Gran parte de Washington está aturdida respecto de si Karl Rove, el vicejefe de gabinete del presidente y el principal operador político o quizás otros funcionarios de la administración, quebrantaron una ley que le prohíbe a los funcionarios revelar la identidad de un agente encubierto de la CIA. Irónicamente, la Intelligence Identities Protection Act (Ley de Protección de Identidades de la Inteligencia)—sancionada en el año 1982 después de que Philip Agee, un ex agente de la CIA desafectado, divulgara los nombres y los cargos de agentes de la agencia por todo el mundo—fue fuertemente promovida por el padre de George W. Bush cuando era Vicepresidente y es usualmente apoyada por halcones como los que hay en la administración Bush.
Quienes defienden a Rove sostienen que él recibió la información de que Valerie Plame, la esposa del ex embajador Joseph C. Wilson IV, trabajaba para la CIA de parte de los periodistas y no viceversa. También, sostienen que Rove no se refirió a ella por el nombre y que su intención no fue maliciosa, sino meramente la de confirmar que la CIA envió a Wilson a Africa, por sugerencia de su esposa, a fin de determinar si Saddam Hussein había procurado adquirir un pastel de uranio amarillo para fabricar armas nucleares. Estas defensas son débiles, pero incluso de ser ciertas, Rove ha actuado aún de modo no ético y debería ser despedido.
La afirmación de que Rove meramente se enteró que Plame trabajaba para la CIA por los reporteros y que no estaba iniciando declaraciones a los mismos ha sido desbaratada. Pese a que existe la posibilidad de que el columnista conservador Robert D. Novak le haya dicho a Rove que sus fuentes sostenían que Wilson había sido enviado a esa la misión por sugerencia de su esposa empleada de la CIA, Rove le facilitó—en vez de confirmarla—esta información a Matthew Cooper de la revista Time. Según Cooper, Rove no mencionó su nombre y no dijo que era una agente encubierta. Cooper ha destacado que Rove sostuvo que ella trabajaba para la “agencia” en temas relacionados con las “WMD” (sigla con la que se conoce en inglés a las armas de destrucción masiva.)
Estos últimos detalles pueden dejar a Rove fuera de la cárcel. El texto de la ley está redactado de manera muy estrecha y exige un umbral de criminalidad elevado: el funcionario gubernamental que haya revelado la identidad de un agente debe haber sabido que el agente tenía una activa condición de encubierto (la cual tenía Plame). Pero esos tecnicismos legales no deberían mantener a Rove fuera del agua caliente
Washington es una cambiante ciudad política en la cual todos, incluidos los periodistas, han sido educados en la aceptación de la cultura de jugar el juego con tácticas intransigentes. Y Rove es el rey de pelear con los nudillos al descubierto. Recuérdese, que Rove tuvo el tupé de difamar a dos veteranos de guerra condecorados—John McCain y John Kerry—a fin de mejorar las posibilidades de George W. Bush, quien ni siquiera se presentó regularmente durante la era de Vietnam y procuró un puesto seguro y difícil de conseguir en la Guardia Nacional al que accedió mediante contactos políticos. (Pero George W. Bush no es el primer presidente en contratar a un político experto como secuaz; ¿se acuerda de Dick Morris durante la administración Clinton?)
El problema con el hecho de ser socializado en dicha cultura del “se acepta todo” es que se les dificulta a los agentes políticos saber cuando han cruzado la línea. Y Rove esta vez ha pasado por encima de la misma.
Incluso el mejor de los escenarios—Rove y otros funcionarios de la administración, tales como el principal colaborador del Vicepresidente Cheney “Scooter” Libby, confirmando simplemente que la esposa de Wilson trabajaba para la CIA pero sin hacer mención de su nombre ni de su condición de encubierta—es un motivo para un final inmediato de la relación. Primero, la excusa de que meramente estaban proporcionando una defensa contra las acusaciones de Wilson de que la administración estaba tergiversando la información de inteligencia a fin de exagerar la amenaza iraquí no tiene sentido. Su débil defensa consistía en mencionar que Plame sugirió que su esposo fuera enviado a la misión. Con su experiencia tanto en Irak como en Africa, hubiese sido difícil encontrar a un hombre más calificado para la misión a Nigeria que el embajador Wilson. Rove y otros funcionarios de la administración estaban claramente tratando de “descubrir” a Plame debido a que la misión de Wilson desafiaba las aseveraciones de la administración respecto de la búsqueda por parte de Saddam de uranio en Nigeria. En septiembre de 2003, un anónimo funcionario senior de la Casa Blanca le dijo al Washington Post que antes de que apareciese el artículo de Novak, al menos a seis periodistas se les habló respecto de Plame “pura y simplemente por venganza.”
