En un reciente discurso dirigido a la promoción que egresaba de la Academia Naval, el Presidente Clinton perceptivamente destacó la creciente amenaza del terrorismo biológico. Los terroristas–actuando independientemente o con el patrocinio de un gobierno hostil–podrían diseminar microorganismos mortales capaces de matar a cientos de miles de estadounidenses. Cinco libras de la bacteria del ántrax podrían matar a 300.000 personas. La respuesta propuesta por el Presidente Clinton a dicho terrorismo catastrófico, sin embargo, se encuentra fuera de foco.
El presidente abogó por fortalecer a la Convención de Armas Biológicas (BWC su sigla en inglés) “con un fuerte sistema de inspecciones para detectar y prevenir el engaño.» Propuso también actualizar los sistemas de salud pública para detectar y advertir de ataques biológicos, y almacenar los antídotos y las vacunas para los agentes biológicos más comunes. Ningunas de esas medidas tienden a prevenir o a atenuar de manera considerable a los efectos de un ataque biológico.
Las armas biológicas pueden ser producidas, con la tecnología comercial fácilmente disponible, en instalaciones pequeñas, tales como lagares u hospitales o laboratorios farmacéuticos. Incluso si un régimen de rigurosas inspecciones fuese establecido para intentar detectar el engaño al BWC, el mismo no podrá detener la difusión de tales armas. Aún la rigurosa supervisión del programa de armas biológicas de Irak ha sido incapaz de garantizar que todo su material biológico se encontraba destruido. Inclusive en la improbable circunstancia de que todo el material estuviese desmantelado, Irak o cualquier otro país que desease engañar, podría producir más del mismo en una de las numerosas instalaciones comerciales. En síntesis, el BWC es inaplicable.
Educar a los médicos sobre los signos reveladores de un ataque con armas biológicas puede ayudar, pero esos síntomas pueden ser fácilmente confundidos con los de las enfermedades respiratorias comunes. Además, los dispositivos de detección que están siendo desarrollados para el campo de batalla no serán probablemente eficaces para su uso en las ciudades estadounidenses. La probable demora en la detección hará posiblemente que los antídotos almacenados–los cuales precisan por lo general ser administrados antes de que los síntomas se manifiesten–carezcan de valor. Una vez que un ataque se encuentra en curso, las vacunas pueden solamente reducir los decesos masivos inoculando a los individuos que ya se encuentran infectados. Incluso si los antídotos o las vacunas almacenadas pudiesen alcanzar la escena del ataque de una manera oportuna (los que es problemático), las mismas pueden ser derrotadas por los microorganismos dirigidos genéticamente, los cuales son resistentes.
Incluso la Junta de las Ciencias de la Defensa admitió que los esfuerzos del gobierno para prevenir o mitigar los efectos del terrorismo biológico (así como los de ataques químicos o nucleares perpetrados por los terroristas) pueden ser solamente efectivos de manera gradual. Desdichadamente, dichas mejoras marginales pueden permitir que los líderes de los EE.UU. finjan que están haciendo algo sobre un problema largamente intratable, y evitar así la única solución que disminuirá la oportunidad de que el terrorismo catastrófico desbaste a la patria estadounidense: la adopción de una política exterior más prudente.
La Junta de las Ciencias de la Defensa reconoció que «la información histórica demuestra un fuerte correlato entre la participación de los EE.UU. en situaciones internacionales y un incremento en los ataques terroristas contra los Estados Unidos.» Por lo tanto, los Estados Unidos deben abandonar la política de intervenir dondequiera y por todas partes en el mundo, sin importar si sus intereses vitales están o no en juego. Por ejemplo, en años recientes, los Estados Unidos han intervenido en conflictos en Bosnia, Haití, y Somalia–ninguno de los cuales amenazaba la seguridad estadounidense. En la actualidad, se habla de intervenir en la confusión que aflige a la agitada provincia serbia de Kosovo. Los grupos radicales desafectos en cualesquiera de ésos conflictos–percibiendo que los Estados Unidos favorecieron a la otra parte en la disputa–podrían lanzar un ataque terrorista catastrófico contra los Estados Unidos.
