Por primera vez en una generación, América Latina parece estar avanzando nuevamente en la dirección correcta.
Funcionarios de la administración, líderes del Congreso y ejecutivos de empresas de los Estados Unidos son conscientes de ello. La preocupación tácita entre muchos, sin embargo, es que la Casa Blanca—consciente o inconscientemente—hará algo que descarríe el proceso de reforma.
Esa también es una preocupación al sur de la frontera. La impresión en toda la región es que los únicos intereses del Presidente Trump en la región son los de limitar la inmigración, eliminar o restringir severamente el Tratado de Libre comercio de América del Norte (TLCAN) y socavar al dictador socialista de Venezuela, Nicolás maduro.
Si eso es cierto, el presidente se está perdiendo la historia más importante que emana de América Latina: la reacción generalizada contra el populismo autoritario de izquierdas y el abrazo (ciertamente, en grados diversos) de la democracia liberal, la economía de libre mercado y la globalización.
Consideremos a México, que celebrará elecciones presidenciales el próximo año. Andrés Manuel López Obrador, un demagogo nacionalista de izquierda y crítico desde hace mucho tiempo de los Estados Unidos, se encuentra liderando la oposición y actualmente por delante en la mayoría de las encuestas. En todo caso, está siendo ayudado por la hostilidad percibida de la Casa Blanca hacia los inmigrantes mexicanos y, en particular, su abierta oposición al TLCAN.
Se espera que el oponente de López Obrador sea José Antonio Meade, un político independiente que acaba de renunciar a su cargo de secretario de Hacienda y Crédito Público mexicano para perseguir la candidatura por el gobernante Partido Revolucionario Institucional.
Economista educado en Yale que ha servido como secretario del gabinete tanto bajo el Presidente Enrique Peña Nieto, el mandatario actual, y Felipe Calderón, el conservador predecesor de Nieto, Meade es un tipo muy razonable con quien cualquier Casa Blanca seguramente preferiría lidiar antes que hacerlo con López Obrador.
Sin embargo, las acciones y la poco meditada retórica del presidente Trump podrían ayudar a poner a López Obrador en el cargo.
La Casa Blanca también corre el riesgo de socavar los progresos realizados en otras partes.
Por ejemplo, Argentina, Brasil y Perú tienen nuevos gobiernos, mucho más amistosos con los Estados Unidos que los regímenes anteriores. El presidente de Ecuador se ha puesto en contra de su predecesor populista, que lo ayudara a llegar al poder. El caudillo socialista de Bolivia, Evo Morales, se está topando con una fuerte oposición mientras intenta amañar la ley a fin de allanar el camino a su reelección. Y el empresario Sebastián Piñera parece a punto de ganar la presidencia de Chile, cargo que ocupó de 2010 a 2014, rectificando la torcida trayectoria de ese país en los últimos años.
Además, la comunidad latinoamericana, liderada por el llamado Grupo de Lima—que incluye a Argentina, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Guatemala, Honduras, México, Panamá, Paraguay y Perú—ha tomado una férrea apostura frente a los continuos abusos a los derechos humanos y el desprecio por el Estado de Derecho en Venezuela.
Gente en la Administración, el Congreso y la comunidad empresarial parecen estar muy conscientes de estos cambios positivos. ¿Por qué el mensaje no está llegando a la Casa Blanca?
Ha pasado mucho tiempo desde que la mayor parte de América Latina compartiera los valores de los Estados Unidos y fuese un lugar con el que los Estados Unidos podían hacer negocios significativos.
Desde que emergió la idea de un Área de Libre Comercio de las Américas (que fuera destruida más tarde por una minoría de populistas izquierdistas) que no ha habido un mejor clima para reconectar e integrar las economías de América del norte y del sur. Integración en este caso significa la eliminación de tantas barreras como sea posible a la circulación de bienes, servicios, ideas y, sí, eventualmente, personas.
Hay—asombrosamente—mucha gente en Washington que comparte esta visión y no son enemigos del Presidente Trump. Su esperanza es que la mejora real de las relaciones entre los Estados Unidos y América Latina se mantenga. Lo que falta es la sensación de que la Casa Blanca crea que vale la pena perseguir estas opiniones y esta visión.
Si se pierde la oportunidad, quién sabe cuánto tiempo pasará antes de que América Latina se encuentre dispuesta una vez más a abrazar los valores que hicieron de los Estados Unidos lo que son.
Este es un trato que se da solo una vez en la vida y el Presidente Trump sería un tonto si lo dejase pasar.
