La política exterior de los Estados Unidos con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, incluyendo a la de la administración Bush, se ha basado en ciertas suposiciones acerca de la naturaleza del mundo. Desgraciadamente, la mayor parte de esas suposiciones resultan sospechosas.
La más notable de esas suposiciones es la de que si el gobierno de los Estados Unidos no domina al globo militarmente y no garantiza la seguridad mediante desenfrenadas intervenciones armadas, el mundo se desmoronará. Sin embargo, el gobierno estadounidense ni siquiera existía durante la gran mayoría de los registros históricos y el mundo se las arreglaba bastante bien, empleando lo que los académicos denominan un“equilibrio de poder” entre las grandes potencias. De hecho, a menudo el gobierno de los EE.UU. ha invadido a otros países y ha removido a sus gobiernos sin ninguna buena razón—por ejemplo, la invasión estadounidense de Panamá en 1989 y la reciente invasión de Irak.
Otras veces, el gobierno de los Estados Unidos ha empleado a la CIA para destituir a gobiernos más democráticos de países extranjeros y los reemplazó con uno menos democrático pero que era más amistoso con los intereses estadounidenses—por ejemplo, en Irán en 1953, Guatemala en 1954 y Chile en 1973. Aparentemente, al Presidente Bush—quien, de acuerdo con la revista Time, lee solamente libros que refuerzan sus prejuicios—le encantó un reciente trabajo que sostiene que la hegemonía estadounidense tiene profundas raíces en la historia de los EE.UU.
Esa afirmación, podría ser cierta si uno insertase las palabras “post-Segunda Guerra Mundial” antes de las palabras “historia de los EE.UU..” En gran parte de la historia de los EE.UU., el país no buscó la hegemonía sobre otros países y desarrollaba una política de mantener una meditada independencia respecto de la mayoría de las disputas en ultramar.
Tales ejemplos de un comportamiento estadounidense agresivo deberían plantearnos dudas sobre un par de otras presunciones sostenidas por la elite de la política estadounidense y el público en general.
La primera de ellas es la de que las democracias son más pacíficas que la mayoría de los gobiernos autoritarios. Los intelectuales han demostrado que no existe ningún apoyo empírico para esta proposición. En realidad, las democracias recientemente forjadas van a la guerra con mayor frecuencia que la mayoría de los estados autocráticos.
La segunda es la de que las democracias no hacen la guerra entre sí—la teoría de la paz democrática. A pesar de que la validez de esta teoría se encuentra en disputa entre los académicos, quienes se oponen a la misma sostienen de manera convincente que si bien las guerras entre las democracias son raras través de la historia, las democracias también son raras. Pero ejemplos de guerra entre democracias existen—por caso, la guerra Boer a comienzos del siglo veinte, la Primera Guerra Mundial, y la Guerra Civil estadounidense.
Sin embargo, según Time, el Presidente Bush también está enamorado del libro de Natan Sharansky The Case for Democracy, el cual sostiene que la seguridad del mundo depende de la utilización de cualquier medio necesario para apoyar la democracia.
Incluso si las democracias en el fondo fueron a la guerra menos que las naciones autoritarias y si nunca fueron a la guerra entre ellas—proposiciones dudosas—los costos de todas las guerras necesarias para convertir en democracias a los países autoritarios serían demasiado altos. Además de dilapidar mucha sangre y tesoros, todas las guerras estadounidenses han erosionado las libertades civiles dentro del país. Aún si el gobierno de los EE.UU. pudiese militarmente convertir a todas las naciones del mundo en auténticas democracias (la mayor parte de las democracias en el mundo subdesarrollado son falsas)—y los antecedentes en este punto no son buenos—los Estados Unidos bien podrían hacer peligrar a su propia democracia.
La última presunción—la que nos fuera ofrecida por el presidente pero apasionadamente abrazada por la elite de la política exterior intervencionista—es la de que al Qaeda se encuentra atacando a los Estados Unidos en virtud de sus libertades.
