El presidente Obama afirmó el viernes que su reelección le otorgó un mandato para aumentar los impuestos a quienes ganan más de 250.000 dólares al año, porque “la mayoría de los estadounidenses están de acuerdo con mi propuesta”.
Pero, ¿cómo lo sabe?
La elección presidencial cubre, después de todo, una amplia gama de cuestiones—¿cómo puede el presidente saber qué lo llevó a la cima?
¿Fue en realidad su plan de implementar una política fiscal más progresiva, o la percepción de que el acceso al aborto sería más seguro; fue su política exterior agresiva, incluyendo una “ampliación” que ha dado lugar a que se triplicaran las muertes de civiles en Afganistán, así como también los ataques con aviones no tripulados en otras partes; fue un deseo de asegurar que el Obamacare sea implementado tal como fue aprobado; fue una expectativa de que las restricciones inmigratorias serían morigeradas a pesar de su política de deportaciones mucho más agresiva en los últimos cuatro años; o la esperanza de ver ampliados los subsidios a la energía verde—o tal vez una o más de las miles de otras cuestiones planteadas en el transcurso de la campaña?
Un voto es como elegir entre dos de esas canastas de alimentos surtidos en el programa Chopped (Picado) del canal Food Network. Supongamos que una contiene carne enlatada, espinacas, queso Velveeta, huevos y un Cabernet de Napa; y la otra contiene atún en lata, col, queso Brie, Jalá, y cerveza belga. Aunque yo prefiero mucho más el Brie al Velveeta y soy indiferente a la carne enlatada, aún puedo optar por la primera canasta, pensando que puedo vivir en base a tortillas de espinacas y Cabernet, y descartar el resto. Sin embargo, alguien que sólo sabe cual canasta elegí puede fácil y erróneamente concluir que deseo más carne enlatada y Velveeta.
Los sondeos a boca de urna del martes revelan también un mandato menos que robusto para el presidente y sus políticas: el 63 por ciento de los votantes afirmó que los impuestos no deberían ser incrementados para reducir el déficit, y contrariamente a la percepción del Sr. Obama, una minoría—47 por ciento—expresó su apoyo para un aumento de los impuestos sólo sobre los que ganan más de 250.000 dólares, con un 13 por ciento adicional aceptando que se suban los impuestos para todos. Incluso su obra cumbre legislativa, el Obamacare, carece de apoyo popular: el 49 por ciento de los votantes dijo que el Obamacare debería ser derogado, con sólo el 44 por ciento oponiéndose a su revocación. Y su índice de desaprobación del 46 por ciento habría significado el desastre en cualquier año previo a los comicios. El atractivo aún menor del Sr. Romney fue la gracia redentora del presidente.
La democracia ha sido genialmente caracterizada como “dos lobos y una oveja votando respecto de lo que habrá para la cena”, y en todo caso, es sorprendente que sólo el 47 por ciento exprese apoyo para aumentar los impuestos a las personas con altos ingresos. Sin embargo, incluso si “una mayoría” estuvo de acuerdo con impuestos más progresivos sobre los que ganan 250.000 dólares y más, como un ex instructor en derecho constitucional, el presidente Obama sin duda sabe que nuestra Constitución estableció una República, no una democracia. Por lo tanto, nuestros representantes electos tienen la tarea de generar políticas que realmente resuelvan los serios problemas económicos que enfrenta el país.
Como el 63 por ciento de los votantes estadounidenses aparentemente sabe, aumentar los impuestos no sacará a nuestra economía de la ruina. El propio presidente es consciente del peligro de aumentar los impuestos sobre la renta, y como es por todos conocido se negó a hacerlo hace dos años ante el riesgo de profundizar la recesión. De hecho, incluso tasas impositivas totalmente confiscatorias sobre los ingresos más altos no resolverían la enorme y creciente brecha entre los ingresos y los gastos federales.
Por lo tanto, si el presidente se encuentra realmente preocupado porque “los estudiantes y las personas mayores y las familias de clase media” tengan que pagar el déficit, lo mejor que podría hacer es dejar de incrementar el déficit. Al ritmo actual de gastos, el pago de intereses de la deuda nacional en sí consume la mayor parte de los impuestos que debe afrontar durante toda la vida una típica persona de 35 años de edad con ingresos de clase media.
