A medida que la Guerra de Irak ingresa en su cuarto año y los medios leen las hojas del té para ver si una “guerra civil” se ha iniciado de manera oficial, los principales funcionarios de la administración Bush siguen procurando hilvanar su camino hacia la victoria utilizando una “oratoria feliz”. Pese a que las ofensivas de relaciones públicas constituyen el modo en que se libran las guerras dentro de la periferia de la capital, los grupos sectarios en Irak no están jugando según las reglas de las principales figuras de Washington. El empeoramiento de la guerra civil—según el eufemismo de la administración Bush, “violencia sectaria”—es ahora más inquietante para los comandantes del campo de batalla del presidente que la insurgencia sunnita. Mientras los liberales insisten en que Irak se ha hundido en una guerra civil y los conservadores siguen creyendo que la violencia solamente puede ser controlada por un gobierno iraquí más fuerte, nadie está prestándole atención al interrogante más importante, a saber: qué dirección debería tomar la política de los Estados Unidos.
Una rápida mirada a la historia de Irak revela que la intervención gubernamental, comenzando con el entrometimiento del gobierno británico después de la Primera Guerra Mundial, es primariamente responsable de los actuales problemas del país. Los británicos crearon el estado artificial de Irak a partir de los escombros del Imperio Otomano. A través de su historia, Irak se ha mantenido unido solamente mediante la fuerza bruta del poder autoritario. A pesar de que durante el gobierno de Saddam los diversos grupos étnicos y religiosos en Irak han vivido tradicionalmente en paz, él deliberadamente alimentó las divisiones étnicas y religiosas en una estrategia de “divide y conquistarás”. Después de que la ingenua invasión estadounidense removió el único freno sobre las fuerzas centrífugas iraquíes, el fomento inicial de Saddam de las animosidades sectarias ha vuelto a casa para encaramarse en la actual guerra civil entre sunnitas y chiitas. Incluso, no obstante que han sido las intervenciones de los gobiernos las que provocaron la mayor parte de las actuales dificultades de Irak, la administración Bush y otros conservadores, tales como George Will, consideran aparentemente que de alguna manera un gobierno más fuerte es también la respuesta. Todo lo contrario.
Will sostiene que en ausencia de un gobierno central fuerte tendrá lugar un “agrupamiento sectario”. El agrupamiento sectario no es necesariamente algo malo a menos que sea compelido mediante la fuerza de las armas. Se le debería permitir a los individuos vivir libremente donde deseen hacerlo. El problema en Irak fue que los insurgentes sunnitas deliberadamente atacaron blancos chiitas para provocar que las milicias chiitas ingresasen en una guerra civil que ya había comenzado. Y los sunnitas iniciaron su insurgencia por tres razones. La primera fue para expulsar a la ocupación del gobierno estadounidense de su territorio y más tarde al gobierno interino chiita/kurdo al que la misma estaba apuntalando. La segunda razón fue la de evitar las represalias por lo excesos de la era Saddam de parte de ese y de los futuros gobiernos centrales chiita/kurdos. La tercera fue la de evitar que el gobierno chiita/kurdo controlase la riqueza petrolera de Irak—la cual se encuentra principalmente en las regiones del norte kurdo y del sur chiita del país—y dejando quizás a los sunnitas sin riqueza alguna si es que esas regiones decidiesen tornarse autónomas o separarse de Irak, como parecerían proclives a hacerlo de manera creciente.