Incluso cuando los Estados Unidos toman meramente un rol de alto perfil intentando mediar en los conflictos–tal como el caso de la disputa de Chipre, la enemistad Israelí-Palestina, o la propensión a intentar solucionar la volátil rencilla en Cachemira entre la India y Pakistán–corren el riesgo de enajenar a fanáticos de un lado o del otro. La mediación en un conflicto no es siempre percibida como un acto neutral. Por ejemplo, Pakistán da la bienvenida a la mediación internacional de la cuestión de Cachemira, pero la India ve a la disputa como un asunto interno y evita la mediación. También, las partes en conflicto pueden resentir la participación estadounidense porque perciben que los Estados Unidos están intentando imponer una solución que satisfaga sus propias metas. Inclusive cuando la mediación es bienvenida por la mayoría de las partes en el conflicto, la franja radical de cualquiera de los lados puede oponerse del todo a algún acuerdo y tomar represalias contra el mediador. Esa no es una preocupación de menor importancia, dado que los elementos de las fracciones radicales son los grupos más proclives a tomar represalias contra los Estados Unidos con el terrorismo catastrófico.
Los Estados Unidos son verdaderamente el Goliat bíblico del mundo. Fanfarronea como un gigante, pero son cada vez más vulnerables aún al agente más débil del sistema terrorista internacional. Por lo tanto, los Estados Unidos deben intervenir solamente cuando un conflicto llega a ser relevante estratégicamente–es decir, cuando una fuerza imperialista agresiva pudiese invadir una región de alto poderío económico (Europa o Asia del Este) y utilizar su incrementada capacidad económica y militar contra los Estados Unidos.
Una política de moderación militar no es una de consuelo. El abrumador porcentaje de intervenciones estadounidenses simplemente desperdicia vidas y recursos. Hoy día las mismas pueden incluso tener efectos catastróficos también en el país. El Presidente Clinton estaba en lo correcto al observar el peligro creciente. Pero ignoró la verdadera solución, optando en cambio por las medidas que se «sienten bien,» las que tendrían solamente una importancia marginal.
Traducido por Gabriel Gasave
Terrorismo catastrófico: Clinton está perdiendo el punto
En un reciente discurso dirigido a la promoción que egresaba de la Academia Naval, el Presidente Clinton perceptivamente destacó la creciente amenaza del terrorismo biológico. Los terroristas–actuando independientemente o con el patrocinio de un gobierno hostil–podrían diseminar microorganismos mortales capaces de matar a cientos de miles de estadounidenses. Cinco libras de la bacteria del ántrax podrían matar a 300.000 personas. La respuesta propuesta por el Presidente Clinton a dicho terrorismo catastrófico, sin embargo, se encuentra fuera de foco.
El presidente abogó por fortalecer a la Convención de Armas Biológicas (BWC su sigla en inglés) “con un fuerte sistema de inspecciones para detectar y prevenir el engaño.» Propuso también actualizar los sistemas de salud pública para detectar y advertir de ataques biológicos, y almacenar los antídotos y las vacunas para los agentes biológicos más comunes. Ningunas de esas medidas tienden a prevenir o a atenuar de manera considerable a los efectos de un ataque biológico.
Las armas biológicas pueden ser producidas, con la tecnología comercial fácilmente disponible, en instalaciones pequeñas, tales como lagares u hospitales o laboratorios farmacéuticos. Incluso si un régimen de rigurosas inspecciones fuese establecido para intentar detectar el engaño al BWC, el mismo no podrá detener la difusión de tales armas. Aún la rigurosa supervisión del programa de armas biológicas de Irak ha sido incapaz de garantizar que todo su material biológico se encontraba destruido. Inclusive en la improbable circunstancia de que todo el material estuviese desmantelado, Irak o cualquier otro país que desease engañar, podría producir más del mismo en una de las numerosas instalaciones comerciales. En síntesis, el BWC es inaplicable.
