Washington, DC—Las recesiones pueden ser una buena cosa: expurgan los excesos de la economía y concentran la atención de la gente en lo equivocadas que son las políticas que a menudo están en el origen de las burbujas financieras. Muchos pensaban que esta recesión en particular ofrecería un beneficio adicional. El aterrizaje de los precios del petróleo forzado por la crisis, se pensaba, debilitaría a las autocracias que, desde Rusia o Irán hasta Venezuela, dependen de ellos.
Ese aterrizaje no ha ocurrido. Los precios del petróleo cayeron un 80 por ciento en las etapas iniciales de la recesión, pero en junio de este año alcanzaron otra vez los $70 el barril. Sus velas han perdido desde entonces algo de viento, pero las perspectivas, incluso si la recesión se prolonga bastante más, apuntan a unos precios elevados.
Las teorías conspirativas abundan cuando se trata del crudo, pero la simple verdad es que los precios del petróleo responden al mercado. Como es evidente desde hace tiempo, la producción existente está disminuyendo y no se espera que los nuevos (y muy escasos) descubrimientos corrijan el desequilibrio, en especial si se tiene en cuenta la demanda insaciable de las economías emergentes.
Estas son malas noticias para quienes anhelaban que personajillos como Vladimir Putin, Mahmoud Ahmadinejad y Hugo Chávez viesen sus arcas agotadas en un futuro inmediato. Y esto hay una cruel paradoja. Parte del motivo por el cual la oferta no ha sido capaz de seguirle los pasos al desmesurado crecimiento de la demanda es la ineficiencia y la corrupción de las empresas petroleras en manos de los Estados; la lista incluye a Rusia (donde la producción cayó en 2008), Irán (donde la gasolina está racionada desde 2007) y Venezuela (donde la producción ha caído en un millón de barriles), y también a países como México, donde el sistema político es democrático pero el petróleo es un monopolio gubernamental. Los regímenes que han provocado una caída de la oferta mundial del “commodity” del que dependen sus dictaduras cosechan ahora los beneficios de los altos precios causados en parte por su propia incompetencia…
De tanto en tanto, como aconteció cuando los abundantes yacimientos petroleros de Tupi fueron descubiertos a fines de 2007 en la cuenca de Santos, en Brasil, se pronostica que los desequilibrios en la producción mundial de crudo serán corregidos. Pero —aparte de la obvia circunstancia de que la explotación tarda muchos años— los mercados no creen que Tupi y otros descubrimientos potenciales compensen la declive de la producción que se está dando en las tiranías petroleras…ni las menguantes reservas en ambientes mucho más civilizados, como los países del Mar del Norte.
La idea de que una caída sostenida de los ingresos petroleros es una sentencia de muerte para una dictadura es altamente discutible. Existen numerosos ejemplos de dictaduras que han sobrevivido e incluso se han fortalecido en la adversidad económica. El norcoreano Kim Il Sung convirtió a la economía de su país, que era mucho más desarrollada que la de Corea del Sur a finales de la Guerra de Corea, en una mediocre autarquía medieval al mismo tiempo que consolidaba su poder totalitario. El cubano Fidel Castro no se debilitó un ápice cuando el colapso de la Unión Soviética acabó con los subsidios de Moscú y La Habana lanzó el “Periodo Especial”, básicamente un descenso a las cavernas de la economía preindustrial.
Si bien no hay certeza alguna de que una autocracia corra peligro de muerte cuando se secan sus fuentes de ingreso, lo que sí es seguro es que si esas fuentes siguen manando el autócrata tendrá la vida más fácil. La razón es simple. La disponibilidad de abundante dinero permite al dictador sobornar a las elites vinculadas al régimen, anestesiar la conciencia crítica de una porción significativa de la población y, cuando el ansia de poder se extiende más allá de las fronteras del país, mantener Estados vasallos. La ausencia de dinero aumenta exponencialmente la necesidad de mantener un Estado policial eficiente cuyo propósito primario es espiar a quienes están cerca del poder y un fuerte aparato de intimidación para infligir un temor paralizante en todos los rincones de la sociedad. Todas las dictaduras hacen algo de esto, pero pueden compensar su propia ineficiencia represiva empleando dinero en comprar lealtades y financiar el populismo redistributivo.
Las realidades del mercado, y probablemente las expectativas inflacionarias causadas por la grosera emisión de dinero en los Estados Unidos y el resto del mundo durante esta recesión, garantizan que las tiranías petroleras del Medio Oriente, Eurasia y América Latina seguirán disfrutando de enormes ingresos. Quienes buscan derrotarlos deberán tener en cuenta este hecho a la hora de diseñar su estrategia.
