Recientemente, Boris Yeltsin recibió gran atención por parte de la prensa por un discurso incoherente en el cual le advertía al Presidente Clinton que bombardear a Irak podría significar una guerra mundial. Por supuesto, la prensa se centró en ese lenguaje provocador, del cual Yeltsin sabiamente se apartó. Menos atención le fue prestada a otro consejo que Yeltsin le diera a Clinton y el cual es de profunda significación y bien digno de que se le preste atención. Respecto de la política de Clinton hacia la más reciente crisis en el Oriente Medio, Yeltsin dijo: «Él está actuando demasiado ruidosamente. Usted tiene que tener más cuidado en un mundo que se encuentra saturado con toda clase de armas en manos de . . . los terroristas. Es todo muy peligroso.» Cuan acertado está Yeltsin.
Durante la Guerra Fría, los Estados Unidos abandonaron renuentemente su política exterior tradicional. Por 175 años, la nación había seguido la política exterior de moderación militar en ultramar y de evitar las alianzas permanentes y enmarañadas (una política que fuera iniciada por George Washington y Thomas Jefferson). Durante la Guerra Fría, en nombre de combatir a la amenaza global del comunismo, los Estados Unidos buscaron micro-administrar casi cada conflicto en cada región de la tierra e intentaron implementar la Pax Americana formando alianzas, tales como la OTAN, la SEATO (Organización del Tratado del Sureste Asiático), y el ANZUS (Pacto del Pacífico Sur.) Después de más de 50 años de esta política, la aberración de la Guerra Fría luce en la actualidad como la norma.
Aun cuando la Guerra Fría concluyó hace ya casi una década, la política exterior estadounidense permanece en piloto automático. Los Estados Unidos continúan interviniendo en lugares poco importantes y lejanos, tales como Bosnia y Somalia, pese a que ninguna superpotencia global existe para capitalizar tal «inestabilidad.» Además, la administración Clinton se encuentra no sólo manteniendo a la OTAN–la alianza militar de la Guerra Fría creada originalmente para defender a Europa occidental contra la Unión Soviética–sino que está ampliando su cobertura territorial y la está transformando, al menos parcialmente, para realizar misiones de respuesta a una crisis y de mantenimiento de la paz incluso más y más lejos.
Aquellos partidarios de morigerar este intervencionismo desenfrenado son etiquetados de «aislacionistas» y caricaturizados como avestruces anticuadas con sus cabezas en las arenas movedizas de un mundo cada vez más interdependiente. La inferencia es que debemos combatir a la «inestabilidad» dondequiera y por todas partes, a fin de que la misma no alcance a las costas de los Estados Unidos.
El mundo ha cambiado y se ha vuelto más interdependiente, pero son los defensores del paradigma de la Guerra Fría los que tienen sus cabezas enterradas en la arena. Fracasan en entender que la intervención por cualquier motivo irrelevante, se ha tornado demasiado peligrosa.
La proliferación de la bastante baja tecnología necesaria para producir armas químicas y biológicas les permite actualmente a los terroristas, bajo el patrocinio de un estado truhán (por ejemplo, Irak) o actuando independientemente, tomar represalias por la excesiva intervención estadounidense en el exterior. En el pasado, el terrorismo fue visto por las grandes potencias como un fastidio antes que como una cuestión de seguridad central. Tanto los gobiernos como los terroristas percibían que provocando muertes masivas perjudicarían la causa de los terroristas. Con ataques vengativos volviéndose más prominentes, esa percepción condescendiente está actualmente cambiando. Un escalofriante estudio del Pentágono, la Respuesta del Departamento de Defensa a las Amenazas Transnacionales, divulga que la amenaza terrorista está creciendo porque ahora los terroristas están queriendo infligir muertes masivas. La Ciudad de Oklahoma, el World Trade Center, y los incidentes del subterráneo de Tokio revelan esto. El informe–lo que es igualmente importante-observa que la tecnología para crear las armas de destrucción masiva ha proliferado a lo largo y a lo ancho del mundo. Debido a que tal proliferación permite que las armas químicas sean producidas en cualquier planta de pesticidas y que las armas biológicas sean hechas en virtualmente cualquier laboratorio biomédico o farmacéutico, la interdependencia creciente en el mundo puede favorecer a David antes que a Goliath. Cantidades pequeñas de esas sustancias letales–fácilmente contrabandeables a los Estados Unidos a través del comercio normal–podrían infligir muertes masivas en cualquier ciudad estadounidense.