Aún meramente la confirmación de que Plame trabajaba para la CIA sin nombrarla, viola las responsabilidades éticas para los funcionarios con márgenes de seguridad gubernamental—el cual Rove, Libby y otros funcionarios señor de la administración poseen. Los empleados de la CIA, ya sea en su condición de encubiertos o no, por lo general no publicitan el lugar donde trabajan como una precaución contra el hecho de ser blanco del espionaje extranjero. Peor aún, los agentes encubiertos que son expuestos podrían enfrentar la muerte o la tortura. En el caso de Plame, sin embargo, el riesgo para ella fue probablemente menor al peligro para quienes cooperaron con ella en calidad de informantes en las naciones autocráticas que trataban de obtener WMD. Si un reportero le preguntó a Rove acerca del trabajo de Plame para la CIA, la respuesta adecuada era la de “sin comentarios,” no la de “Yo también escuché eso.”
Según se dice, los Estados Unidos invadieron Irak para detener la proliferación de armas de destrucción masiva. Sin embargo, al tomar represalias en contra de Wilson, un enviado que desafió las afirmaciones de la administración Bush sobre los esfuerzos de Saddam por obtener WMD, Rove y tal vez otros socavaron los esfuerzos de la CIA para conseguir información sobre dicha proliferación al “delatar” a Plame. Esta contradicción es un indicador más de que la invasión de Irak tuvo poco que ver con los programas iraquíes de WMD.
Está bien que los presidentes tengan consultores políticos agresivos, pero a esos consejeros no deberían concedérsele puestos gubernamentales políticos que exijan márgenes de seguridad. El “caso Rove” es una confirmación del daño que se presenta cuando esos dos roles se unen.
El presidente Bush ha prometido despedir a cualquier funcionario de la administración que filtrase el nombre de un agente de la CIA. Esta administración implícita e injustamente acusó a quienes se oponen a la Guerra de Irak de ser “no patrióticos,” pero ahora es el momento de que el presidente cumpla con su promesa y despida a su principal asistente político por involucrarse en verdaderas actividades no patrióticas.
Traducido por Gabriel Gasave
Un errante problema ético
Gran parte de Washington está aturdida respecto de si Karl Rove, el vicejefe de gabinete del presidente y el principal operador político o quizás otros funcionarios de la administración, quebrantaron una ley que le prohíbe a los funcionarios revelar la identidad de un agente encubierto de la CIA. Irónicamente, la Intelligence Identities Protection Act (Ley de Protección de Identidades de la Inteligencia)—sancionada en el año 1982 después de que Philip Agee, un ex agente de la CIA desafectado, divulgara los nombres y los cargos de agentes de la agencia por todo el mundo—fue fuertemente promovida por el padre de George W. Bush cuando era Vicepresidente y es usualmente apoyada por halcones como los que hay en la administración Bush.
Quienes defienden a Rove sostienen que él recibió la información de que Valerie Plame, la esposa del ex embajador Joseph C. Wilson IV, trabajaba para la CIA de parte de los periodistas y no viceversa. También, sostienen que Rove no se refirió a ella por el nombre y que su intención no fue maliciosa, sino meramente la de confirmar que la CIA envió a Wilson a Africa, por sugerencia de su esposa, a fin de determinar si Saddam Hussein había procurado adquirir un pastel de uranio amarillo para fabricar armas nucleares. Estas defensas son débiles, pero incluso de ser ciertas, Rove ha actuado aún de modo no ético y debería ser despedido.
La afirmación de que Rove meramente se enteró que Plame trabajaba para la CIA por los reporteros y que no estaba iniciando declaraciones a los mismos ha sido desbaratada. Pese a que existe la posibilidad de que el columnista conservador Robert D. Novak le haya dicho a Rove que sus fuentes sostenían que Wilson había sido enviado a esa la misión por sugerencia de su esposa empleada de la CIA, Rove le facilitó—en vez de confirmarla—esta información a Matthew Cooper de la revista Time. Según Cooper, Rove no mencionó su nombre y no dijo que era una agente encubierta. Cooper ha destacado que Rove sostuvo que ella trabajaba para la “agencia” en temas relacionados con las “WMD” (sigla con la que se conoce en inglés a las armas de destrucción masiva.)
