incluidos algunos en ciencias biológicas y físicas y muchos en ciencias sociales y demografía. Me he desempeñado como revisor experto para más de treinta revistas científicas profesionales y como revisor de propuestas de investigación para la National Science Foundation, los National Institutes of Health, y una serie de vastas fundaciones privadas. Fui investigador principal de un importante proyecto de investigación financiado por la NSF en el campo de la demografía. Por lo tanto, considero que sé algo acerca de cómo funciona el sistema.
No funciona como los de afuera parecen pensar.
La revisión por expertos, a la que la gente común le da tanta relevancia, pasa de ser un control importante, allí donde los directores y los árbitros son competentes y responsables, a ser una completa farsa, allí donde no lo son. Como regla, lo que no debería sorprender, el proceso opera en algún punto intermedio, siendo más que una broma pero menos que el sistema casi perfecto del escrutinio olímpico que los de afuera imaginan que es. Cualquier director de un journal que desee, por cualquier motivo, rechazar una contribución puede hacerlo fácilmente escogiendo a los árbitros que sabe plenamente que la destruirán; igualmente, puede obtener fácilmente informes arbitrales favorables. Como siempre he aconsejado a los jóvenes cuyos trabajos fueron rechazados, aparentemente sobre bases impropias o insuficientes, el sistema es algo impredecible. Las venganzas personales, los conflictos ideológicos, las celosías profesionales, las desavenencias metodológicas, la pura autopromoción y un montón de incompetencia e irresponsabilidad lisa y llana no son ajenas al mundo científico; ciertamente, ese mundo está plagado con estos atributos demasiado humanos. En ningún caso la revisión por expertos puede asegurar que la investigación sea correcta en sus procedimientos o sus conclusiones. La historia de toda ciencia es una crónica de una equivocación tras otra. En muchas ciencias estos errores son ampliamente expurgados con el devenir del tiempo; en otras persisten durante largos periodos; y en muchas ciencias, tales como la economía, la actual retrogresión científica puede continuar durante generaciones bajo la equivocada (pero interesada) creencia de que es verdaderamente un progreso.
En un momento dado, puede haber consenso respecto de toda clase de cuestiones en una ciencia en particular. En retrospectiva, no obstante, ese consenso a menudo parecería haber estado equivocado. Tan recientemente como a mediados de los años 70, por ejemplo, existía un consenso científico entre los climatologistas y los científicos de las áreas relacionadas de que la tierra estaba por ingresar en una nueva era de hielo. Se efectuaron propuestas drásticas, tales como hacer explotar bombas de hidrógeno sobre los casquetes polares (para derretirlos) o cortar el estrecho de Bering (para evitar que el agua fría ártica ingresara en el océano Pacífico), para impedir este desastre en ciernes. Científicos de buena reputación, no solamente locos desinformados, efectuaron tales propuestas. Qué rápido nos olvidamos.
Los investigadores que emplean métodos no ortodoxos o marcos teóricos tienen gran dificultad bajo las condiciones modernas para lograr que sus descubrimientos sean publicados en los “mejores” journals o, a veces, en algún journal científico. Los científicos innovadores o los creativos excéntricos siempre tildan a las grandes masas de practicantes de ser casos alocados―hasta que sus hallazgos se tornan imposibles de negar, lo que a menudo ocurre tan solo después de que los maestros de una generación han desaparecido. La ciencia es una extraña empresa: todos se esfuerzan por lograr la próxima innovación, e incluso cuando alguien la logra, generalmente es recibido como si fuese portador del virus Ebola. Demasiada gente ha invertido demasiado en las ideas reinantes; para esa gente una aceptación del fracaso de su propia idea es equivalente a la admisión de que han desperdiciado sus vidas. A menudo, quizás para evitar la disonancia cognitiva, jamás admiten que sus ideas eran erradas. Más importante aún, como regla, en materia de ciencia como en otras partes, para que te vaya bien, debes consentir.
