El régimen saudí ha sido criticado durante mucho tiempo y con razón -incluso durante la reciente saga del torneo de LIV golf– por su pésimo historial en materia de derechos humanos, incluida la represión de la disidencia dentro del país y el asesinato del disidente Jamal Khashoggi en el consulado saudí de Estambul, Turquía. Y bajo el liderazgo de Mohammed bin Salman (MBS), la política exterior saudí fue inicialmente bastante agresiva -por ejemplo, su rivalidad regional con Irán, las sanciones contra Qatar por ser demasiado amistoso con Irán, y la agresiva prosecución de una guerra regional en Yemen contra los rebeldes Houthi respaldados por Irán que ha matado a demasiados civiles. No obstante, a medida que el liderazgo de MBS ha madurado, también lo ha hecho la política exterior saudí hacia una postura más pragmática y neutral, lo que se ha traducido en una mayor efectividad.
El príncipe ha visto a tres presidentes estadounidenses deseosos de reducir el compromiso estadounidense en Medio Oriente, y siente que Arabia Saudita debe hacer más por sí misma y por su propia seguridad. Por ejemplo, MBS se negó a seguir a los Estados Unidos y Occidente en la imposición de sanciones a Rusia por su invasión de Ucrania; en su lugar, el reino incrementó sus importaciones de productos petrolíferos rusos. Además, Riad ha diversificado sus relaciones exteriores en general y especialmente con China, el mayor comprador de petróleo saudí y su mayor socio comercial. Los frutos de unas mejores relaciones con China se han materializado con la exitosa mediación china entre Irán y el reino, restableciendo las relaciones diplomáticas. Este acercamiento también puede ayudar a sofocar o resolver otros conflictos entre los dos países en Medio Oriente, especialmente el brutal atolladero saudí en Yemen.
Sin embargo, los saudíes se encuentran claramente procurando ampliar su política exterior, en parte, para conseguir que los Estados Unidos presten más atención al reino petrolero. Los funcionarios del reino no han sido sutiles sobre este chantaje, afirmando que preferían que los Estados Unidos sean su principal aliado, pero que necesitaban ampliar sus horizontes diplomáticos, dada la falta de compromiso estadounidense. Han destacado que el expresidente Donald Trump no hizo nada en 2019 cuando los ataques con drones y misiles contra las instalaciones petroleras saudíes -supuestamente pergeñados por su entonces archienemigo, Irán- sofocaron temporalmente aproximadamente la mitad de la producción de petróleo del país. La administración Biden tampoco se ha salvado. MBS es plenamente consciente de cómo, durante los comicios de 2020, el entonces candidato Joe Biden prometió convertir al príncipe saudí en un «paria» por el asesinato de Khashoggi. Dos años más tarde, el gobierno de Biden se enfureció cuando MBS permitió que el cártel petrolero OPEP+ redujese la producción, elevando los precios del petróleo en el corto plazo antes de las elecciones de medio término en los Estados Unidos.
Nadie puede reprochar a los saudíes por diversificar sus relaciones diplomáticas, priorizar sus propios intereses nacionales y percatarse de que necesitan hacer más para salvaguardar su propia seguridad. Los beneficios para toda la región de suavizar las relaciones con Irán en Medio Oriente gracias a la mediación china han reforzado la seguridad saudí y deberían haber facilitado la tan necesaria reorientación de la política exterior estadounidense hacia el Indo-Pacífico. De hecho, con el tiempo, los saudíes se habían vuelto demasiado dependientes del acuerdo alcanzado durante la Segunda Guerra Mundial entre el entonces presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt y el entonces rey Abdulaziz bin Abdul Rahman Al Saud para que los Estados Unidos defendieran los campos petrolíferos saudíes a cambio de acceder al petróleo.
Si Arabia Saudita puede ser más pragmática respecto a su política exterior, los Estados Unidos pueden y deberían ser más pragmáticos respecto al acuerdo Roosevelt-Saud, que nunca fue un acuerdo ideal en primer lugar -la sobreestimación por parte de los presidentes y políticos estadounidenses de la Segunda Guerra Mundial y de la posguerra de la importancia de Arabia Saudita en los mercados mundiales del petróleo así lo ha demostrado. Una política estadounidense más pragmática debe refutar esos mitos tan arraigados sobre ese mercado.
No cabe dudas de que Arabia Saudita es un productor y exportador de petróleo importante, y también un influyente miembro del cártel OPEP+. Pero por sí sola no puede controlar el precio del crudo en el largo plazo. Puede tener una influencia en el precio del petróleo a corto y medio plazo, pero los cárteles de recursos naturales siempre han estado plagados de trampas. Muchos productores tienen interés en decir que respetarán sus cuotas oficiales de producción, pero pueden ganar más dinero si exportan en secreto por encima de la cuota. Por supuesto, en el largo plazo, esto impide gravemente la capacidad de cualquier cártel de mantener el precio de una materia prima por encima del precio natural de mercado.
