La tragedia y la comedia en la educación posmoderna

9 de marzo, 2007

“Por cada alumno que debe ser protegido de un leve exceso de sensibilidad hay tres que necesitan ser despertados del sopor de la fría vulgaridad. La tarea del educador moderno no es talar junglas sino regar desiertos. La defensa adecuada contra los falsos sentimientos es inculcar sentimientos justos. Al privar de sensibilidad a nuestros alumnos tan solo los volvemos una presa más fácil para el propagandista cuando aparezca. Pues la famélica naturaleza se vengará y un corazón duro no es ninguna protección infalible contra una cabeza blanda”.—C. S. Lewis, The Abolition of Man

Hace algunos semestres, un estudiante señalaba con una semblanza de apoyo popular, que recibía sus noticias nocturnas de los programas noticiosos cómicos y “simulados” en la televisión por cable. Las ramificaciones inmediatas de esto parecían bastante claras.

Resulta difícil, sino casi imposible, promover un mayor conocimiento público mediante la recolección de noticias en una población que tiene a su disposición medios demasiado diversos y a veces fraudulentos. Además, la miríada de fuentes noticiosas modernas solamente sirve para sumarse a la confusión debido a los niveles concomitantes y variables de “giros” u orientaciones editoriales dentro de cada medio de comunicación. Finalmente, el costo, tanto en tiempo como en dinero, son factores que prevalecen en la búsqueda de información de un estudiante universitario. Cualquier medio que proporcione una programación barata, rápida, fácilmente digerible y, como un plus adicional, impertinentemente inteligente parecería ser en ese sentido la favorita.

Uno es llevado inevitablemente a la siguiente conclusión. Considerando todos los factores mencionados precedentemente, muchos en esta generación de estudiantes universitarios escogen obtener su dosis diaria de información, información que esperanzadoramente un día les permitirá una mayor habilidad para los juicios críticos políticos y morales, de las pulidas, adornadas, y envasadas rutinas de los comediantes.

Naturalmente, ante la preocupación por esta rareza, un interrogante puede ser planteado. ¿Por qué la gente joven, dotada con todo lo que la sociedad más influyente sobre la tierra puede proporcionar, procura el conocimiento de los cómicos pagados? La pregunta por supuesto está planteada de manera errada. No es el conocimiento aprovechable el que el estudiante está buscando en su cita nocturna con tales personalidades. En cambio, lo que está siendo procurado, a costa de todo lo demás, es entretenimiento.

Esto apenas difiere dentro de la propia academia. A medida que pasan incesantemente de aula en aula, a los estudiantes de hoy día se les dice que están inmersos en un mundo de letras y pensamientos, que, tras un número determinado de años, los conducirá a ingresar al mundo de los ciudadanos “educados”. Sin embargo, buscando a través de una multiplicidad de cursos y disciplinas, existe un rasgo distintivo perceptible que penetra a muchas de las alternativas disponibles.

En relación a la precoz propensión a favorecer los consejos de los cómicos, muchos estudiantes son atraídos por la cultura de posturas enfrentadas adoptada en muchos casos en una torre de marfil. Pese a ser un tema trillado, merece ser brevemente mencionado. Es la percepción de que de alguna forma, el estudiante y el docente comparten un sentido de solidaridad que resulta valido no estrictamente a través de la relación entre ambas partes, sino por la unión de ambas en contra de la sociedad fuera de los sagrados recintos de la academia. Separados tanto por la distancia como por los diversos antecedentes de ingresos, los miembros de esta “unión” dan forma a la experiencia educativa como si fuese un extenso (e innegablemente tedioso) volumen de autovalidación, a expensas de aquellos que probablemente no podrán comprender el sentimiento colectivo actualmente en exhibición. Todas las semblanzas pasadas y existentes de orden, familiares, clericales, y profesionales, son postuladas en la actualidad como un atavismo monolítico, aunque curiosamente mal definido; el adversario por el cual una sociedad se define a sí misma y a su carga. En épocas más remotas este dragón era algo que había que tumbar y hacia lo cual galopar. Esta es una era diferente, en la que resulta suficiente una puñalada menos arriesgada en los talones. Y, dado que todos los elementos previos se encuentran mezclados dentro de los muros protectores con poca consideración por la responsabilidad, lo que en definitiva se ofrece sobre la bandeja de un estudiante es no obstante otra forma de entretenimiento.

