El marxismo ha vuelto—pero los marxistas no pueden deshacerse del legado soviético
La influencia de Karl Marx ha resurgido entre las élites intelectuales en los últimos años. En 2018, importantes publicaciones como el New York Times, The Economist y el Financial Times rendían homenajes entusiastas al filósofo comunista para celebrar el bicentenario de su nacimiento. El Manifiesto Comunista de Marx se ha convertido de manera sistemática en el libro más utilizado en los claustros universitarios, superado solo por algunos textos de uso común. La evidencia bibliométrica de la prevalencia de Marx abunda en los trabajos académicos, donde figura sistemáticamente entre los autores más citados de la historia de la humanidad. El mes pasado, el ámbito académico volvió a poner el foco en Marx con el lanzamiento de una nueva traducción al inglés de su obra fundamental, Das Kapital, por parte de la editorial Princeton University Press.
El alto nivel de veneración de Marx en la vida académica moderna se yuxtapone de manera extraña con el historial de sus ideas. Los experimentos de gobiernos inspirados en el marxismo del siglo pasado dejaron tras de sí un panorama de ruina económica, hambrunas y masacres. Desde una perspectiva estrictamente intelectual, las teorías de Marx no han tenido un mejor desempeño que sus aplicaciones en la Unión Soviética, China, Camboya, Cuba o Venezuela. Marx fundamentó su sistema económico en la teoría del valor del trabajo, una noción obsoleta que fue desacreditada de manera definitiva por la «revolución marginalista» en la economía de la década de 1870. Además, El Capital presenta numerosas circularidades, como la dificultad para reconciliar el precio del trabajo como factor de producción con el trabajo como valor en sí mismo. A principios del siglo XX, las predicciones de Marx sobre las inclemencias del capitalismo chocaron con la realidad de un aumento tangible y generalizado de la prosperidad.
El sistema económico de Marx, a partir de sus propios méritos, debería haber sido destinado al basurero de la historia intelectual, y durante un breve periodo lo fue. El Capital tuvo dificultades para encontrar una audiencia mientras su autor aún vivía. Marx falleció en 1883 en una relativa oscuridad, con pocos seguidores fuera de un pequeño grupo de fanáticos de izquierda liderados por su amigo Friedrich Engels. Incluso entre sus contemporáneos socialistas, Marx era una figura controversial. Pasó la última década de su vida envuelto en disputas interminables con anarquistas, socialistas no revolucionarios y otras facciones revolucionarias rivales. Durante décadas tras su muerte, enfrentó acusaciones creíbles de haber plagiado sus teorías de otros autores. El Manifiesto presenta más de un argumento que recuerda fuertemente a un panfleto de 1843 del socialista francés Victor Considerant, y la doctrina de la “plusvalía” de Marx se asemeja estrechamente a una obra anterior del pensador socialista democrático Johann Karl Rodbertus.
Cuando los economistas de la corriente dominante comenzaron a analizar la obra de Marx en los años posteriores a su muerte, demolieron sus doctrinas por las contradicciones mencionadas. Alfred Marshall, en su libro de texto de 1890, describió a El Capital como un ejercicio de razonamiento circular “envuelto en misteriosas frases hegelianas”. Más tarde, en 1925, John Maynard Keynes evaluó las obras de Marx y calificó a El Capital de “libro de texto económico obsoleto […] sin interés ni aplicación para el mundo moderno”.
Entonces, ¿cómo pasó de ser un autor poco conocido de un libro criticado y rechazado a convertirse en uno de los pensadores más citados e influyentes de la historia en tan solo un siglo? Michael Makovi y yo decidimos investigar esta cuestión utilizando datos del proyecto de escaneo masivo de Google Books, que procura digitalizar las colecciones de las principales bibliotecas universitarias del mundo. En este proceso, adoptamos una teoría planteada por numerosos pensadores de todo el espectro político. Según esta perspectiva, la reputación del pensador comunista no se debe a la relevancia intrínseca de sus ideas, sino a un evento fortuito: la Revolución Rusa de 1917, que se llevó a cabo en nombre de Marx. El filósofo Alan Ryan resume este punto de vista de manera clara en su estudio de 2014 sobre Marx:
“Si el gobierno alemán no hubiera enviado a Lenin a través de su territorio de regreso a Rusia en un tren sellado a principios de 1917, hoy podríamos ver a Marx como un filósofo, sociólogo, economista y teórico político de poca relevancia en el siglo XIX.”