Los mundos de la investigación, en sus confines superiores, son muy pequeños. Los investigadores descollantes conocen a todos los jugadores importantes y saben lo que el resto está haciendo. Asisten a las mismas conferencias, pertenecen a las mismas sociedades, envían a sus estudiantes graduados a ser programas de post-doctorado en los laboratorios del resto, revisan los trabajos de otros para la NSF, los NIH u otras organizaciones gubernamentales de financiamiento, etcétera. Si no pertenece a esta acotada fraternidad, le resultará muy pero muy difícil conseguir una audiencia para su trabajo, publicar en un journal “importante”, adquirir una subvención del gobierno, recibir una invitación para participar en un panel de discusión en una conferencia científica, o ubicar a sus estudiantes de grado en cargos decentes. La totalidad de la organización es tremendamente incestuosa; las interconexiones son numerosas, ajustadas y próximas.
En este contexto, una persona joven y brillante precisa exhibir viveza en la aplicación de la ortodoxia prevaleciente, pero le corresponde no sacudir el bote desafiando nada que sea fundamental o apreciado para los corazones de quienes conforman los comités de revisión de la NSF, los NIH y otras organizaciones de financiamiento. La moderna ciencia biológica y física es, de manera apabullante, ciencia financiada gubernamentalmente. Si su trabajo, por cualquier motivo, no resulta atractivo a los burócratas relevantes de la agencia de financiamiento y comités de revisión académica, puede olvidarse de conseguir algún dinero para llevar adelante su propuesta. Recuérdense las debilidades humanas que mencioné anteriormente; se aplican tanto en el contexto del financiamiento como en el contexto de la publicación. En verdad, estos dos contextos están estrechamente vinculados: si usted no consigue financiamiento, nunca podrá producir un trabajo que sea publicable, y si usted no consigue buenas publicaciones, no seguirá recibiendo financiamiento.
Cuando su investigación entraña la “necesidad” de una drástica acción gubernamental para evitar un desastre inminente o para aliviar algún horrendo problema existente, los burócratas y los legisladores del gobierno (¿puede decir “asignadores de fondos”?) son más proclives a aprobarla. Sí los gerentes de la NSF, los NIH y otras agencias gubernamentales de financiamiento otorgan grandes sumas de dinero a científicos cuyas investigaciones implican que ningún desastre próximo o ningún problema horrendo existe en la actualidad o incluso que, a pesar de que existe un problema, ninguna política gubernamental actualmente factible puede hacer algo para resolverlo sin crear mayores problemas en el proceso, los miembros del Congreso estarán mucho menos inclinados a arrogar dinero a la agencia, con todas las consecuencias que un recorte de las partidas implica para la prosperidad burocrática. Nadie tiene que explicar todas estas cosas a las partes involucradas; no son idiotas, y entienden cómo las ruedas están engrasadas en sus estrechos mundos pequeños.
Finalmente, precisamos desarrollar un sentido mucho más agudo de aquello respecto de lo cual un científico está calificado para hablar y de lo que no está calificado para hablar. Los climatologistas, por ejemplo, están calificados para hablar acerca de la ciencia de la climatología (si bien sujetos a todas las intrusiones sobre la ciencia pura que ya he mencionado). Sin embargo, no se encuentran calificados para afirmar que “debemos actuar ahora” mediante la imposición de “soluciones” gubernamentales de alguna clase imaginada. No son profesionalmente expertos acerca de qué grado de riesgo es mejor o peor que la gente asuma; solamente los individuos que soportan el riesgo pueden tomar la decisión, en virtud de que es una cuestión de preferencia personal, no una cuestión de la ciencia. Los climatologistas nada saben acerca de consideraciones de costo/beneficio; de hecho, la mayor parte de los propios economistas de la corriente mayoritaria están fundamentalmente equivocados respecto de dichas cuestiones (adoptando, por ejemplo, procedimientos y asunciones acerca de la acumulación de valuaciones individuales que carecen de un sólido fundamento científico). Los científicos del clima son las personas mejor calificadas para hablar acerca de la ciencia del clima, pero carecen de calificaciones para hablar sobre políticas públicas, derecho o valores individuales, tasas de preferencia temporal y grados de aversión al riesgo. Al hablar acerca de una acción gubernamental deseable, dan la impresión de que son o bien tontos o charlatanes, pero siguen hablando ―peor aún, hablando con periodistas que buscan el día del juicio final, ni más ni menos.
