Cuando una gran revuelta tiene lugar en un país importante, los legisladores estadounidenses bregan por dar en el clavo y llegar a una reacción apropiada. Los charlatanes y expertos, sin embargo, no tienen ningún problema en ofrecer conclusiones inmediatas y contundentes y estimular a los legisladores para que impulsen sus propias agendas. Hasta ahora, el Presidente Obama ha hecho un trabajo razonable al resistirse a tales análisis y consejos realizados desde el escenario de los hechos sobre las masivas protestas acerca de los comicios en Irán.
Desde la derecha, los halcones han criticado el compromiso político de Obama con un país al que recuerdan con nostalgia como ubicado dentro del “Eje del Mal” y lo han urgido a expresarse enérgicamente respecto del fraude electoral perpetrado por el gobierno iraní. El senador John McCain echaba humo en el programa Today, “Debería decir que este es un mal y corrupto simulacro de una elección”. Danielle Pletka y Ali Alfoneh del neo-conservador American Enterprise Institute sostuvo que no se necesita ser paranoico para preguntarse si la burda maniobra electoral fue hecha adrede a fin de incitar a las protestas masivas de modo tal que la Guardia Revolucionaria de Irán pudiese lanzar un golpe militar contra el régimen teocrático. ¿En serio? A mí me suena un poco paranoico. Y la clase de paranoia que convierte al régimen teocrático en algo aún peor—una dictadura militar— sembrando así dudas sobre el compromiso político de Obama y apoyando una política al estilo del AEI de “ponerse firmes” con un país corrupto.
En el otro extremo del espectro político, Joseph Cirincione del Plowshares Fund, un liberal (en el sentido estadounidense del término) y férreo partidario de negociar con Irán para convencerlo de abandonar sus ambiciones nucleares, pronostica un cambio tan fundamental que cualquiera que sea el gobierno en el poder tendrá que apaciguar a las multitudes abriéndose a Occidente. Por supuesto, este avance podría ofrecer una oportunidad incluso mayor para alcanzar su objetivo del desarme nuclear iraní. Cuando en un país acontece una turbulencia política así, los observadores externos por lo general ven lo que quieren ver y lo usan como una justificación para empujar la política de los EE.UU. hacia su lado del debate.
¿Pero cómo está aclimatándose a la presión Obama? Hasta el momento, bastante bien. Para él y la política de los EE.UU., el más peligroso de los dos campos es el beligerante. Para los de la línea dura, ponerse firmes con el “malvado” Irán es tanto un fin en sí mismo que escogen ignorar lo obvio: la histórica animosidad entre los dos países vuelve radiactivo a todo lo que el gobierno de los Estados Unidos apoye en Irán, y será utilizado por el gobierno iraní contra el movimiento de protesta.
De este modo, Obama ha estado plausiblemente tratando de apartase de las indiscreciones contraproducentes. Más importante aún, ha afirmado que sería desacertado “ser visto como entrometiéndose” en la controvertida elección presidencial iraní. Pero dijo que tenía “profundas preocupaciones sobre los comicios”, estaba hondamente preocupado por la violencia post electoral y pidió a los dirigentes iraníes respetar el proceso democrático. También sostuvo, probablemente de manera acertada, que las diferencias políticas entre el Presidente Mahmoud Ahmadinejad y el retador, Mir-Hossein Mousavi, podrían haber sido exageradas; pero luego aseveró que, “De todos modos, estamos yendo a lidiar con un régimen iraní que históricamente ha sido hostil a los Estados Unidos, que ha causado algunos problemas en los alrededores y está buscando armas nucleares”.
Pese a que para los estándares de una superpotencia intervencionista, Obama ha hecho un trabajo creíble al mantenerse alejado del tumulto político iraní, ello no es suficiente. Incluso las limitadas preocupaciones y advertencias al régimen iraní han generado acusaciones de ese gobierno de que los Estados Unidos están una vez más entremetiéndose en los asuntos internos de Irán, lo que probablemente se volverá en contra de los manifestantes al llamárselos lacayos de los EE.UU.. Y para un país que inició la animosidad histórica original entre los dos países al derrotar a un líder democráticamente electo para restaurar al autocrático Shah, ha generado sus propios problemas en las inmediaciones de Irán al invadir y ocupar a los lindantes Afganistán e Irak, posee el arsenal nuclear más calificado del mundo y apoya a Israel, la única potencia nuclear del vecindario, tales declaraciones formuladas incluso por un relativamente modesto presidente de los Estados Unidos les parecen arrogantes a los iraníes.
Y en virtud de que habita una región convulsionada, cualquier gobierno en Irán—reformista o de línea dura—probablemente seguirá contando con el apoyo para su programa nuclear de todo el espectro político iraní, opacando así el punto de vista optimista de Cirincione acerca de negociar la terminación del esfuerzo atómico de Irán.
Obama tiene que hablar incluso menos de la impredecible asonada iraní—con la esperanza de “no perjudicar” a los reformistas para ayudarlos a prevalecer—y resignarse, en el largo plazo, sin importar qué clase de gobierno eventualmente surja, a vivir con la posibilidad de un Irán nuclearmente armado tal como hemos convivido con todos los otros países del mundo que poseen armamentos nucleares.
