Con un déficit federal abismal y la necesidad de incrementar una vez más la abrumadora deuda del gobierno de los Estados Unidos por encima del límite actual de 14,3 billones de dólares (trillones en inglés), los dos partidos en pugna, como siempre, carecen de coraje político para reducir a sus propios partidarios los beneficios del Estado de Bienestar.
Por ejemplo, los republicanos protegen el presupuesto de defensa, del cual la mayor parte no tiene nada que ver con la lucha contra el terrorismo ni incluso con las tres guerras innecesarias que el gobierno está actualmente librando, sino que distribuye el bienestar entre los contratistas y subcontratistas del área de la defensa estratégicamente repartidos por todo el país para obtener más votos en el Congreso a cambio de negociados.
Los demócratas de distritos parlamentarios y estados con grandes concentraciones de industrias o bases militares también brindan ayuda. A los demócratas, pretendiendo robar a favor de los oprimidos, les encanta llenar de dadivas a la clase media a través de los programas de la Seguridad Social y el Medicare y otros beneficios sociales que efectúan erogaciones sin estar sujetos a la necesidad de contar con fondos. Como quedó demostrado cuando los republicanos desertaron en masa ante el intento de Paul Ryan (Republicano por Wisconsin) de privatizar el Medicare y reformar el Medicaid, incluso los republicanos “desalmados” también tienen miedo de recortar esos programas populares. Por lo tanto, todos desean suprimir el dulce de algún otro, pero al momento de votar no lo hacen por temor a que sea el propio dulce el que resulte eliminado. Se genera una especie de situación de mutua destrucción garantizada solo que esta vez extrapolada de la esfera de las armas nucleares a la arena presupuestaria.
Pero pese a que los políticos se apenan por ser cobardes políticos (lo que son), sólo están haciendo lo que el electorado desea. En el fondo, tanto los políticos republicanos como demócratas creen que algo hay que hacer respecto del monstruoso y peligroso déficit y la deuda, pero tienen miedo de hacer algo porque, por desgracia, el pueblo estadounidense desea las dádivas de su gobierno pero no está dispuesto a pagar por ellas. Además, los políticos suelen quedar en un callejón sin salida sobre lo que debería ser eliminado y respecto de si deberían ser incrementados o no los impuestos para reducir el déficit y limitar la deuda.
Como un intento de solución a este estancamiento presupuestario, he propuesto anteriormente recortes presupuestarios con carácter general y una justificación de ellos para que los políticos la adjunten: “En estos tiempos de peligro fiscal, todos tenemos que sacrificarnos para restablecer la solvencia nacional”. El debate está cambiando poco a poco en el sentido que propuse.
A fin de romper el atolladero causado por el intento de negociar reducciones específicas del gasto para evitar una cesación de pagos estadounidense al fracasar en elevar el techo del endeudamiento nacional, los partidos están negociando actualmente metas y acciones a tomar, en caso de que las metas no se cumplan, para generar en el futuro recortes presupuestarios automáticos y/o incentivos fiscales. Por ejemplo, el presidente Barack Obama ha propuesto el objetivo de reducir el déficit al 2,8 por ciento del PBI (el valor de la economía) para el año 2014 (el déficit del año pasado fue casi la friolera del 9 por ciento del PBI) o reducir de manera automática el gasto y los recortes de impuestos para las personas físicas y las empresas. Los republicanos, sin embargo, desean evitar el recorte de las exenciones fiscales y están a favor de establecer objetivos sólo respecto del gasto y activar reducciones de gastos automáticas si dichos objetivos no se cumplen.
Aquí los republicanos tienen un plan superior, ya que la participación del gasto del gobierno estadounidense (federal, estadual y local) como porcentaje del PBI ha crecido para aproximarse al lastre que los gobiernos europeos han colocado tradicionalmente sobre sus economías y el crecimiento económico—en 2010, en los Estados Unidos, era del 40 por ciento. El Congreso debe reducir a la bestia, no aumentar los impuestos a pagar para un gobierno hinchado. Pronto, el sector privado no será lo suficientemente grande como para pagar por el grandulón y perezoso monstruo gubernamental.
