Al tiempo que el presidente Obama desmerecía como noticias viejas a los numerosos documentos revelados por WikiLeaks que evidencian el triste estado del conflicto en Afganistán, el jefe del Ejecutivo daba inicio también a todo un mes de cacareo acerca de cómo mantener su promesa electoral de “llevar a la guerra en Irak hacia un fin responsable”. Pero en ambas guerras, las estrategias del presidente son deficientes y precisan ser reemplazadas por otras nuevas.
En Irak, pocos analistas serios son los suficientemente crédulos como para considerar que todas las fuerzas de los EE.UU. serán retiradas del país en la fecha prevista a finales de 2011. La mayoría cree que el gobierno estadounidense renegociará el acuerdo sobre el estatus de las fuerzas con cualquier nuevo gobierno iraquí—haciendo la heroica suposición de que habrá un nuevo gobierno iraquí el año próximo—a fin de dejar algunas fuerzas de manera permanente en ese país. Esa medida sería poco aconsejable, ya que, aunque los medios de comunicación y la opinión pública estadounidenses parecen creer que Irak está en camino de convertirse en una democracia estable, es muy probable que la violencia a gran escala se reanude cuando las fuerzas de los EE.UU. sean reducidas. Los recientes atentados con bombas y la violencia generan serios interrogantes acerca de sí las fuerzas de seguridad iraquíes serán capaces de manejar la ya creciente violencia etno-sectaria sin una sustancial presencia militar estadounidense. Las diversas milicias etno-sectarias nunca han sido desarmadas y probablemente han estado procurando pasar desapercibidas hasta que la reducción de los efectivos estadounidense sea aún mayor, en gran medida como los talibanes hicieron en Afganistán desde 2002 hasta 2005.
El peligro es que cualquier remanente de presencia militar estadounidense en Irak que de señales de la responsabilidad de los EE.UU. por una futura nueva escalada, reanudaría la contienda étnico-sectaria. Por lo tanto, los Estados Unidos deberían retirarse por completo de Irak antes de finales de 2011 y ciertamente no deberían tratar de renegociar el acuerdo para mantener a las fuerzas allí por más tiempo. Una pequeña fuerza de los EE.UU. es probable que sea vulnerable a ataques si la violencia surge de nuevo en Irak.
En Afganistán, los medios de comunicación y la opinión pública estadounidense han sido llevados a creer que los Estados Unidos necesitan ganar para estabilizar al país. En realidad, el gobierno de los EE.UU. siente que lo necesita para estabilizar a Afganistán a fin de mantener una base de avanzada que le permita atacar a Pakistán y eliminar a al-Qaeda y al Talibán paquistaní, el últimos de los cuales está tratando de desestabilizar y hacerse cargo de un gobierno pakistaní que cuenta con armas nucleares. Pero esta política tropieza con un par de problemas. El primero es que el gobierno de los EE.UU. falla en reconocer que la ocupación estadounidense de Afganistán es la principal causa del auge de los talibanes paquistaníes—al igual que fue la causa principal del resurgimiento del Talibán afgano en 2006, después de que las fuerzas de los EE.UU. se trasladaron de Kabul a la campiña afgana. El segundo es que los intereses de los gobiernos estadounidense y pakistaní no coinciden. Los Estados Unidos tienen que volver realinear sus intereses con los del gobierno paquistaní de modo tal que Pakistán esté más predispuesta a aceptar los intentos de los EE.UU. de neutralizar al-Qaeda en su territorio.
Aunque Estados Unidos hayan estado bombeando miles de millones de dólares en concepto de ayuda a Pakistán, fracciones del gobierno pakistaní han estado ayudando al adversario de los EE.UU.—el Talibán afgano. La razón de esta increíble situación es que Pakistán se da cuenta de que los Estados Unidos eventualmente abandonarán Afganistán y está apoyando al Talibán afgano para combatir la influencia de su archirrival, India, en Afganistán. Pakistán se encuentra comprensiblemente obsesionado con la amenaza de quedar atrapado entre la más poderosa India y un Afganistán dominado por la influencia de ese país.
