Washington, DC—Las consecuencias políticas para la Unión Europea de haber rescataado a Grecia, Irlanda y, en cualquier momento, Portugal son perturbadoramente claras: un aumento del sentimiento populista en el continente hábilmente explotado por los partidos nacionalistas que antes eran marginales.
Auténticos Finlandeses, un partido dirigido por un líder agitador de 48 años llamado Timo Soini, ha capturado uno de cada cinco votos en los comicios generales de ese país. Dada la naturaleza de un sistema político que torna inevitables las coaliciones, el resultado ha colocado al True Finns en una solida posición para ser parte del nuevo gobierno. Aunque la crisis económica y, en menor medida, la inmigración explican en parte este éxito, en las últimas semanas de la campaña Soini puso un énfasis mucho mayor en el rescate de Grecia y Irlanda, y lo que veía como el inminente salvataje de Portugal.
En Francia, la extrema derecha del Frente Nacional, ahora liderado por Marine Le Pen, ha superado al Presidente Nicolás Sarkozy y a su partido de centro-derecha en las encuestas, y le fue bien en las recientes elecciones regionales. La transferencia de riqueza de una parte de Europa a otra ha sido central en el mensaje de Le Pen, eclipsando a la inmigración, el “punching ball” tradicional. En Holanda, el líder nacionalista Geert Wilders, que ha apoyado al gobierno minoritario, está también agitando sentimientos populistas sobre los rescates. Pese a que ningún líder o partido de esa índole ha explotado aún la frustración social en Alemania, el papel clave de ese país en el rescate del sur de Europa ha provocado una revuelta electoral contra la canciller Angela Merkel, quien perdió una elección estatal importante en Baden-Württemberg. No es inconcebible que emerja un movimiento populista —o que integrantes de los partidos mayoritarios, incluyendo a los demócrata-cristianos de Merkel, adopten una posición frontal contra la UE.
Peor aún. Los paquetes de rescate sólo han logrado ganar algo de tiempo para las autoridades europeos. El inminente paquete de 115 mil millones de dólares para rescatar a Portugal, como fue el caso de los rescates griego e irlandés, está diseñado para dar oxígeno al beneficiario mientras hace reformas, hasta que la recuperación económica permita aliviar la pesada deuda. Pero no hay crecimiento económico significativo alguno y la carga de la deuda en los tres países se prevé que aumente. Inevitablemente tendrán que volver a los mercados a rogar crédito.
Había una alternativa mejor. La alternativa era, como la canciller Merkel sugirió tímidamente en el inicio de la crisis de la eurozona, efectuar ese exquisito eufemismo: la “reestructuración” de la deuda. En español corriente: dejar que la gente que asumió riesgos irresponsables pierda parte de la deuda que retiene. Sí, esto hubiera perjudicado a algunos bancos del norte y centro de Europa que tienen bonos del sur de Europa. Pero, ¿cuál fue el beneficio de haber rescatado a esos países si al final el sur de Europa se encamina de todos modos hacia una “reestructuración” de la deuda?
El costo político ha sido el fortalecimiento del extremismo populista. Desde hace algunos años esta corriente social y política hace noticia en la UE, aumentando y disminuyendo según el nivel de resentimiento social contra el chivo expiatorio de turno. Pero puede llegar un momento en el que la persistencia de las causas, reales o imaginarias, de esta ira social lleven al fenómeno nacionalista a un nuevo nivel. La causa de la ira es ahora más real de lo que ha sido en los últimos años. Es mejor hacerle frente ahora. No veo cómo Europa puede seguir postergando la decisión de purgar algunos de sus excesos sin incubar más resentimiento.
Aquellos que chantajearon a Alemania y a otros países para que subvencionaran el rescate del los países del sur de Europa y otros países en aprietos cuando los alemanes expresaron dudas iniciales no vieron que la causa fundamental del problema de la eurozona es que el euro no fue nunca tratado como una moneda sino como un instrumento político para aglutinar a economías muy disimiles bajo un mecanismo inflexible. La política de salvatajes financieros es una vuelta más de ese tornillo imposible.
Los extremistas surgen en las naciones civilizadas cuando el desquiciamiento de las cosas hace que sus soflamas suenen razonables. En vísperas de la elección, Timo Soini afirmó: “Cada vez que se rescató a un país, las autoridades europeas le garantizaron a la opinión pública que no habría más rescates……los nórdicos están cansados de pagar las fiestas del sur”. Suena razonable. Y muy espeluznante.
PD: En la columna de la semana pasada, afirmé que, de acuerdo con una encuesta reciente, el 52 por ciento de los peruanos respaldaría un régimen militar. La cifra correcta es un (igualmente perturbador) 42 por ciento.
