La modesta propuesta del Presidente Bush para reducir los subsidios agrícolas no dará lugar a una pelea partidaria entre demócratas y republicanos, pero sin lugar a dudas: la pelea que acontecerá será entre los grupos de interés de la política a la vieja usanza. Desgraciadamente, se encuentra fuera de discusión cualquier consideración respecto de sí los agricultores deberían recibir algún tipo de subsidio.
Bush ha propuesto disminuir los subsidios que puede recibir un agricultor individual de $360.000 a $250.000. De ser adoptada, la propuesta reducirá el gasto federal en agricultura en unos insignificantes $587 millones en el año 2006.
Las grandes corporaciones agrícolas son las más afectadas por la reforma. También, quienes se dedican a cultivos que reciben grandes subsidios, como el arroz y el algodón, harán frente a recortes mayores que quienes se dedican a cultivos tales como el del maíz, el trigo, y las semillas de soja, los cuales por lo general obtienen subsidios menores. No debe sorprender entonces, que el debate en el Congreso enfrente unos contra otros a los representantes de las regiones donde se cultiva arroz y algodón.
El presidente del Comité de Agricultura del senado estadounidense, Saxby Chambliss, un republicano del estado de Georgia, en el que se produce algodón, se opone a que se recorten los pagos. Un aliado clave es el demócrata de Arkansas, Blanche Lincoln, cuyo padre se dedica al cultivo del arroz. Los estados agrícolas que tradicionalmente presionan políticamente al gobierno en busca de beneficios, como Iowa y Dakota del Norte, los cuales tienen pocos agricultores dedicados al arroz y al algodón, poseen representantes que aprueban la propuesta.
El gasto federal en materia de agricultura fue de 16,4 mil millones (billones en inglés) en el año 2003. Todo el debate gira en torno a sí una relativamente pequeña suma de $587 millones debería ser recortada de los subsidios, pero el interrogante más importante–¿Por qué de todos modos deberíamos estar gastando tanto en la agricultura?–permanece sin ser respondido.
Usualmente, los estadounidenses asumimos que precisamos de los subsidios agrícolas para favorecer a los pequeños agricultores familiares y para mantener a los precios de los alimentos accesibles. Ambos son conceptos erróneos.
Subsidiar a los granjeros produce como resultado una mayor oferta de alimentos y precios más bajos, pero el dinero de los subsidios debe originarse en el cobro de impuestos a nosotros mismos. Nos encontramos en una mejor situación debido a que los precios de los alimentos son más bajos, pero en una situación peor en virtud de los tributos más elevados. Como resultado neto, el ingreso disponible no se incrementa. Si los ricos soportan la mayor parte de la carga tributaria, entonces los subsidios harían a los alimentos más accesibles para los individuos más pobres. Pero difícilmente sea esta la intención o la práctica de la mayoría de los subsidios.
Muchos subsidios agrícolas hacen que los precios suban, no que bajen. Los subsidios a la “conservación” le pagan a los granjeros para que no cultiven la tierra. Por ejemplo, desde 1995 a 2002 el gobierno de los Estados Unidos pagó aproximadamente $2 mil millones (billones en inglés) al año en concepto de estos subsidios. Debido a que los mismos disminuyen la oferta de alimentos, empujan los precios hacia arriba.
Las cuotas y otras barreras a las importaciones son otra forma de subsidio otorgado a los agricultores estadounidenses, a pesar de que esta clase de subsidios no sale del presupuesto federal. Estas barreras comerciales restringen la cantidad de cultivos extranjeros que pueden ingresar a los Estados Unidos y hacen subir los precios. Por ejemplo, las cuotas para el azúcar en los Estados Unidos duplican aproximadamente el precio de ese producto para los consumidores.
Tampoco los subsidios resultan de gran ayuda para los pequeños agricultores. Un estudio del Departamento de Agricultura del año 2003 encontró que el 30 por ciento de los subsidios va directamente a tan solo el 6 por ciento más grande de los cultivadores. En el caso de las cuotas al azúcar, el 42 por ciento de los beneficios va para tan solo el 1 por ciento de los productores.
