Washington, DC—Es una suerte que las narcoguerrillas colombianas conocidas como las FARC tengan debilidad por la palabra escrita. Sin ella, el gobierno colombiano no hubiese confiscado computadoras con casi 40 millones de páginas durante su ataque al campamento terrorista en territorio ecuatoriano. Sin él, los latinoamericanos no conocerían el alcance de los lazos entre las FARC y los gobiernos de Venezuela y Ecuador.
Los documentos de las FARC, que han sido autenticados por un equipo de expertos forenses de la Interpol, podrían incluir una pizca de exageración. Pero incluso en la tierra del realismo mágico, esta esmerada descripción de la política, el armamento y las finanzas del grupo no puede ser una ficción total. Es obvio que no fue concebida para su publicación: ya ha conducido a la confiscación de cuentas bancarias en Costa Rica y de uranio no-enriquecido en las afueras de Bogotá, y expuesto los santuarios de las FARC al otro lado de la frontera. En las últimas semanas ha habido señales de una lucha interna entre los guerrilleros de las FARC y dirigentes importantes que han depuesto sus armas. Esto, combinado con la noticia de la muerte de Manuel Marulanda, el líder histórico, no augura nada bueno para la organización.
La conexión entre Venezuela y las FARC ha sido materia de conjeturas desde que Chávez llegó al poder hace una década. Los archivos indican que han habido reuniones frecuentes entre el gobierno de Venezuela y los líderes de las FARC, que Caracas les ofreció 300 millones de dólares y los ayudó a adquirir armas, y que los colombianos entrenaron a guerrilleros venezolanos. En cuanto a Rafael Correa, su relación umbilical con Chávez hace tiempo que era señal de que los latinoamericanos que defienden el Estado de Derecho no pueden contar con Quito.
La relación de estos gobiernos con las FARC es tal que probablemente la mayoría de los gobiernos latinoamericanos ya tenían indicios de lo que el público sabe ahora: que Chávez y Correa son cómplices operativos de una agrupación que emplea el terrorismo e intenta reemplazar a un gobierno elegido con una dictadura totalitaria a la vez que fomenta la lucha armada en todas partes. Si es así, ¿por qué tantos gobiernos apoyaron a Venezuela y Ecuador cuando la Organización de Estados Americanos debatió el ataque de las fuerzas armadas colombianas al campamento de las FARC ocurrido a comienzos de marzo y evitaron mencionar que Caracas y Quito habían violado la Convención Interamericana Contra el Terrorismo de 2002?
Algunos, como los países caribeños, están interesados en seguir recibiendo petróleo barato de Venezuela. Otros, incluidos algunos gobiernos centroamericanos, consideran que las buenas relaciones con Chávez son un antídoto contra el terrorismo marxista en sus países. Hay quienes, como el presidente de Brasil, utilizan a Chávez para mantener contenta a la base mientras siguen una política interna que es el polo opuesto del venezolano. Y gobiernos como el de la Argentina combinan intereses financieros —Buenos Aires vende bonos soberanos a Caracas— con la búsqueda de la respetabilidad revolucionaria a ojos de la base.
En el pasado, la falta de voluntad de los gobiernos civiles para confrontar políticamente a los totalitarios trajo dos consecuencias graves: el realce de los cuarteles como única fuerza dispuesta a contrarrestarlas y el intervencionismo estadounidense. Ninguna de esas posibilidades se percibe en el futuro inmediato. El trauma de las violaciones a los derechos humanos en Argentina, Chile y otros países está aún vivo en el recuerdo de la gente. A su vez, Estados Unidos mantiene prudencia, desoyendo los pedidos de incluir a Venezuela en la lista de naciones terroristas, lo que implicaría la adopción de sanciones contra el tercer proveedor de petróleo extranjero de los Estados Unidos. Pero la historia nos enseña que esto puede cambiar.
América Latina vive una bonanza impulsada por las exportaciones que está ayudando a contener a las fuerzas revolucionarias en países como México, Perú y Colombia, donde Chávez está moviendo fichas. Sin reformas económicas adicionales, esa bonanza no durará para siempre. Una vez que se detenga, el atractivo del populismo revolucionario tenderá a crecer.
Es hora de un liderazgo con visión de futuro. Y esa no es sólo responsabilidad de gobiernos que deberían dejar de hacer tratos con Chávez y apañarlo en los organismos multilaterales, sino de ciudadanos dispuestos a emplear las asociaciones comerciales, ONGs, redes sociales, medios de comunicación y el mundo académico para crear una conciencia mucho más nítida de lo que verdaderamente está en juego: la posibilidad de que América Latina pierda el siglo 21 como perdió el siglo 20.
