Uno de los motivos por el cual la mayor parte de las campañas de contrainsurgencia fallan es que son llevadas a cabo por ocupantes extranjeros que desconocen la cultura del país invadido. Esta tan frecuente ignorancia cultural, latente durante los ocho años del esfuerzo bélico de los EE.UU. en Afganistán, se puso de relieve durante la reciente campaña electoral.
La elite de la política exterior estadounidense empalideció ante el masivo fraude que permitió al presidente Hamid Karzai acceder hábilmente a un segundo mandato. El fraude electoral llevó luego a un minucioso examen por parte de la prensa estadounidense del corrupto gobierno de Afganistán y planteó interrogantes acerca de si un gobierno así de corrompido podría alguna vez ganar los corazones y las mentes del pueblo afgano. Obviamente, se dedujo que no podría hacerlo y que el esfuerzo bélico de los EE.UU., ligado a esta ancla hundida, en última instancia fracasaría.
Lo más probable es que el esfuerzo bélico de los EE.UU. en definitiva fracase, pero no esencialmente a causa de unos comicios tramposos ni de un gobierno corrupto—sino porque la elite estadounidense y los afganos de a pie tienen visiones del mundo tan disimiles que bien podrían habitar planetas distintos.
Hay dos cosas a las que los afganos se han acostumbrado en los últimos 200 años: las guerras causadas por ocupantes extranjeros y la corrupción de sus propios gobernantes. El impacto de la elección fraudulenta, como un ejemplo de esto último, probablemente no haya desilusionado a los afganos tanto como lo ha hecho con los occidentales. Esto es así porque en la cultura afgana, las elecciones y el gobierno de la mayoría de todos modos no tienen mucha legitimidad. La gente en Afganistán por lo general resuelve sus problemas políticos convocando a los líderes tribales y señores de la guerra a una gran asamblea llamada loya jirga. En lugar de que impere el gobierno de la mayoría, se construye un consenso.
Por otra parte, lo que es considerado corrupto en los países occidentales es apenas una sana diversión en Afganistán. En Occidente, para calmar nuestras conciencias, nuestros dirigentes disfrazan a la lucha por el botín, el territorio, la influencia o el interés nacional en términos de elevados principios nacionales (el mantenimiento de la paz, la edificación de naciones, la propagación de la democracia, etc.), y entonces la gente comienza a creer realmente todas esas pamplinas. En Afganistán, los combatientes que cambian de bando por dinero pueden parecer corruptos a los ojos occidentales, pero puede que sean más honestos con sigo mismos que los occidentales.
Debido a esta vasta división cultural, los Estados Unidos deberían darse cuenta de que un ocupante extranjero nunca podrá ganar realmente los corazones y las mentes en Afganistán. Las facciones afganas leales a los EE.UU. sólo lo serán hasta que el dinero en efectivo o los pagos en especie se agoten. Así, la administración Obama tiene que darse cuenta de que probablemente nunca pueda lograr una estabilidad de largo plazo en Afganistán—lo cual debiera haber sido obvio dado que los rusos, los soviéticos y los británicos fallaron todos en lograrlo. Los afganos de alguna manera tienen que hacerlo ellos mismos.
Sin embargo, tácticamente, los Estados Unidos podrían beneficiarse de la cultura afgana para conseguir la suficiente estabilidad en el corto plazo a efectos de salir corriendo prudente y prestamente. En el siglo 20, las pocas campañas de contrainsurgencia exitosas dirigidas por una potencia extranjera—los estadounidenses en Filipinas tras la Guerra Española-Americana a principios del siglo pasado, los británicos en Malasia en la década de 1950 y los estadounidenses en Irak—tienen algo en común: la insurgencia se dividió.
La administración Obama está utilizando a Irak como un modelo para el éxito en Afganistán sin concentrarse en cómo los EE.UU. consiguieron este éxito cualificado (en Irak, los EE.UU. no se han retirado rápidamente y todavía podrían quedar atrapados en una guerra civil etno-sectaria). El aumento de tropas en Irak puede haber ayudado—la adición de un número similar de efectivos en 2005 no lo hizo—pero la verdadera razón por la que la violencia ha mermado en Irak es que los actos de terrorismo indiscriminado de al-Qaeda se tornaron demasiado grandes incluso para que los sunitas los soporten, y los Estados Unidos simplemente les pagaron a las tribus sunitas para que cambien de bando y luchen contra el grupo en vez de contra los militares estadounidenses.
En Afganistán, aunque los dirigentes tribales han sido debilitados por años de guerra y asesinatos, los EE.UU. todavía podrían pagarles a varios miembros del Talibán para que cambien de bando. Contrariamente a la opinión convencional, muchos integrantes del Talibán combaten por dinero antes que por celo ideológico.
Leyendo entre líneas el reciente discurso del presidente Obama, parece que está buscando un nivel mínimo de estabilidad en Afganistán a fin de vender políticamente la salida de ese país. Comprar y dividir al Talibán es la manera de hacerlo.
El presidente Obama debe entonces sacar ventaja rápidamente de una disminución de la violencia y mientras utiliza la cobertura del aumento temporal de tropas retirarse rápidamente de Afganistán. Además, debería ordenar rápidamente una retirada de Irak a efectos de evitar quedar atrapados en una probable guerra civil. En suma, resulta necesario ser más honestos con nosotros mismos acerca de quedar atorados en conflictos innecesarios y desaconsejados. En síntesis, tenemos que pagarle a algunos de nuestros contrincantes y encaminarnos hacia la puerta.
