Optimismo y ética en El cálculo del Consenso
El Cálculo del Consenso, de James M. Buchanan y Gordon Tullock, es uno de los grandes libros de la tradición del Public Choice (Teoría de la elección pública), una tradición académica dentro de la economía y la ciencia política que emplea herramientas de la economía -elección racional, el individualismo metodológico y la noción de la política como intercambio- para entender las decisiones políticas. La elección pública ha sido criticada como cínica y deprimente debido a que (supuestamente) no ve a las personas como algo más que fulminantes calculadores hedonistas del placer y del dolor que atropellarían a sus propias madres con tal de recoger una moneda de cinco centavos de la acera. Como muchas teorías económicas, ha sido criticada por ser «reduccionista» y por tener una visión estrecha y «atomista» del individuo aislado. La gente ha argumentado que es malvada porque aconseja a las personas a actuar de esa manera (alerta de spoiler: no lo hace). Se le ha calificado de inmoral porque se niega a mirar a las personas a través de lentes aspiracionales. Pero entonces, ¿qué deberíamos esperar de lo que James M. Buchanan -uno de los fundadores del Public Choice y Premio Nobel de 1986 por las ideas de la elección pública- llama «política sin romance«?
Los observadores no deberían subestimar a la teoría de la elección pública ni a los economistas de la elección pública. La tradición de la Elección Pública -y la economía en general- es mucho más que recibir y gastar. Buchanan estuvo muy interesado en las ideas éticas a lo largo de su carrera, lo que no debería sorprender dado el historial de publicaciones de su mentor Frank Knight. Incluye una sección sobre «Economía pigouviana y ética cristiana» en su poco apreciado libro Costo y elección. En el índice del El Cálculo del Consenso, hay cuatro entradas para «ética» y una para «moral».
Cuatro de esas referencias dirigen a los lectores al capítulo 16, «Ética democrática y eficiencia económica» (énfasis añadido), y otra dirige a los lectores a una sección titulada «La ética de la actividad de los grupos de presión» al final del capítulo 19. Buchanan y Tullock argumentan que su agenda de investigación es optimista en lugar de pesimista porque «ven a la toma colectiva de decisiones (acción colectiva) como una forma de actividad humana a través de la cual se posibilitan beneficios mutuos». Continúan: «Así, en nuestra concepción, la actividad colectiva, como la actividad de mercado, es un esfuerzo genuinamente cooperativo en el que todas las partes, conceptualmente, salen ganando». Contrastan esto con «gran parte del pensamiento político ortodoxo» que «parece basarse en la opinión de que el proceso de elección colectiva refleja una lucha partidista en la cual los beneficiarios se aseguran sus beneficios únicamente a expensas de los perdedores». Siguiendo al economista Dennis Robertson, ellos sostienen que, si su análisis es acertado, «hay que confiar menos en las restricciones morales de los individuos». En otras palabras, podemos obtener mejores resultados políticos con las personas tal y como las conocemos realmente sin esperar a un Gran Salto Adelante o a un Hombre Nuevo Socialista.
Reconocen que la gente tiene criterios: algunas personas pueden pensar que el trabajo está bien, pero que la prostitución es «gravemente inmoral». En cuanto a los economistas, «un economista puede considerar moralmente aceptable vender sus servicios educativos a una universidad, pero moralmente inaceptable vender sus servicios profesionales a un partido político». Con un poco de imaginación aparecen muchos otros ejemplos. En general, estamos de acuerdo en que está bien comprar casas y complejos de apartamentos y alquilarlos a extraños, pero que no está tan bueno presentarle a un hijo la factura por la comida, la ropa y la vivienda. Los alimentos tabúes y las palabras prohibidas aparecen en casi todas las culturas. Sólo porque las personas sean individualistas metodológicas no significa que no puedan ser veganas. Continúan discutiendo el comercio de votos, el cual, argumentan, está casi universalmente condenado cuando hay dinero involucrado. Un estudiante de la University of Minnesota, por ejemplo, fue acusado por ofrecer vender su voto en las elecciones de 2008 en eBay. Las cosas son diferentes cuando no hay dinero en juego, sino cuando la gente se aprovecha de «la oportunidad de intercambiar votos sobre temas distintos mediante el tráfico de influencias», que, como señalan, puede tener algunas ventajas en la medida en que puede bloquear legislación discriminatoria.
A continuación, analizan los argumentos a favor y en contra del intercambio de votos en diferentes escenarios y la actividad de los grupos de presión (más tarde denominada búsqueda de rentas) y sostienen que es «una parte inherente y predecible del proceso democrático moderno» que «es un resultado predecible de [sus] hipótesis fundamentales de comportamiento». Al principio, esto parece deprimente. Sin embargo, el enfoque de la elección pública nos da razones para la esperanza porque desplaza la atención de la reforma moral a la reforma institucional o «estructural». Hay muchos defectos en nosotros mismos, pero al menos con respecto a las elecciones públicas, pueden ser mitigados en gran medida abordando los defectos en nuestros incentivos.
Traducido por Gabriel Gasave
El autor es Investigador Asociado en el Independent Institute y Profesor Asociado de Economía en la Samford University.
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