Viendo los adolescentes de hoy, ¿cómo serían los empresarios del mañana?
Los adolescentes de hoy serán los empresarios del mañana, y consecuencia de las distorsiones acumuladas en el sistema durante las últimas décadas, ya enfrentan enormes desafíos económicos y políticos. El sobreendeudamiento, la inflación y el creciente intervencionismo han creado un entorno hostil para el desarrollo de los proyectos de vida de las generaciones más jóvenes. Los Estados, cada vez más inclinados a retener y exprimir a sus ciudadanos para sostener sus excesos políticos, han exacerbado estas dificultades. Aunque los adolescentes no siempre son plenamente conscientes de su situación de sometimiento, su frustración, desesperanza y conductas orientadas al corto plazo podrían ser respuestas a estas circunstancias.
Más allá de profundizar en los problemas acumulados del sistema, cuya solución reside en una mayor liberalización, un crecimiento poblacional, una mejora sustancial en la productividad y una tendencia hacia el ahorro y la inversión individual, este artículo tiene como objetivo identificar ciertos patrones de comportamiento en los adolescentes actuales que podrían ofrecer pistas sobre cómo serán los empresarios del futuro.
Adolescentes con menores riesgos, pero mayor sufrimiento.
Diversas investigaciones señalan una tendencia creciente entre los adolescentes de Europa y Estados Unidos que sugiere un aumento en su nivel de temor, una menor disposición a asumir riesgos y tener nuevas experiencias. Esto se refleja, en parte, en el menor consumo de alcohol, drogas duras y cigarrillos entre las nuevas generaciones, así como en una reducción de los encuentros sexuales casuales y las peleas físicas.
En paralelo, la generación Z conocida por ser menos conservadora y más progresista, esta mostrando señales alarmantes de ansiedad, depresión y desesperanza. Los datos del centro de control de enfermedades de USA, para las personas de 10 a 24 años, las tasas de suicidio aumentaron casi un 60% entre 2007 y 2018. Es difícil encontrar investigaciones que comparen a las distintas generaciones en cortes de la misma edad, sin embargo, algunos datos intergeneracionales actuales son llamativos:
¿Hasta qué punto es bueno el miedo?
El hecho de que los adolescentes estén presentando menos conductas de riesgo podría interpretarse como una señal de que su situación ha mejorado. Si participan en más actividades deportivas, comunitarias, académicas y laborales, y reciben mayor apoyo familiar, es posible que disminuyan comportamientos como el consumo de drogas, la promiscuidad y la violencia física, lo que sería un indicio positivo.
Sin embargo, cuando se consideran otros factores psicológicos negativos, surge la pregunta: ¿y si la reducción de las conductas de riesgo es consecuencia de un mayor temor y una menor apertura a nuevas experiencias? ¿Y si la información en las redes sociales está teniendo un impacto perjudicial en su desarrollo? En este contexto, es válido cuestionarse si los adolescentes curiosos, audaces y abiertos al mundo tenían mejores cualidades emprendedoras que estos adolescentes más aislados, temerosos y, aunque bien informados, menos dispuestos a asumir riesgos.
El efecto de los pares y las redes sociales
No es del todo correcto caracterizar la disposición a asumir riesgos como una cualidad general, ya que esta depende en gran medida de variables contextuales, como la manera en que se presenta la decisión. Un ejemplo destacado de esta influencia es el famoso hallazgo de Kahneman y Tversky sobre el comportamiento asimétrico en la toma de decisiones frente al riesgo[1].
La disposición a asumir riesgos no es uniforme entre personas con características socio demográficas similares, lo que sugiere que se trata de una característica individual. No obstante, la interacción social influye significativamente en la alineación de las decisiones de riesgo entre adolescentes. En experimentos controlados, tanto los amigos como los compañeros de clase tienden a converger en sus decisiones después de discutirlas en grupo. Por lo tanto, aunque los adolescentes no tengan una aversión al riesgo similar, las interacciones presenciales o virtuales con pares, pueden hacer que sus decisiones convergen.