Si solamente los republicanos fuesen realmente serios acerca de su plan. Son buenos para vociferar acerca de la responsabilidad fiscal cuando han sido expulsados de la Casa Blanca, pero rara vez son el partido del gobierno pequeño mientras la ocupan. Por ejemplo, de los 3,2 billones de dólares (trillones en inglés) en concepto de deuda federal acumulada desde el año 2000, la administración Bush, que la mayor parte del tiempo contó con un Congreso republicano, es responsable de 2,6 billones de dólares de ella. Además, históricamente, desde Harry S. Truman, los presidentes demócratas sorprendentemente han sido mucho mejores en relación con la variación anualizada en el gasto como una parte del PBI y la variación anual del déficit como porcentaje del PBI que los republicanos. Desde Truman, el campeón de los recortes presupuestarios de todos los tiempos no fue Ronald Reagan, sino Bill Clinton. Clinton fue el único presidente que no sólo redujo el gasto federal como porcentaje del PBI sino que también redujo el gasto federal per cápita.
Pero en realidad ambos partidos son insinceros, porque están proponiendo objetivos a futuro y acciones automáticas, evitando efectivamente cambios draconianos a nivel general. Esperan que la aterradora perspectiva de los recortes les ayude a llegar a un acuerdo sobre específicas reducciones de gastos, preservando así la mayor parte de sus atesorados programas. Peor aún, los recortes sectoriales probablemente puedan ser evitados arreglando los números y relajando gradual y sosegadamente los objetivos—como ocurrió en los años 80’, durante las administraciones de Reagan y George H.W. Bush, cuando fue sancionada la Ley Gramm-Rudman-Hollings , que estableció objetivos de déficits declinantes para alcanzar un presupuesto equilibrado dentro de los cinco años con la amenaza de recortes en todos los niveles.
Tales artilugios presupuestarios de los objetivos y las acciones a tomar no son sustitutos de la voluntad política. Bill Clinton exhibió esa voluntad en la década del 90—pese a que aumentó los impuestos y se benefició de una economía fuerte, también redujo sustancialmente el gasto y convirtió un déficit enorme en superávit. Para reducir el peligroso tamaño de gobierno, precisamos ahora recuperar la voluntad política y lograr recortes de gastos en todos los niveles, no meramente como una hueca amenaza para alguna fecha futura. Tal peligro fiscal del país incitará a los políticos a liderar, pero dudo que lo hagan.
Traducido por Gabriel Gasave
Las propuestas sobre recortes del gasto en todos los niveles se van tornando populares
Con un déficit federal abismal y la necesidad de incrementar una vez más la abrumadora deuda del gobierno de los Estados Unidos por encima del límite actual de 14,3 billones de dólares (trillones en inglés), los dos partidos en pugna, como siempre, carecen de coraje político para reducir a sus propios partidarios los beneficios del Estado de Bienestar.
Por ejemplo, los republicanos protegen el presupuesto de defensa, del cual la mayor parte no tiene nada que ver con la lucha contra el terrorismo ni incluso con las tres guerras innecesarias que el gobierno está actualmente librando, sino que distribuye el bienestar entre los contratistas y subcontratistas del área de la defensa estratégicamente repartidos por todo el país para obtener más votos en el Congreso a cambio de negociados.
Los demócratas de distritos parlamentarios y estados con grandes concentraciones de industrias o bases militares también brindan ayuda. A los demócratas, pretendiendo robar a favor de los oprimidos, les encanta llenar de dadivas a la clase media a través de los programas de la Seguridad Social y el Medicare y otros beneficios sociales que efectúan erogaciones sin estar sujetos a la necesidad de contar con fondos. Como quedó demostrado cuando los republicanos desertaron en masa ante el intento de Paul Ryan (Republicano por Wisconsin) de privatizar el Medicare y reformar el Medicaid, incluso los republicanos “desalmados” también tienen miedo de recortar esos programas populares. Por lo tanto, todos desean suprimir el dulce de algún otro, pero al momento de votar no lo hacen por temor a que sea el propio dulce el que resulte eliminado. Se genera una especie de situación de mutua destrucción garantizada solo que esta vez extrapolada de la esfera de las armas nucleares a la arena presupuestaria.
Pero pese a que los políticos se apenan por ser cobardes políticos (lo que son), sólo están haciendo lo que el electorado desea. En el fondo, tanto los políticos republicanos como demócratas creen que algo hay que hacer respecto del monstruoso y peligroso déficit y la deuda, pero tienen miedo de hacer algo porque, por desgracia, el pueblo estadounidense desea las dádivas de su gobierno pero no está dispuesto a pagar por ellas. Además, los políticos suelen quedar en un callejón sin salida sobre lo que debería ser eliminado y respecto de si deberían ser incrementados o no los impuestos para reducir el déficit y limitar la deuda.
