Washington, DC—Si juzgamos el impacto de los libros electrónicos por su modesta cuota de mercado, sorprende tanto sobresalto. Si lo juzgamos por la angustia de sus protagonistas —un mejor predictor de tendencias en cualquier industria—, estamos ante un movimiento tectónico.
El año pasado, los libros electrónicos constituyeron un 3,3 por ciento de las ventas de libros en Estados Unidos. Pero las ventas electrónicas han aumentado en el primer trimestre de 2010 casi un 270 por ciento en comparación con el del año anterior. En un programa de la CNN en el que participé, Pedro Huerta, a nombre de la Cámara de Comercio de la Industria Editorial en México, predijo que para 2015 los libros electrónicos morderán el 10 por ciento del mercado latinoamericano. Y, según el Credit Suisse, las ventas digitales abarcarán la quinta parte del mercado en los países de avanzada.
Hasta el lanzamiento del iPad por parte de Apple, el modelo de negocio del “e-book”, conocido como “modelo mayorista”, estuvo dictado por Amazon, que vendía libros electrónicos a pérdida por 9.90 dólares después de pagar a los editores la mitad del precio de un ejemplar de tapa dura, que cuesta 26 dólares. La pérdida quedaba compensada con la venta de aparatos Kindle. Pero los editores se quejaban de que un precio tan reducido “devaluaba” sus títulos. Querían decir: esos precios matarán al libro impreso. Ahora que irrumpió el iPad y el Kindle perdió su cuasi monopolio, cinco de las seis grandes editoriales han optado por un modelo de “agencia” a pesar de que ganarán menos. Los editores fijarán ellos mismos el precio de los libros electrónicos y obtendrán de manos de las plataformas digitales el 70 por ciento de los ingresos. El setenta por ciento de 13 dólares, el precio al que los libros electrónicos se venderán ahora, es menos de lo que Amazon les abonaba bajo el modelo “mayorista”. Sólo Random House, la mayor editorial, se resiste.
Para los autores que publican por cuenta propia a través de la Plataforma de Texto Digital que ofrece Amazon, del Portal del Editor que ofrece Sony y de otros mecanismos, el nuevo modelo significa que también recibirán el 70 por ciento de las ventas.
Todo esto se viene dando en medio de un gran dramatismo. Las querellas proliferan (los autores y editores contra Google, que ha digitalizado libros de dominio público y ediciones agotadas), algunos títulos han sido retirados (las novedades de Penguin ya no están en el Kindle), las editoriales están enfrentadas (algunas dan la razón a Random House) y las conjeturas sobre la piratería son afiebradas.
Todo este pánico resulta infantil. Los libros electrónicos están ampliando el mercado. De 2002 a 2008, las ventas de libros impresos crecieron a una tasa anual de apenas 1,6 por ciento, mientras que las ventas electrónicas lo hicieron un 58 por ciento. La idea de que los libros electrónicos perjudican a los libros impresos —la verdadera razón por la que las editoriales están forzando el aumento de los precios electrónicos— no da en el blanco. En un mundo globalizado en el que la clase media crece como mancha de aceite, la literatura digital ensanchará el mercado de lectores y más que compensará, por el aumento del volumen de ventas, la pérdida en la venta de los (caros) libros impresos.
Las editoriales y los autores deberían apreciar que los libros electrónicos están generando las condiciones, gracias a la posibilidad de reducir aun más los precios, para derrotar a la piratería. Los esfuerzos por encarecer los libros electrónicos y expandir el empleo de tecnologías anti-piratería como la Gestión de Derechos Digitales, que complican la vida a los lectores legítimos, no serán eficaces.
Bajo el título de “Confesiones de un pirata de libros”, la bitácora literaria “The Millions” ofrece el fascinante testimonio de una fuente anónima que tiene cómo saber lo que dice. Allí explica lo fácil que es digitalizar libros impresos y distribuirlos “online”, y concluye que sólo el bajo precio expulsará a los piratas.
Las únicas víctimas reales de todo esto son los amantes de libros impresos, como este servidor. Pero para los educados en el mundo de los libros impresos, ellos seguirán existiendo hasta el final de nuestros días. A medida que el mercado se contraiga, serán aun más preciados. Tal vez las futuras generaciones sólo leerán libros en pantallas. Pero para los futuros amantes de lo “retro” que querrán tocar y oler libros impresos, ellos estarán ampliamente disponibles en las colecciones personales, tiendas de antigüedades, librerías y museos.
Cuando los romanos reemplazaron los papiros y pergaminos con los códices, hubo sin duda quienes tomaron el nuevo dispositivo como un insulto cultural. Cuando la imprenta sustituyó a la piel de becerro y la tinta de aceite, tuvo que haber bramidos nostálgicos. El temor actual es comprensible. Pero es egoísta por parte de quienes preferimos los libros impresos denostar lo que será el imán más potente para la imaginación de nuevos lectores en muchísimo tiempo.