A efectos de realinear los intereses estadounidenses y pakistaníes, los Estados Unidos precisan adoptar la contraintuitiva política de retirar completamente sus fuerzas de Afganistán y permitir a los talibanes desempeñar algún papel en el gobierno afgano—esto sucederá de todas formas cuando los EE.UU. finalmente pierdan la guerra afgana—a cambio de una promesa de los talibanes afganos de no volver a brindar cobijo a al-Qaeda.
Esta política estadounidense proactiva ya no pondría más en pugna a los intereses paquistaníes y estadounidenses. Acabar con la ocupación estadounidense de Afganistán, y la percepción de que el gobierno paquistaní es un lacayo de los EE.UU. en esa aventura, probablemente aplacaría el fuego de la insurgencia talibán a ambos lados de la frontera (recuerde, la ocupación estadounidense de Afganistán es una causa primaria de la inestabilidad en Pakistán). Además, el gobierno pakistaní tiene un interés en combatir a los talibanes paquistaníes, en la medida en que fuese necesario. Además, ese gobierno podría entonces ser más cooperativo en la lucha contra los huéspedes de los talibanes de Pakistán—al-Qaeda. Si los EE.UU. precisaran bases para sus aviones no tripulados a fin de continuar atacando a al-Qaeda en Pakistán, ellas podrían ser trasladadas discretamente a las vecinas Tayikistán o Kirguizistán.
Resumiendo, es hora de poner fin a la edificación de una nación en Afganistán, debido a que la ocupación ha venido estimulando el radicalismo islámico y la inestabilidad en un país más trascendente como es Pakistán. Y es el momento de cumplir la promesa de retirarse por completo de Irak lo antes posible a fin de evitar complicar a las tropas restantes en la probable reanudación y escalada de la violencia etno-sectaria.
Traducido por Gabriel Gasave
Qué hacer con las guerras
Al tiempo que el presidente Obama desmerecía como noticias viejas a los numerosos documentos revelados por WikiLeaks que evidencian el triste estado del conflicto en Afganistán, el jefe del Ejecutivo daba inicio también a todo un mes de cacareo acerca de cómo mantener su promesa electoral de “llevar a la guerra en Irak hacia un fin responsable”. Pero en ambas guerras, las estrategias del presidente son deficientes y precisan ser reemplazadas por otras nuevas.
En Irak, pocos analistas serios son los suficientemente crédulos como para considerar que todas las fuerzas de los EE.UU. serán retiradas del país en la fecha prevista a finales de 2011. La mayoría cree que el gobierno estadounidense renegociará el acuerdo sobre el estatus de las fuerzas con cualquier nuevo gobierno iraquí—haciendo la heroica suposición de que habrá un nuevo gobierno iraquí el año próximo—a fin de dejar algunas fuerzas de manera permanente en ese país. Esa medida sería poco aconsejable, ya que, aunque los medios de comunicación y la opinión pública estadounidenses parecen creer que Irak está en camino de convertirse en una democracia estable, es muy probable que la violencia a gran escala se reanude cuando las fuerzas de los EE.UU. sean reducidas. Los recientes atentados con bombas y la violencia generan serios interrogantes acerca de sí las fuerzas de seguridad iraquíes serán capaces de manejar la ya creciente violencia etno-sectaria sin una sustancial presencia militar estadounidense. Las diversas milicias etno-sectarias nunca han sido desarmadas y probablemente han estado procurando pasar desapercibidas hasta que la reducción de los efectivos estadounidense sea aún mayor, en gran medida como los talibanes hicieron en Afganistán desde 2002 hasta 2005.