De hecho, quizás la solución para Irak yace en dicho agrupamiento sectario. En vez de combatir a las poderosas fuerzas centrífugas en Irak, los Estados Unidos y los iraquíes tal vez tendrían que aceptarlas. Debería celebrarse un gran conclave de todos los grupos iraquíes para negociar la descentralización de Irak. Un arreglo así probablemente supondrá una confederación muy desperdigada con un gobierno central débil o una partición absoluta (con cada grupo no necesariamente habitando áreas contiguas), sin ningún gobierno central iraquí. El hecho de minimizar o de eliminar al gobierno central suprimirá el temor de los grupos iraquíes de que el gobierno central sería asumido por un grupo y utilizado para oprimir a los otros. Para lograr que los sunnitas estén de acuerdo con dicha descentralización y sofocar así sus temores de que se los dejará con tan solo los restos de un estado desprovisto de ingresos petroleros, los chiitas y los kurdos precisarán alcanzar un acuerdo para compartir los ingresos petrolíferos con ellos u otorgarles territorios que posean yacimientos petroleros. A fin de alentar a los chiitas y kurdos para que hagan dichas concesiones, los Estados Unidos deberían anunciar un rápido retiro de las fuerzas estadounidenses que actualmente se encuentran apuntalando artificialmente al gobierno central iraquí.
La realidad es que Irak ya está efectivamente descentralizado. Las numerosas milicias controlan vastas áreas y no pueden ser desarmadas. También, la administración Bush elabora la cuestionable conjetura de que las fuerzas de seguridad iraquíes seguirán siendo nacionales y no se partirán a fin de equipararse con las divisiones sectarias que tienen lugar en la sociedad iraquí. Sin embargo la administración y muchos otros conservadores, quienes jamás adoptarían soluciones que implicasen un gobierno grande dentro del país, son proponentes del fortalecimiento del gobierno iraquí. Pero para ser realmente eficaces en mantener unida a la indócil sociedad iraquí, el gobierno central probablemente tendría que reasumir poderes dictatoriales al estilo de los de Saddam—algo que nadie desea.
Los Estados Unidos deberían intentar estimular las negociaciones pacíficas a efectos de codificar la descentralización de facto sobre el terreno en vez de seguir con sus esfuerzos de imponer una impracticable federación a la usanza estadounidense sobre Irak. La actual política de los Estados Unidos seguirá exacerbando, en lugar de desalentando, a la guerra civil en curso.
Los conservadores abogan por un Gobierno Grande como una solución para Irak
A medida que la Guerra de Irak ingresa en su cuarto año y los medios leen las hojas del té para ver si una “guerra civil” se ha iniciado de manera oficial, los principales funcionarios de la administración Bush siguen procurando hilvanar su camino hacia la victoria utilizando una “oratoria feliz”. Pese a que las ofensivas de relaciones públicas constituyen el modo en que se libran las guerras dentro de la periferia de la capital, los grupos sectarios en Irak no están jugando según las reglas de las principales figuras de Washington. El empeoramiento de la guerra civil—según el eufemismo de la administración Bush, “violencia sectaria”—es ahora más inquietante para los comandantes del campo de batalla del presidente que la insurgencia sunnita. Mientras los liberales insisten en que Irak se ha hundido en una guerra civil y los conservadores siguen creyendo que la violencia solamente puede ser controlada por un gobierno iraquí más fuerte, nadie está prestándole atención al interrogante más importante, a saber: qué dirección debería tomar la política de los Estados Unidos.
Una rápida mirada a la historia de Irak revela que la intervención gubernamental, comenzando con el entrometimiento del gobierno británico después de la Primera Guerra Mundial, es primariamente responsable de los actuales problemas del país. Los británicos crearon el estado artificial de Irak a partir de los escombros del Imperio Otomano. A través de su historia, Irak se ha mantenido unido solamente mediante la fuerza bruta del poder autoritario. A pesar de que durante el gobierno de Saddam los diversos grupos étnicos y religiosos en Irak han vivido tradicionalmente en paz, él deliberadamente alimentó las divisiones étnicas y religiosas en una estrategia de “divide y conquistarás”. Después de que la ingenua invasión estadounidense removió el único freno sobre las fuerzas centrífugas iraquíes, el fomento inicial de Saddam de las animosidades sectarias ha vuelto a casa para encaramarse en la actual guerra civil entre sunnitas y chiitas. Incluso, no obstante que han sido las intervenciones de los gobiernos las que provocaron la mayor parte de las actuales dificultades de Irak, la administración Bush y otros conservadores, tales como George Will, consideran aparentemente que de alguna manera un gobierno más fuerte es también la respuesta. Todo lo contrario.