(c) 2010, The Washington Post Writers Group
Terror en las editoriales
Washington, DC—Si juzgamos el impacto de los libros electrónicos por su modesta cuota de mercado, sorprende tanto sobresalto. Si lo juzgamos por la angustia de sus protagonistas —un mejor predictor de tendencias en cualquier industria—, estamos ante un movimiento tectónico.
El año pasado, los libros electrónicos constituyeron un 3,3 por ciento de las ventas de libros en Estados Unidos. Pero las ventas electrónicas han aumentado en el primer trimestre de 2010 casi un 270 por ciento en comparación con el del año anterior. En un programa de la CNN en el que participé, Pedro Huerta, a nombre de la Cámara de Comercio de la Industria Editorial en México, predijo que para 2015 los libros electrónicos morderán el 10 por ciento del mercado latinoamericano. Y, según el Credit Suisse, las ventas digitales abarcarán la quinta parte del mercado en los países de avanzada.
Hasta el lanzamiento del iPad por parte de Apple, el modelo de negocio del “e-book”, conocido como “modelo mayorista”, estuvo dictado por Amazon, que vendía libros electrónicos a pérdida por 9.90 dólares después de pagar a los editores la mitad del precio de un ejemplar de tapa dura, que cuesta 26 dólares. La pérdida quedaba compensada con la venta de aparatos Kindle. Pero los editores se quejaban de que un precio tan reducido “devaluaba” sus títulos. Querían decir: esos precios matarán al libro impreso. Ahora que irrumpió el iPad y el Kindle perdió su cuasi monopolio, cinco de las seis grandes editoriales han optado por un modelo de “agencia” a pesar de que ganarán menos. Los editores fijarán ellos mismos el precio de los libros electrónicos y obtendrán de manos de las plataformas digitales el 70 por ciento de los ingresos. El setenta por ciento de 13 dólares, el precio al que los libros electrónicos se venderán ahora, es menos de lo que Amazon les abonaba bajo el modelo “mayorista”. Sólo Random House, la mayor editorial, se resiste.
Para los autores que publican por cuenta propia a través de la Plataforma de Texto Digital que ofrece Amazon, del Portal del Editor que ofrece Sony y de otros mecanismos, el nuevo modelo significa que también recibirán el 70 por ciento de las ventas.
Todo esto se viene dando en medio de un gran dramatismo. Las querellas proliferan (los autores y editores contra Google, que ha digitalizado libros de dominio público y ediciones agotadas), algunos títulos han sido retirados (las novedades de Penguin ya no están en el Kindle), las editoriales están enfrentadas (algunas dan la razón a Random House) y las conjeturas sobre la piratería son afiebradas.
Todo este pánico resulta infantil. Los libros electrónicos están ampliando el mercado. De 2002 a 2008, las ventas de libros impresos crecieron a una tasa anual de apenas 1,6 por ciento, mientras que las ventas electrónicas lo hicieron un 58 por ciento. La idea de que los libros electrónicos perjudican a los libros impresos —la verdadera razón por la que las editoriales están forzando el aumento de los precios electrónicos— no da en el blanco. En un mundo globalizado en el que la clase media crece como mancha de aceite, la literatura digital ensanchará el mercado de lectores y más que compensará, por el aumento del volumen de ventas, la pérdida en la venta de los (caros) libros impresos.
Las editoriales y los autores deberían apreciar que los libros electrónicos están generando las condiciones, gracias a la posibilidad de reducir aun más los precios, para derrotar a la piratería. Los esfuerzos por encarecer los libros electrónicos y expandir el empleo de tecnologías anti-piratería como la Gestión de Derechos Digitales, que complican la vida a los lectores legítimos, no serán eficaces.
Bajo el título de “Confesiones de un pirata de libros”, la bitácora literaria “The Millions” ofrece el fascinante testimonio de una fuente anónima que tiene cómo saber lo que dice. Allí explica lo fácil que es digitalizar libros impresos y distribuirlos “online”, y concluye que sólo el bajo precio expulsará a los piratas.
Las únicas víctimas reales de todo esto son los amantes de libros impresos, como este servidor. Pero para los educados en el mundo de los libros impresos, ellos seguirán existiendo hasta el final de nuestros días. A medida que el mercado se contraiga, serán aun más preciados. Tal vez las futuras generaciones sólo leerán libros en pantallas. Pero para los futuros amantes de lo “retro” que querrán tocar y oler libros impresos, ellos estarán ampliamente disponibles en las colecciones personales, tiendas de antigüedades, librerías y museos.
Cuando los romanos reemplazaron los papiros y pergaminos con los códices, hubo sin duda quienes tomaron el nuevo dispositivo como un insulto cultural. Cuando la imprenta sustituyó a la piel de becerro y la tinta de aceite, tuvo que haber bramidos nostálgicos. El temor actual es comprensible. Pero es egoísta por parte de quienes preferimos los libros impresos denostar lo que será el imán más potente para la imaginación de nuevos lectores en muchísimo tiempo.
(c) 2010, The Washington Post Writers Group
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