Ha surgido un consenso de que en realidad no existe una opinión consensuada entre la multitud que integra el movimiento Ocuppy Wall Street y sus diversas ramas. Ocuppy Wall Street representa una colección variopinta de descontentos y desencantados oriundos de todo el espectro político que es algo más que una versión de izquierdas del Tea Party. Por la cobertura que he visto, los »»ocupantes»» efectúan algunas observaciones importantes acerca de las guerras al parecer interminables y la política distributiva que favorece a unos pocos a expensas de la mayoría. Harían bien en tomar a pecho un puñado de lecciones a fin de poder canalizar sus frustraciones en una dirección productiva.
Primero, la riqueza no es una prueba prima facie de que se ha causado un daño. Cuando se le permite operar sin interferencias, el comercio es un juego de suma positiva. Observemos algunos de los nombres en la lista de millonarios Forbes 400. Los Gates y los Walton del mundo no se hicieron ricos robando. Ellos se enriquecieron descubriendo nuevas y mejores maneras de hacer mejores las vidas de otras personas—en síntesis, mediante la creación de riqueza. Esto no es para adular a los ricos: sin duda, usted encontrará esqueletos en todos los placares y suciedad debajo de cada alfombra si se esfuerza lo suficiente en buscar. En general, sin embargo, ha sido el acceso a las instituciones de la sociedad comercial en lugar del acceso a las instituciones de la sociedad política lo que explica algunas de las grandes fortunas respecto de las cuales muchos de los »»ocupantes»» están tan ofuscados.
Esto plantea un segundo punto importante esbozado originalmente por el Premio Nobel Robert Lucas: el crecimiento económico, no la redistribución, es lo que saca a la gente de la pobreza. Si somos serios acerca de aliviar el sufrimiento, engullirnos a los ricos es un curso de acción espectacularmente insensato. Como escribe Lucas:
«De las tendencias que son perjudiciales para la sana economía, la más seductora, y en mi opinión la más ponzoñosa, es la de centrarse en las cuestiones de la distribución. En este mismo instante, un niño está naciendo en una familia estadounidense y otro niño, igualmente valorado por Dios, está naciendo en una familia en la India. Los recursos de todo tipo que estarán a disposición de este nuevo estadounidense serán del orden de unas 15 veces los recursos disponibles para su hermano indio. Esto nos parece una terrible injusticia, que justifica una acción correctiva directa, y tal vez algunas acciones de este tipo pueden y deberían ser tomadas. Pero del gran aumento en el bienestar de cientos de millones de personas que se ha producido en el transcurso de los 200 años que van desde la revolución industrial hasta la fecha, virtualmente nada puede ser atribuido a la redistribución directa de los recursos de los ricos a los pobres. El potencial para mejorar la vida de los pobres mediante la búsqueda de diferentes maneras de distribuir la producción actual no es nada comparado con el potencial aparentemente ilimitado de aumentar la producción».
Tercero, hay poca consistencia cuando se trata de hablar de los rescates financieros. Al respecto, hay muy poca franqueza. Steven Horwitz señala la inconsistencia en el hecho de condenar abiertamente los rescates bancarios y agitar a favor de un alivio de la carga de los préstamos estudiantiles: “Quejarse de los rescates bancarios a la vez que se argumenta, como lo han hecho algunos, a favor de la condonación de la deuda para los préstamos estudiantiles sugiere que el problema no es que el gobierno no debería rescatar a las inversiones fallidas, sino solamente que no debería rescatar a las inversiones fallidas realizadas por las corporaciones”.
Muchas personas están aprendiendo que describir su gasto en la educación superior como “inversiones fallidas” es probablemente equivocar el lado de la interpretación de la caridad. Sería más razonable decir que la asistencia a una universidad cara para obtener un título ‘boutique’ con limitadas posibilidades de empleo es consumo, no inversión.
Tal como también destaca Horwitz, esto también nos debería hacer reflexionar un poco sobre lo que significa dar “poder al pueblo”. Supongamos que usted se ha pasado varios años consiguiendo un título en un campo donde no hay puestos de trabajo, y encuentra que la concatenación de las decisiones voluntarias de la gente en el mercado implica que sus oportunidades más atractivas se relacionan con atender mesas o preparar café.