En este sentido, deberíamos tener bien en cuenta que las Naciones Unidas (y sus comités y agencias que supervisa) no es un organización más científica que el Congreso de los Estados Unidos (y sus comités y agencias que supervisa). Cuando las decisiones y los pronunciamientos provienen de estas organizaciones políticas, tiene sentido tratarlas como esencialmente políticas en su origen y propósito. Los políticos tampoco son estúpidos, sí viciosos, pero no estúpidos. Una cosa que conocen por encima de todo lo demás es cómo hacer que las masas de individuos en estampida aprueben o acepten acciones gubernamentales desacertadas que le cuestan caro al pueblo tanto en su estándar de vida como en sus libertades en el largo plazo.
Traducido por Gabriel Gasave
La revisión por expertos, la publicación en revistas especializadas importantes, el consenso científico, etcétera
En la consiguiente discusión sobre el calentamiento global y otros temas relacionados en la prensa y la “blogosfera”, he sido sorprendido en reiteradas oportunidades por la suposición o expresión de ciertas creencias que me parecen altamente problemáticas. Muchos autores que no son científicos están aprovechando el prestigio de la ciencia y la autoridad de los científicos. La referencia a las “investigaciones revisadas por expertos” y a un supuesto “consenso científico” son consideradas como auténticos golpes de knock-out por muchos comentaristas. Sin embargo muchos de quienes realizan tales referencias me parece que son más o menos ignorantes de cómo la ciencia como una forma de búsqueda del conocimiento y los científicos como individuos profesionales operan, especialmente en la actualidad, cuando los gobiernos nacionales―de manera más notable el gobierno estadounidense―juegan un papel tan abrumador en el financiamiento de la investigación científica y por ende en la determinación de qué científicos llegan a la cima y quiénes se quedan en el camino.
No pretendo poseer conocimientos especializados en climatología o alguna otra ciencia física relacionada, así que nada de lo que pueda decir acerca de cuestiones estrictamente climatológicas o físico-científicas relacionadas merece alguna ponderación. Sin embargo, tengo treinta y nueve años de experiencia profesional―veintiséis como profesor universitario, incluidos quince en una universidad especializada en investigación, y luego trece como investigador, escritor y director―en contacto cercano con científicos de diversas clases, incluidos algunos en ciencias biológicas y físicas y muchos en ciencias sociales y demografía. Me he desempeñado como revisor experto para más de treinta revistas científicas profesionales y como revisor de propuestas de investigación para la National Science Foundation, los National Institutes of Health, y una serie de vastas fundaciones privadas. Fui investigador principal de un importante proyecto de investigación financiado por la NSF en el campo de la demografía. Por lo tanto, considero que sé algo acerca de cómo funciona el sistema.
No funciona como los de afuera parecen pensar.
