En 1972, un joven reportero solitario se reunió con su fuente anónima en un garaje de Washington D.C. al amparo de la noche, la cual le proporcionó valiosa información. “Garganta Profunda” le contó a Bob Woodward el alcance total de la conspiración Watergate, para cuya revelación Woodward y su socio Carl Bernstein tenían que superar obstáculos aparentemente insalvables. Como se describe en Todos los hombres del presidente:
La lista es más larga de lo que nadie pueda imaginar. Involucra a toda la comunidad de inteligencia de los EE.UU.. El FBI. La CIA. El Departamento de Justicia. … Lleva a todas partes. Sus vidas están en peligro. … Ustedes están bajo vigilancia.
Los dos periodistas, con el apoyo de su editor, y a pesar de la apatía generalizada entre el público estadounidense, construyeron tenazmente el caso que rastreó los delitos hasta la Casa Blanca, lo que se tradujo en última instancia en la renuncia de Richard Nixon el 9 de agosto de 1974.
A medida que la investigación de estos reporteros los acercaba más y más, Richard Nixon bien puede haber exigido que Woodward y Bernstein fuesen amordazados—en privado. Pero nunca se atrevió a emitir ese anuncio en la arena pública. Si hubiese dado una directiva así, los pasos para su juicio político bien podrían haberse dado mucho antes.
Sin embargo, en 2013, un ex alto funcionario de la Agencia de Seguridad Nacional (conocida por su sigla en inglés como NSA), usando su propio nombre, ante las cámaras, con dos de sus asociados corroborando la totalidad de su relato, y con su abogado presente, declara públicamente a uno de los principales medios de comunicación de los Estados Unidos, el periódico USA Today:
El gobierno se desligó de la Constitución como resultado del 11 de septiembre de 2001. Y en la absoluta oscuridad del secreto, en los más altos niveles del gobierno, aprobado por la Casa Blanca, la NSA se convirtió en el agente ejecutivo de un programa de vigilancia que convirtió a los Estados Unidos de América efectivamente en el equivalente de una nación extranjera para una red de vigilancia electrónica.
Garganta Profunda no era la noticia en 1972, y Edward Snowden no es la noticia hoy día. El abuso de las agencias de inteligencia de los Estados Unidos lo es.
Más denunciantes de la NSA salieron a dar detalles a USA Today de que habían intentado “durante la mayor parte de siete años” llamar la atención sobre este descontrolado “Estado de vigilancia o Leviathan” y restaurar las protecciones constitucionales para los estadounidenses. Así es que defienden a Edward Snowden por hacer sus revelaciones directamente a los medios de comunicación:
Para empezar, ciertamente prestó un gran servicio público al exponer estos programas y hacer al gobierno en cierto sentido públicamente responsable de lo que están haciendo. Por lo menos ahora van a tener algún tipo de franca discusión al respecto.
Y, sin embargo, no estamos teniendo una discusión franca. En su lugar, estamos viendo un circo mediático. Al mensajero, Edward Snowden, se lo ha convertido en “la noticia”. No importan esos hombres monótonos en trajes grises—los altos funcionarios de la NSA que tratan de hacer sonar un silbato aparentemente silencioso. Y, en particular, asegurar no prestar absolutamente ninguna atención al mensaje que cualquiera de ellos está enviando.
Manteniéndolo bajo una cobertura política segura, el presidente Obama está mostrando deferencia por el Departamento de Justicia—el mismo Departamento de Justicia que confiscó los registros telefónicos de la Associated Press y criminalizó al reportero de Fox News James Rosen para llevar a cabo la investigación de una filtración contra un ex contratista del Departamento de Estado. El Presidente alimenta el mito de que el problema se limita al Sr. Snowden, y que el “Estado de Derecho” requiere la extradición de Snowden a los EE.UU., donde debe hacer frente a cargos criminales por el grave delito de robo de propiedad del gobierno y dos cargos de espionaje: proporcionar información sobre la defensa nacional a alguien no autorizado y revelar información clasificada acerca de “comunicaciones de inteligencia”—cada uno de los cuales acarrea un máximo de 10 años en prisión.
Por lo tanto, el Sr. Snowden se convierte en la octava persona enjuiciada en los términos de la Ley de Espionaje de 1917 durante el gobierno el Presidente Obama—más del doble del número de acusados durante todas las administraciones anteriores combinadas desde la aprobación de la ley hace casi un siglo.
Podría decirse, que los EE.UU. se encontraban bajo un peligro inminente por lejos mayor durante la administración del presidente Nixon que en la actualidad: la Guerra Fría se había convertido en una guerra caliente, con la constante amenaza de la aniquilación nuclear. La apertura de Nixon de las relaciones con China estaba disipando la amenaza comunista china, pero la Unión Soviética y sus aliados en todo el mundo seguían siendo un peligro claro y presente.
Richard Nixon fue ampliamente caracterizado como un líder paranoico. Pero, ¿cuánto más paranoico es estar acusando a ocho personas de espionaje? Si la guerra actual es contra el “terror”, ¿ha ayudado e inducido el Sr. Snowden a algún enemigo terrorista creíble del Estado—o tan solo a enemigos de la voluntad del Ejecutivo y del deseo de privilegios de un espionaje estatal universal?
Si Garganta Profunda hubiese sido la noticia en 1972, Nixon, Haldeman, John Mitchell y la funesta pandilla probablemente habrían cumplido sus mandatos, difundiendo intacta una red para espiar a los estadounidenses que implicaba la muerte de la libertad.
