A medida que más candidatos se lanzan al ruedo presidencial de 2024, me gustaría ofrecer una propuesta que debería contar con el inmediato apoyo de ambos partidos: dejar de acuñar monedas de uno y cinco centavos. El argumento económico es claro. Cuesta entre 1,5 y 2 centavos fabricar un centavo y entre 7 y 8 centavos producir una moneda de cinco centavos, dependiendo de la fluctuación de los precios del cobre, el níquel y el zinc en un momento dado. Si dejamos de utilizar recursos por valor de dos centavos para crear algo que vale uno, y recursos por valor de siete centavos para producir algo que vale cinco, deshacernos de estas monedas ofrece un rendimiento muy atractivo.
Seguirán siendo moneda de curso legal, por supuesto, pero como la inflación ha avanzado a buen ritmo, ha llegado un punto en que el meramente manipular pequeñas cantidades de cambio casi no vale la pena para la inmensa mayoría de la gente. Pregúntate: cuando ves un centavo en la acera, ¿lo recoges? ¿Deberías levantarlo? Si tu tiempo vale 30 dólares la hora, a menos que puedas hacerlo en menos de ocho décimas de segundo, no valdrá la pena. Puede que aún se justifique por una moneda de cinco centavos, pero tienes que ser rápido.
Descartar el cambio pequeño va más allá del mero ahorro financiero. Es también prueba de una gestión pública eficaz. Deshacerse de la moneda de un centavo es un absoluto acierto económico, y si no podemos ponernos de acuerdo para deshacernos de algo que inequívocamente derrocha recursos, entonces tenemos problemas mucho mayores. Si no podemos confiar en que el gobierno haga algo tan sencillo como dejar de producir una cosa que consume más recursos de los que vale – literalmente dejar de destruir riqueza -, ¿qué esperanza tenemos entonces para nuestras visiones más idealistas de lo que deseamos que hagan los gobiernos?
Las monedas de uno y cinco centavos son políticamente resilientes. ¿Por qué? Es una sencilla historia bastante fácil de entender sobre los beneficios concentrados y los costos dispersos. Dejar de acuñar monedas pequeñas perjudicaría, por supuesto, a las personas que extraen, refinan y transportan las materias primas que las componen. Hay empleados públicos sindicados en la Casa de la Moneda de los EE.UU. que tienen interés en ello. Para esto tengo dos respuestas:
En primer lugar, parece que no sería demasiado difícil apaciguar los intereses especiales utilizando esas materias primas para acuñar una moneda de mayor denominación. Quizá deberíamos acuñar más piezas de cincuenta centavos. Valen más o menos lo que valía una moneda de 25 centavos hace veinte años. O quizá la inflación haya avanzado lo suficiente como para que también podamos sustituir a los frágiles billetes de un dólar por monedas de un dólar mucho más duraderas. Sospecho que habría al menos un lucrativo contrato gubernamental involucrado en la reorganización de la casa de la moneda y producir monedas más grandes en lugar de centavos. Este parece un caso en el que los intereses especiales no deberían ser tan difíciles de sobornar.
En segundo lugar, si podemos explicar la persistencia del centavo en términos de los intereses especiales -y podemos hacerlo-, ¿qué nos hace pensar que seremos capaces de superar los beneficios concentrados y los costos dispersos cuando haya mucho más en juego?
Es tentador también responder que las monedas de uno y cinco centavos son pequeñeces, cuando hay cosas mucho más importantes que atender. Desconozco cuánto gastamos cada año en acuñar estas monedas, pero dudo que sea muchísimo, y nótese que para un gobierno federal con un presupuesto de 6 billones de dólares (trillones en inglés), «muchísimo» significa que incluso unos pocos miles de millones de dólares (billones en inglés) son un error de redondeo. Quizá deberíamos concentrar nuestra voluntad política en otra cosa, pero sigo pensando que el hecho de que sigamos acuñando nuevas monedas de uno y cinco centavos nos dice un par de cosas.
Siendo reiterativo, si no podemos superar las fuerzas gemelas de los beneficios concentrados y los costos dispersos cuando hablamos de algo tan inequívoco como «dejemos de malgastar recursos acuñando monedas de uno y cinco centavos», ¿qué esperanza tenemos cuando nos estemos ocupando de las grandes secciones del presupuesto federal, es decir, los programas de beneficios, la asistencia social y las fuerzas armadas?
Ocuparse de las cosas pequeñas es una señal bastante creíble de que se nos puede confiar lo grande. Cada semestre, profesores de todo el país enseñan a hordas de estudiantes idealistas que han crecido pensando que pueden cambiar el mundo y que acuden a sus clases con grandes visiones sobre un futuro mejor. Me alegro de que piensen que las cosas pueden mejorar, pero estaré más dispuesto a confiarles el futuro cuando demuestren que pueden asistir a clase y entregar las tareas a tiempo.
Una de las mejores presentaciones de estudiantes que he visto en mi clase de principios de macroeconomía en Samford explicaba cómo la producción de centavos desperdicia recursos. La revista Smithsonian de cuenta (un poco hiperbólicamente) de que el centavo es «un desastre medioambiental«. Si no tenemos la visión y la voluntad política de hacer algo tan claramente beneficioso como dejar de acuñar monedas de uno y cinco centavos, quizás «la visión y la voluntad política» no nos vayan a dar el futuro mejor que deseamos.
