Washington, DC—En los últimos años, la abundancia de consumo, crédito e inversiones por parte de los países ricos ayudó a reducir la pobreza mundial. Inducida por la burbuja, la bonanza salpicó a todas las regiones del planeta. En aquellos días, era impopular señalar en qué países urgía realizar profundas reformas y cuáles podrían depender de sus reformas anteriores o las que estaban en marcha para seguir prosperando.
Ahora que la fiesta terminó y el día después llegó, es hora de separar la paja del trigo. Una forma de hacerlo es observar el Índice de Calidad Institucional 2009, diseñado por el economista Martín Krause para la International Policy Network. Es un ránking de los países según el grado de libertad económica, democracia y Estado de Derecho que ofrecen. Como los países con puntaje más alto han atraído más financiación y capital que aquellos con calificación más baja, lo previsible es que estos últimos las vean muy negras en los años venideros.
En 2007, los flujos netos de capital alcanzaron 929 mil millones de dólares en los países “emergentes”; este año la cifra será apenas 165 mil millones. Parece un chiste, pero en los dos últimos años los países pobres han estado prestando más dinero a los ricos que viceversa. La sequía del financiamiento y la inversión internacional hará que sea feroz la competencia por lo poco disponible; sólo las naciones que mejoraron sus instituciones cuando pocos hacían preguntas obtendrán esos dólares.
No se tiene buenas instituciones con sólo tener una economía abierta. Para funcionar bien, ella debe reposar sobre férreas protecciones legales de las personas y sus posesiones: un Estado de Derecho. La importancia del Estado de Derecho es tal, que los países con gobiernos relativamente grandes y burocráticos a menudo se desempeñan mejor que aquellos con economías más abiertas y protecciones legales más precarias. A eso se debe que América Latina se ubique detrás de Europa Central y Asia, o que Uruguay y Costa Rica estén mejor colocados que México y Perú, donde la economía es más abierta pero el Estado de Derecho aun es relativamente débil.
Ciertas herencias culturales pueden ayudar a explicar que un área como Europa Central, que conoció períodos de libertad antes del comunismo, o que las islas caribeñas, que adoptaron la tradición británica de derecho consuetudinario, superen a otras en el ránking. Y razones históricas pueden justificar que naciones como Chile, donde la estabilidad institucional fue mayor en el siglo 19, se desempeñen mejor que sus vecinos aún cuando sus reformas se estancan. En cualquier caso, todo indica que los países con una mayor combinación de libertad económica y Estado de Derecho serán mucho más atractivos en este “día después” de la burbuja, caracterizado por un financiamiento y una inversión internacional a cuentagotas.
El Sudeste Asiático, Europa Central y América Latina se encuentran mucho mejor ubicados que, digamos, las naciones de los Balcanes o Rusia, Ucrania y Bielorrusia. Pero existen enormes diferencias dentro de cada región. La desaceleración, en años recientes, de lo que habían sido reformas notables en Vietnam y Hungría ha vuelto a esos países más vulnerables que Malasia y Eslovaquia frente a las magras condiciones internacionales que se darán durante los próximos años.
El destino de un país no está escrito: 632 millones de chinos y 117 millones de indios que han superado una horrenda pobreza en las dos últimas décadas lo demuestran. Pero los gobiernos que no reformaron sus instituciones en las épocas de vacas gordas enfrentarán, en estos tiempos adversos, la encolerizada presión de sus pueblos para redistribuir la riqueza y torcer o aplastar la ley para satisfacer reclamos sociales. El resultado serán instituciones todavía peores de las que tienen.
Todo indica que países como Rusia, Turquía, Argentina, Venezuela, Indonesia y Nigeria, para mencionar a algunos de los que vivieron del auge de los “commodities”, verán expuestas con impudicia sus vergüenzas institucionales; sus pueblos sufrirán más. En cambio, aquellos —como Perú, Colombia, Eslovenia, Qatar, Botsuana, Mauricio y Kuwait— en los que los mercados y el Estado de Derecho experimentaron avances en las últimas dos décadas, en algunos casos mucho más que en otros, les sacarán ventaja a muchos de sus vecinos.
Lo que está en juego para las naciones pobres hoy día no es tanto el agotamiento del financiamiento y la inversión sino el proceso de sinceramiento y discriminación que está dejando en claro quiénes vivían en el mundo real cuando otros deliraban con la cornucopia. El resultado será la restauración del vínculo entre las instituciones y el crecimiento económico que la burbuja había oscurecido por un rato.