Ryan es sólo el último de una larga y distinguida lista de académicos que han tenido ideas similares. La monumental obre History of Philosophy de Frederick Copleston afirmaba que los soviéticos “salvaron al marxismo de sufrir el destino de otras filosofías del siglo XIX convirtiéndolo en una fe”. Los socialistas no marxistas G.D.H. Cole y H.G. Wells expresaron opiniones similares tras el levantamiento bolchevique, al igual que el pensador marxista W.E.B. Du Bois. Entre los pensadores partidarios del libre mercado, Ludwig von Mises y Thomas Sowell han hecho observaciones similares. Más recientemente, el historiador marxista Eric Hobsbawm contrastó la limitada distribución de los textos de Marx en las décadas posteriores a su muerte con el período posterior a 1917, cuando la instrucción formal en la teoría marxista llegó a beneficiarse de los “ilimitados recursos del Partido Comunista Soviético”.
La prueba que proponemos del efecto soviético sobre la reputación de Marx es sencilla. Utilizando la herramienta de lectura Ngram, podemos determinar la frecuencia con la que el nombre de Karl Marx aparece en obras impresas en relación con todos los demás libros publicados en un año en particular. Podemos hacer lo mismo con casi cualquier otro autor, desde los nombres más famosos de la Antigüedad (Platón, Aristóteles) hasta los actualmente oscuros contemporáneos socialistas de Marx del siglo XIX (Ferdinand Lassalle, Mijaíl Bakunin). En total, hemos reunido las citas anuales de otras 225 figuras que precedieron o coincidieron con la vida de Marx. Utilizando un enfoque econométrico conocido como Control Sintético, estos otros nombres fueron emparejados y seleccionados por un software estadístico por sus similitudes con los patrones de citas de Marx previas a 1917. El resultado compuesto arroja un contrafactual “sintético” para las citas de Karl Marx, proyectando cuál habría sido su trayectoria si la Revolución Rusa de 1917 no hubiera acontecido.
Nuestros resultados corroboran la sospecha de que la revuelt bolchevique tuvo un impacto significativo en la reputación de Marx. En la década posterior a 1917, las referencias Ngram a Karl Marx se triplicaron con respecto a la línea de base anterior a la revolución. Este patrón se ha mantenido en aumento, semejando la forma de un palo de hockey, hasta la actualidad.
Publicamos por primera vez estos resultados en un estudio de 2023 en el Journal of Political Economy, y desde entonces hemos ampliado nuestra investigación con pruebas en otros idiomas, como el alemán, y en bases de datos paralelas, incluyendo escaneos de periódicos históricos en inglés y alemán. En todas nuestras pruebas, los resultados apuntan a una conclusión clara y empíricamente sólida: la Unión Soviética puso a Karl Marx en el mapa intelectual.
Cabe señalar que estamos afirmando que Marx fuera desconocido antes de 1917. Sus obras contaron con seguidores en la periferia de la extrema izquierda y atrajeron críticas contundentes de aquellos economistas que las leyeron. Sin embargo, la prominencia de Marx como intelectual se debe en gran medida a su elevación por parte de Lenin y sus camaradas. En un universo alternativo en el que los soviéticos no existieran, Marx podría haber sido objeto de estudio en un ámbito académico especializado, quizás uno dentro de la media docena de sus competidores socialistas del siglo XIX. Sin embargo, Marx es el pensador socialista por excelencia y uno de los pensadores más influyentes de la historia de la humanidad.
Esta conclusión no debería resultar sorprendente. Incluso marxistas fervientes como Hobsbawm lo reconocieron en sus obras. Sin embargo, también implica una reflexión inquietante para los seguidores del filósofo socialista, ya que vincula de manera indisoluble el nombre de Marx y su relevancia actual con el legado político y bagaje humanitario de la Unión Soviética.