Un motivo adicional por el cual los Estados Unidos pueden ser más pragmáticos a la hora de amigarse con Arabia Saudita -algo que la administración Biden, a pesar de su retórica hostil inicial, ha venido haciendo otra vez– es que probablemente resulte más barato simplemente adquirir el petróleo al precio del mercado mundial antes que gastar los dólares de los contribuyentes estadounidenses en intentar defender algo que realmente no necesita defensa. Arabia Saudita, Irán o cualquier otro productor ni siquiera precisan venderle petróleo directamente a los Estados Unidos; el hecho de colocar el petróleo en el mercado desde cualquier lugar reduce el precio mundial.
Finalmente, el mercado del petróleo cambia constantemente, y la fuerte presencia militar estadounidense en la zona del Golfo Pérsico es actualmente menos necesaria que nunca (e incluso esa era una ilusión colectiva en la mente de los políticos estadounidenses). La revolución del »fracking» en los Estados Unidos ha convertido de nuevo al país en el mayor productor mundial de petróleo, lo que ha reforzado enormemente la «seguridad energética» estadounidense.
Felicitaciones a los saudíes por diversificar pragmáticamente su política exterior. Pero Washington no debería sucumbir al intento de MBS de jugar a obtener mejores relaciones con otras potencias -por ejemplo, China y Rusia- en aras de conseguir un mayor compromiso de seguridad estadounidense. Los Estados Unidos cayeron en ese truco durante la Guerra Fría, cuando países en desarrollo no estratégicos coqueteaban con la Unión Soviética para obtener más de Washington. De manera similar, en el actual caso saudí, los Estados Unidos está gastando ingentes sumas de dinero defendiendo un petróleo que está siendo exportado principalmente a China. Los Estados Unidos ya no pueden darse el lujo de estar en todas partes del mundo. Deberían emular el pragmatismo saudí, que en el momento actual significa transferir la atención y los recursos militares de Medio Oriente a la más estratégicamente significativa región Indo-Pacífica.
Traducido por Gabriel Gasave
Los Estados Unidos deberían parecerse más a Arabia Saudita (en su política exterior)
U.S. Department of State / Wikimedia Commons
El régimen saudí ha sido criticado durante mucho tiempo y con razón -incluso durante la reciente saga del torneo de LIV golf– por su pésimo historial en materia de derechos humanos, incluida la represión de la disidencia dentro del país y el asesinato del disidente Jamal Khashoggi en el consulado saudí de Estambul, Turquía. Y bajo el liderazgo de Mohammed bin Salman (MBS), la política exterior saudí fue inicialmente bastante agresiva -por ejemplo, su rivalidad regional con Irán, las sanciones contra Qatar por ser demasiado amistoso con Irán, y la agresiva prosecución de una guerra regional en Yemen contra los rebeldes Houthi respaldados por Irán que ha matado a demasiados civiles. No obstante, a medida que el liderazgo de MBS ha madurado, también lo ha hecho la política exterior saudí hacia una postura más pragmática y neutral, lo que se ha traducido en una mayor efectividad.
El príncipe ha visto a tres presidentes estadounidenses deseosos de reducir el compromiso estadounidense en Medio Oriente, y siente que Arabia Saudita debe hacer más por sí misma y por su propia seguridad. Por ejemplo, MBS se negó a seguir a los Estados Unidos y Occidente en la imposición de sanciones a Rusia por su invasión de Ucrania; en su lugar, el reino incrementó sus importaciones de productos petrolíferos rusos. Además, Riad ha diversificado sus relaciones exteriores en general y especialmente con China, el mayor comprador de petróleo saudí y su mayor socio comercial. Los frutos de unas mejores relaciones con China se han materializado con la exitosa mediación china entre Irán y el reino, restableciendo las relaciones diplomáticas. Este acercamiento también puede ayudar a sofocar o resolver otros conflictos entre los dos países en Medio Oriente, especialmente el brutal atolladero saudí en Yemen.