La Defense Science Board, compuesta por consultores altamente capacitados del Departamento de Defensa, emitió recientemente un informe que desbarata esta noción y que fidedignamente destaca que al Qaeda ataca a los Estados Unidos debido a que detesta el intervensionismo estadounidense en el mundo islámico. Sin embargo, el U.S. National Intelligence Council—un consenso de las agencias de inteligencia estadounidenses—aparentemente aún no se percata de ello.
El Consejo emitió recientemente un pronóstico para los próximos 15 años, prediciendo que la guerra de Irak y otros conflictos crearán una clase de terroristas profesionales para quienes la violencia política se tornará un fin en sí misma. El Consejo predijo también que al Qaeda será reemplazado por grupos extremistas islámicos más difusos que se opondrán a la globalización en las sociedades islámicas y sostuvo que la nueva estrategia estadounidenses de contraterrorismo debería promover la educación y el desarrollo político y económico en el mundo islámico, además del empleo de su poder militar.
Desgraciadamente, el Consejo compra todos los mitos acerca de porqué al Qaeda y otros grupos islámicos radicales atacan a los Estados Unidos. Pese a que su matanza de civiles inocentes es reprehensible, tales grupos son excesivamente demonizados mediante la pretensión de que matan gente tan sólo por diversión.
Resulta posible estar vehementemente en desacuerdo con los métodos de estos grupos sin asumir que los mismos carecen de motivos para lo que hacen que no sean tan sólo los de su sed de sangre. En un estilo de alguna manera contradictorio, el informe pareciera sostener que estos grupos están atacando a los Estados Unidos porque se oponen a la globalización o en razón de haber surgido en sociedades que no son educadas, pobres y puestas en duda democráticamente. Todas estas son conclusiones aprovechadas, diseñadas para esconder la verdadera razón por la que al Qaeda y los grupos similares atacan a los Estados Unidos.
Osama bin Laden ha sido muy claro respecto de por qué él ataca a los Estados Unidos. En su listado de motivos aparecen puntos específicos relacionados con la intervención estadounidense en los asuntos del mundo islámico—especialmente el apuntalamiento por parte del gobierno de los EE.UU. de regímenes corruptos en las naciones árabes. Los deliberados y atroces ataques de Bin Laden contra civiles no deberían ser perdonados, pero él tiene un motivo más allá de meramente lograr estremecer con sus asesinatos.
Todo esto nos lleva a la ineludible conclusión de que el gobierno de los Estados Unidos conduce una política exterior a lo “Tarzán”—la que consiste en decir: “Yo bueno, tu malo.” La maquinaria de la propaganda del gobierno estadounidenses demoniza de manera excesiva los motivos de alguien o de algún país que emprende acciones que no le agradan a los Estados Unidos y afirma que los motivos de los EE.UU. son tan sólo idealistas y prístinos. Nadie en el mundo islámico—o en el mundo entero—cree esto último. El propagandístico “hoo-ha” del gobierno estadounidense, realmente está dirigido al público del país, la única parte que ha sido embaucada para creerlo.
¿Por qué no le pide el público a su gobierno que explique por qué la innecesaria invasión por parte de Saddam Hussein de Kuwait era mala y la innecesaria invasión del Presidente Bush de Irak fue buena? También, ¿por qué no se preguntan si la matanza de civiles inocentes, aún como un daño colateral, en una invasión innecesaria y agresiva, es mejor que el ser atacados de manera deliberada por bin Laden?
Estas son preguntas políticamente incorrectas, pero el pueblo estadounidense debería comenzar a formulárselas a su gobierno. En cambio, al aceptar las cuestionables presunciones de parte de su gobierno, el pueblo estadounidense está permitiendo innecesariamente que la más grande nación sobre la tierra se convierta en un estado rufián internacional.