(c) 2008, The Washington Post Writers Group
Los compinches de Chávez
Washington, DC—Es una suerte que las narcoguerrillas colombianas conocidas como las FARC tengan debilidad por la palabra escrita. Sin ella, el gobierno colombiano no hubiese confiscado computadoras con casi 40 millones de páginas durante su ataque al campamento terrorista en territorio ecuatoriano. Sin él, los latinoamericanos no conocerían el alcance de los lazos entre las FARC y los gobiernos de Venezuela y Ecuador.
Los documentos de las FARC, que han sido autenticados por un equipo de expertos forenses de la Interpol, podrían incluir una pizca de exageración. Pero incluso en la tierra del realismo mágico, esta esmerada descripción de la política, el armamento y las finanzas del grupo no puede ser una ficción total. Es obvio que no fue concebida para su publicación: ya ha conducido a la confiscación de cuentas bancarias en Costa Rica y de uranio no-enriquecido en las afueras de Bogotá, y expuesto los santuarios de las FARC al otro lado de la frontera. En las últimas semanas ha habido señales de una lucha interna entre los guerrilleros de las FARC y dirigentes importantes que han depuesto sus armas. Esto, combinado con la noticia de la muerte de Manuel Marulanda, el líder histórico, no augura nada bueno para la organización.
La conexión entre Venezuela y las FARC ha sido materia de conjeturas desde que Chávez llegó al poder hace una década. Los archivos indican que han habido reuniones frecuentes entre el gobierno de Venezuela y los líderes de las FARC, que Caracas les ofreció 300 millones de dólares y los ayudó a adquirir armas, y que los colombianos entrenaron a guerrilleros venezolanos. En cuanto a Rafael Correa, su relación umbilical con Chávez hace tiempo que era señal de que los latinoamericanos que defienden el Estado de Derecho no pueden contar con Quito.
La relación de estos gobiernos con las FARC es tal que probablemente la mayoría de los gobiernos latinoamericanos ya tenían indicios de lo que el público sabe ahora: que Chávez y Correa son cómplices operativos de una agrupación que emplea el terrorismo e intenta reemplazar a un gobierno elegido con una dictadura totalitaria a la vez que fomenta la lucha armada en todas partes. Si es así, ¿por qué tantos gobiernos apoyaron a Venezuela y Ecuador cuando la Organización de Estados Americanos debatió el ataque de las fuerzas armadas colombianas al campamento de las FARC ocurrido a comienzos de marzo y evitaron mencionar que Caracas y Quito habían violado la Convención Interamericana Contra el Terrorismo de 2002?
Algunos, como los países caribeños, están interesados en seguir recibiendo petróleo barato de Venezuela. Otros, incluidos algunos gobiernos centroamericanos, consideran que las buenas relaciones con Chávez son un antídoto contra el terrorismo marxista en sus países. Hay quienes, como el presidente de Brasil, utilizan a Chávez para mantener contenta a la base mientras siguen una política interna que es el polo opuesto del venezolano. Y gobiernos como el de la Argentina combinan intereses financieros —Buenos Aires vende bonos soberanos a Caracas— con la búsqueda de la respetabilidad revolucionaria a ojos de la base.
En el pasado, la falta de voluntad de los gobiernos civiles para confrontar políticamente a los totalitarios trajo dos consecuencias graves: el realce de los cuarteles como única fuerza dispuesta a contrarrestarlas y el intervencionismo estadounidense. Ninguna de esas posibilidades se percibe en el futuro inmediato. El trauma de las violaciones a los derechos humanos en Argentina, Chile y otros países está aún vivo en el recuerdo de la gente. A su vez, Estados Unidos mantiene prudencia, desoyendo los pedidos de incluir a Venezuela en la lista de naciones terroristas, lo que implicaría la adopción de sanciones contra el tercer proveedor de petróleo extranjero de los Estados Unidos. Pero la historia nos enseña que esto puede cambiar.
América Latina vive una bonanza impulsada por las exportaciones que está ayudando a contener a las fuerzas revolucionarias en países como México, Perú y Colombia, donde Chávez está moviendo fichas. Sin reformas económicas adicionales, esa bonanza no durará para siempre. Una vez que se detenga, el atractivo del populismo revolucionario tenderá a crecer.
Es hora de un liderazgo con visión de futuro. Y esa no es sólo responsabilidad de gobiernos que deberían dejar de hacer tratos con Chávez y apañarlo en los organismos multilaterales, sino de ciudadanos dispuestos a emplear las asociaciones comerciales, ONGs, redes sociales, medios de comunicación y el mundo académico para crear una conciencia mucho más nítida de lo que verdaderamente está en juego: la posibilidad de que América Latina pierda el siglo 21 como perdió el siglo 20.
(c) 2008, The Washington Post Writers Group
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