Sin embargo, los saudíes se encuentran claramente procurando ampliar su política exterior, en parte, para conseguir que los Estados Unidos presten más atención al reino petrolero. Los funcionarios del reino no han sido sutiles sobre este chantaje, afirmando que preferían que los Estados Unidos sean su principal aliado, pero que necesitaban ampliar sus horizontes diplomáticos, dada la falta de compromiso estadounidense. Han destacado que el expresidente Donald Trump no hizo nada en 2019 cuando los ataques con drones y misiles contra las instalaciones petroleras saudíes -supuestamente pergeñados por su entonces archienemigo, Irán- sofocaron temporalmente aproximadamente la mitad de la producción de petróleo del país. La administración Biden tampoco se ha salvado. MBS es plenamente consciente de cómo, durante los comicios de 2020, el entonces candidato Joe Biden prometió convertir al príncipe saudí en un «paria» por el asesinato de Khashoggi. Dos años más tarde, el gobierno de Biden se enfureció cuando MBS permitió que el cártel petrolero OPEP+ redujese la producción, elevando los precios del petróleo en el corto plazo antes de las elecciones de medio término en los Estados Unidos.
Nadie puede reprochar a los saudíes por diversificar sus relaciones diplomáticas, priorizar sus propios intereses nacionales y percatarse de que necesitan hacer más para salvaguardar su propia seguridad. Los beneficios para toda la región de suavizar las relaciones con Irán en Medio Oriente gracias a la mediación china han reforzado la seguridad saudí y deberían haber facilitado la tan necesaria reorientación de la política exterior estadounidense hacia el Indo-Pacífico. De hecho, con el tiempo, los saudíes se habían vuelto demasiado dependientes del acuerdo alcanzado durante la Segunda Guerra Mundial entre el entonces presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt y el entonces rey Abdulaziz bin Abdul Rahman Al Saud para que los Estados Unidos defendieran los campos petrolíferos saudíes a cambio de acceder al petróleo.
Si Arabia Saudita puede ser más pragmática respecto a su política exterior, los Estados Unidos pueden y deberían ser más pragmáticos respecto al acuerdo Roosevelt-Saud, que nunca fue un acuerdo ideal en primer lugar -la sobreestimación por parte de los presidentes y políticos estadounidenses de la Segunda Guerra Mundial y de la posguerra de la importancia de Arabia Saudita en los mercados mundiales del petróleo así lo ha demostrado. Una política estadounidense más pragmática debe refutar esos mitos tan arraigados sobre ese mercado.
No cabe dudas de que Arabia Saudita es un productor y exportador de petróleo importante, y también un influyente miembro del cártel OPEP+. Pero por sí sola no puede controlar el precio del crudo en el largo plazo. Puede tener una influencia en el precio del petróleo a corto y medio plazo, pero los cárteles de recursos naturales siempre han estado plagados de trampas. Muchos productores tienen interés en decir que respetarán sus cuotas oficiales de producción, pero pueden ganar más dinero si exportan en secreto por encima de la cuota. Por supuesto, en el largo plazo, esto impide gravemente la capacidad de cualquier cártel de mantener el precio de una materia prima por encima del precio natural de mercado.
Un motivo adicional por el cual los Estados Unidos pueden ser más pragmáticos a la hora de amigarse con Arabia Saudita -algo que la administración Biden, a pesar de su retórica hostil inicial, ha venido haciendo otra vez– es que probablemente resulte más barato simplemente adquirir el petróleo al precio del mercado mundial antes que gastar los dólares de los contribuyentes estadounidenses en intentar defender algo que realmente no necesita defensa. Arabia Saudita, Irán o cualquier otro productor ni siquiera precisan venderle petróleo directamente a los Estados Unidos; el hecho de colocar el petróleo en el mercado desde cualquier lugar reduce el precio mundial.
Finalmente, el mercado del petróleo cambia constantemente, y la fuerte presencia militar estadounidense en la zona del Golfo Pérsico es actualmente menos necesaria que nunca (e incluso esa era una ilusión colectiva en la mente de los políticos estadounidenses). La revolución del »fracking» en los Estados Unidos ha convertido de nuevo al país en el mayor productor mundial de petróleo, lo que ha reforzado enormemente la «seguridad energética» estadounidense.
Felicitaciones a los saudíes por diversificar pragmáticamente su política exterior. Pero Washington no debería sucumbir al intento de MBS de jugar a obtener mejores relaciones con otras potencias -por ejemplo, China y Rusia- en aras de conseguir un mayor compromiso de seguridad estadounidense. Los Estados Unidos cayeron en ese truco durante la Guerra Fría, cuando países en desarrollo no estratégicos coqueteaban con la Unión Soviética para obtener más de Washington. De manera similar, en el actual caso saudí, los Estados Unidos está gastando ingentes sumas de dinero defendiendo un petróleo que está siendo exportado principalmente a China. Los Estados Unidos ya no pueden darse el lujo de estar en todas partes del mundo. Deberían emular el pragmatismo saudí, que en el momento actual significa transferir la atención y los recursos militares de Medio Oriente a la más estratégicamente significativa región Indo-Pacífica.
Traducido por Gabriel Gasave
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