Will sostiene que en ausencia de un gobierno central fuerte tendrá lugar un “agrupamiento sectario”. El agrupamiento sectario no es necesariamente algo malo a menos que sea compelido mediante la fuerza de las armas. Se le debería permitir a los individuos vivir libremente donde deseen hacerlo. El problema en Irak fue que los insurgentes sunnitas deliberadamente atacaron blancos chiitas para provocar que las milicias chiitas ingresasen en una guerra civil que ya había comenzado. Y los sunnitas iniciaron su insurgencia por tres razones. La primera fue para expulsar a la ocupación del gobierno estadounidense de su territorio y más tarde al gobierno interino chiita/kurdo al que la misma estaba apuntalando. La segunda razón fue la de evitar las represalias por lo excesos de la era Saddam de parte de ese y de los futuros gobiernos centrales chiita/kurdos. La tercera fue la de evitar que el gobierno chiita/kurdo controlase la riqueza petrolera de Irak—la cual se encuentra principalmente en las regiones del norte kurdo y del sur chiita del país—y dejando quizás a los sunnitas sin riqueza alguna si es que esas regiones decidiesen tornarse autónomas o separarse de Irak, como parecerían proclives a hacerlo de manera creciente.
De hecho, quizás la solución para Irak yace en dicho agrupamiento sectario. En vez de combatir a las poderosas fuerzas centrífugas en Irak, los Estados Unidos y los iraquíes tal vez tendrían que aceptarlas. Debería celebrarse un gran conclave de todos los grupos iraquíes para negociar la descentralización de Irak. Un arreglo así probablemente supondrá una confederación muy desperdigada con un gobierno central débil o una partición absoluta (con cada grupo no necesariamente habitando áreas contiguas), sin ningún gobierno central iraquí. El hecho de minimizar o de eliminar al gobierno central suprimirá el temor de los grupos iraquíes de que el gobierno central sería asumido por un grupo y utilizado para oprimir a los otros. Para lograr que los sunnitas estén de acuerdo con dicha descentralización y sofocar así sus temores de que se los dejará con tan solo los restos de un estado desprovisto de ingresos petroleros, los chiitas y los kurdos precisarán alcanzar un acuerdo para compartir los ingresos petrolíferos con ellos u otorgarles territorios que posean yacimientos petroleros. A fin de alentar a los chiitas y kurdos para que hagan dichas concesiones, los Estados Unidos deberían anunciar un rápido retiro de las fuerzas estadounidenses que actualmente se encuentran apuntalando artificialmente al gobierno central iraquí.
La realidad es que Irak ya está efectivamente descentralizado. Las numerosas milicias controlan vastas áreas y no pueden ser desarmadas. También, la administración Bush elabora la cuestionable conjetura de que las fuerzas de seguridad iraquíes seguirán siendo nacionales y no se partirán a fin de equipararse con las divisiones sectarias que tienen lugar en la sociedad iraquí. Sin embargo la administración y muchos otros conservadores, quienes jamás adoptarían soluciones que implicasen un gobierno grande dentro del país, son proponentes del fortalecimiento del gobierno iraquí. Pero para ser realmente eficaces en mantener unida a la indócil sociedad iraquí, el gobierno central probablemente tendría que reasumir poderes dictatoriales al estilo de los de Saddam—algo que nadie desea.
Los Estados Unidos deberían intentar estimular las negociaciones pacíficas a efectos de codificar la descentralización de facto sobre el terreno en vez de seguir con sus esfuerzos de imponer una impracticable federación a la usanza estadounidense sobre Irak. La actual política de los Estados Unidos seguirá exacerbando, en lugar de desalentando, a la guerra civil en curso.
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