El Presidente Obama ha elevado al Congreso una solicitud para gastar 3.800 millones de dólares durante el próximo año fiscal en 2011, y un tercio de dicha suma no estará solventada mediante impuestos, lo que resulta por lo tanto en un déficit de 1.300 millones de dólares (la friolera del 8,3 por ciento del PIB). Lo único bueno de esta noticia es que este déficit es menor, como una parte de la producción económica de la nación, al gigantesco 10,6 por ciento del corriente año para el año fiscal 2010 (ese déficit de 1,6 billones de dólares constituye un record desde la Segunda Guerra Mundial). Déficits presupuestarios de esta magnitud han ocurrido antes, pero sólo durante guerras catastróficas—la Guerra Civil y las dos Guerras Mundiales.
Contrariamente a la retórica de los parlamentarios republicanos, que critican estridentemente a Obama por su excesivo gasto, estos déficits presupuestarios son en gran medida el resultado del nuevo programa de ayuda social de George W. Bush (la cobertura de las recetas médicas del Medicare), los habituales falsos recortes impositivos (reducciones de impuestos sin la concomitante reducción del gasto gubernamental) de los republicanos, los rescates a las instituciones bancarias y de seguros, y el hecho de llevar a cabo dos desastrosas ocupaciones estadounidenses de países extranjeros. Por supuesto, Obama está lejos de quedar libre de culpa.
Utilizando la crucial estadística de los déficit como una proporción del PIB, cuando Obama asumió el cargo durante el año fiscal 2009, el déficit presupuestario era de más del 9 por ciento del PIB. El paquete de estímulo de 787 mil millones de dólares de Obama y el rescate de las automotrices incrementó a un déficit ya asombroso hasta hacerlo alcanzar el 10,6 por ciento, todo un record para el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial. La cifra del 8,3 por ciento para el año fiscal 2011 inicia una proyección descendente pero sigue siendo demasiado elevada. En verdad, todas las proyecciones presupuestarias para años que no sean el actual o el venidero (en este caso, los ejercicios fiscales 2010 y 2011), por lo general carecen de sentido, debido a que los cambios en las políticas en los sucesivos años son impredecibles.
No obstante, si la historia sirve de guía, Obama, un demócrata, a largo plazo probablemente será mejor respecto de los déficits que George W. Bush, un republicano (no pudo ser peor). Esto se debe a que, según el economista conservador John H. Wood de la Wake Forest University, los déficits presupuestarios de los EE.UU. históricamente han sido eliminados después de transcurrida una crisis.
El demócrata Bill Clinton, con aumentos impositivos, recortes en el gasto militar y un robusto crecimiento económico, logró desafiar las predicciones de déficits indefinidos de los años de los republicanos Reagan y Bush padre y los convirtió en superávits presupuestarios que finalizaron en el ejercicio fiscal 2001, año en que dejó el cargo. Obama se enfrenta ahora a la tarea similar de limpiar el desorden fiscal de los ocho años de Bush junior.
Obama dificultó más su tarea al adoptar el erróneo argumento keynesiano de que un aumento del gasto público es bueno para la economía. Su paquete de estímulo y los rescates a las compañías automotrices profundizaron aún más el agujero fiscal. Pero ahora la buena noticia es que al parecer ha dejado de excavar y puede que haya virado hacia déficits más pequeños como un porcentaje del PIB. Sólo el tiempo lo dirá, pero el llamado de alerta de la pérdida de la banca de Ted Kennedy en el Senado en la socialista Massachusetts (además de reducir dramáticamente la probabilidad de que sea sancionado el programa de atención de la salud de Obama, un sigiloso dilapidador del presupuesto) podría hacer que Obama se convierta en un “demócrata reductor del déficit”, como su antecesor Bill Clinton.
Después de la Guerra Fría, Clinton redujo el presupuesto de defensa a pesar de la persistencia de muchas pequeñas guerras frívolas que eran innecesarias para la seguridad de los EE.UU.. Hasta ahora, Obama sigue aumentando el gasto militar mientras que sólo congela una pequeña parte de los gastos que no atañen a ella. Nancy Pelosi, la presidente de la Cámara de Representantes, ha afirmado con prudencia que es inaceptable eludir la reducción del gasto de seguridad.