Como un intento de solución a este estancamiento presupuestario, he propuesto anteriormente recortes presupuestarios con carácter general y una justificación de ellos para que los políticos la adjunten: “En estos tiempos de peligro fiscal, todos tenemos que sacrificarnos para restablecer la solvencia nacional”. El debate está cambiando poco a poco en el sentido que propuse.
A fin de romper el atolladero causado por el intento de negociar reducciones específicas del gasto para evitar una cesación de pagos estadounidense al fracasar en elevar el techo del endeudamiento nacional, los partidos están negociando actualmente metas y acciones a tomar, en caso de que las metas no se cumplan, para generar en el futuro recortes presupuestarios automáticos y/o incentivos fiscales. Por ejemplo, el presidente Barack Obama ha propuesto el objetivo de reducir el déficit al 2,8 por ciento del PBI (el valor de la economía) para el año 2014 (el déficit del año pasado fue casi la friolera del 9 por ciento del PBI) o reducir de manera automática el gasto y los recortes de impuestos para las personas físicas y las empresas. Los republicanos, sin embargo, desean evitar el recorte de las exenciones fiscales y están a favor de establecer objetivos sólo respecto del gasto y activar reducciones de gastos automáticas si dichos objetivos no se cumplen.
Aquí los republicanos tienen un plan superior, ya que la participación del gasto del gobierno estadounidense (federal, estadual y local) como porcentaje del PBI ha crecido para aproximarse al lastre que los gobiernos europeos han colocado tradicionalmente sobre sus economías y el crecimiento económico—en 2010, en los Estados Unidos, era del 40 por ciento. El Congreso debe reducir a la bestia, no aumentar los impuestos a pagar para un gobierno hinchado. Pronto, el sector privado no será lo suficientemente grande como para pagar por el grandulón y perezoso monstruo gubernamental.
Si solamente los republicanos fuesen realmente serios acerca de su plan. Son buenos para vociferar acerca de la responsabilidad fiscal cuando han sido expulsados de la Casa Blanca, pero rara vez son el partido del gobierno pequeño mientras la ocupan. Por ejemplo, de los 3,2 billones de dólares (trillones en inglés) en concepto de deuda federal acumulada desde el año 2000, la administración Bush, que la mayor parte del tiempo contó con un Congreso republicano, es responsable de 2,6 billones de dólares de ella. Además, históricamente, desde Harry S. Truman, los presidentes demócratas sorprendentemente han sido mucho mejores en relación con la variación anualizada en el gasto como una parte del PBI y la variación anual del déficit como porcentaje del PBI que los republicanos. Desde Truman, el campeón de los recortes presupuestarios de todos los tiempos no fue Ronald Reagan, sino Bill Clinton. Clinton fue el único presidente que no sólo redujo el gasto federal como porcentaje del PBI sino que también redujo el gasto federal per cápita.
Pero en realidad ambos partidos son insinceros, porque están proponiendo objetivos a futuro y acciones automáticas, evitando efectivamente cambios draconianos a nivel general. Esperan que la aterradora perspectiva de los recortes les ayude a llegar a un acuerdo sobre específicas reducciones de gastos, preservando así la mayor parte de sus atesorados programas. Peor aún, los recortes sectoriales probablemente puedan ser evitados arreglando los números y relajando gradual y sosegadamente los objetivos—como ocurrió en los años 80’, durante las administraciones de Reagan y George H.W. Bush, cuando fue sancionada la Ley Gramm-Rudman-Hollings , que estableció objetivos de déficits declinantes para alcanzar un presupuesto equilibrado dentro de los cinco años con la amenaza de recortes en todos los niveles.
Tales artilugios presupuestarios de los objetivos y las acciones a tomar no son sustitutos de la voluntad política. Bill Clinton exhibió esa voluntad en la década del 90—pese a que aumentó los impuestos y se benefició de una economía fuerte, también redujo sustancialmente el gasto y convirtió un déficit enorme en superávit. Para reducir el peligroso tamaño de gobierno, precisamos ahora recuperar la voluntad política y lograr recortes de gastos en todos los niveles, no meramente como una hueca amenaza para alguna fecha futura. Tal peligro fiscal del país incitará a los políticos a liderar, pero dudo que lo hagan.
Traducido por Gabriel Gasave
EconomíaImpuestos y presupuestoPolítica fiscal/EndeudamientoPolítica presupuestaria federal
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