Si hoy hacemos de Edward Snowden la noticia—si preguntamos: “¿Dónde está Snowden?” en vez de “¿Qué le está haciendo la comunidad de inteligencia de los EE.UU. a las libertades civiles de los estadounidenses?”—censuramos a nuestros protectores denunciantes de irregularidades como traidores, renunciamos a nuestros derechos a la privacidad y aprobamos un gobierno completamente “desligado” de los controles de la Constitución.
¿Es así realmente cómo queremos vivir?
Traducido por Gabriel Gasave
Snowden no es la noticia
En 1972, un joven reportero solitario se reunió con su fuente anónima en un garaje de Washington D.C. al amparo de la noche, la cual le proporcionó valiosa información. “Garganta Profunda” le contó a Bob Woodward el alcance total de la conspiración Watergate, para cuya revelación Woodward y su socio Carl Bernstein tenían que superar obstáculos aparentemente insalvables. Como se describe en Todos los hombres del presidente:
Los dos periodistas, con el apoyo de su editor, y a pesar de la apatía generalizada entre el público estadounidense, construyeron tenazmente el caso que rastreó los delitos hasta la Casa Blanca, lo que se tradujo en última instancia en la renuncia de Richard Nixon el 9 de agosto de 1974.
A medida que la investigación de estos reporteros los acercaba más y más, Richard Nixon bien puede haber exigido que Woodward y Bernstein fuesen amordazados—en privado. Pero nunca se atrevió a emitir ese anuncio en la arena pública. Si hubiese dado una directiva así, los pasos para su juicio político bien podrían haberse dado mucho antes.
Sin embargo, en 2013, un ex alto funcionario de la Agencia de Seguridad Nacional (conocida por su sigla en inglés como NSA), usando su propio nombre, ante las cámaras, con dos de sus asociados corroborando la totalidad de su relato, y con su abogado presente, declara públicamente a uno de los principales medios de comunicación de los Estados Unidos, el periódico USA Today:
Garganta Profunda no era la noticia en 1972, y Edward Snowden no es la noticia hoy día. El abuso de las agencias de inteligencia de los Estados Unidos lo es.
Más denunciantes de la NSA salieron a dar detalles a USA Today de que habían intentado “durante la mayor parte de siete años” llamar la atención sobre este descontrolado “Estado de vigilancia o Leviathan” y restaurar las protecciones constitucionales para los estadounidenses. Así es que defienden a Edward Snowden por hacer sus revelaciones directamente a los medios de comunicación:
Y, sin embargo, no estamos teniendo una discusión franca. En su lugar, estamos viendo un circo mediático. Al mensajero, Edward Snowden, se lo ha convertido en “la noticia”. No importan esos hombres monótonos en trajes grises—los altos funcionarios de la NSA que tratan de hacer sonar un silbato aparentemente silencioso. Y, en particular, asegurar no prestar absolutamente ninguna atención al mensaje que cualquiera de ellos está enviando.
Manteniéndolo bajo una cobertura política segura, el presidente Obama está mostrando deferencia por el Departamento de Justicia—el mismo Departamento de Justicia que confiscó los registros telefónicos de la Associated Press y criminalizó al reportero de Fox News James Rosen para llevar a cabo la investigación de una filtración contra un ex contratista del Departamento de Estado. El Presidente alimenta el mito de que el problema se limita al Sr. Snowden, y que el “Estado de Derecho” requiere la extradición de Snowden a los EE.UU., donde debe hacer frente a cargos criminales por el grave delito de robo de propiedad del gobierno y dos cargos de espionaje: proporcionar información sobre la defensa nacional a alguien no autorizado y revelar información clasificada acerca de “comunicaciones de inteligencia”—cada uno de los cuales acarrea un máximo de 10 años en prisión.
Por lo tanto, el Sr. Snowden se convierte en la octava persona enjuiciada en los términos de la Ley de Espionaje de 1917 durante el gobierno el Presidente Obama—más del doble del número de acusados durante todas las administraciones anteriores combinadas desde la aprobación de la ley hace casi un siglo.
Podría decirse, que los EE.UU. se encontraban bajo un peligro inminente por lejos mayor durante la administración del presidente Nixon que en la actualidad: la Guerra Fría se había convertido en una guerra caliente, con la constante amenaza de la aniquilación nuclear. La apertura de Nixon de las relaciones con China estaba disipando la amenaza comunista china, pero la Unión Soviética y sus aliados en todo el mundo seguían siendo un peligro claro y presente.
Richard Nixon fue ampliamente caracterizado como un líder paranoico. Pero, ¿cuánto más paranoico es estar acusando a ocho personas de espionaje? Si la guerra actual es contra el “terror”, ¿ha ayudado e inducido el Sr. Snowden a algún enemigo terrorista creíble del Estado—o tan solo a enemigos de la voluntad del Ejecutivo y del deseo de privilegios de un espionaje estatal universal?
Si Garganta Profunda hubiese sido la noticia en 1972, Nixon, Haldeman, John Mitchell y la funesta pandilla probablemente habrían cumplido sus mandatos, difundiendo intacta una red para espiar a los estadounidenses que implicaba la muerte de la libertad.
Si hoy hacemos de Edward Snowden la noticia—si preguntamos: “¿Dónde está Snowden?” en vez de “¿Qué le está haciendo la comunidad de inteligencia de los EE.UU. a las libertades civiles de los estadounidenses?”—censuramos a nuestros protectores denunciantes de irregularidades como traidores, renunciamos a nuestros derechos a la privacidad y aprobamos un gobierno completamente “desligado” de los controles de la Constitución.
¿Es así realmente cómo queremos vivir?
Traducido por Gabriel Gasave
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