¿Por qué debería estar usted disgustado? Modifico aquí algo que leí por primera vez en el blog del economista y politólogo de la Duke University Michael Munger. “Poder para el pueblo” es aparentemente algo del todo bueno y que está bien hasta que “el pueblo” comienza a tomar las decisiones equivocadas. En ese caso, el poder lo acumularán aquellos que saben lo que realmente es lo mejor para “el pueblo”. Podrá haber disidentes, seguro, pero no se puede hacer una tortilla sin romper algunos huevos.
Cuarto, como explica Sheldon Richman, “Wall Street no podría haberlo hecho solo”. La comisión de un acto delictivo estuvo permitida o fue alentada por el gobierno. En su libro The Housing Boom and Bust (que reseño aquí) Thomas Sowell explica cómo la causa actual a favor de la protesta y la indignación–los bancos otorgando prestamos que la gente no entendía para ayudarles a comprar casas que no podían pagar–era el objetivo de la política de ayer.
Mientras una gran cantidad de gente se imagina al modelo político como una forma de noble salvajismo que está corrompido por personas malvadas que obstinadamente se niegan a jugar el juego de la manera “correcta”, el tipo de intrigas que tienen a los »»ocupantes»» (y a los miembros del Tea Party) tan atareados son (tomando prestado de Steven Horwitz otra vez) características de la sociedad política, no defectos. Como el economista Gordon Tullock ha argumentado, lo que debería desconcertarnos no es el hecho de que los políticos estén a la venta. Lo que debería dejarnos perplejos es que la oferta de favores políticos en el mercado sea tan competitiva que los favores puedan conseguirse a precios tan bajos.
A la luz de las condiciones económicas, no es de extrañar que la gente esté enojada. Es importante, sin embargo, que se enojen por las cosas correctas. Culpar a la “avaricia” es inútli; como ha escrito el economista Lawrence H. White, culpar a la “avaricia” por el malestar económico es como culpar a la gravedad por los accidentes aéreos. La realidad es mucho más compleja, y la simple ira, no importa cuán bien organizada, es improbable que nos beneficie mucho.
Traducido por Gabriel Gasave
Lecciones de y para la lucha de clases en Wall Street
Ha surgido un consenso de que en realidad no existe una opinión consensuada entre la multitud que integra el movimiento Ocuppy Wall Street y sus diversas ramas. Ocuppy Wall Street representa una colección variopinta de descontentos y desencantados oriundos de todo el espectro político que es algo más que una versión de izquierdas del Tea Party. Por la cobertura que he visto, los »»ocupantes»» efectúan algunas observaciones importantes acerca de las guerras al parecer interminables y la política distributiva que favorece a unos pocos a expensas de la mayoría. Harían bien en tomar a pecho un puñado de lecciones a fin de poder canalizar sus frustraciones en una dirección productiva.
Primero, la riqueza no es una prueba prima facie de que se ha causado un daño. Cuando se le permite operar sin interferencias, el comercio es un juego de suma positiva. Observemos algunos de los nombres en la lista de millonarios Forbes 400. Los Gates y los Walton del mundo no se hicieron ricos robando. Ellos se enriquecieron descubriendo nuevas y mejores maneras de hacer mejores las vidas de otras personas—en síntesis, mediante la creación de riqueza. Esto no es para adular a los ricos: sin duda, usted encontrará esqueletos en todos los placares y suciedad debajo de cada alfombra si se esfuerza lo suficiente en buscar. En general, sin embargo, ha sido el acceso a las instituciones de la sociedad comercial en lugar del acceso a las instituciones de la sociedad política lo que explica algunas de las grandes fortunas respecto de las cuales muchos de los »»ocupantes»» están tan ofuscados.