Traducido por Gabriel Gasave
Política exterior estadounidense: Cuestionémonos todas las suposiciones
La política exterior de los Estados Unidos con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, incluyendo a la de la administración Bush, se ha basado en ciertas suposiciones acerca de la naturaleza del mundo. Desgraciadamente, la mayor parte de esas suposiciones resultan sospechosas.
La más notable de esas suposiciones es la de que si el gobierno de los Estados Unidos no domina al globo militarmente y no garantiza la seguridad mediante desenfrenadas intervenciones armadas, el mundo se desmoronará. Sin embargo, el gobierno estadounidense ni siquiera existía durante la gran mayoría de los registros históricos y el mundo se las arreglaba bastante bien, empleando lo que los académicos denominan un“equilibrio de poder” entre las grandes potencias. De hecho, a menudo el gobierno de los EE.UU. ha invadido a otros países y ha removido a sus gobiernos sin ninguna buena razón—por ejemplo, la invasión estadounidense de Panamá en 1989 y la reciente invasión de Irak.
Otras veces, el gobierno de los Estados Unidos ha empleado a la CIA para destituir a gobiernos más democráticos de países extranjeros y los reemplazó con uno menos democrático pero que era más amistoso con los intereses estadounidenses—por ejemplo, en Irán en 1953, Guatemala en 1954 y Chile en 1973. Aparentemente, al Presidente Bush—quien, de acuerdo con la revista Time, lee solamente libros que refuerzan sus prejuicios—le encantó un reciente trabajo que sostiene que la hegemonía estadounidense tiene profundas raíces en la historia de los EE.UU.
Esa afirmación, podría ser cierta si uno insertase las palabras “post-Segunda Guerra Mundial” antes de las palabras “historia de los EE.UU..” En gran parte de la historia de los EE.UU., el país no buscó la hegemonía sobre otros países y desarrollaba una política de mantener una meditada independencia respecto de la mayoría de las disputas en ultramar.
Tales ejemplos de un comportamiento estadounidense agresivo deberían plantearnos dudas sobre un par de otras presunciones sostenidas por la elite de la política estadounidense y el público en general.
La primera de ellas es la de que las democracias son más pacíficas que la mayoría de los gobiernos autoritarios. Los intelectuales han demostrado que no existe ningún apoyo empírico para esta proposición. En realidad, las democracias recientemente forjadas van a la guerra con mayor frecuencia que la mayoría de los estados autocráticos.
La segunda es la de que las democracias no hacen la guerra entre sí—la teoría de la paz democrática. A pesar de que la validez de esta teoría se encuentra en disputa entre los académicos, quienes se oponen a la misma sostienen de manera convincente que si bien las guerras entre las democracias son raras través de la historia, las democracias también son raras. Pero ejemplos de guerra entre democracias existen—por caso, la guerra Boer a comienzos del siglo veinte, la Primera Guerra Mundial, y la Guerra Civil estadounidense.
Sin embargo, según Time, el Presidente Bush también está enamorado del libro de Natan Sharansky The Case for Democracy, el cual sostiene que la seguridad del mundo depende de la utilización de cualquier medio necesario para apoyar la democracia.
Incluso si las democracias en el fondo fueron a la guerra menos que las naciones autoritarias y si nunca fueron a la guerra entre ellas—proposiciones dudosas—los costos de todas las guerras necesarias para convertir en democracias a los países autoritarios serían demasiado altos. Además de dilapidar mucha sangre y tesoros, todas las guerras estadounidenses han erosionado las libertades civiles dentro del país. Aún si el gobierno de los EE.UU. pudiese militarmente convertir a todas las naciones del mundo en auténticas democracias (la mayor parte de las democracias en el mundo subdesarrollado son falsas)—y los antecedentes en este punto no son buenos—los Estados Unidos bien podrían hacer peligrar a su propia democracia.
La última presunción—la que nos fuera ofrecida por el presidente pero apasionadamente abrazada por la elite de la política exterior intervencionista—es la de que al Qaeda se encuentra atacando a los Estados Unidos en virtud de sus libertades.