Claramente, perdido en todo esto está el mismísimo aspecto crucial y el propósito de una educación. Perdido y acallado por la incesante autogratificación y adopción de posturas en contra del sabor institucional del momento está el recibimiento de un estudiante de algo que hará la vida, ante la ausencia de otro modo de expresarlo, mejor.

En las condiciones actuales , la educación se asemeja a lo que los antiguos griegos claramente llamarían tragedia: un progresión descendente o caída desde la, alguna vez elevada, posición más encumbrada. Los cuerpos de investigación y los resultados que señalan esto han sido a estas alturas extensamente documentados. Los estudiantes no distinguen la Constitución de la Declaración de la Independencia. Los estudiantes universitarios fallan en aprender, menos aún dominar, los rudimentos de la escritura de un párrafo aceptable. En lugar de animarse audazmente a examinar una disciplina nueva o una disciplina antigua, los cursos universitarios que facultan a los estudiantes a examinar solo aquellas áreas con las que están familiarizados ven colmada su capacidad. El paisaje académico parece un conglomerado de feudos diversificados, cada experto es un duque o un barón gobernando sobre un dominio que está siempre contrayéndose y alienándose. Como resultado final, e irónicamente un regalo de la más reciente programación televisiva, los graduados universitarios adultos luchan para competir en vano con justamente, alumnos de quinto grado en un programa de juegos.

Puede ser que alguien indebida e improbablemente optimista, vea a la comedia surgir de este predicamento. Quizás el único valor humorístico presente esté relacionado con el desparpajo de los periodistas cómicos, una hilaridad más bien estéril y solamente posible a expensas de los demás. No obstante, y en el sentido de la comedia escrita en la Divina Comedia de Dante, una renovada sensación de elevación puede en verdad prevalecer. Pese a carecer de la guía de Virgilio, los estudiantes de hoy día pueden beneficiarse aún del ascenso de una educación auténtica.

Algunas indicaciones integrales, si son tomadas en serio, permitirán más hábilmente que tenga lugar una reforma beneficiosa.

Primero, sin necesariamente deshacer los enfoques sobre el aprendizaje más centrados en los alumnos o en los docentes que dominan el panorama académico, debería ponerse un renovado énfasis en el establecimiento por parte de una universidad de un plan de estudios central. Las grandes obras pasadas y presentes pueden ser evaluadas por cada institución y adaptadas para que encuadren en cada circunstancia particular. Si una institución elige renunciar a esta adaptación, existen colegios y universidades con modelos que funcionan de programas de “grandes libros” disponibles para la investigación.

Los beneficios de un plan de estudios central exitoso exceden sustancialmente al hecho de enraizar a los estudiantes con los cimientos de su civilización. Los comediantes y hombres del espectáculo académico atraen ambos a los estudiantes al representarse a sí mismos como los ajenos o rebeldes de la sociedad. La realidad de la situación es la opuesta. Los periodistas cómicos se desempeñan frente a escenarios y demografías que saben serán amistosas o receptivas a sus mensajes de frivolidad urbana y cosmopolita. Los académicos posmodernos cuentan con una audiencia incluso mejor: una cautiva. Lo que ambos grupos fallan en revelar es que no son los intrépidos retadores del sistema que afirman ser. Esta conclusión es alcanzada por el entendimiento de que, protestas estridentes a un lado, ellos constituyen la cultura dominante, y por ende la mayoría dentro del sistema. Lógicamente es más difícil ladear a los dragones cuando uno es el dragón. Tal vez, este es otro motivo para que se vuelva a considerar a la lógica como matera en un plan de estudios central.

