Lo que realmente debería tratarse en la campaña presidencial

Estados Unidos se encuentra en una trayectoria fiscal y monetaria suicida.
4 de junio, 2024

Los recientes datos económicos de Estados Unidos han desilusionado a los optimistas que pronosticaban un fuerte crecimiento económico en el primer trimestre de 2024 y una tasa de inflación cercana al 2%, lo que podría haber motivado a la Reserva Federal a comenzar a reducir las tasas de interés.

Por el contrario, la economía solo creció un 1,6% en comparación con el año anterior, según la Oficina de Análisis Económico, menos de la mitad de lo que fue en el trimestre anterior, y la inflación, medida por un indicador preferido por la Reserva Federal, continuó siendo inaceptablemente alta.

Para complicar aún más las cosas, y a pesar de las repetidas afirmaciones de la administración Biden de que se están «creando» cientos de miles de puestos de trabajo, el empleo a tiempo completo ha disminuido significativamente desde junio de 2023; solo han aumentado los empleos a tiempo parcial, un resultado previsible cuando los políticos ordenan aumentos salariales significativos para los trabajadores menos calificados, independientemente de la productividad.

Estas cifras, por desalentadoras que sean, no se acercan ni remotamente a la verdad sobre la trayectoria fiscal y monetaria suicida en la que se encuentra Estados Unidos, lo cual es razón suficiente para que la economía sea el tema primordial de la campaña presidencial.

¿Cómo hemos llegado a este punto? Tiene algo que ver con las ideas de Isaiah Berlin, uno de los grandes filósofos políticos del siglo XX, quien creía que no todos los valores y objetivos son compatibles entre sí, y que la búsqueda de algunos objetivos requiere sacrificar otros. En resumen, no se puede tener todo.

No se puede tener un gobierno fiscalmente restringido y un imperio planetario al mismo tiempo. No se puede tener disciplina fiscal y un Estado del bienestar permanente y en constante crecimiento. No se puede tener un nivel de vida en constante mejora y un banco central que imprime dinero para financiar el crecimiento del gobierno. No se puede librar guerras y bajar los impuestos. No se pueden bajar los impuestos y no reducir el gasto cuando lo que se gasta supera lo que se ingresa. No se puede tener una baja tasa de ahorro y altos niveles de inversión que aumenten la productividad.

Tanto los demócratas como los republicanos son responsables de lo que está ocurriendo. Los demócratas ocasionalmente mencionan la idea de un gobierno limitado, pero fueron ellos quienes establecieron el Estado del bienestar bajo los presidentes Franklin Roosevelt y Lyndon Johnson, y, con la excepción de un breve período durante la administración Clinton, continúan promoviendo su expansión.

En cuanto a los republicanos, aunque afirman creer en un gobierno pequeño, fue el presidente republicano Richard Nixon quien introdujo la Comisión de Seguridad de los Productos del Consumidor (CPSC por sus siglas en inglés), la Agencia de Protección del Medio Ambiente (EPA), la Administración de Seguridad y Salud Ocupacional (OSHA) y otros organismos reguladores que influyen en tantas decisiones económicas. Los republicanos tampoco han hecho mucho por reducir el Estado del bienestar y se han unido a sus colegas demócratas para alimentar el «Estado de guerra» posterior a la Segunda Guerra Mundial, siempre, por supuesto, en aras del interés nacional.

Así que lo que tenemos son un Estado del bienestar y un Estado de guerra que son incompatibles con un gobierno limitado. El resultado es una crisis financiera inminente que dibuja un panorama ominoso para el futuro.

El déficit fiscal del año pasado fue el más grande de la historia, si excluimos el gasto desenfrenado sin precedentes a medida que la pandemia se intensificaba. La inflación parece estar arraigada, persiguiendo al presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, quien había anunciado prematuramente que la Fed probablemente reduciría pronto las tasas de interés.

Pero lo peor aún está por venir. Cuando el presidente Harry Truman dejó el cargo tras la guerra de Corea, el gasto federal representaba el 18,5% del producto interno bruto, la medida de la economía. En la actualidad, es más del 32%.

El presupuesto de defensa era de alrededor de 400.000 millones de dólares (en dólares corrientes) al final de la administración Carter; ahora se acerca a los 900.000 millones.

La deuda federal asciende a 34 billones de dólares (trillones en inglés), alrededor del 120% del PIB. Si incluimos los compromisos de la Seguridad Social y Medicare, el pasivo total supera los 200 billones de dólares (trillones en inglés), aproximadamente el doble del tamaño de la economía mundial.

Todavía hay más. Desde 1971, cuando Nixon puso fin a lo que quedaba del patrón oro, el dólar ha perdido más del 90% de su valor. Desde 2000, se ha desplomado un 45%. No es de extrañar que el populismo demagógico y el nacionalismo estén envenenando la sociedad y la política estadounidenses.

No sé si todo esto es reversible. Pero sí sé que ningún tema debería ser más central en la campaña presidencial. Porque cuando los grandes imperios persiguen objetivos incompatibles, como lleva haciendo Estados Unidos desde hace décadas, inevitablemente declinan y, en última instancia, se derrumban.

Traducido por Gabriel Gasave

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