Incluso cuando los subsidios se canalizan hacia los pequeños granjeros, ellos no necesariamente resultan ser los beneficiarios, debido a que muchos no poseen la tierra que cultivan. Los subsidios tornan más valiosa a esa tierra en razón de que cualquiera que la cultive podría recibirlos. De esta manera, los propietarios elevan las rentas y los granjeros que no poseen tierras, independientemente de su tamaño, quedan en una situación peor. Ferd Hoefner, de la Sustainable Agriculture Coalition, utiliza la información del Departamento de Agricultura para demostrar que los subsidios agrícolas aumentan los valores de la tierra entre un 15 y un 20 por ciento.
El hecho de terminar con los subsidios a la agricultura en los Estados Unidos favorecería también a las regiones empobrecidas del mundo. El Fondo Monetario Internacional estima que la abolición de los subsidios agrícolas en los países ricos añadiría $100 mil millones (billones en inglés) al ingreso a escala global. Y algunos de esos beneficios ayudarían a los países pobres con una ventaja comparativa en la agricultura.
El ponerle fin a los subsidios agrícolas no implicará terminar con la agricultura en los EE.UU.. Los precios de las tierras cultivables declinarán, permitiendo que algunos agricultores continúen en la actividad, y nos abocaríamos a la producción de aquellos cultivos que los granjeros estadounidenses producen más eficientemente.
En vez de tener un debate político al estilo tradicional sobre una trivial disminución del 3,5 por ciento en los subsidios a la agricultura, los legisladores deberían reconsiderar porqué el gobierno federal subsidia a la agricultura. Ello perjudica a los pobres del mundo, eleva los precios de los alimentos para los consumidores en los Estados Unidos, y los beneficios no mejoran a los pequeños granjeros. Por supuesto, los políticos no debaten terminar con los subsidios agrícolas debido a que ello eliminaría una clase de “alimento”–el de los negociados que los miembros del congreso obtienen al repartirlos.
Traducido por Gabriel Gasave
No tan solo reduzcamos los subsidios agrícolas: Eliminémoslos
La modesta propuesta del Presidente Bush para reducir los subsidios agrícolas no dará lugar a una pelea partidaria entre demócratas y republicanos, pero sin lugar a dudas: la pelea que acontecerá será entre los grupos de interés de la política a la vieja usanza. Desgraciadamente, se encuentra fuera de discusión cualquier consideración respecto de sí los agricultores deberían recibir algún tipo de subsidio.
Bush ha propuesto disminuir los subsidios que puede recibir un agricultor individual de $360.000 a $250.000. De ser adoptada, la propuesta reducirá el gasto federal en agricultura en unos insignificantes $587 millones en el año 2006.
Las grandes corporaciones agrícolas son las más afectadas por la reforma. También, quienes se dedican a cultivos que reciben grandes subsidios, como el arroz y el algodón, harán frente a recortes mayores que quienes se dedican a cultivos tales como el del maíz, el trigo, y las semillas de soja, los cuales por lo general obtienen subsidios menores. No debe sorprender entonces, que el debate en el Congreso enfrente unos contra otros a los representantes de las regiones donde se cultiva arroz y algodón.
El presidente del Comité de Agricultura del senado estadounidense, Saxby Chambliss, un republicano del estado de Georgia, en el que se produce algodón, se opone a que se recorten los pagos. Un aliado clave es el demócrata de Arkansas, Blanche Lincoln, cuyo padre se dedica al cultivo del arroz. Los estados agrícolas que tradicionalmente presionan políticamente al gobierno en busca de beneficios, como Iowa y Dakota del Norte, los cuales tienen pocos agricultores dedicados al arroz y al algodón, poseen representantes que aprueban la propuesta.
El gasto federal en materia de agricultura fue de 16,4 mil millones (billones en inglés) en el año 2003. Todo el debate gira en torno a sí una relativamente pequeña suma de $587 millones debería ser recortada de los subsidios, pero el interrogante más importante–¿Por qué de todos modos deberíamos estar gastando tanto en la agricultura?–permanece sin ser respondido.