Y el gasto en seguridad es enorme. Según Winslow Wheeler del Center on Defense Information, el presupuesto anual en materia de seguridad de los EE.UU.—incluidos los gastos en las guerras, el Departamento de Defensa, los programas de armas nucleares del Departamento de Energía, la seguridad interior, las indemnizaciones a los veteranos, las cuestiones internacionales, las erogaciones por las pensiones del personal militar que no corresponden al Departamento de Defensa y los intereses sobre la deuda nacional correspondiente a los programas de defensa—se encuentra bien por encima del billón de dólares por año.
Los recortes en dicho gasto no deberían implicar sólo la eliminación de unos pocos sistemas de armamentos—como se hizo en el ejercicio fiscal 2010, pero no en el año fiscal 2011—sino que deben ser el resultado de una reevaluación total de la política exterior estadounidense no tradicional de intervencionismo militarizado que tuvo lugar con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial. Dicha política debería haber sido declarada un fracaso cuando provocó los horrendos ataques terroristas vengativos del 11 de septiembre de 2001. En cambio, la tragedia disparó el inicio de una hiper-versión neoconservadora de esta misma política exterior, la Guerra contra el Terror (la cual incluye la ocupación innecesaria y contraproducente de dos países musulmanes), a la que las estadísticas muestran como algo que ha empeorado el problema del terrorismo.
La Guerra Fría terminó hace tiempo, y la correspondiente justificación (dudosa incluso entonces) para el uso de una política exterior intervencionista de los EE.UU. a fin de intentar gobernar al mundo es actualmente obsoleta e incluso peligrosa en una era de terrorismo vengativo. Muchos imperios a lo largo de la historia han colapsado o se han marchitado debido a que sus aspiraciones eran demasiado grandes para sus billeteras; los EE.UU. se encuentran ahora en esa peligrosa posición. Por lo tanto, los Estados Unidos deberían replegar dramáticamente su perímetro de defensa, reduciendo así el presupuesto de la seguridad estadounidense a la mitad y ahorrando más de 500 mil millones al año. Por supuesto, hacerlo no reducirá ni a la mitad el déficit de 1,3 billones de dólares anuales. Pero es un modo de empezar a rellenar el enorme agujero presupuestario.
Traducido por Gabriel Gasave
Los Estados Unidos ya no pueden darse el lujo de mantener su imperio
El Presidente Obama ha elevado al Congreso una solicitud para gastar 3.800 millones de dólares durante el próximo año fiscal en 2011, y un tercio de dicha suma no estará solventada mediante impuestos, lo que resulta por lo tanto en un déficit de 1.300 millones de dólares (la friolera del 8,3 por ciento del PIB). Lo único bueno de esta noticia es que este déficit es menor, como una parte de la producción económica de la nación, al gigantesco 10,6 por ciento del corriente año para el año fiscal 2010 (ese déficit de 1,6 billones de dólares constituye un record desde la Segunda Guerra Mundial). Déficits presupuestarios de esta magnitud han ocurrido antes, pero sólo durante guerras catastróficas—la Guerra Civil y las dos Guerras Mundiales.
Contrariamente a la retórica de los parlamentarios republicanos, que critican estridentemente a Obama por su excesivo gasto, estos déficits presupuestarios son en gran medida el resultado del nuevo programa de ayuda social de George W. Bush (la cobertura de las recetas médicas del Medicare), los habituales falsos recortes impositivos (reducciones de impuestos sin la concomitante reducción del gasto gubernamental) de los republicanos, los rescates a las instituciones bancarias y de seguros, y el hecho de llevar a cabo dos desastrosas ocupaciones estadounidenses de países extranjeros. Por supuesto, Obama está lejos de quedar libre de culpa.
Utilizando la crucial estadística de los déficit como una proporción del PIB, cuando Obama asumió el cargo durante el año fiscal 2009, el déficit presupuestario era de más del 9 por ciento del PIB. El paquete de estímulo de 787 mil millones de dólares de Obama y el rescate de las automotrices incrementó a un déficit ya asombroso hasta hacerlo alcanzar el 10,6 por ciento, todo un record para el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial. La cifra del 8,3 por ciento para el año fiscal 2011 inicia una proyección descendente pero sigue siendo demasiado elevada. En verdad, todas las proyecciones presupuestarias para años que no sean el actual o el venidero (en este caso, los ejercicios fiscales 2010 y 2011), por lo general carecen de sentido, debido a que los cambios en las políticas en los sucesivos años son impredecibles.