La admisión más importante del informe del Departamento de Defensa es la de que «el antecedente histórico demuestra un fuerte correlato entre el involucramiento de los EE.UU. en situaciones internacionales y un aumento en los ataques terroristas contra los Estados Unidos». Las nuevas armas de destrucción masiva disponibles para el terrorista vuelven actualmente a esta una amenaza central para la seguridad nacional. Este ambiente estratégico alterado debería hacer que los Estados Unidos se replanteasen su hábito post-Guerra Fría de intervenir en conflictos que no son vitales a sus intereses nacionales.
Poner en peligro a la patria y a sus ciudadanos para «realzar la estabilidad» o «promover la democracia» en algún lugar distante y poco importante es una concepción torcida de la seguridad nacional. Algunos pueden gritar «apaciguamiento,» pero la defensa de la acción militar rápida, solamente como un recurso de ultima instancia cuando los intereses verdaderamente vitales se encuentran en juego, no tiene nada de esa clase de actitud. Es solamente prudente en un mundo más interdependiente, en el cual incluso los terroristas pueden alcanzar y tocar a los Estados Unidos. ¿Por qué salirnos de nuestro camino para buscarnos enemigos?
En la crisis actual en el Oriente Medio, ni los bombardeos ni los inspectores detendrán a los laboratorios biológicos y químicos móviles y fácilmente encubiertos de Irak, para producir más de esas armas. Irónicamente, en venganza por el bombardeo de los EE.UU., Saddam podría patrocinar un ataque terrorista contra una ciudad estadounidense empleando agentes químicos o biológicos que fueron originariamente producidos para intimidar a sus adversarios regionales y no planteaban ninguna amenaza directa a los Estados Unidos. E Irak difícilmente se encuentre sólo. Muchos otros países y grupos poseen el potencial para producir tales armas a fin de usarlas contra sus enemigos. Clinton debería escuchar la advertencia de Yeltsin y cerciorarse de que los Estados Unidos no se conviertan innecesariamente en uno de esos enemigos.
Traducido por Gabriel Gasave
La venganza terrorista a la que se arriesgan los EE.UU. atacando a Saddam
Recientemente, Boris Yeltsin recibió gran atención por parte de la prensa por un discurso incoherente en el cual le advertía al Presidente Clinton que bombardear a Irak podría significar una guerra mundial. Por supuesto, la prensa se centró en ese lenguaje provocador, del cual Yeltsin sabiamente se apartó. Menos atención le fue prestada a otro consejo que Yeltsin le diera a Clinton y el cual es de profunda significación y bien digno de que se le preste atención. Respecto de la política de Clinton hacia la más reciente crisis en el Oriente Medio, Yeltsin dijo: «Él está actuando demasiado ruidosamente. Usted tiene que tener más cuidado en un mundo que se encuentra saturado con toda clase de armas en manos de . . . los terroristas. Es todo muy peligroso.» Cuan acertado está Yeltsin.
Durante la Guerra Fría, los Estados Unidos abandonaron renuentemente su política exterior tradicional. Por 175 años, la nación había seguido la política exterior de moderación militar en ultramar y de evitar las alianzas permanentes y enmarañadas (una política que fuera iniciada por George Washington y Thomas Jefferson). Durante la Guerra Fría, en nombre de combatir a la amenaza global del comunismo, los Estados Unidos buscaron micro-administrar casi cada conflicto en cada región de la tierra e intentaron implementar la Pax Americana formando alianzas, tales como la OTAN, la SEATO (Organización del Tratado del Sureste Asiático), y el ANZUS (Pacto del Pacífico Sur.) Después de más de 50 años de esta política, la aberración de la Guerra Fría luce en la actualidad como la norma.
Aun cuando la Guerra Fría concluyó hace ya casi una década, la política exterior estadounidense permanece en piloto automático. Los Estados Unidos continúan interviniendo en lugares poco importantes y lejanos, tales como Bosnia y Somalia, pese a que ninguna superpotencia global existe para capitalizar tal «inestabilidad.» Además, la administración Clinton se encuentra no sólo manteniendo a la OTAN–la alianza militar de la Guerra Fría creada originalmente para defender a Europa occidental contra la Unión Soviética–sino que está ampliando su cobertura territorial y la está transformando, al menos parcialmente, para realizar misiones de respuesta a una crisis y de mantenimiento de la paz incluso más y más lejos.
