Washington, DC—Hemos oído a los principales líderes rechazar la noción de que el proteccionismo sería la respuesta adecuada a la debacle de 2007/2008. Y sin embargo los signos son inconfundibles: estamos ingresando a una era de proteccionismo que no dice su nombre.
El gobierno canadiense, supuestamente partidario del “laissez faire”, ha prohibido la compra de Potash Corp., la empresa basada en Saskatchewan, por parte de BHP Billiton, el gigante de los recursos naturales de origen australiano. China ha detenido los embarques de metales “rare earth” (una colección de 17 minerales utilizados para la fabricación de diversos productos de alta demanda) a Japón. Pero estas y otras formas de proteccionismo abierto palidecen en comparación con la decisión de la Reserva Federal norteamericana de bombear otros 600 mil millones de dólares a la economía mediante la adquisición de bonos del Tesoro.
Estados Unidos está haciendo lo que hacen todos los gobiernos proteccionistas: tratar de volverse competitivo devaluando la moneda, mecanismo perverso para hacer que lo que ingresa sea artificialmente caro y lo que sale artificialmente barato.
Las diversas protestas lanzadas en todo el mundo en vísperas de la reunión del G-20 en Corea del Sur esta semana sugieren la alta posibilidad de que otras potencias eventualmente respondan del mismo modo. El Ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, no se anduvo con rodeos: “No es consistente que los estadounidenses acusen a los chinos de manipular el tipo de cambio y luego pongan el tipo de cambio del dólar artificialmente bajo con la ayuda de la imprenta”.
La Reserva Federal lleva tiempo tratando de hacer que la gente consuma y las empresas inviertan al crear dinero de la nada: su balance se ha casi triplicado desde 2007. Y, sin embargo, hasta ahora el efecto deseado no se ha producido. Convencido de que la pasividad provocaría una deflación perniciosa y una depresión prolongada, el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, ha decidido subir la apuesta. El Gobierno respalda dicha política, como el Secretario del Tesoro, Tim Geithner, y el presidente Obama han dejado muy en claro.
Esto no ha funcionado porque el exceso de deuda y las inversiones poco realistas de los años de la burbuja aún no han sido purgadas del sistema. Ello exige tiempo y sacrificio. La deflación tiene poco que ver con este proceso de depuración natural. De hecho, la deflación es por lo general una buena cosa. Cuanto más productiva es una economía, menos cuestan las cosas. Así es como todo –desde los automóviles hasta las computadoras— llega a ser asequible. Históricamente, la productividad creció más que la oferta monetaria en Estados Unidos, de modo que por muy largos períodos el país experimentó crecimiento económico y disminución de precios.
Ahora, el temor a la deflación empuja a Estados Unidos a hacer lo que Japón inútilmente trató de hacer durante las dos últimas décadas: gastar y e imprimir dinero como una forma de salir del crecimiento a fuego lento. Las autoridades consideran que la devaluación de la moneda ayudará a la economía a ser competitiva y crear puestos de trabajo, olvidando que una moneda envilecida lesiona más a la gente de lo que la ayuda. El resultado será inevitablemente una inflación de precios muy alta. Esa fue la historia de muchos países latinoamericanos en grandes tramos del siglo 20. Estuve allí. No se lo recomiendo a nadie.
Puede que no lo parezca, pero algunos precios ya se han disparado. Los “commodities” son el ejemplo obvio. El precio del oro ha aumentado en un 120 por ciento desde principios de 2007 y la mayor parte de las adquisiciones de oro ya no están relacionadas con la compra de joyas sino con la inversión: es decir, con la protección contra una caída del dólar y la inflación que todo esta impresión de dinero tarde o temprano generará más allá de los productos primarios. A mediano plazo, la inflación que ya vemos reflejada en los “commodities” repercutirá sobre los productos de consumo.
¿Cuánto tiempo pasará antes de que veamos una nueva ronda de emisión masiva de dinero en Europa en represalia por los 600 mil millones de dólares que la Reserva Federal bombeará en el sistema? ¿Y cuánto tiempo antes de que veamos una respuesta proteccionista en los países latinoamericanos aterrados por el efecto que el flujo de todo este dinero hacia los mercados emergentes tendrá sobre las monedas locales?
Tal vez haya algo bueno en todo esto. Muchas voces y medios de comunicación con influencia empiezan a proponer un cambio radical en asuntos monetarios. Regresar al patrón oro, deshacerse de los bancos centrales o prohibir a los bancos prestar el dinero de sus depositantes salvo mediante autorización expresa de ellos —como los conservadores Douglas Carswell y Steve Baker han propuesto en el Parlamento británico— son algunas de las ideas que actualmente ingresan al debate internacional. Cuanto más se vuelva el dinero un arma proteccionista, más crecerán estas sugerentes ideas en estatura a ojos del público.
(c) 2010, The Washington Post Writers Group.