(c) 2009, The Washington Post Writers Group
Las tiranías del petróleo
Washington, DC—Las recesiones pueden ser una buena cosa: expurgan los excesos de la economía y concentran la atención de la gente en lo equivocadas que son las políticas que a menudo están en el origen de las burbujas financieras. Muchos pensaban que esta recesión en particular ofrecería un beneficio adicional. El aterrizaje de los precios del petróleo forzado por la crisis, se pensaba, debilitaría a las autocracias que, desde Rusia o Irán hasta Venezuela, dependen de ellos.
Ese aterrizaje no ha ocurrido. Los precios del petróleo cayeron un 80 por ciento en las etapas iniciales de la recesión, pero en junio de este año alcanzaron otra vez los $70 el barril. Sus velas han perdido desde entonces algo de viento, pero las perspectivas, incluso si la recesión se prolonga bastante más, apuntan a unos precios elevados.
Las teorías conspirativas abundan cuando se trata del crudo, pero la simple verdad es que los precios del petróleo responden al mercado. Como es evidente desde hace tiempo, la producción existente está disminuyendo y no se espera que los nuevos (y muy escasos) descubrimientos corrijan el desequilibrio, en especial si se tiene en cuenta la demanda insaciable de las economías emergentes.
Estas son malas noticias para quienes anhelaban que personajillos como Vladimir Putin, Mahmoud Ahmadinejad y Hugo Chávez viesen sus arcas agotadas en un futuro inmediato. Y esto hay una cruel paradoja. Parte del motivo por el cual la oferta no ha sido capaz de seguirle los pasos al desmesurado crecimiento de la demanda es la ineficiencia y la corrupción de las empresas petroleras en manos de los Estados; la lista incluye a Rusia (donde la producción cayó en 2008), Irán (donde la gasolina está racionada desde 2007) y Venezuela (donde la producción ha caído en un millón de barriles), y también a países como México, donde el sistema político es democrático pero el petróleo es un monopolio gubernamental. Los regímenes que han provocado una caída de la oferta mundial del “commodity” del que dependen sus dictaduras cosechan ahora los beneficios de los altos precios causados en parte por su propia incompetencia…
De tanto en tanto, como aconteció cuando los abundantes yacimientos petroleros de Tupi fueron descubiertos a fines de 2007 en la cuenca de Santos, en Brasil, se pronostica que los desequilibrios en la producción mundial de crudo serán corregidos. Pero —aparte de la obvia circunstancia de que la explotación tarda muchos años— los mercados no creen que Tupi y otros descubrimientos potenciales compensen la declive de la producción que se está dando en las tiranías petroleras…ni las menguantes reservas en ambientes mucho más civilizados, como los países del Mar del Norte.
La idea de que una caída sostenida de los ingresos petroleros es una sentencia de muerte para una dictadura es altamente discutible. Existen numerosos ejemplos de dictaduras que han sobrevivido e incluso se han fortalecido en la adversidad económica. El norcoreano Kim Il Sung convirtió a la economía de su país, que era mucho más desarrollada que la de Corea del Sur a finales de la Guerra de Corea, en una mediocre autarquía medieval al mismo tiempo que consolidaba su poder totalitario. El cubano Fidel Castro no se debilitó un ápice cuando el colapso de la Unión Soviética acabó con los subsidios de Moscú y La Habana lanzó el “Periodo Especial”, básicamente un descenso a las cavernas de la economía preindustrial.
Si bien no hay certeza alguna de que una autocracia corra peligro de muerte cuando se secan sus fuentes de ingreso, lo que sí es seguro es que si esas fuentes siguen manando el autócrata tendrá la vida más fácil. La razón es simple. La disponibilidad de abundante dinero permite al dictador sobornar a las elites vinculadas al régimen, anestesiar la conciencia crítica de una porción significativa de la población y, cuando el ansia de poder se extiende más allá de las fronteras del país, mantener Estados vasallos. La ausencia de dinero aumenta exponencialmente la necesidad de mantener un Estado policial eficiente cuyo propósito primario es espiar a quienes están cerca del poder y un fuerte aparato de intimidación para infligir un temor paralizante en todos los rincones de la sociedad. Todas las dictaduras hacen algo de esto, pero pueden compensar su propia ineficiencia represiva empleando dinero en comprar lealtades y financiar el populismo redistributivo.
Las realidades del mercado, y probablemente las expectativas inflacionarias causadas por la grosera emisión de dinero en los Estados Unidos y el resto del mundo durante esta recesión, garantizan que las tiranías petroleras del Medio Oriente, Eurasia y América Latina seguirán disfrutando de enormes ingresos. Quienes buscan derrotarlos deberán tener en cuenta este hecho a la hora de diseñar su estrategia.
(c) 2009, The Washington Post Writers Group
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