Traducido por Gabriel Gasave
Lo que Trump precisa saber acerca del hemisferio occidental
Por primera vez en una generación, América Latina parece estar avanzando nuevamente en la dirección correcta.
Funcionarios de la administración, líderes del Congreso y ejecutivos de empresas de los Estados Unidos son conscientes de ello. La preocupación tácita entre muchos, sin embargo, es que la Casa Blanca—consciente o inconscientemente—hará algo que descarríe el proceso de reforma.
Esa también es una preocupación al sur de la frontera. La impresión en toda la región es que los únicos intereses del Presidente Trump en la región son los de limitar la inmigración, eliminar o restringir severamente el Tratado de Libre comercio de América del Norte (TLCAN) y socavar al dictador socialista de Venezuela, Nicolás maduro.
Si eso es cierto, el presidente se está perdiendo la historia más importante que emana de América Latina: la reacción generalizada contra el populismo autoritario de izquierdas y el abrazo (ciertamente, en grados diversos) de la democracia liberal, la economía de libre mercado y la globalización.
Consideremos a México, que celebrará elecciones presidenciales el próximo año. Andrés Manuel López Obrador, un demagogo nacionalista de izquierda y crítico desde hace mucho tiempo de los Estados Unidos, se encuentra liderando la oposición y actualmente por delante en la mayoría de las encuestas. En todo caso, está siendo ayudado por la hostilidad percibida de la Casa Blanca hacia los inmigrantes mexicanos y, en particular, su abierta oposición al TLCAN.
Se espera que el oponente de López Obrador sea José Antonio Meade, un político independiente que acaba de renunciar a su cargo de secretario de Hacienda y Crédito Público mexicano para perseguir la candidatura por el gobernante Partido Revolucionario Institucional.
Economista educado en Yale que ha servido como secretario del gabinete tanto bajo el Presidente Enrique Peña Nieto, el mandatario actual, y Felipe Calderón, el conservador predecesor de Nieto, Meade es un tipo muy razonable con quien cualquier Casa Blanca seguramente preferiría lidiar antes que hacerlo con López Obrador.
Sin embargo, las acciones y la poco meditada retórica del presidente Trump podrían ayudar a poner a López Obrador en el cargo.
La Casa Blanca también corre el riesgo de socavar los progresos realizados en otras partes.
Por ejemplo, Argentina, Brasil y Perú tienen nuevos gobiernos, mucho más amistosos con los Estados Unidos que los regímenes anteriores. El presidente de Ecuador se ha puesto en contra de su predecesor populista, que lo ayudara a llegar al poder. El caudillo socialista de Bolivia, Evo Morales, se está topando con una fuerte oposición mientras intenta amañar la ley a fin de allanar el camino a su reelección. Y el empresario Sebastián Piñera parece a punto de ganar la presidencia de Chile, cargo que ocupó de 2010 a 2014, rectificando la torcida trayectoria de ese país en los últimos años.
Además, la comunidad latinoamericana, liderada por el llamado Grupo de Lima—que incluye a Argentina, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Guatemala, Honduras, México, Panamá, Paraguay y Perú—ha tomado una férrea apostura frente a los continuos abusos a los derechos humanos y el desprecio por el Estado de Derecho en Venezuela.
Gente en la Administración, el Congreso y la comunidad empresarial parecen estar muy conscientes de estos cambios positivos. ¿Por qué el mensaje no está llegando a la Casa Blanca?
Ha pasado mucho tiempo desde que la mayor parte de América Latina compartiera los valores de los Estados Unidos y fuese un lugar con el que los Estados Unidos podían hacer negocios significativos.
Desde que emergió la idea de un Área de Libre Comercio de las Américas (que fuera destruida más tarde por una minoría de populistas izquierdistas) que no ha habido un mejor clima para reconectar e integrar las economías de América del norte y del sur. Integración en este caso significa la eliminación de tantas barreras como sea posible a la circulación de bienes, servicios, ideas y, sí, eventualmente, personas.
Hay—asombrosamente—mucha gente en Washington que comparte esta visión y no son enemigos del Presidente Trump. Su esperanza es que la mejora real de las relaciones entre los Estados Unidos y América Latina se mantenga. Lo que falta es la sensación de que la Casa Blanca crea que vale la pena perseguir estas opiniones y esta visión.
Si se pierde la oportunidad, quién sabe cuánto tiempo pasará antes de que América Latina se encuentre dispuesta una vez más a abrazar los valores que hicieron de los Estados Unidos lo que son.
Este es un trato que se da solo una vez en la vida y el Presidente Trump sería un tonto si lo dejase pasar.
Traducido por Gabriel Gasave
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