El peligro es que cualquier remanente de presencia militar estadounidense en Irak que de señales de la responsabilidad de los EE.UU. por una futura nueva escalada, reanudaría la contienda étnico-sectaria. Por lo tanto, los Estados Unidos deberían retirarse por completo de Irak antes de finales de 2011 y ciertamente no deberían tratar de renegociar el acuerdo para mantener a las fuerzas allí por más tiempo. Una pequeña fuerza de los EE.UU. es probable que sea vulnerable a ataques si la violencia surge de nuevo en Irak.
En Afganistán, los medios de comunicación y la opinión pública estadounidense han sido llevados a creer que los Estados Unidos necesitan ganar para estabilizar al país. En realidad, el gobierno de los EE.UU. siente que lo necesita para estabilizar a Afganistán a fin de mantener una base de avanzada que le permita atacar a Pakistán y eliminar a al-Qaeda y al Talibán paquistaní, el últimos de los cuales está tratando de desestabilizar y hacerse cargo de un gobierno pakistaní que cuenta con armas nucleares. Pero esta política tropieza con un par de problemas. El primero es que el gobierno de los EE.UU. falla en reconocer que la ocupación estadounidense de Afganistán es la principal causa del auge de los talibanes paquistaníes—al igual que fue la causa principal del resurgimiento del Talibán afgano en 2006, después de que las fuerzas de los EE.UU. se trasladaron de Kabul a la campiña afgana. El segundo es que los intereses de los gobiernos estadounidense y pakistaní no coinciden. Los Estados Unidos tienen que volver realinear sus intereses con los del gobierno paquistaní de modo tal que Pakistán esté más predispuesta a aceptar los intentos de los EE.UU. de neutralizar al-Qaeda en su territorio.
Aunque Estados Unidos hayan estado bombeando miles de millones de dólares en concepto de ayuda a Pakistán, fracciones del gobierno pakistaní han estado ayudando al adversario de los EE.UU.—el Talibán afgano. La razón de esta increíble situación es que Pakistán se da cuenta de que los Estados Unidos eventualmente abandonarán Afganistán y está apoyando al Talibán afgano para combatir la influencia de su archirrival, India, en Afganistán. Pakistán se encuentra comprensiblemente obsesionado con la amenaza de quedar atrapado entre la más poderosa India y un Afganistán dominado por la influencia de ese país.
A efectos de realinear los intereses estadounidenses y pakistaníes, los Estados Unidos precisan adoptar la contraintuitiva política de retirar completamente sus fuerzas de Afganistán y permitir a los talibanes desempeñar algún papel en el gobierno afgano—esto sucederá de todas formas cuando los EE.UU. finalmente pierdan la guerra afgana—a cambio de una promesa de los talibanes afganos de no volver a brindar cobijo a al-Qaeda.
Esta política estadounidense proactiva ya no pondría más en pugna a los intereses paquistaníes y estadounidenses. Acabar con la ocupación estadounidense de Afganistán, y la percepción de que el gobierno paquistaní es un lacayo de los EE.UU. en esa aventura, probablemente aplacaría el fuego de la insurgencia talibán a ambos lados de la frontera (recuerde, la ocupación estadounidense de Afganistán es una causa primaria de la inestabilidad en Pakistán). Además, el gobierno pakistaní tiene un interés en combatir a los talibanes paquistaníes, en la medida en que fuese necesario. Además, ese gobierno podría entonces ser más cooperativo en la lucha contra los huéspedes de los talibanes de Pakistán—al-Qaeda. Si los EE.UU. precisaran bases para sus aviones no tripulados a fin de continuar atacando a al-Qaeda en Pakistán, ellas podrían ser trasladadas discretamente a las vecinas Tayikistán o Kirguizistán.
Resumiendo, es hora de poner fin a la edificación de una nación en Afganistán, debido a que la ocupación ha venido estimulando el radicalismo islámico y la inestabilidad en un país más trascendente como es Pakistán. Y es el momento de cumplir la promesa de retirarse por completo de Irak lo antes posible a fin de evitar complicar a las tropas restantes en la probable reanudación y escalada de la violencia etno-sectaria.
Traducido por Gabriel Gasave
AfganistánDefensa y política exteriorIrak
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