Traducido por Gabriel Gasave
Pongamos a descansar a las monedas de uno y cinco centavos
A medida que más candidatos se lanzan al ruedo presidencial de 2024, me gustaría ofrecer una propuesta que debería contar con el inmediato apoyo de ambos partidos: dejar de acuñar monedas de uno y cinco centavos. El argumento económico es claro. Cuesta entre 1,5 y 2 centavos fabricar un centavo y entre 7 y 8 centavos producir una moneda de cinco centavos, dependiendo de la fluctuación de los precios del cobre, el níquel y el zinc en un momento dado. Si dejamos de utilizar recursos por valor de dos centavos para crear algo que vale uno, y recursos por valor de siete centavos para producir algo que vale cinco, deshacernos de estas monedas ofrece un rendimiento muy atractivo.
Seguirán siendo moneda de curso legal, por supuesto, pero como la inflación ha avanzado a buen ritmo, ha llegado un punto en que el meramente manipular pequeñas cantidades de cambio casi no vale la pena para la inmensa mayoría de la gente. Pregúntate: cuando ves un centavo en la acera, ¿lo recoges? ¿Deberías levantarlo? Si tu tiempo vale 30 dólares la hora, a menos que puedas hacerlo en menos de ocho décimas de segundo, no valdrá la pena. Puede que aún se justifique por una moneda de cinco centavos, pero tienes que ser rápido.
Descartar el cambio pequeño va más allá del mero ahorro financiero. Es también prueba de una gestión pública eficaz. Deshacerse de la moneda de un centavo es un absoluto acierto económico, y si no podemos ponernos de acuerdo para deshacernos de algo que inequívocamente derrocha recursos, entonces tenemos problemas mucho mayores. Si no podemos confiar en que el gobierno haga algo tan sencillo como dejar de producir una cosa que consume más recursos de los que vale – literalmente dejar de destruir riqueza -, ¿qué esperanza tenemos entonces para nuestras visiones más idealistas de lo que deseamos que hagan los gobiernos?
Las monedas de uno y cinco centavos son políticamente resilientes. ¿Por qué? Es una sencilla historia bastante fácil de entender sobre los beneficios concentrados y los costos dispersos. Dejar de acuñar monedas pequeñas perjudicaría, por supuesto, a las personas que extraen, refinan y transportan las materias primas que las componen. Hay empleados públicos sindicados en la Casa de la Moneda de los EE.UU. que tienen interés en ello. Para esto tengo dos respuestas:
En primer lugar, parece que no sería demasiado difícil apaciguar los intereses especiales utilizando esas materias primas para acuñar una moneda de mayor denominación. Quizá deberíamos acuñar más piezas de cincuenta centavos. Valen más o menos lo que valía una moneda de 25 centavos hace veinte años. O quizá la inflación haya avanzado lo suficiente como para que también podamos sustituir a los frágiles billetes de un dólar por monedas de un dólar mucho más duraderas. Sospecho que habría al menos un lucrativo contrato gubernamental involucrado en la reorganización de la casa de la moneda y producir monedas más grandes en lugar de centavos. Este parece un caso en el que los intereses especiales no deberían ser tan difíciles de sobornar.
En segundo lugar, si podemos explicar la persistencia del centavo en términos de los intereses especiales -y podemos hacerlo-, ¿qué nos hace pensar que seremos capaces de superar los beneficios concentrados y los costos dispersos cuando haya mucho más en juego?
Es tentador también responder que las monedas de uno y cinco centavos son pequeñeces, cuando hay cosas mucho más importantes que atender. Desconozco cuánto gastamos cada año en acuñar estas monedas, pero dudo que sea muchísimo, y nótese que para un gobierno federal con un presupuesto de 6 billones de dólares (trillones en inglés), «muchísimo» significa que incluso unos pocos miles de millones de dólares (billones en inglés) son un error de redondeo. Quizá deberíamos concentrar nuestra voluntad política en otra cosa, pero sigo pensando que el hecho de que sigamos acuñando nuevas monedas de uno y cinco centavos nos dice un par de cosas.
Siendo reiterativo, si no podemos superar las fuerzas gemelas de los beneficios concentrados y los costos dispersos cuando hablamos de algo tan inequívoco como «dejemos de malgastar recursos acuñando monedas de uno y cinco centavos», ¿qué esperanza tenemos cuando nos estemos ocupando de las grandes secciones del presupuesto federal, es decir, los programas de beneficios, la asistencia social y las fuerzas armadas?
Ocuparse de las cosas pequeñas es una señal bastante creíble de que se nos puede confiar lo grande. Cada semestre, profesores de todo el país enseñan a hordas de estudiantes idealistas que han crecido pensando que pueden cambiar el mundo y que acuden a sus clases con grandes visiones sobre un futuro mejor. Me alegro de que piensen que las cosas pueden mejorar, pero estaré más dispuesto a confiarles el futuro cuando demuestren que pueden asistir a clase y entregar las tareas a tiempo.
Una de las mejores presentaciones de estudiantes que he visto en mi clase de principios de macroeconomía en Samford explicaba cómo la producción de centavos desperdicia recursos. La revista Smithsonian de cuenta (un poco hiperbólicamente) de que el centavo es «un desastre medioambiental«. Si no tenemos la visión y la voluntad política de hacer algo tan claramente beneficioso como dejar de acuñar monedas de uno y cinco centavos, quizás «la visión y la voluntad política» no nos vayan a dar el futuro mejor que deseamos.
Traducido por Gabriel Gasave
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