Hebrón (Cisjordania)—La ciudad de Hebrón solía ser el centro comercial del sur de Cisjordania, una serpentina sucesión de bazares y calles palestinas donde bullía la vida. Ahora es un desfile de edificios vacíos cuyo silencio vuelve escalofriantes los omnipresentes grafitis contra sus antiguos habitantes.
Cuando subíamos por la calle Shuhada, unos niños israelíes increparon a nuestro acompañante judío, que iba a la cabeza: “Yehuda, criminal, no ganarás”. Yehuda, un ex soldado de la unidad más importante en Hebrón e hijo de padres ultra ortodoxos, sonrió. Está acostumbrado a las diatribas desde que denunció la expulsión de miles de palestinos de esta área controlada por colonos israelíes.
Caminamos hasta un puesto de control que los dos israelíes de nuestro grupo no tenían permitido cruzar. Más allá está la parte de Hebrón controlada por la Autoridad Palestina. El resto de nosotros lo atravesó, ingresando a otro mundo: una ciudad palestina henchida de vida comercial y social.
No se piense que la separación de Hebrón es un abuso de poder de “Israel”. Es obra de no más de 500 colonos judíos a los que la mayoría de los israelíes se oponen pero que se imponen por dos factores: un sistema electoral que hace que los gobiernos minoritarios de Israel dependan de partidos extremistas que representan el diez por ciento de la sociedad y, lo que es más importante, la gradual indiferencia de los israelíes, enfocados en otras prioridades.
Debido al estancamiento político sin fin y a su nueva prosperidad, las mentes de muchos israelíes han virado hacia el futuro. Y el futuro es una revolución tecnológica que produce innovación en la medicina y las comunicaciones. La inversión de capital semilla por persona en Israel es 2,5 veces mayor que en los Estados Unidos y 30 veces mayor que en Europa. Un joven empresario nos explicó que ha patentado un método para convertir la basura en plástico mientras que un hombre de negocios mayor compartió con nosotros su nuevo método para renovar el asfalto.
El movimiento colonizador —el Gush Emunim— iniciado en los años 60 suma no más de 400.000 personas. Para el mundo exterior, su motivación para expandirse por Cisjordania, incluidos los asentamientos de Hebrón o los que visité alrededor de Yatta, donde las vidas tradicionales de pastores y agricultores han sido arruinadas por colonos que han sellado sus pozos de agua, es ante todo religiosa.
Pero para la mayoría de los colonos la motivación es nacionalista o económica. Incluso los haredis ultras ortodoxos están más interesados en un Estado confesional que en la restauración de la “Eratz Israel”. Su limitada participación en los asentamientos responde a la tierra barata, que necesitan desesperadamente debido a su baja productividad y a la carga que sus costumbres, como comprarle una casa a cada hijo o hija que se casa, imponen sobre sus finanzas.
Amos Oz, el más importante intelectual de Israel, me dijo que no suman más de 100.000 los colonos verdaderamente comprometidos. “La decisión del gobierno de retirar los asentamientos, que se han duplicado desde los acuerdos de Oslo de 1993, encontraría la resistencia de un pequeño porcentaje, algo perfectamente manejable como lo demostró el ex primer ministro Ariel Sharon en Gaza”. Lo que falta, considera A.B. Yehoshua, otro renombrado intelectual, “es simplemente la voluntad política”. La presión de la sociedad israelí, preocupada por otras prioridades, no se da.
Sobre el papel, las condiciones para la paz son propicias. Israel está fuerte y floreciente, y los territorios palestinos experimentan una bonanza gracias a la inversión generada por las políticas liberales del Primer Ministro Salam Fayyad. Las pocas barreras que las autoridades israelíes han removido han generado fascinantes intercambios transfronterizos entre israelíes y palestinos.
En 1925, el ex Ministro de Relaciones Exteriores británico Lord Balfour habló desde el Monte Scopus, en Jerusalén. Invocó una patria judía “en la que no sólo los hombres de origen judío sino otros que comparten la civilización común del mundo tendrían razones para congratularse”. Lo triste no es lo lejana que está la realidad de eso, sino lo fácil que resulta imaginarlo.
El chico palestino que nos ayudó a salir de un callejón peligroso en la “Casbah” de Jerusalén; el colono que nos pidió que mediáramos entre él y el vicealcalde de Jerusalén, Yosef Alalu, su crítico; el impulso económico de los territorios palestinos y el impresionante espíritu empresarial de Israel nos hablaron de las maravillas que estas dos sociedades podrían lograr juntas.
“Soy muy optimista”, nos dijo el presidente Simon Peres durante una visita a su despacho. “A Abu Mazen”, continuó, llamando a Mahmoud Abbas por el nombre que los israelíes prefieren, “sólo le falta entender que las grandes cosas no suceden porque un líder es grande; un líder se vuelve grande haciéndolas”.
Esta frase apropiada se aplica en realidad a los líderes de ambos bandos.
(c) 2010, The Washington Post Writers Group.