Cuando publicamos nuestros resultados por primera vez, anticipábamos cierta controversia por parte de los marxistas contemporáneos que buscan desvincularse de los crímenes de Lenin y Stalin. Como era de esperar, algunos académicos de este grupo han reaccionado con indignación ante nuestra investigación, argumentando que las citas anecdóticas de Marx por parte de otros autores en la década de 1890 o principios de 1900 (que ya estaban incluidas en nuestros datos de Google Books) de alguna manera debilitan nuestras conclusiones. Otros insisten en que la base de datos Ngram se encuentra de alguna manera sesgada en contra de Marx, lo que implicaría un escenario inverosímil en el cual los escaneos de las bibliotecas subestimaran su nombre antes de 1917 y, de repente, comenzaran a capturar un conteo preciso en los años siguientes. Para que esta hipótesis sea válida, todos los demás autores en nuestra base de datos también deberían verse afectados por este sesgo especulativo, lo cual resulta igualmente inverosímil.
No obstante, nos hemos esforzado por responder a nuestros críticos mediante investigaciones posteriores de sus afirmaciones. Por ejemplo, algunos marxistas han especulado con que la adopción de una plataforma inspirada en Marx en 1891 por parte del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD por su sigla en alemán) condujo a una popularización pre-soviética de los escritos de Marx en las regiones de habla alemana. Pusimos a prueba esta teoría restringiendo nuestros datos a citas Ngram en lengua alemana, y construyendo una base de datos paralela de menciones de autores en escaneos de periódicos históricos en alemán. Sin embargo, hallamos muy pocas pruebas de un impulso pre-soviético a las citas de Marx por parte del SPD. De hecho, los textos alemanes siguen el patrón en lengua inglesa de nuestros resultados principales. Estos resultados se aparecerán el año que viene en un próximo artículo en la publicación Southern Economic Journal.
También respondimos recientemente a un crítico que atacó la premisa misma de utilizar mediciones empíricas para estudiar la historia intelectual. En esta investigación, calculamos los patrones de citas de Marx en la base de datos JSTOR de revistas académicas, encontrando un patrón casi idéntico al de los escaneos de libros Ngram, donde Marx permanece relativamente plano antes de 1917, y luego se dispara con posterioridad a la Revolución Rusa. Por el contrario, los datos de nuestro interlocutor no respaldan su afirmación de que Marx fue muy influyente a finales del siglo XIX, y su estudio cualitativo de la literatura está en desacuerdo con una amplia gama de escritores, que va desde Mises de lado de los defensores del libre mercado hasta Hobsbawm y Alain Badiou en la extrema izquierda marxista.
Al otro lado de nuestros críticos de la izquierda marxista, varios autores han admitido la validez de nuestras conclusiones empíricas para luego insistir en que son banalmente ciertas y obvias. Esta facción cuestiona por qué era necesario medir el rol de la Unión Soviética en impulsar a Marx, y mucho menos someterlo a un análisis econométrico avanzado.
Aunque recibo con agrado estos reconocimientos de la validez de nuestros resultados, también sostengo ellos que revelan la respuesta. Los marxistas permanecen divididos respecto de sus propias conexiones con Lenin y la Unión Soviética. Algunos aceptan este legado como un hecho histórico obvio y lamentable, mientras que otros huyen de él y plantean un mecanismo de difusión alternativo para un marxismo intelectual que pretende no estar contaminado por las hambrunas, las masacres y los gulags de la práctica soviética. Al hacerlo, revelan involuntariamente la necesidad de nuestro estudio, ya que resuelve la cuestión soviética en torno al legado de Marx. Sigue siendo cierto que Marx inspiró a Lenin, otro revolucionario de la extrema periferia política. Pero Lenin aprovechó un acontecimiento fortuito de la historia y, como beneficiario tanto de la suerte como de su propia voluntad de emprender tácticas inescrupulosas, convirtió a Marx en un nombre conocido. En consecuencia, el edificio intelectual del marxismo académico actual debe su relevancia -y su propia existencia- a los catastróficos acontecimientos de 1917.
Traducido por Gabriel Gasave
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