Usualmente, los estadounidenses asumimos que precisamos de los subsidios agrícolas para favorecer a los pequeños agricultores familiares y para mantener a los precios de los alimentos accesibles. Ambos son conceptos erróneos.
Subsidiar a los granjeros produce como resultado una mayor oferta de alimentos y precios más bajos, pero el dinero de los subsidios debe originarse en el cobro de impuestos a nosotros mismos. Nos encontramos en una mejor situación debido a que los precios de los alimentos son más bajos, pero en una situación peor en virtud de los tributos más elevados. Como resultado neto, el ingreso disponible no se incrementa. Si los ricos soportan la mayor parte de la carga tributaria, entonces los subsidios harían a los alimentos más accesibles para los individuos más pobres. Pero difícilmente sea esta la intención o la práctica de la mayoría de los subsidios.
Muchos subsidios agrícolas hacen que los precios suban, no que bajen. Los subsidios a la “conservación” le pagan a los granjeros para que no cultiven la tierra. Por ejemplo, desde 1995 a 2002 el gobierno de los Estados Unidos pagó aproximadamente $2 mil millones (billones en inglés) al año en concepto de estos subsidios. Debido a que los mismos disminuyen la oferta de alimentos, empujan los precios hacia arriba.
Las cuotas y otras barreras a las importaciones son otra forma de subsidio otorgado a los agricultores estadounidenses, a pesar de que esta clase de subsidios no sale del presupuesto federal. Estas barreras comerciales restringen la cantidad de cultivos extranjeros que pueden ingresar a los Estados Unidos y hacen subir los precios. Por ejemplo, las cuotas para el azúcar en los Estados Unidos duplican aproximadamente el precio de ese producto para los consumidores.
Tampoco los subsidios resultan de gran ayuda para los pequeños agricultores. Un estudio del Departamento de Agricultura del año 2003 encontró que el 30 por ciento de los subsidios va directamente a tan solo el 6 por ciento más grande de los cultivadores. En el caso de las cuotas al azúcar, el 42 por ciento de los beneficios va para tan solo el 1 por ciento de los productores.
Incluso cuando los subsidios se canalizan hacia los pequeños granjeros, ellos no necesariamente resultan ser los beneficiarios, debido a que muchos no poseen la tierra que cultivan. Los subsidios tornan más valiosa a esa tierra en razón de que cualquiera que la cultive podría recibirlos. De esta manera, los propietarios elevan las rentas y los granjeros que no poseen tierras, independientemente de su tamaño, quedan en una situación peor. Ferd Hoefner, de la Sustainable Agriculture Coalition, utiliza la información del Departamento de Agricultura para demostrar que los subsidios agrícolas aumentan los valores de la tierra entre un 15 y un 20 por ciento.
El hecho de terminar con los subsidios a la agricultura en los Estados Unidos favorecería también a las regiones empobrecidas del mundo. El Fondo Monetario Internacional estima que la abolición de los subsidios agrícolas en los países ricos añadiría $100 mil millones (billones en inglés) al ingreso a escala global. Y algunos de esos beneficios ayudarían a los países pobres con una ventaja comparativa en la agricultura.
El ponerle fin a los subsidios agrícolas no implicará terminar con la agricultura en los EE.UU.. Los precios de las tierras cultivables declinarán, permitiendo que algunos agricultores continúen en la actividad, y nos abocaríamos a la producción de aquellos cultivos que los granjeros estadounidenses producen más eficientemente.
En vez de tener un debate político al estilo tradicional sobre una trivial disminución del 3,5 por ciento en los subsidios a la agricultura, los legisladores deberían reconsiderar porqué el gobierno federal subsidia a la agricultura. Ello perjudica a los pobres del mundo, eleva los precios de los alimentos para los consumidores en los Estados Unidos, y los beneficios no mejoran a los pequeños granjeros. Por supuesto, los políticos no debaten terminar con los subsidios agrícolas debido a que ello eliminaría una clase de “alimento”–el de los negociados que los miembros del congreso obtienen al repartirlos.
Traducido por Gabriel Gasave
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