Por esta razón, es plausible especular que el «miedo» puede propagarse entre los jóvenes a través de las redes sociales, donde intercambian información sobre temores relacionados con emprender, mudarse, trabajar, conducir, comprometerse en una relación de pareja y, uno de los más comunes en adultos jóvenes, tener hijos. Las redes sociales pueden funcionar como una «estación de amplificación social», en la que el volumen y el tono de los debates sobre los riesgos pueden intensificar la preocupación pública al cargar los mensajes con un fuerte componente emocional. Además, las interacciones en estas plataformas tienden a crear cámaras de eco, donde los individuos refuerzan mutuamente sus creencias acerca de los riesgos.
Perspectivas profesionales y el riesgo
Paradójicamente, pareciera que muchos jóvenes se arriesgan al tomar carreras que tienen pobres salidas laborales, algunos datos muestran que las carreras con mayor grado de arrepentimiento son Periodismo (87%), Sociología (72%), Artes y Estudios Generales (72%), Comunicación (64%) y Educación (61%). Sin embargo, es posible que la decisión detrás de estudiar este tipo de carreras no responda a una disposición a asumir riesgos por parte de los jóvenes o una excesiva autoeficacia percibida, sino a un desconocimiento por parte de los estudiantes de que existe un desfase entre los programas educativos ofrecidos y las habilidades laborales exigidas.
No es incorrecta la percepción de los jóvenes sobre el crecimiento del consumo de medios digitales, la aparición de nuevas formas y medios de storytelling, así como el aumento de la riqueza económica que permite a un mayor número de personas educadas dedicar su tiempo libre al consumo de contenido artístico y educativo. Sin embargo, cometen un error al suponer que las universidades —en algunos casos públicas, pero siempre marcadas por la burocracia y, por ende, resistentes al cambio— les ofrecerán programas de estudio que faciliten canalizar sus proyectos empresariales y profesionales hacia la creciente ola de los nuevos canales digitales de entretenimiento.
¿Qué puede perjudicar la función empresarial?
Las redes sociales son medios descentralizados en los que la información puede fluir y cambiar con mayor libertad que en los medios tradicionales centralizados, como la radio o la televisión. Como resultado, los adolescentes modernos viven en un mundo con mayor y mejor acceso a la información, lo que les permite identificar oportunidades de negocio más fácilmente. La individualidad y unicidad de los usuarios se reflejan en el contenido que los algoritmos les sugieren, lo que les permite combinar su estado de alerta con sus rasgos personales para evaluar y desarrollar nuevas ideas de negocio de manera más eficiente.
No obstante, el componente psicológico puede jugar en contra de los futuros empresarios. El aislamiento, la falta de experiencias vivenciales y la ausencia de logros tanto sociales como laborales pueden perjudicar las aspiraciones, la autoeficacia y la disposición a asumir riesgos entre los jóvenes.
El fracaso como camino hacia el éxito
Si bien la información puede ser muy útil para corregir el curso de nuestras acciones, el exceso de contenido filtrado por la deseabilidad social y la solidaridad sistemática en las redes sociales puede desincentivar la iniciación de proyectos empresariales. Paradójicamente, los grandes emprendedores han alcanzado el éxito a través del ensayo y error, un proceso que, intuitivamente, parecería generar más miedo que no intentarlo en absoluto. Sin embargo, quienes fracasan en sus primeros intentos suelen sentirse más cerca del éxito que aquellos que nunca lo intentaron.
En conclusión, los niños y adolescentes actuales necesitan una mayor exposición a experiencias desafiantes en el mundo real, desde el juego físico al aire libre en la infancia hasta experiencias laborales y de inversión durante la adolescencia. Me atrevería a afirmar que, en la formación de futuros empresarios, la educación ha pasado a un segundo plano, pues las mayores carencias residen en la capacidad de asumir riesgos, establecer compromisos y redes de apoyo, mostrar autocontrol (menor preferencia temporal) y manejar los conflictos interpersonales, la ansiedad y la incertidumbre.
Notas
[1] Según su investigación, cuando las personas se enfrentan a decisiones relacionadas con posibles ganancias, tienden a ser más conservadoras y aversas al riesgo. Por el contrario, en situaciones de pérdida, las personas suelen optar por decisiones más arriesgadas con la esperanza de evitar la pérdida. Esto se debe a que, psicológicamente, las pérdidas son percibidas como más intensas que las ganancias de valor equivalente.
El autor es psicólogo con postgrado en Economía.
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