Wal–Mart es un pararrayos que atrae a pequeños tiranos que intentan limitar las preferencias de sus vecinos. El ataque de rayos más reciente ocurrió en San Diego cuando el ayuntamiento votó esencialmente prohibir los supercentros de Wal–Mart. De ser implementada, dicha prohibición sería mala para la economía de San Diego y sus consumidores.
La votación de 5 a 3 del consejo municipal prohíbe todas las tiendas que superen los 90.000 pies cuadrados, que utilicen el 10 por ciento de su espacio para vender comestibles y otras mercaderías no gravadas con el impuesto a las ventas. Los principales objetivos de la ordenanza, por supuesto, son los supercentros de Wal–Mart, que suelen tener un promedio de 185.000 pies cuadrados. Mientras Wal–Mart posee 21 de tales tiendas en California, ninguna está aún ubicada en San Diego.
¿Por qué prohibir a los supercentros de Wal–Mart? Según Auday Arabo, presidente de California Independent Grocers and Convenient Stores, Wal–Mart debilita a los pequeños comercios de papá y mamá. Si bien esta queja es formulada a menudo, las investigaciones académicas plantean algunas dudas al respecto. En 2001, Michael Hicks y Kristy Wilburn publicaron un trabajo en el Review of Regional Studies que examinaba el efecto de las tiendas Wal–Mart en Virginia occidental. Descubrieron que contrariamente a la opinión popular, el ingreso de Wal–Mart en una comunidad conducía en verdad a un incremento en el número de establecimientos minoristas y aumentaba el empleo minorista total. Tras considerar la pérdida de otros empleos en virtud de la entrada de Wal–Mart, hallaron que en el largo plazo 54 empleos netos resultaban añadidos en los condados donde Wal–Mart inauguraba una nueva tienda.
¿Cómo puede ser posible esto? Si bien la competencia que presenta Wal–Mart puede dejar fuera del negocio a algunos minoristas pequeños, otros negocios que complementan a Wal-Mart en vez de competir con la firma son en ocasiones capaces de iniciar sus actividades. Al final, la competencia que acarrea Wal–Mart en una comunidad provoca que algunos minoristas innoven y ofrezcan mejores productos y servicios, y simultáneamente mezcla las oportunidades de negocios al alentar el cierre de algunas tiendas y la apertura de otras.
En un ejercicio de doble discurso político, el concejal de San Diego Tony Young, quien votó en favor de la prohibición de las supertiendas, declaró, “Considero que deberíamos apoyar a los pequeños comercios y a los negocios prósperos”. Por supuesto que si un negocio es próspero, no precisa de prohibiciones políticas contra los competidores tales como Wal–Mart para sobrevivir. En su lugar, solamente necesitará mantener la demanda por sus productos por parte de los consumidores. Sí Young quisiera apoyar a los pequeños comercios puede hacerlo al igual que pueden hacerlo todos los consumidores, gastando sus dólares en aquellas tiendas que apoya. No precisa imponer su voluntad sobre los demás al sustraerles su libertad para elegir.
Desafortunadamente, el ayuntamiento ha optado por imponer al resto de la comunidad su visión de qué alternativas deberían tener los consumidores. El concejal Young ilustró la arrogancia de estos planificadores cuando declaró, “Tengo una visión para San Diego y esa visión es acerca de comunidades en las que se pueda caminar y vivir, no de grandes megaestructuras que inhiben las vidas de las personas”. ¿Pero qué hay respecto de las visiones y deseos de los demás por productos? ¿Por qué el ayuntamiento debería ser capaz de imponer su visión sobre los demás?
El modo apropiado de responder a estos interrogantes es a través del voluntario proceso de mercado, donde los consumidores son libres de frecuentar o no a las tiendas de su preferencia. En un mercado libre, las tiendas que llegan a existir y sobreviven son aquellas que mejor atienden las preferencias de los consumidores: la combinación diversa por tamaño, ubicación, precios y tipos de productos y servicios refleja la visión colectiva de incontables consumidores, que votan con sus dólares. Las prohibiciones, tales como la que sancionó el ayuntamiento de San Diego, no crean buenas comunidades; por el contrario, imponen la visión de unos “pocos que saben lo qué es mejor” sobre miles de personas a cuyas visiones no se les permite expresarse.
El tamaño y éxito de Wal–Mart son un testamento a su éxito en atender las necesidades de los consumidores. Si en definitiva la ordenanza del ayuntamiento resulta aprobada, los consumidores de San Diego serán en última instancia los que sufrirán.