(c) 2009, The Washington Post Writers Group
Los pobres y el día después
Washington, DC—En los últimos años, la abundancia de consumo, crédito e inversiones por parte de los países ricos ayudó a reducir la pobreza mundial. Inducida por la burbuja, la bonanza salpicó a todas las regiones del planeta. En aquellos días, era impopular señalar en qué países urgía realizar profundas reformas y cuáles podrían depender de sus reformas anteriores o las que estaban en marcha para seguir prosperando.
Ahora que la fiesta terminó y el día después llegó, es hora de separar la paja del trigo. Una forma de hacerlo es observar el Índice de Calidad Institucional 2009, diseñado por el economista Martín Krause para la International Policy Network. Es un ránking de los países según el grado de libertad económica, democracia y Estado de Derecho que ofrecen. Como los países con puntaje más alto han atraído más financiación y capital que aquellos con calificación más baja, lo previsible es que estos últimos las vean muy negras en los años venideros.
En 2007, los flujos netos de capital alcanzaron 929 mil millones de dólares en los países “emergentes”; este año la cifra será apenas 165 mil millones. Parece un chiste, pero en los dos últimos años los países pobres han estado prestando más dinero a los ricos que viceversa. La sequía del financiamiento y la inversión internacional hará que sea feroz la competencia por lo poco disponible; sólo las naciones que mejoraron sus instituciones cuando pocos hacían preguntas obtendrán esos dólares.
No se tiene buenas instituciones con sólo tener una economía abierta. Para funcionar bien, ella debe reposar sobre férreas protecciones legales de las personas y sus posesiones: un Estado de Derecho. La importancia del Estado de Derecho es tal, que los países con gobiernos relativamente grandes y burocráticos a menudo se desempeñan mejor que aquellos con economías más abiertas y protecciones legales más precarias. A eso se debe que América Latina se ubique detrás de Europa Central y Asia, o que Uruguay y Costa Rica estén mejor colocados que México y Perú, donde la economía es más abierta pero el Estado de Derecho aun es relativamente débil.
Ciertas herencias culturales pueden ayudar a explicar que un área como Europa Central, que conoció períodos de libertad antes del comunismo, o que las islas caribeñas, que adoptaron la tradición británica de derecho consuetudinario, superen a otras en el ránking. Y razones históricas pueden justificar que naciones como Chile, donde la estabilidad institucional fue mayor en el siglo 19, se desempeñen mejor que sus vecinos aún cuando sus reformas se estancan. En cualquier caso, todo indica que los países con una mayor combinación de libertad económica y Estado de Derecho serán mucho más atractivos en este “día después” de la burbuja, caracterizado por un financiamiento y una inversión internacional a cuentagotas.
El Sudeste Asiático, Europa Central y América Latina se encuentran mucho mejor ubicados que, digamos, las naciones de los Balcanes o Rusia, Ucrania y Bielorrusia. Pero existen enormes diferencias dentro de cada región. La desaceleración, en años recientes, de lo que habían sido reformas notables en Vietnam y Hungría ha vuelto a esos países más vulnerables que Malasia y Eslovaquia frente a las magras condiciones internacionales que se darán durante los próximos años.
El destino de un país no está escrito: 632 millones de chinos y 117 millones de indios que han superado una horrenda pobreza en las dos últimas décadas lo demuestran. Pero los gobiernos que no reformaron sus instituciones en las épocas de vacas gordas enfrentarán, en estos tiempos adversos, la encolerizada presión de sus pueblos para redistribuir la riqueza y torcer o aplastar la ley para satisfacer reclamos sociales. El resultado serán instituciones todavía peores de las que tienen.
Todo indica que países como Rusia, Turquía, Argentina, Venezuela, Indonesia y Nigeria, para mencionar a algunos de los que vivieron del auge de los “commodities”, verán expuestas con impudicia sus vergüenzas institucionales; sus pueblos sufrirán más. En cambio, aquellos —como Perú, Colombia, Eslovenia, Qatar, Botsuana, Mauricio y Kuwait— en los que los mercados y el Estado de Derecho experimentaron avances en las últimas dos décadas, en algunos casos mucho más que en otros, les sacarán ventaja a muchos de sus vecinos.
Lo que está en juego para las naciones pobres hoy día no es tanto el agotamiento del financiamiento y la inversión sino el proceso de sinceramiento y discriminación que está dejando en claro quiénes vivían en el mundo real cuando otros deliraban con la cornucopia. El resultado será la restauración del vínculo entre las instituciones y el crecimiento económico que la burbuja había oscurecido por un rato.
(c) 2009, The Washington Post Writers Group
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