Traducido por Gabriel Gasave
Se necesita más corrupción en Afganistán
Uno de los motivos por el cual la mayor parte de las campañas de contrainsurgencia fallan es que son llevadas a cabo por ocupantes extranjeros que desconocen la cultura del país invadido. Esta tan frecuente ignorancia cultural, latente durante los ocho años del esfuerzo bélico de los EE.UU. en Afganistán, se puso de relieve durante la reciente campaña electoral.
La elite de la política exterior estadounidense empalideció ante el masivo fraude que permitió al presidente Hamid Karzai acceder hábilmente a un segundo mandato. El fraude electoral llevó luego a un minucioso examen por parte de la prensa estadounidense del corrupto gobierno de Afganistán y planteó interrogantes acerca de si un gobierno así de corrompido podría alguna vez ganar los corazones y las mentes del pueblo afgano. Obviamente, se dedujo que no podría hacerlo y que el esfuerzo bélico de los EE.UU., ligado a esta ancla hundida, en última instancia fracasaría.
Lo más probable es que el esfuerzo bélico de los EE.UU. en definitiva fracase, pero no esencialmente a causa de unos comicios tramposos ni de un gobierno corrupto—sino porque la elite estadounidense y los afganos de a pie tienen visiones del mundo tan disimiles que bien podrían habitar planetas distintos.
Hay dos cosas a las que los afganos se han acostumbrado en los últimos 200 años: las guerras causadas por ocupantes extranjeros y la corrupción de sus propios gobernantes. El impacto de la elección fraudulenta, como un ejemplo de esto último, probablemente no haya desilusionado a los afganos tanto como lo ha hecho con los occidentales. Esto es así porque en la cultura afgana, las elecciones y el gobierno de la mayoría de todos modos no tienen mucha legitimidad. La gente en Afganistán por lo general resuelve sus problemas políticos convocando a los líderes tribales y señores de la guerra a una gran asamblea llamada loya jirga. En lugar de que impere el gobierno de la mayoría, se construye un consenso.
Por otra parte, lo que es considerado corrupto en los países occidentales es apenas una sana diversión en Afganistán. En Occidente, para calmar nuestras conciencias, nuestros dirigentes disfrazan a la lucha por el botín, el territorio, la influencia o el interés nacional en términos de elevados principios nacionales (el mantenimiento de la paz, la edificación de naciones, la propagación de la democracia, etc.), y entonces la gente comienza a creer realmente todas esas pamplinas. En Afganistán, los combatientes que cambian de bando por dinero pueden parecer corruptos a los ojos occidentales, pero puede que sean más honestos con sigo mismos que los occidentales.
Debido a esta vasta división cultural, los Estados Unidos deberían darse cuenta de que un ocupante extranjero nunca podrá ganar realmente los corazones y las mentes en Afganistán. Las facciones afganas leales a los EE.UU. sólo lo serán hasta que el dinero en efectivo o los pagos en especie se agoten. Así, la administración Obama tiene que darse cuenta de que probablemente nunca pueda lograr una estabilidad de largo plazo en Afganistán—lo cual debiera haber sido obvio dado que los rusos, los soviéticos y los británicos fallaron todos en lograrlo. Los afganos de alguna manera tienen que hacerlo ellos mismos.
Sin embargo, tácticamente, los Estados Unidos podrían beneficiarse de la cultura afgana para conseguir la suficiente estabilidad en el corto plazo a efectos de salir corriendo prudente y prestamente. En el siglo 20, las pocas campañas de contrainsurgencia exitosas dirigidas por una potencia extranjera—los estadounidenses en Filipinas tras la Guerra Española-Americana a principios del siglo pasado, los británicos en Malasia en la década de 1950 y los estadounidenses en Irak—tienen algo en común: la insurgencia se dividió.
La administración Obama está utilizando a Irak como un modelo para el éxito en Afganistán sin concentrarse en cómo los EE.UU. consiguieron este éxito cualificado (en Irak, los EE.UU. no se han retirado rápidamente y todavía podrían quedar atrapados en una guerra civil etno-sectaria). El aumento de tropas en Irak puede haber ayudado—la adición de un número similar de efectivos en 2005 no lo hizo—pero la verdadera razón por la que la violencia ha mermado en Irak es que los actos de terrorismo indiscriminado de al-Qaeda se tornaron demasiado grandes incluso para que los sunitas los soporten, y los Estados Unidos simplemente les pagaron a las tribus sunitas para que cambien de bando y luchen contra el grupo en vez de contra los militares estadounidenses.
En Afganistán, aunque los dirigentes tribales han sido debilitados por años de guerra y asesinatos, los EE.UU. todavía podrían pagarles a varios miembros del Talibán para que cambien de bando. Contrariamente a la opinión convencional, muchos integrantes del Talibán combaten por dinero antes que por celo ideológico.
Leyendo entre líneas el reciente discurso del presidente Obama, parece que está buscando un nivel mínimo de estabilidad en Afganistán a fin de vender políticamente la salida de ese país. Comprar y dividir al Talibán es la manera de hacerlo.
El presidente Obama debe entonces sacar ventaja rápidamente de una disminución de la violencia y mientras utiliza la cobertura del aumento temporal de tropas retirarse rápidamente de Afganistán. Además, debería ordenar rápidamente una retirada de Irak a efectos de evitar quedar atrapados en una probable guerra civil. En suma, resulta necesario ser más honestos con nosotros mismos acerca de quedar atorados en conflictos innecesarios y desaconsejados. En síntesis, tenemos que pagarle a algunos de nuestros contrincantes y encaminarnos hacia la puerta.
Traducido por Gabriel Gasave
AfganistánDefensa y política exterior
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