Traducido por Gabriel Gasave
Prohibir a WalMart es malo para San Diego
Wal–Mart es un pararrayos que atrae a pequeños tiranos que intentan limitar las preferencias de sus vecinos. El ataque de rayos más reciente ocurrió en San Diego cuando el ayuntamiento votó esencialmente prohibir los supercentros de Wal–Mart. De ser implementada, dicha prohibición sería mala para la economía de San Diego y sus consumidores.
La votación de 5 a 3 del consejo municipal prohíbe todas las tiendas que superen los 90.000 pies cuadrados, que utilicen el 10 por ciento de su espacio para vender comestibles y otras mercaderías no gravadas con el impuesto a las ventas. Los principales objetivos de la ordenanza, por supuesto, son los supercentros de Wal–Mart, que suelen tener un promedio de 185.000 pies cuadrados. Mientras Wal–Mart posee 21 de tales tiendas en California, ninguna está aún ubicada en San Diego.
¿Por qué prohibir a los supercentros de Wal–Mart? Según Auday Arabo, presidente de California Independent Grocers and Convenient Stores, Wal–Mart debilita a los pequeños comercios de papá y mamá. Si bien esta queja es formulada a menudo, las investigaciones académicas plantean algunas dudas al respecto. En 2001, Michael Hicks y Kristy Wilburn publicaron un trabajo en el Review of Regional Studies que examinaba el efecto de las tiendas Wal–Mart en Virginia occidental. Descubrieron que contrariamente a la opinión popular, el ingreso de Wal–Mart en una comunidad conducía en verdad a un incremento en el número de establecimientos minoristas y aumentaba el empleo minorista total. Tras considerar la pérdida de otros empleos en virtud de la entrada de Wal–Mart, hallaron que en el largo plazo 54 empleos netos resultaban añadidos en los condados donde Wal–Mart inauguraba una nueva tienda.
¿Cómo puede ser posible esto? Si bien la competencia que presenta Wal–Mart puede dejar fuera del negocio a algunos minoristas pequeños, otros negocios que complementan a Wal-Mart en vez de competir con la firma son en ocasiones capaces de iniciar sus actividades. Al final, la competencia que acarrea Wal–Mart en una comunidad provoca que algunos minoristas innoven y ofrezcan mejores productos y servicios, y simultáneamente mezcla las oportunidades de negocios al alentar el cierre de algunas tiendas y la apertura de otras.
En un ejercicio de doble discurso político, el concejal de San Diego Tony Young, quien votó en favor de la prohibición de las supertiendas, declaró, “Considero que deberíamos apoyar a los pequeños comercios y a los negocios prósperos”. Por supuesto que si un negocio es próspero, no precisa de prohibiciones políticas contra los competidores tales como Wal–Mart para sobrevivir. En su lugar, solamente necesitará mantener la demanda por sus productos por parte de los consumidores. Sí Young quisiera apoyar a los pequeños comercios puede hacerlo al igual que pueden hacerlo todos los consumidores, gastando sus dólares en aquellas tiendas que apoya. No precisa imponer su voluntad sobre los demás al sustraerles su libertad para elegir.
Desafortunadamente, el ayuntamiento ha optado por imponer al resto de la comunidad su visión de qué alternativas deberían tener los consumidores. El concejal Young ilustró la arrogancia de estos planificadores cuando declaró, “Tengo una visión para San Diego y esa visión es acerca de comunidades en las que se pueda caminar y vivir, no de grandes megaestructuras que inhiben las vidas de las personas”. ¿Pero qué hay respecto de las visiones y deseos de los demás por productos? ¿Por qué el ayuntamiento debería ser capaz de imponer su visión sobre los demás?
El modo apropiado de responder a estos interrogantes es a través del voluntario proceso de mercado, donde los consumidores son libres de frecuentar o no a las tiendas de su preferencia. En un mercado libre, las tiendas que llegan a existir y sobreviven son aquellas que mejor atienden las preferencias de los consumidores: la combinación diversa por tamaño, ubicación, precios y tipos de productos y servicios refleja la visión colectiva de incontables consumidores, que votan con sus dólares. Las prohibiciones, tales como la que sancionó el ayuntamiento de San Diego, no crean buenas comunidades; por el contrario, imponen la visión de unos “pocos que saben lo qué es mejor” sobre miles de personas a cuyas visiones no se les permite expresarse.
El tamaño y éxito de Wal–Mart son un testamento a su éxito en atender las necesidades de los consumidores. Si en definitiva la ordenanza del ayuntamiento resulta aprobada, los consumidores de San Diego serán en última instancia los que sufrirán.
Traducido por Gabriel Gasave
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