Los planes de estudio centrales no necesitan desprenderse de las disciplinas existentes. Lo anterior puede atraer a los estudiantes por otros motivos que el de ser auténticamente rebeldes. Estos programas son dignos de mencionar no en virtud de la novedad, sino debido a su adherencia a la sustancia en el aprendizaje. La asimilación del temprano desarrollo de la filosofía griega no solamente añade algo de valor externo a la perspicacia de un estudiante. Desafía al estudiante a involucrarse critica y sensiblemente en el análisis introspectivo, análisis que va más allá de la autorevelación a una audiencia cautiva.

Segundo, en el esfuerzo por desarrollar una lista de textos a ser leídos en un programa central así, debe prestarse especial atención a cada fuente que posea lo que Russell Kirk denominaba imaginación moral. Citando a Edmund Burke, Kirk asociaba a este concepto como concerniente a “esa facultad de la percepción ética que avanza más allá de las barreras de la experiencia privada y los acontecimientos momentáneos”.

Cuando los héroes de Homero en La Iliada, tomaban sus decisiones para alcanzar la gloria y de ese modo ser recordados por toda la eternidad, no consideraban que la gloria precisaba un departamento de relaciones públicas competente. Mucho se ha producido en la última generación académica acerca de cómo alguna añeja conspiración exige crípticamente que ciertos libros sean leídos en un canon reglamentario. Este esfuerzo, como se ha dicho, defiende lo que los posmodernistas ven como un deseo eterno por el control a través del poder sobre una sociedad. La única perspectiva que el pensamiento posmoderno exuda en este relato cansino es su propia obsesión de observar absolutamente todo a través de estas lentes pseudo- nietzscheanas. Uno debe peguntar sí estas fuentes son incapaces de alejarse de este hábito, o sí sencillamente no están dispuestas, al ser ellas mismas quienes detentan el poder, a abandonarlo.

No, los guerreros homéricos fueron memorables porque hicieron cosas memorables, enfatizando las creencias eternas. Cuando Aquiles temerariamente desafía al bien, al hombre y al río, se nos recuerda nuestra propia capacidad para los excesos irracionales. Cuando el noble Héctor cae defendiendo a su ciudad, sollozamos hacia adentro por la muerte predestinada de un verdadero paladín de una ciudad y una civilización.

Finalmente, los textos leídos en los planes de estudios centrales precisan ser presentados al estudiante por el instructor teniendo en mente las capacidades intrínsecas del alumno. Tal como lo recordaría C. S. Lewis, la utilización de los “sentimientos justos” debería ser cuidadosamente atendida.

A diferencia de los sofistas tanto antiguos como modernos, que cubrirán a la juventud con la distracción y el entretenimiento que despoja de toda sensibilidad como un preludio a la seducción de sus propias agendas, un educador respalda la decencia latente en todo. Al mostrar a los estudiantes la sustancia detrás de un sólido plan de estudios central, seleccionando estas obras con la imaginación moral en mente, y fomentando el sentido innato de la proporción y rectitud en cada alma humana, los educadores se involucran en una enseñanza legitima. Esta enseñanza permite a los estudiantes ver por sí mismos lo que separa al periplo clarificante de la elevación, del serpenteante, y en definitiva asechado, descenso al salón del sofisma.

Platon y Burke han de haber visto esta bifurcación a lo largo de los costados paralelos del camino. Sí, como sostenía Platon, el mal era la ausencia de bien, así la oscuridad era la ausencia de luz. Burke sostenía que el mal solamente prevalecía cuando el bien no hacia nada. La luz en la academia moderna siempre tiene una oportunidad de prevalecer. Todo lo que la oscuridad siempre se esfuerza por hacer es monopolizar el poder, sencillamente porque sabe que no puede soportar enfrentar a su temido rival.

Traducido por Gabriel Gasave

  • es Investigador Asociado en el Independent Institute y profesor de Filosofía y Civilización Occidental en la Academy of Art University.

Artículos relacionados