La UE contra Musk
Este pasado lunes, Elon Musk, dueño de la red social X (antes Twitter), entrevistó, dentro de su perfil público en esta plataforma, al candidato republicano a la presidencia de los Estados Unidos, Donald Trump. Lo hizo del mismo modo en que cualquier otro usuario puede retransmitir un monólogo o una entrevista: habilitando una sala de conversación pública a la que cualquiera puede entrar como oyente.
Hasta aquí nada que debiera resultarnos anómalo: el contenido de la entrevista podrá gustarnos más o menos, pero se trata de un muy legítimo canal de comunicación de las ideas y de las propuestas de Trump. Sin embargo, la eurocracia bruselense, o al menos una parte de ella, no debe de verlo de igual manera: horas antes de que se emitiera la entrevista, el comisario europeo de Mercado Interior, Thierry Breton, publicó en X una amenazadora misiva contra Elon Musk: si éste persistía en retransmitir su entrevista a Trump o en no moderar su contenido (recortando aquellos comentarios del republicano que la Comisión juzgue como políticamente dañinos), entonces la red social X podría verse sometida a una milmillonaria multa (equivalente al 6% de sus ingresos mundiales) o a la suspensión temporal de su servicio.
Breton se remitía a la investigación, que ya está en marcha, que la Unión Europea dirige contra X por presunto incumplimiento de su Ley de Servicios Digitales: una investigación, decía, que podía decantarse por el lado negativo si Musk emitía la entrevista a Trump.
El caso debería resultarnos inaceptable: a saber, no deberíamos tolerar el que un político le dé órdenes a un ciudadano privado acerca de con quién puede o no puede conversar o acerca de qué conversaciones puede o no emitir; tampoco que un político nos imponga al resto de ciudadanos qué entrevistas podemos o no podemos escuchar. Pero eso es lo que pretende hacer la Comisión Europea a través de su Ley de Servicios Digitales y eso es, precisamente, lo que deberíamos impedirle que haga: porque eso tiene un nombre y es «censura».
Censura sobre los nuevos medios y canales de comunicación, pero censura en última instancia. Y la libertad de expresión y la libertad de prensa han de ser intocables: porque si los políticos controlan lo que podemos expresar públicamente, terminarán controlando cómo pensamos; y controlando cómo pensamos, controlarán cómo actuamos.
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