Educar a los médicos sobre los signos reveladores de un ataque con armas biológicas puede ayudar, pero esos síntomas pueden ser fácilmente confundidos con los de las enfermedades respiratorias comunes. Además, los dispositivos de detección que están siendo desarrollados para el campo de batalla no serán probablemente eficaces para su uso en las ciudades estadounidenses. La probable demora en la detección hará posiblemente que los antídotos almacenados–los cuales precisan por lo general ser administrados antes de que los síntomas se manifiesten–carezcan de valor. Una vez que un ataque se encuentra en curso, las vacunas pueden solamente reducir los decesos masivos inoculando a los individuos que ya se encuentran infectados. Incluso si los antídotos o las vacunas almacenadas pudiesen alcanzar la escena del ataque de una manera oportuna (los que es problemático), las mismas pueden ser derrotadas por los microorganismos dirigidos genéticamente, los cuales son resistentes.
Incluso la Junta de las Ciencias de la Defensa admitió que los esfuerzos del gobierno para prevenir o mitigar los efectos del terrorismo biológico (así como los de ataques químicos o nucleares perpetrados por los terroristas) pueden ser solamente efectivos de manera gradual. Desdichadamente, dichas mejoras marginales pueden permitir que los líderes de los EE.UU. finjan que están haciendo algo sobre un problema largamente intratable, y evitar así la única solución que disminuirá la oportunidad de que el terrorismo catastrófico desbaste a la patria estadounidense: la adopción de una política exterior más prudente.
La Junta de las Ciencias de la Defensa reconoció que «la información histórica demuestra un fuerte correlato entre la participación de los EE.UU. en situaciones internacionales y un incremento en los ataques terroristas contra los Estados Unidos.» Por lo tanto, los Estados Unidos deben abandonar la política de intervenir dondequiera y por todas partes en el mundo, sin importar si sus intereses vitales están o no en juego. Por ejemplo, en años recientes, los Estados Unidos han intervenido en conflictos en Bosnia, Haití, y Somalia–ninguno de los cuales amenazaba la seguridad estadounidense. En la actualidad, se habla de intervenir en la confusión que aflige a la agitada provincia serbia de Kosovo. Los grupos radicales desafectos en cualesquiera de ésos conflictos–percibiendo que los Estados Unidos favorecieron a la otra parte en la disputa–podrían lanzar un ataque terrorista catastrófico contra los Estados Unidos.
Incluso cuando los Estados Unidos toman meramente un rol de alto perfil intentando mediar en los conflictos–tal como el caso de la disputa de Chipre, la enemistad Israelí-Palestina, o la propensión a intentar solucionar la volátil rencilla en Cachemira entre la India y Pakistán–corren el riesgo de enajenar a fanáticos de un lado o del otro. La mediación en un conflicto no es siempre percibida como un acto neutral. Por ejemplo, Pakistán da la bienvenida a la mediación internacional de la cuestión de Cachemira, pero la India ve a la disputa como un asunto interno y evita la mediación. También, las partes en conflicto pueden resentir la participación estadounidense porque perciben que los Estados Unidos están intentando imponer una solución que satisfaga sus propias metas. Inclusive cuando la mediación es bienvenida por la mayoría de las partes en el conflicto, la franja radical de cualquiera de los lados puede oponerse del todo a algún acuerdo y tomar represalias contra el mediador. Esa no es una preocupación de menor importancia, dado que los elementos de las fracciones radicales son los grupos más proclives a tomar represalias contra los Estados Unidos con el terrorismo catastrófico.
Los Estados Unidos son verdaderamente el Goliat bíblico del mundo. Fanfarronea como un gigante, pero son cada vez más vulnerables aún al agente más débil del sistema terrorista internacional. Por lo tanto, los Estados Unidos deben intervenir solamente cuando un conflicto llega a ser relevante estratégicamente–es decir, cuando una fuerza imperialista agresiva pudiese invadir una región de alto poderío económico (Europa o Asia del Este) y utilizar su incrementada capacidad económica y militar contra los Estados Unidos.
Una política de moderación militar no es una de consuelo. El abrumador porcentaje de intervenciones estadounidenses simplemente desperdicia vidas y recursos. Hoy día las mismas pueden incluso tener efectos catastróficos también en el país. El Presidente Clinton estaba en lo correcto al observar el peligro creciente. Pero ignoró la verdadera solución, optando en cambio por las medidas que se «sienten bien,» las que tendrían solamente una importancia marginal.
Traducido por Gabriel Gasave
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