(c) 2011, The Washington Post Writers Group
Los rescates financieros y el populismo
Washington, DC—Las consecuencias políticas para la Unión Europea de haber rescataado a Grecia, Irlanda y, en cualquier momento, Portugal son perturbadoramente claras: un aumento del sentimiento populista en el continente hábilmente explotado por los partidos nacionalistas que antes eran marginales.
Auténticos Finlandeses, un partido dirigido por un líder agitador de 48 años llamado Timo Soini, ha capturado uno de cada cinco votos en los comicios generales de ese país. Dada la naturaleza de un sistema político que torna inevitables las coaliciones, el resultado ha colocado al True Finns en una solida posición para ser parte del nuevo gobierno. Aunque la crisis económica y, en menor medida, la inmigración explican en parte este éxito, en las últimas semanas de la campaña Soini puso un énfasis mucho mayor en el rescate de Grecia y Irlanda, y lo que veía como el inminente salvataje de Portugal.
En Francia, la extrema derecha del Frente Nacional, ahora liderado por Marine Le Pen, ha superado al Presidente Nicolás Sarkozy y a su partido de centro-derecha en las encuestas, y le fue bien en las recientes elecciones regionales. La transferencia de riqueza de una parte de Europa a otra ha sido central en el mensaje de Le Pen, eclipsando a la inmigración, el “punching ball” tradicional. En Holanda, el líder nacionalista Geert Wilders, que ha apoyado al gobierno minoritario, está también agitando sentimientos populistas sobre los rescates. Pese a que ningún líder o partido de esa índole ha explotado aún la frustración social en Alemania, el papel clave de ese país en el rescate del sur de Europa ha provocado una revuelta electoral contra la canciller Angela Merkel, quien perdió una elección estatal importante en Baden-Württemberg. No es inconcebible que emerja un movimiento populista —o que integrantes de los partidos mayoritarios, incluyendo a los demócrata-cristianos de Merkel, adopten una posición frontal contra la UE.
Peor aún. Los paquetes de rescate sólo han logrado ganar algo de tiempo para las autoridades europeos. El inminente paquete de 115 mil millones de dólares para rescatar a Portugal, como fue el caso de los rescates griego e irlandés, está diseñado para dar oxígeno al beneficiario mientras hace reformas, hasta que la recuperación económica permita aliviar la pesada deuda. Pero no hay crecimiento económico significativo alguno y la carga de la deuda en los tres países se prevé que aumente. Inevitablemente tendrán que volver a los mercados a rogar crédito.
Había una alternativa mejor. La alternativa era, como la canciller Merkel sugirió tímidamente en el inicio de la crisis de la eurozona, efectuar ese exquisito eufemismo: la “reestructuración” de la deuda. En español corriente: dejar que la gente que asumió riesgos irresponsables pierda parte de la deuda que retiene. Sí, esto hubiera perjudicado a algunos bancos del norte y centro de Europa que tienen bonos del sur de Europa. Pero, ¿cuál fue el beneficio de haber rescatado a esos países si al final el sur de Europa se encamina de todos modos hacia una “reestructuración” de la deuda?
El costo político ha sido el fortalecimiento del extremismo populista. Desde hace algunos años esta corriente social y política hace noticia en la UE, aumentando y disminuyendo según el nivel de resentimiento social contra el chivo expiatorio de turno. Pero puede llegar un momento en el que la persistencia de las causas, reales o imaginarias, de esta ira social lleven al fenómeno nacionalista a un nuevo nivel. La causa de la ira es ahora más real de lo que ha sido en los últimos años. Es mejor hacerle frente ahora. No veo cómo Europa puede seguir postergando la decisión de purgar algunos de sus excesos sin incubar más resentimiento.
Aquellos que chantajearon a Alemania y a otros países para que subvencionaran el rescate del los países del sur de Europa y otros países en aprietos cuando los alemanes expresaron dudas iniciales no vieron que la causa fundamental del problema de la eurozona es que el euro no fue nunca tratado como una moneda sino como un instrumento político para aglutinar a economías muy disimiles bajo un mecanismo inflexible. La política de salvatajes financieros es una vuelta más de ese tornillo imposible.
Los extremistas surgen en las naciones civilizadas cuando el desquiciamiento de las cosas hace que sus soflamas suenen razonables. En vísperas de la elección, Timo Soini afirmó: “Cada vez que se rescató a un país, las autoridades europeas le garantizaron a la opinión pública que no habría más rescates……los nórdicos están cansados de pagar las fiestas del sur”. Suena razonable. Y muy espeluznante.
PD: En la columna de la semana pasada, afirmé que, de acuerdo con una encuesta reciente, el 52 por ciento de los peruanos respaldaría un régimen militar. La cifra correcta es un (igualmente perturbador) 42 por ciento.
(c) 2011, The Washington Post Writers Group
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