La revisión por expertos, a la que la gente común le da tanta relevancia, pasa de ser un control importante, allí donde los directores y los árbitros son competentes y responsables, a ser una completa farsa, allí donde no lo son. Como regla, lo que no debería sorprender, el proceso opera en algún punto intermedio, siendo más que una broma pero menos que el sistema casi perfecto del escrutinio olímpico que los de afuera imaginan que es. Cualquier director de un journal que desee, por cualquier motivo, rechazar una contribución puede hacerlo fácilmente escogiendo a los árbitros que sabe plenamente que la destruirán; igualmente, puede obtener fácilmente informes arbitrales favorables. Como siempre he aconsejado a los jóvenes cuyos trabajos fueron rechazados, aparentemente sobre bases impropias o insuficientes, el sistema es algo impredecible. Las venganzas personales, los conflictos ideológicos, las celosías profesionales, las desavenencias metodológicas, la pura autopromoción y un montón de incompetencia e irresponsabilidad lisa y llana no son ajenas al mundo científico; ciertamente, ese mundo está plagado con estos atributos demasiado humanos. En ningún caso la revisión por expertos puede asegurar que la investigación sea correcta en sus procedimientos o sus conclusiones. La historia de toda ciencia es una crónica de una equivocación tras otra. En muchas ciencias estos errores son ampliamente expurgados con el devenir del tiempo; en otras persisten durante largos periodos; y en muchas ciencias, tales como la economía, la actual retrogresión científica puede continuar durante generaciones bajo la equivocada (pero interesada) creencia de que es verdaderamente un progreso.
En un momento dado, puede haber consenso respecto de toda clase de cuestiones en una ciencia en particular. En retrospectiva, no obstante, ese consenso a menudo parecería haber estado equivocado. Tan recientemente como a mediados de los años 70, por ejemplo, existía un consenso científico entre los climatologistas y los científicos de las áreas relacionadas de que la tierra estaba por ingresar en una nueva era de hielo. Se efectuaron propuestas drásticas, tales como hacer explotar bombas de hidrógeno sobre los casquetes polares (para derretirlos) o cortar el estrecho de Bering (para evitar que el agua fría ártica ingresara en el océano Pacífico), para impedir este desastre en ciernes. Científicos de buena reputación, no solamente locos desinformados, efectuaron tales propuestas. Qué rápido nos olvidamos.
Los investigadores que emplean métodos no ortodoxos o marcos teóricos tienen gran dificultad bajo las condiciones modernas para lograr que sus descubrimientos sean publicados en los “mejores” journals o, a veces, en algún journal científico. Los científicos innovadores o los creativos excéntricos siempre tildan a las grandes masas de practicantes de ser casos alocados―hasta que sus hallazgos se tornan imposibles de negar, lo que a menudo ocurre tan solo después de que los maestros de una generación han desaparecido. La ciencia es una extraña empresa: todos se esfuerzan por lograr la próxima innovación, e incluso cuando alguien la logra, generalmente es recibido como si fuese portador del virus Ebola. Demasiada gente ha invertido demasiado en las ideas reinantes; para esa gente una aceptación del fracaso de su propia idea es equivalente a la admisión de que han desperdiciado sus vidas. A menudo, quizás para evitar la disonancia cognitiva, jamás admiten que sus ideas eran erradas. Más importante aún, como regla, en materia de ciencia como en otras partes, para que te vaya bien, debes consentir.
Los mundos de la investigación, en sus confines superiores, son muy pequeños. Los investigadores descollantes conocen a todos los jugadores importantes y saben lo que el resto está haciendo. Asisten a las mismas conferencias, pertenecen a las mismas sociedades, envían a sus estudiantes graduados a ser programas de post-doctorado en los laboratorios del resto, revisan los trabajos de otros para la NSF, los NIH u otras organizaciones gubernamentales de financiamiento, etcétera. Si no pertenece a esta acotada fraternidad, le resultará muy pero muy difícil conseguir una audiencia para su trabajo, publicar en un journal “importante”, adquirir una subvención del gobierno, recibir una invitación para participar en un panel de discusión en una conferencia científica, o ubicar a sus estudiantes de grado en cargos decentes. La totalidad de la organización es tremendamente incestuosa; las interconexiones son numerosas, ajustadas y próximas.