No obstante, si la historia sirve de guía, Obama, un demócrata, a largo plazo probablemente será mejor respecto de los déficits que George W. Bush, un republicano (no pudo ser peor). Esto se debe a que, según el economista conservador John H. Wood de la Wake Forest University, los déficits presupuestarios de los EE.UU. históricamente han sido eliminados después de transcurrida una crisis.
El demócrata Bill Clinton, con aumentos impositivos, recortes en el gasto militar y un robusto crecimiento económico, logró desafiar las predicciones de déficits indefinidos de los años de los republicanos Reagan y Bush padre y los convirtió en superávits presupuestarios que finalizaron en el ejercicio fiscal 2001, año en que dejó el cargo. Obama se enfrenta ahora a la tarea similar de limpiar el desorden fiscal de los ocho años de Bush junior.
Obama dificultó más su tarea al adoptar el erróneo argumento keynesiano de que un aumento del gasto público es bueno para la economía. Su paquete de estímulo y los rescates a las compañías automotrices profundizaron aún más el agujero fiscal. Pero ahora la buena noticia es que al parecer ha dejado de excavar y puede que haya virado hacia déficits más pequeños como un porcentaje del PIB. Sólo el tiempo lo dirá, pero el llamado de alerta de la pérdida de la banca de Ted Kennedy en el Senado en la socialista Massachusetts (además de reducir dramáticamente la probabilidad de que sea sancionado el programa de atención de la salud de Obama, un sigiloso dilapidador del presupuesto) podría hacer que Obama se convierta en un “demócrata reductor del déficit”, como su antecesor Bill Clinton.
Después de la Guerra Fría, Clinton redujo el presupuesto de defensa a pesar de la persistencia de muchas pequeñas guerras frívolas que eran innecesarias para la seguridad de los EE.UU.. Hasta ahora, Obama sigue aumentando el gasto militar mientras que sólo congela una pequeña parte de los gastos que no atañen a ella. Nancy Pelosi, la presidente de la Cámara de Representantes, ha afirmado con prudencia que es inaceptable eludir la reducción del gasto de seguridad.
Y el gasto en seguridad es enorme. Según Winslow Wheeler del Center on Defense Information, el presupuesto anual en materia de seguridad de los EE.UU.—incluidos los gastos en las guerras, el Departamento de Defensa, los programas de armas nucleares del Departamento de Energía, la seguridad interior, las indemnizaciones a los veteranos, las cuestiones internacionales, las erogaciones por las pensiones del personal militar que no corresponden al Departamento de Defensa y los intereses sobre la deuda nacional correspondiente a los programas de defensa—se encuentra bien por encima del billón de dólares por año.
Los recortes en dicho gasto no deberían implicar sólo la eliminación de unos pocos sistemas de armamentos—como se hizo en el ejercicio fiscal 2010, pero no en el año fiscal 2011—sino que deben ser el resultado de una reevaluación total de la política exterior estadounidense no tradicional de intervencionismo militarizado que tuvo lugar con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial. Dicha política debería haber sido declarada un fracaso cuando provocó los horrendos ataques terroristas vengativos del 11 de septiembre de 2001. En cambio, la tragedia disparó el inicio de una hiper-versión neoconservadora de esta misma política exterior, la Guerra contra el Terror (la cual incluye la ocupación innecesaria y contraproducente de dos países musulmanes), a la que las estadísticas muestran como algo que ha empeorado el problema del terrorismo.
La Guerra Fría terminó hace tiempo, y la correspondiente justificación (dudosa incluso entonces) para el uso de una política exterior intervencionista de los EE.UU. a fin de intentar gobernar al mundo es actualmente obsoleta e incluso peligrosa en una era de terrorismo vengativo. Muchos imperios a lo largo de la historia han colapsado o se han marchitado debido a que sus aspiraciones eran demasiado grandes para sus billeteras; los EE.UU. se encuentran ahora en esa peligrosa posición. Por lo tanto, los Estados Unidos deberían replegar dramáticamente su perímetro de defensa, reduciendo así el presupuesto de la seguridad estadounidense a la mitad y ahorrando más de 500 mil millones al año. Por supuesto, hacerlo no reducirá ni a la mitad el déficit de 1,3 billones de dólares anuales. Pero es un modo de empezar a rellenar el enorme agujero presupuestario.
Traducido por Gabriel Gasave
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