La Defense Science Board, compuesta por consultores altamente capacitados del Departamento de Defensa, emitió recientemente un informe que desbarata esta noción y que fidedignamente destaca que al Qaeda ataca a los Estados Unidos debido a que detesta el intervensionismo estadounidense en el mundo islámico. Sin embargo, el U.S. National Intelligence Council—un consenso de las agencias de inteligencia estadounidenses—aparentemente aún no se percata de ello.
El Consejo emitió recientemente un pronóstico para los próximos 15 años, prediciendo que la guerra de Irak y otros conflictos crearán una clase de terroristas profesionales para quienes la violencia política se tornará un fin en sí misma. El Consejo predijo también que al Qaeda será reemplazado por grupos extremistas islámicos más difusos que se opondrán a la globalización en las sociedades islámicas y sostuvo que la nueva estrategia estadounidenses de contraterrorismo debería promover la educación y el desarrollo político y económico en el mundo islámico, además del empleo de su poder militar.
Desgraciadamente, el Consejo compra todos los mitos acerca de porqué al Qaeda y otros grupos islámicos radicales atacan a los Estados Unidos. Pese a que su matanza de civiles inocentes es reprehensible, tales grupos son excesivamente demonizados mediante la pretensión de que matan gente tan sólo por diversión.
Resulta posible estar vehementemente en desacuerdo con los métodos de estos grupos sin asumir que los mismos carecen de motivos para lo que hacen que no sean tan sólo los de su sed de sangre. En un estilo de alguna manera contradictorio, el informe pareciera sostener que estos grupos están atacando a los Estados Unidos porque se oponen a la globalización o en razón de haber surgido en sociedades que no son educadas, pobres y puestas en duda democráticamente. Todas estas son conclusiones aprovechadas, diseñadas para esconder la verdadera razón por la que al Qaeda y los grupos similares atacan a los Estados Unidos.
Osama bin Laden ha sido muy claro respecto de por qué él ataca a los Estados Unidos. En su listado de motivos aparecen puntos específicos relacionados con la intervención estadounidense en los asuntos del mundo islámico—especialmente el apuntalamiento por parte del gobierno de los EE.UU. de regímenes corruptos en las naciones árabes. Los deliberados y atroces ataques de Bin Laden contra civiles no deberían ser perdonados, pero él tiene un motivo más allá de meramente lograr estremecer con sus asesinatos.
Todo esto nos lleva a la ineludible conclusión de que el gobierno de los Estados Unidos conduce una política exterior a lo “Tarzán”—la que consiste en decir: “Yo bueno, tu malo.” La maquinaria de la propaganda del gobierno estadounidenses demoniza de manera excesiva los motivos de alguien o de algún país que emprende acciones que no le agradan a los Estados Unidos y afirma que los motivos de los EE.UU. son tan sólo idealistas y prístinos. Nadie en el mundo islámico—o en el mundo entero—cree esto último. El propagandístico “hoo-ha” del gobierno estadounidense, realmente está dirigido al público del país, la única parte que ha sido embaucada para creerlo.
¿Por qué no le pide el público a su gobierno que explique por qué la innecesaria invasión por parte de Saddam Hussein de Kuwait era mala y la innecesaria invasión del Presidente Bush de Irak fue buena? También, ¿por qué no se preguntan si la matanza de civiles inocentes, aún como un daño colateral, en una invasión innecesaria y agresiva, es mejor que el ser atacados de manera deliberada por bin Laden?
Estas son preguntas políticamente incorrectas, pero el pueblo estadounidense debería comenzar a formulárselas a su gobierno. En cambio, al aceptar las cuestionables presunciones de parte de su gobierno, el pueblo estadounidense está permitiendo innecesariamente que la más grande nación sobre la tierra se convierta en un estado rufián internacional.
Traducido por Gabriel Gasave
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