Postal de Hebrón
Hebrón (Cisjordania)—La ciudad de Hebrón solía ser el centro comercial del sur de Cisjordania, una serpentina sucesión de bazares y calles palestinas donde bullía la vida. Ahora es un desfile de edificios vacíos cuyo silencio vuelve escalofriantes los omnipresentes grafitis contra sus antiguos habitantes.
Cuando subíamos por la calle Shuhada, unos niños israelíes increparon a nuestro acompañante judío, que iba a la cabeza: “Yehuda, criminal, no ganarás”. Yehuda, un ex soldado de la unidad más importante en Hebrón e hijo de padres ultra ortodoxos, sonrió. Está acostumbrado a las diatribas desde que denunció la expulsión de miles de palestinos de esta área controlada por colonos israelíes.
Caminamos hasta un puesto de control que los dos israelíes de nuestro grupo no tenían permitido cruzar. Más allá está la parte de Hebrón controlada por la Autoridad Palestina. El resto de nosotros lo atravesó, ingresando a otro mundo: una ciudad palestina henchida de vida comercial y social.
No se piense que la separación de Hebrón es un abuso de poder de “Israel”. Es obra de no más de 500 colonos judíos a los que la mayoría de los israelíes se oponen pero que se imponen por dos factores: un sistema electoral que hace que los gobiernos minoritarios de Israel dependan de partidos extremistas que representan el diez por ciento de la sociedad y, lo que es más importante, la gradual indiferencia de los israelíes, enfocados en otras prioridades.
Debido al estancamiento político sin fin y a su nueva prosperidad, las mentes de muchos israelíes han virado hacia el futuro. Y el futuro es una revolución tecnológica que produce innovación en la medicina y las comunicaciones. La inversión de capital semilla por persona en Israel es 2,5 veces mayor que en los Estados Unidos y 30 veces mayor que en Europa. Un joven empresario nos explicó que ha patentado un método para convertir la basura en plástico mientras que un hombre de negocios mayor compartió con nosotros su nuevo método para renovar el asfalto.
El movimiento colonizador —el Gush Emunim— iniciado en los años 60 suma no más de 400.000 personas. Para el mundo exterior, su motivación para expandirse por Cisjordania, incluidos los asentamientos de Hebrón o los que visité alrededor de Yatta, donde las vidas tradicionales de pastores y agricultores han sido arruinadas por colonos que han sellado sus pozos de agua, es ante todo religiosa.
Pero para la mayoría de los colonos la motivación es nacionalista o económica. Incluso los haredis ultras ortodoxos están más interesados en un Estado confesional que en la restauración de la “Eratz Israel”. Su limitada participación en los asentamientos responde a la tierra barata, que necesitan desesperadamente debido a su baja productividad y a la carga que sus costumbres, como comprarle una casa a cada hijo o hija que se casa, imponen sobre sus finanzas.
Amos Oz, el más importante intelectual de Israel, me dijo que no suman más de 100.000 los colonos verdaderamente comprometidos. “La decisión del gobierno de retirar los asentamientos, que se han duplicado desde los acuerdos de Oslo de 1993, encontraría la resistencia de un pequeño porcentaje, algo perfectamente manejable como lo demostró el ex primer ministro Ariel Sharon en Gaza”. Lo que falta, considera A.B. Yehoshua, otro renombrado intelectual, “es simplemente la voluntad política”. La presión de la sociedad israelí, preocupada por otras prioridades, no se da.
Sobre el papel, las condiciones para la paz son propicias. Israel está fuerte y floreciente, y los territorios palestinos experimentan una bonanza gracias a la inversión generada por las políticas liberales del Primer Ministro Salam Fayyad. Las pocas barreras que las autoridades israelíes han removido han generado fascinantes intercambios transfronterizos entre israelíes y palestinos.
En 1925, el ex Ministro de Relaciones Exteriores británico Lord Balfour habló desde el Monte Scopus, en Jerusalén. Invocó una patria judía “en la que no sólo los hombres de origen judío sino otros que comparten la civilización común del mundo tendrían razones para congratularse”. Lo triste no es lo lejana que está la realidad de eso, sino lo fácil que resulta imaginarlo.
El chico palestino que nos ayudó a salir de un callejón peligroso en la “Casbah” de Jerusalén; el colono que nos pidió que mediáramos entre él y el vicealcalde de Jerusalén, Yosef Alalu, su crítico; el impulso económico de los territorios palestinos y el impresionante espíritu empresarial de Israel nos hablaron de las maravillas que estas dos sociedades podrían lograr juntas.
“Soy muy optimista”, nos dijo el presidente Simon Peres durante una visita a su despacho. “A Abu Mazen”, continuó, llamando a Mahmoud Abbas por el nombre que los israelíes prefieren, “sólo le falta entender que las grandes cosas no suceden porque un líder es grande; un líder se vuelve grande haciéndolas”.
Esta frase apropiada se aplica en realidad a los líderes de ambos bandos.
(c) 2010, The Washington Post Writers Group.
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