Y por supuesto, pagar los intereses sobre la deuda nacional es pagar la factura por cosas que ya compramos—que no proporcionarán beneficio alguno a los futuros contribuyentes que carguen con la factura.
Al igual que los alcohólicos astutos que tratan de retrasar la rehabilitación, la última vez que el Congreso no pudo aprobar un presupuesto, en su lugar estableció una encrucijada aparentemente ineludible que, finalmente, obligará a sus sucesores a ser disciplinados: el tan cacareado “secuestro” inminente. Al proporcionar recortes obligatorios en el gasto de todo el presupuesto federal, incluyendo una reducción de 55 mil millones de dólares (billones en inglés) para el presupuesto del Pentágono en 2013, recortes en los pagos a los médicos que participan del programa Medicare, así como los recortes a la FEMA, el Departamento de Educación, y más—en definitiva, una mezcla de recortes a los programas más favorecidos por ambos partidos políticos—el secuestro fue un claro intento desesperado de forzar un acuerdo bipartidista en el próximo Congreso pergeñado por funcionarios electos que no pudieron ellos mismos alcanzar un consenso.
¿Qué tal si les seguimos el juego? ¡Que el secuestro entre en vigor! El resultado sería un recorte relativamente menor a los 109 mil millones de dólares (billones en inglés) del actualmente proyectado presupuesto 2013 de 3,803 billones (trillones en inglés)— reduciendo el presupuesto a 3,694 billones de dólares—ligeramente inferior al presupuesto de este año de 3,796 billones, pero mayor que el presupuesto de 2011. ¿Alguien realmente cree que ese nivel de gasto presagia el fin de la vida tal como la conocemos?
Los estudiantes, las personas mayores, y la clase media están muy familiarizados con el concepto de vivir dentro de sus posibilidades y de restringirse en los gastos cuando las cosas están mal. En lugar de pretender que las proyecciones optimistas del Sr. Obama de 65 mil millones de dólares ganados con su aumento de impuestos evitaría otro año con un déficit de un billón de dólares, hagamos que Washington enfrente los hechos a y comience a destetar el Pentágono y a la Ciudad Imperial de sus derroches.
Traducido por Gabriel Gasave
Un mandato—¿Para qué?
El presidente Obama afirmó el viernes que su reelección le otorgó un mandato para aumentar los impuestos a quienes ganan más de 250.000 dólares al año, porque “la mayoría de los estadounidenses están de acuerdo con mi propuesta”.
Pero, ¿cómo lo sabe?
La elección presidencial cubre, después de todo, una amplia gama de cuestiones—¿cómo puede el presidente saber qué lo llevó a la cima?
¿Fue en realidad su plan de implementar una política fiscal más progresiva, o la percepción de que el acceso al aborto sería más seguro; fue su política exterior agresiva, incluyendo una “ampliación” que ha dado lugar a que se triplicaran las muertes de civiles en Afganistán, así como también los ataques con aviones no tripulados en otras partes; fue un deseo de asegurar que el Obamacare sea implementado tal como fue aprobado; fue una expectativa de que las restricciones inmigratorias serían morigeradas a pesar de su política de deportaciones mucho más agresiva en los últimos cuatro años; o la esperanza de ver ampliados los subsidios a la energía verde—o tal vez una o más de las miles de otras cuestiones planteadas en el transcurso de la campaña?
Un voto es como elegir entre dos de esas canastas de alimentos surtidos en el programa Chopped (Picado) del canal Food Network. Supongamos que una contiene carne enlatada, espinacas, queso Velveeta, huevos y un Cabernet de Napa; y la otra contiene atún en lata, col, queso Brie, Jalá, y cerveza belga. Aunque yo prefiero mucho más el Brie al Velveeta y soy indiferente a la carne enlatada, aún puedo optar por la primera canasta, pensando que puedo vivir en base a tortillas de espinacas y Cabernet, y descartar el resto. Sin embargo, alguien que sólo sabe cual canasta elegí puede fácil y erróneamente concluir que deseo más carne enlatada y Velveeta.