En este contexto, una persona joven y brillante precisa exhibir viveza en la aplicación de la ortodoxia prevaleciente, pero le corresponde no sacudir el bote desafiando nada que sea fundamental o apreciado para los corazones de quienes conforman los comités de revisión de la NSF, los NIH y otras organizaciones de financiamiento. La moderna ciencia biológica y física es, de manera apabullante, ciencia financiada gubernamentalmente. Si su trabajo, por cualquier motivo, no resulta atractivo a los burócratas relevantes de la agencia de financiamiento y comités de revisión académica, puede olvidarse de conseguir algún dinero para llevar adelante su propuesta. Recuérdense las debilidades humanas que mencioné anteriormente; se aplican tanto en el contexto del financiamiento como en el contexto de la publicación. En verdad, estos dos contextos están estrechamente vinculados: si usted no consigue financiamiento, nunca podrá producir un trabajo que sea publicable, y si usted no consigue buenas publicaciones, no seguirá recibiendo financiamiento.
Cuando su investigación entraña la “necesidad” de una drástica acción gubernamental para evitar un desastre inminente o para aliviar algún horrendo problema existente, los burócratas y los legisladores del gobierno (¿puede decir “asignadores de fondos”?) son más proclives a aprobarla. Sí los gerentes de la NSF, los NIH y otras agencias gubernamentales de financiamiento otorgan grandes sumas de dinero a científicos cuyas investigaciones implican que ningún desastre próximo o ningún problema horrendo existe en la actualidad o incluso que, a pesar de que existe un problema, ninguna política gubernamental actualmente factible puede hacer algo para resolverlo sin crear mayores problemas en el proceso, los miembros del Congreso estarán mucho menos inclinados a arrogar dinero a la agencia, con todas las consecuencias que un recorte de las partidas implica para la prosperidad burocrática. Nadie tiene que explicar todas estas cosas a las partes involucradas; no son idiotas, y entienden cómo las ruedas están engrasadas en sus estrechos mundos pequeños.
Finalmente, precisamos desarrollar un sentido mucho más agudo de aquello respecto de lo cual un científico está calificado para hablar y de lo que no está calificado para hablar. Los climatologistas, por ejemplo, están calificados para hablar acerca de la ciencia de la climatología (si bien sujetos a todas las intrusiones sobre la ciencia pura que ya he mencionado). Sin embargo, no se encuentran calificados para afirmar que “debemos actuar ahora” mediante la imposición de “soluciones” gubernamentales de alguna clase imaginada. No son profesionalmente expertos acerca de qué grado de riesgo es mejor o peor que la gente asuma; solamente los individuos que soportan el riesgo pueden tomar la decisión, en virtud de que es una cuestión de preferencia personal, no una cuestión de la ciencia. Los climatologistas nada saben acerca de consideraciones de costo/beneficio; de hecho, la mayor parte de los propios economistas de la corriente mayoritaria están fundamentalmente equivocados respecto de dichas cuestiones (adoptando, por ejemplo, procedimientos y asunciones acerca de la acumulación de valuaciones individuales que carecen de un sólido fundamento científico). Los científicos del clima son las personas mejor calificadas para hablar acerca de la ciencia del clima, pero carecen de calificaciones para hablar sobre políticas públicas, derecho o valores individuales, tasas de preferencia temporal y grados de aversión al riesgo. Al hablar acerca de una acción gubernamental deseable, dan la impresión de que son o bien tontos o charlatanes, pero siguen hablando ―peor aún, hablando con periodistas que buscan el día del juicio final, ni más ni menos.
En este sentido, deberíamos tener bien en cuenta que las Naciones Unidas (y sus comités y agencias que supervisa) no es un organización más científica que el Congreso de los Estados Unidos (y sus comités y agencias que supervisa). Cuando las decisiones y los pronunciamientos provienen de estas organizaciones políticas, tiene sentido tratarlas como esencialmente políticas en su origen y propósito. Los políticos tampoco son estúpidos, sí viciosos, pero no estúpidos. Una cosa que conocen por encima de todo lo demás es cómo hacer que las masas de individuos en estampida aprueben o acepten acciones gubernamentales desacertadas que le cuestan caro al pueblo tanto en su estándar de vida como en sus libertades en el largo plazo.
Traducido por Gabriel Gasave
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