Estos últimos detalles pueden dejar a Rove fuera de la cárcel. El texto de la ley está redactado de manera muy estrecha y exige un umbral de criminalidad elevado: el funcionario gubernamental que haya revelado la identidad de un agente debe haber sabido que el agente tenía una activa condición de encubierto (la cual tenía Plame). Pero esos tecnicismos legales no deberían mantener a Rove fuera del agua caliente
Washington es una cambiante ciudad política en la cual todos, incluidos los periodistas, han sido educados en la aceptación de la cultura de jugar el juego con tácticas intransigentes. Y Rove es el rey de pelear con los nudillos al descubierto. Recuérdese, que Rove tuvo el tupé de difamar a dos veteranos de guerra condecorados—John McCain y John Kerry—a fin de mejorar las posibilidades de George W. Bush, quien ni siquiera se presentó regularmente durante la era de Vietnam y procuró un puesto seguro y difícil de conseguir en la Guardia Nacional al que accedió mediante contactos políticos. (Pero George W. Bush no es el primer presidente en contratar a un político experto como secuaz; ¿se acuerda de Dick Morris durante la administración Clinton?)
El problema con el hecho de ser socializado en dicha cultura del “se acepta todo” es que se les dificulta a los agentes políticos saber cuando han cruzado la línea. Y Rove esta vez ha pasado por encima de la misma.
Incluso el mejor de los escenarios—Rove y otros funcionarios de la administración, tales como el principal colaborador del Vicepresidente Cheney “Scooter” Libby, confirmando simplemente que la esposa de Wilson trabajaba para la CIA pero sin hacer mención de su nombre ni de su condición de encubierta—es un motivo para un final inmediato de la relación. Primero, la excusa de que meramente estaban proporcionando una defensa contra las acusaciones de Wilson de que la administración estaba tergiversando la información de inteligencia a fin de exagerar la amenaza iraquí no tiene sentido. Su débil defensa consistía en mencionar que Plame sugirió que su esposo fuera enviado a la misión. Con su experiencia tanto en Irak como en Africa, hubiese sido difícil encontrar a un hombre más calificado para la misión a Nigeria que el embajador Wilson. Rove y otros funcionarios de la administración estaban claramente tratando de “descubrir” a Plame debido a que la misión de Wilson desafiaba las aseveraciones de la administración respecto de la búsqueda por parte de Saddam de uranio en Nigeria. En septiembre de 2003, un anónimo funcionario senior de la Casa Blanca le dijo al Washington Post que antes de que apareciese el artículo de Novak, al menos a seis periodistas se les habló respecto de Plame “pura y simplemente por venganza.”
Aún meramente la confirmación de que Plame trabajaba para la CIA sin nombrarla, viola las responsabilidades éticas para los funcionarios con márgenes de seguridad gubernamental—el cual Rove, Libby y otros funcionarios señor de la administración poseen. Los empleados de la CIA, ya sea en su condición de encubiertos o no, por lo general no publicitan el lugar donde trabajan como una precaución contra el hecho de ser blanco del espionaje extranjero. Peor aún, los agentes encubiertos que son expuestos podrían enfrentar la muerte o la tortura. En el caso de Plame, sin embargo, el riesgo para ella fue probablemente menor al peligro para quienes cooperaron con ella en calidad de informantes en las naciones autocráticas que trataban de obtener WMD. Si un reportero le preguntó a Rove acerca del trabajo de Plame para la CIA, la respuesta adecuada era la de “sin comentarios,” no la de “Yo también escuché eso.”
Según se dice, los Estados Unidos invadieron Irak para detener la proliferación de armas de destrucción masiva. Sin embargo, al tomar represalias en contra de Wilson, un enviado que desafió las afirmaciones de la administración Bush sobre los esfuerzos de Saddam por obtener WMD, Rove y tal vez otros socavaron los esfuerzos de la CIA para conseguir información sobre dicha proliferación al “delatar” a Plame. Esta contradicción es un indicador más de que la invasión de Irak tuvo poco que ver con los programas iraquíes de WMD.
Está bien que los presidentes tengan consultores políticos agresivos, pero a esos consejeros no deberían concedérsele puestos gubernamentales políticos que exijan márgenes de seguridad. El “caso Rove” es una confirmación del daño que se presenta cuando esos dos roles se unen.
El presidente Bush ha prometido despedir a cualquier funcionario de la administración que filtrase el nombre de un agente de la CIA. Esta administración implícita e injustamente acusó a quienes se oponen a la Guerra de Irak de ser “no patrióticos,” pero ahora es el momento de que el presidente cumpla con su promesa y despida a su principal asistente político por involucrarse en verdaderas actividades no patrióticas.
Traducido por Gabriel Gasave
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