Los sondeos a boca de urna del martes revelan también un mandato menos que robusto para el presidente y sus políticas: el 63 por ciento de los votantes afirmó que los impuestos no deberían ser incrementados para reducir el déficit, y contrariamente a la percepción del Sr. Obama, una minoría—47 por ciento—expresó su apoyo para un aumento de los impuestos sólo sobre los que ganan más de 250.000 dólares, con un 13 por ciento adicional aceptando que se suban los impuestos para todos. Incluso su obra cumbre legislativa, el Obamacare, carece de apoyo popular: el 49 por ciento de los votantes dijo que el Obamacare debería ser derogado, con sólo el 44 por ciento oponiéndose a su revocación. Y su índice de desaprobación del 46 por ciento habría significado el desastre en cualquier año previo a los comicios. El atractivo aún menor del Sr. Romney fue la gracia redentora del presidente.
La democracia ha sido genialmente caracterizada como “dos lobos y una oveja votando respecto de lo que habrá para la cena”, y en todo caso, es sorprendente que sólo el 47 por ciento exprese apoyo para aumentar los impuestos a las personas con altos ingresos. Sin embargo, incluso si “una mayoría” estuvo de acuerdo con impuestos más progresivos sobre los que ganan 250.000 dólares y más, como un ex instructor en derecho constitucional, el presidente Obama sin duda sabe que nuestra Constitución estableció una República, no una democracia. Por lo tanto, nuestros representantes electos tienen la tarea de generar políticas que realmente resuelvan los serios problemas económicos que enfrenta el país.
Como el 63 por ciento de los votantes estadounidenses aparentemente sabe, aumentar los impuestos no sacará a nuestra economía de la ruina. El propio presidente es consciente del peligro de aumentar los impuestos sobre la renta, y como es por todos conocido se negó a hacerlo hace dos años ante el riesgo de profundizar la recesión. De hecho, incluso tasas impositivas totalmente confiscatorias sobre los ingresos más altos no resolverían la enorme y creciente brecha entre los ingresos y los gastos federales.
Por lo tanto, si el presidente se encuentra realmente preocupado porque “los estudiantes y las personas mayores y las familias de clase media” tengan que pagar el déficit, lo mejor que podría hacer es dejar de incrementar el déficit. Al ritmo actual de gastos, el pago de intereses de la deuda nacional en sí consume la mayor parte de los impuestos que debe afrontar durante toda la vida una típica persona de 35 años de edad con ingresos de clase media.
Y por supuesto, pagar los intereses sobre la deuda nacional es pagar la factura por cosas que ya compramos—que no proporcionarán beneficio alguno a los futuros contribuyentes que carguen con la factura.
Al igual que los alcohólicos astutos que tratan de retrasar la rehabilitación, la última vez que el Congreso no pudo aprobar un presupuesto, en su lugar estableció una encrucijada aparentemente ineludible que, finalmente, obligará a sus sucesores a ser disciplinados: el tan cacareado “secuestro” inminente. Al proporcionar recortes obligatorios en el gasto de todo el presupuesto federal, incluyendo una reducción de 55 mil millones de dólares (billones en inglés) para el presupuesto del Pentágono en 2013, recortes en los pagos a los médicos que participan del programa Medicare, así como los recortes a la FEMA, el Departamento de Educación, y más—en definitiva, una mezcla de recortes a los programas más favorecidos por ambos partidos políticos—el secuestro fue un claro intento desesperado de forzar un acuerdo bipartidista en el próximo Congreso pergeñado por funcionarios electos que no pudieron ellos mismos alcanzar un consenso.
¿Qué tal si les seguimos el juego? ¡Que el secuestro entre en vigor! El resultado sería un recorte relativamente menor a los 109 mil millones de dólares (billones en inglés) del actualmente proyectado presupuesto 2013 de 3,803 billones (trillones en inglés)— reduciendo el presupuesto a 3,694 billones de dólares—ligeramente inferior al presupuesto de este año de 3,796 billones, pero mayor que el presupuesto de 2011. ¿Alguien realmente cree que ese nivel de gasto presagia el fin de la vida tal como la conocemos?
Los estudiantes, las personas mayores, y la clase media están muy familiarizados con el concepto de vivir dentro de sus posibilidades y de restringirse en los gastos cuando las cosas están mal. En lugar de pretender que las proyecciones optimistas del Sr. Obama de 65 mil millones de dólares ganados con su aumento de impuestos evitaría otro año con un déficit de un billón de dólares, hagamos que Washington enfrente los hechos a y comience a destetar el Pentágono y a la Ciudad Imperial de sus derroches.
Traducido por Gabriel Gasave
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