Aquellos partidarios de morigerar este intervencionismo desenfrenado son etiquetados de «aislacionistas» y caricaturizados como avestruces anticuadas con sus cabezas en las arenas movedizas de un mundo cada vez más interdependiente. La inferencia es que debemos combatir a la «inestabilidad» dondequiera y por todas partes, a fin de que la misma no alcance a las costas de los Estados Unidos.
El mundo ha cambiado y se ha vuelto más interdependiente, pero son los defensores del paradigma de la Guerra Fría los que tienen sus cabezas enterradas en la arena. Fracasan en entender que la intervención por cualquier motivo irrelevante, se ha tornado demasiado peligrosa.
La proliferación de la bastante baja tecnología necesaria para producir armas químicas y biológicas les permite actualmente a los terroristas, bajo el patrocinio de un estado truhán (por ejemplo, Irak) o actuando independientemente, tomar represalias por la excesiva intervención estadounidense en el exterior. En el pasado, el terrorismo fue visto por las grandes potencias como un fastidio antes que como una cuestión de seguridad central. Tanto los gobiernos como los terroristas percibían que provocando muertes masivas perjudicarían la causa de los terroristas. Con ataques vengativos volviéndose más prominentes, esa percepción condescendiente está actualmente cambiando. Un escalofriante estudio del Pentágono, la Respuesta del Departamento de Defensa a las Amenazas Transnacionales, divulga que la amenaza terrorista está creciendo porque ahora los terroristas están queriendo infligir muertes masivas. La Ciudad de Oklahoma, el World Trade Center, y los incidentes del subterráneo de Tokio revelan esto. El informe–lo que es igualmente importante-observa que la tecnología para crear las armas de destrucción masiva ha proliferado a lo largo y a lo ancho del mundo. Debido a que tal proliferación permite que las armas químicas sean producidas en cualquier planta de pesticidas y que las armas biológicas sean hechas en virtualmente cualquier laboratorio biomédico o farmacéutico, la interdependencia creciente en el mundo puede favorecer a David antes que a Goliath. Cantidades pequeñas de esas sustancias letales–fácilmente contrabandeables a los Estados Unidos a través del comercio normal–podrían infligir muertes masivas en cualquier ciudad estadounidense.
La admisión más importante del informe del Departamento de Defensa es la de que «el antecedente histórico demuestra un fuerte correlato entre el involucramiento de los EE.UU. en situaciones internacionales y un aumento en los ataques terroristas contra los Estados Unidos». Las nuevas armas de destrucción masiva disponibles para el terrorista vuelven actualmente a esta una amenaza central para la seguridad nacional. Este ambiente estratégico alterado debería hacer que los Estados Unidos se replanteasen su hábito post-Guerra Fría de intervenir en conflictos que no son vitales a sus intereses nacionales.
Poner en peligro a la patria y a sus ciudadanos para «realzar la estabilidad» o «promover la democracia» en algún lugar distante y poco importante es una concepción torcida de la seguridad nacional. Algunos pueden gritar «apaciguamiento,» pero la defensa de la acción militar rápida, solamente como un recurso de ultima instancia cuando los intereses verdaderamente vitales se encuentran en juego, no tiene nada de esa clase de actitud. Es solamente prudente en un mundo más interdependiente, en el cual incluso los terroristas pueden alcanzar y tocar a los Estados Unidos. ¿Por qué salirnos de nuestro camino para buscarnos enemigos?
En la crisis actual en el Oriente Medio, ni los bombardeos ni los inspectores detendrán a los laboratorios biológicos y químicos móviles y fácilmente encubiertos de Irak, para producir más de esas armas. Irónicamente, en venganza por el bombardeo de los EE.UU., Saddam podría patrocinar un ataque terrorista contra una ciudad estadounidense empleando agentes químicos o biológicos que fueron originariamente producidos para intimidar a sus adversarios regionales y no planteaban ninguna amenaza directa a los Estados Unidos. E Irak difícilmente se encuentre sólo. Muchos otros países y grupos poseen el potencial para producir tales armas a fin de usarlas contra sus enemigos. Clinton debería escuchar la advertencia de Yeltsin y cerciorarse de que los Estados Unidos no se conviertan innecesariamente en uno de esos enemigos.
Traducido por Gabriel Gasave
Defensa y política exteriorIrakTerrorismo y seguridad nacional
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