Esto plantea un segundo punto importante esbozado originalmente por el Premio Nobel Robert Lucas: el crecimiento económico, no la redistribución, es lo que saca a la gente de la pobreza. Si somos serios acerca de aliviar el sufrimiento, engullirnos a los ricos es un curso de acción espectacularmente insensato. Como escribe Lucas:
«De las tendencias que son perjudiciales para la sana economía, la más seductora, y en mi opinión la más ponzoñosa, es la de centrarse en las cuestiones de la distribución. En este mismo instante, un niño está naciendo en una familia estadounidense y otro niño, igualmente valorado por Dios, está naciendo en una familia en la India. Los recursos de todo tipo que estarán a disposición de este nuevo estadounidense serán del orden de unas 15 veces los recursos disponibles para su hermano indio. Esto nos parece una terrible injusticia, que justifica una acción correctiva directa, y tal vez algunas acciones de este tipo pueden y deberían ser tomadas. Pero del gran aumento en el bienestar de cientos de millones de personas que se ha producido en el transcurso de los 200 años que van desde la revolución industrial hasta la fecha, virtualmente nada puede ser atribuido a la redistribución directa de los recursos de los ricos a los pobres. El potencial para mejorar la vida de los pobres mediante la búsqueda de diferentes maneras de distribuir la producción actual no es nada comparado con el potencial aparentemente ilimitado de aumentar la producción».
Tercero, hay poca consistencia cuando se trata de hablar de los rescates financieros. Al respecto, hay muy poca franqueza. Steven Horwitz señala la inconsistencia en el hecho de condenar abiertamente los rescates bancarios y agitar a favor de un alivio de la carga de los préstamos estudiantiles: “Quejarse de los rescates bancarios a la vez que se argumenta, como lo han hecho algunos, a favor de la condonación de la deuda para los préstamos estudiantiles sugiere que el problema no es que el gobierno no debería rescatar a las inversiones fallidas, sino solamente que no debería rescatar a las inversiones fallidas realizadas por las corporaciones”.
Muchas personas están aprendiendo que describir su gasto en la educación superior como “inversiones fallidas” es probablemente equivocar el lado de la interpretación de la caridad. Sería más razonable decir que la asistencia a una universidad cara para obtener un título ‘boutique’ con limitadas posibilidades de empleo es consumo, no inversión.
Tal como también destaca Horwitz, esto también nos debería hacer reflexionar un poco sobre lo que significa dar “poder al pueblo”. Supongamos que usted se ha pasado varios años consiguiendo un título en un campo donde no hay puestos de trabajo, y encuentra que la concatenación de las decisiones voluntarias de la gente en el mercado implica que sus oportunidades más atractivas se relacionan con atender mesas o preparar café.
¿Por qué debería estar usted disgustado? Modifico aquí algo que leí por primera vez en el blog del economista y politólogo de la Duke University Michael Munger. “Poder para el pueblo” es aparentemente algo del todo bueno y que está bien hasta que “el pueblo” comienza a tomar las decisiones equivocadas. En ese caso, el poder lo acumularán aquellos que saben lo que realmente es lo mejor para “el pueblo”. Podrá haber disidentes, seguro, pero no se puede hacer una tortilla sin romper algunos huevos.
Cuarto, como explica Sheldon Richman, “Wall Street no podría haberlo hecho solo”. La comisión de un acto delictivo estuvo permitida o fue alentada por el gobierno. En su libro The Housing Boom and Bust (que reseño aquí) Thomas Sowell explica cómo la causa actual a favor de la protesta y la indignación–los bancos otorgando prestamos que la gente no entendía para ayudarles a comprar casas que no podían pagar–era el objetivo de la política de ayer.
Mientras una gran cantidad de gente se imagina al modelo político como una forma de noble salvajismo que está corrompido por personas malvadas que obstinadamente se niegan a jugar el juego de la manera “correcta”, el tipo de intrigas que tienen a los »»ocupantes»» (y a los miembros del Tea Party) tan atareados son (tomando prestado de Steven Horwitz otra vez) características de la sociedad política, no defectos. Como el economista Gordon Tullock ha argumentado, lo que debería desconcertarnos no es el hecho de que los políticos estén a la venta. Lo que debería dejarnos perplejos es que la oferta de favores políticos en el mercado sea tan competitiva que los favores puedan conseguirse a precios tan bajos.
A la luz de las condiciones económicas, no es de extrañar que la gente esté enojada. Es importante, sin embargo, que se enojen por las cosas correctas. Culpar a la “avaricia” es inútli; como ha escrito el economista Lawrence H. White, culpar a la “avaricia” por el malestar económico es como culpar a la gravedad por los accidentes aéreos. La realidad es mucho más compleja, y la simple ira, no importa cuán bien organizada, es improbable que nos beneficie mucho.
Traducido por Gabriel Gasave
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