Traducido por Gabriel Gasave
Obama: En la cuerda floja respecto de Irán
Cuando una gran revuelta tiene lugar en un país importante, los legisladores estadounidenses bregan por dar en el clavo y llegar a una reacción apropiada. Los charlatanes y expertos, sin embargo, no tienen ningún problema en ofrecer conclusiones inmediatas y contundentes y estimular a los legisladores para que impulsen sus propias agendas. Hasta ahora, el Presidente Obama ha hecho un trabajo razonable al resistirse a tales análisis y consejos realizados desde el escenario de los hechos sobre las masivas protestas acerca de los comicios en Irán.
Desde la derecha, los halcones han criticado el compromiso político de Obama con un país al que recuerdan con nostalgia como ubicado dentro del “Eje del Mal” y lo han urgido a expresarse enérgicamente respecto del fraude electoral perpetrado por el gobierno iraní. El senador John McCain echaba humo en el programa Today, “Debería decir que este es un mal y corrupto simulacro de una elección”. Danielle Pletka y Ali Alfoneh del neo-conservador American Enterprise Institute sostuvo que no se necesita ser paranoico para preguntarse si la burda maniobra electoral fue hecha adrede a fin de incitar a las protestas masivas de modo tal que la Guardia Revolucionaria de Irán pudiese lanzar un golpe militar contra el régimen teocrático. ¿En serio? A mí me suena un poco paranoico. Y la clase de paranoia que convierte al régimen teocrático en algo aún peor—una dictadura militar— sembrando así dudas sobre el compromiso político de Obama y apoyando una política al estilo del AEI de “ponerse firmes” con un país corrupto.
En el otro extremo del espectro político, Joseph Cirincione del Plowshares Fund, un liberal (en el sentido estadounidense del término) y férreo partidario de negociar con Irán para convencerlo de abandonar sus ambiciones nucleares, pronostica un cambio tan fundamental que cualquiera que sea el gobierno en el poder tendrá que apaciguar a las multitudes abriéndose a Occidente. Por supuesto, este avance podría ofrecer una oportunidad incluso mayor para alcanzar su objetivo del desarme nuclear iraní. Cuando en un país acontece una turbulencia política así, los observadores externos por lo general ven lo que quieren ver y lo usan como una justificación para empujar la política de los EE.UU. hacia su lado del debate.
¿Pero cómo está aclimatándose a la presión Obama? Hasta el momento, bastante bien. Para él y la política de los EE.UU., el más peligroso de los dos campos es el beligerante. Para los de la línea dura, ponerse firmes con el “malvado” Irán es tanto un fin en sí mismo que escogen ignorar lo obvio: la histórica animosidad entre los dos países vuelve radiactivo a todo lo que el gobierno de los Estados Unidos apoye en Irán, y será utilizado por el gobierno iraní contra el movimiento de protesta.
De este modo, Obama ha estado plausiblemente tratando de apartase de las indiscreciones contraproducentes. Más importante aún, ha afirmado que sería desacertado “ser visto como entrometiéndose” en la controvertida elección presidencial iraní. Pero dijo que tenía “profundas preocupaciones sobre los comicios”, estaba hondamente preocupado por la violencia post electoral y pidió a los dirigentes iraníes respetar el proceso democrático. También sostuvo, probablemente de manera acertada, que las diferencias políticas entre el Presidente Mahmoud Ahmadinejad y el retador, Mir-Hossein Mousavi, podrían haber sido exageradas; pero luego aseveró que, “De todos modos, estamos yendo a lidiar con un régimen iraní que históricamente ha sido hostil a los Estados Unidos, que ha causado algunos problemas en los alrededores y está buscando armas nucleares”.
Pese a que para los estándares de una superpotencia intervencionista, Obama ha hecho un trabajo creíble al mantenerse alejado del tumulto político iraní, ello no es suficiente. Incluso las limitadas preocupaciones y advertencias al régimen iraní han generado acusaciones de ese gobierno de que los Estados Unidos están una vez más entremetiéndose en los asuntos internos de Irán, lo que probablemente se volverá en contra de los manifestantes al llamárselos lacayos de los EE.UU.. Y para un país que inició la animosidad histórica original entre los dos países al derrotar a un líder democráticamente electo para restaurar al autocrático Shah, ha generado sus propios problemas en las inmediaciones de Irán al invadir y ocupar a los lindantes Afganistán e Irak, posee el arsenal nuclear más calificado del mundo y apoya a Israel, la única potencia nuclear del vecindario, tales declaraciones formuladas incluso por un relativamente modesto presidente de los Estados Unidos les parecen arrogantes a los iraníes.
Y en virtud de que habita una región convulsionada, cualquier gobierno en Irán—reformista o de línea dura—probablemente seguirá contando con el apoyo para su programa nuclear de todo el espectro político iraní, opacando así el punto de vista optimista de Cirincione acerca de negociar la terminación del esfuerzo atómico de Irán.
Obama tiene que hablar incluso menos de la impredecible asonada iraní—con la esperanza de “no perjudicar” a los reformistas para ayudarlos a prevalecer—y resignarse, en el largo plazo, sin importar qué clase de gobierno eventualmente surja, a vivir con la posibilidad de un Irán nuclearmente armado tal como hemos convivido con todos los otros países del mundo que poseen armamentos nucleares.
Traducido por Gabriel Gasave
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