Proteccionismo a hurtadillas
Washington, DC—Hemos oído a los principales líderes rechazar la noción de que el proteccionismo sería la respuesta adecuada a la debacle de 2007/2008. Y sin embargo los signos son inconfundibles: estamos ingresando a una era de proteccionismo que no dice su nombre.
El gobierno canadiense, supuestamente partidario del “laissez faire”, ha prohibido la compra de Potash Corp., la empresa basada en Saskatchewan, por parte de BHP Billiton, el gigante de los recursos naturales de origen australiano. China ha detenido los embarques de metales “rare earth” (una colección de 17 minerales utilizados para la fabricación de diversos productos de alta demanda) a Japón. Pero estas y otras formas de proteccionismo abierto palidecen en comparación con la decisión de la Reserva Federal norteamericana de bombear otros 600 mil millones de dólares a la economía mediante la adquisición de bonos del Tesoro.
Estados Unidos está haciendo lo que hacen todos los gobiernos proteccionistas: tratar de volverse competitivo devaluando la moneda, mecanismo perverso para hacer que lo que ingresa sea artificialmente caro y lo que sale artificialmente barato.
Las diversas protestas lanzadas en todo el mundo en vísperas de la reunión del G-20 en Corea del Sur esta semana sugieren la alta posibilidad de que otras potencias eventualmente respondan del mismo modo. El Ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, no se anduvo con rodeos: “No es consistente que los estadounidenses acusen a los chinos de manipular el tipo de cambio y luego pongan el tipo de cambio del dólar artificialmente bajo con la ayuda de la imprenta”.
La Reserva Federal lleva tiempo tratando de hacer que la gente consuma y las empresas inviertan al crear dinero de la nada: su balance se ha casi triplicado desde 2007. Y, sin embargo, hasta ahora el efecto deseado no se ha producido. Convencido de que la pasividad provocaría una deflación perniciosa y una depresión prolongada, el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, ha decidido subir la apuesta. El Gobierno respalda dicha política, como el Secretario del Tesoro, Tim Geithner, y el presidente Obama han dejado muy en claro.
Esto no ha funcionado porque el exceso de deuda y las inversiones poco realistas de los años de la burbuja aún no han sido purgadas del sistema. Ello exige tiempo y sacrificio. La deflación tiene poco que ver con este proceso de depuración natural. De hecho, la deflación es por lo general una buena cosa. Cuanto más productiva es una economía, menos cuestan las cosas. Así es como todo –desde los automóviles hasta las computadoras— llega a ser asequible. Históricamente, la productividad creció más que la oferta monetaria en Estados Unidos, de modo que por muy largos períodos el país experimentó crecimiento económico y disminución de precios.
Ahora, el temor a la deflación empuja a Estados Unidos a hacer lo que Japón inútilmente trató de hacer durante las dos últimas décadas: gastar y e imprimir dinero como una forma de salir del crecimiento a fuego lento. Las autoridades consideran que la devaluación de la moneda ayudará a la economía a ser competitiva y crear puestos de trabajo, olvidando que una moneda envilecida lesiona más a la gente de lo que la ayuda. El resultado será inevitablemente una inflación de precios muy alta. Esa fue la historia de muchos países latinoamericanos en grandes tramos del siglo 20. Estuve allí. No se lo recomiendo a nadie.
Puede que no lo parezca, pero algunos precios ya se han disparado. Los “commodities” son el ejemplo obvio. El precio del oro ha aumentado en un 120 por ciento desde principios de 2007 y la mayor parte de las adquisiciones de oro ya no están relacionadas con la compra de joyas sino con la inversión: es decir, con la protección contra una caída del dólar y la inflación que todo esta impresión de dinero tarde o temprano generará más allá de los productos primarios. A mediano plazo, la inflación que ya vemos reflejada en los “commodities” repercutirá sobre los productos de consumo.
¿Cuánto tiempo pasará antes de que veamos una nueva ronda de emisión masiva de dinero en Europa en represalia por los 600 mil millones de dólares que la Reserva Federal bombeará en el sistema? ¿Y cuánto tiempo antes de que veamos una respuesta proteccionista en los países latinoamericanos aterrados por el efecto que el flujo de todo este dinero hacia los mercados emergentes tendrá sobre las monedas locales?
Tal vez haya algo bueno en todo esto. Muchas voces y medios de comunicación con influencia empiezan a proponer un cambio radical en asuntos monetarios. Regresar al patrón oro, deshacerse de los bancos centrales o prohibir a los bancos prestar el dinero de sus depositantes salvo mediante autorización expresa de ellos —como los conservadores Douglas Carswell y Steve Baker han propuesto en el Parlamento británico— son algunas de las ideas que actualmente ingresan al debate internacional. Cuanto más se vuelva el dinero un arma proteccionista, más crecerán estas sugerentes ideas en estatura a ojos del público.
(c) 2010, The Washington Post Writers Group.
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