La Argentina, regalada
Editorial –
Es una paradoja que, quienes han hecho bandera del nacionalismo, denostado a sus oponentes como “cipayos”, adoptado la trilogía “justa, libre y soberana”, rescatado de la historia a Juana Azurduy y la Vuelta de Obligado, expropiado YPF para no ceder recursos naturales, rechazado la vacuna Pfizer para no entregar glaciares y usado las Malvinas como divisa política, han hecho de la Nación un patio de remates al mejor postor. En los países limítrofes se habla de “la Argentina regalada”, en contraste con el gran vecino que admiraban por su educación, riqueza y creatividad. Esa Argentina era cara porque recibía inversiones, había trabajo formal y era bien pago.
Hasta hinchas de fútbol de Brasil y de Chile han roto billetes argentinos como burla ante nuestra decadencia, reflejada en una moneda sin valor y en una población desmoralizada, salvo por el Mundial y por Lionel Messi.
Esa caída abismal no fue culpa de la pandemia, ni del FMI, ni de Macri, ni de la sequía. Es resultado de una política intencional, diseñada por Cristina Kirchner y ejecutada por sus socios políticos para ganar poder y lograr su impunidad mediante una liquidación a martillo corrido, hasta agotar el stock.
Para impulsar un consumo fantasmal de productos inaccesibles o inhallables, ordenó multiplicar la emisión monetaria y contener el dólar. Alquimia insostenible que originó la brecha que hace fugar capitales, castiga las exportaciones y asfixia la producción.
El exceso de gasto público para comprar votos y conciencias proyecta la inflación al 150% anual, degradando todos los ingresos fijos hasta sumir a la mitad de la población en la pobreza. En un intento por “alinear” precios con salarios, en lugar de fortalecer la moneda para que estos alcancen a aquellos, la vicepresidenta dispuso hacer lo inverso: desacoplar del mundo los valores de los bienes de consumo, del transporte y la energía para que acompañasen al peso en su caída nacional y popular. Su sueño de un dólar empático y solidario con nuestras penurias que bajase en lugar de subir.
Educada en economía por Axel Kicillof, a quien le repugna la seguridad jurídica, ella desconoce (o simula desconocer) cómo se tuercen los incentivos humanos cuando se hacen baratas las cosas caras para que la gente no advierta que está “regalada”.
Desde los países vecinos cruzan multitudes en autos, camiones y camionetas para comprar alimentos y artículos de higiene personal a precios “de regalo” antes que termine la subasta. En Clorinda, con tanques y mangueras para llevar nafta y gasoil al Paraguay a mitad de precio. En Chile hay puestos callejeros para vender artículos argentinos “regalados” cerca de los supermercados. Los extranjeros llegan al país – además de para hacer turismo– para practicarse cirugías plásticas, implantes intraoculares y tratamientos odontológicos, pues aquí “todo es regalado”. Los rusos vienen para tener hijos en nuestros hospitales y también pasaportes argentinos, tan gratuitos unos como otros.
No solo se han desvalorizado los flujos de pesos, como sueldos, jubilaciones, planes sociales, alquileres, pensiones y cuotas alimentarias, sino también los activos líquidos como ahorros y créditos, bonos y acciones. Ni qué hablar de los departamentos, las casas y los campos en un país sin préstamos hipotecarios ni régimen sensato de alquileres ni forma de prevenir intrusiones. Solo se construyen edificios para clase media y alta con excedentes de caja que no pueden girarse al exterior, aprovechando la mano de obra “regalada” y en muchos casos, logrando plusvalías con excepciones municipales, que también son baratas.
Para financiar ese desajuste insostenible y perverso, toda la política económica del terceto gobernante consiste en arrodillarse ante el FMI, ante Brasil y ante China, en procura de más dólares para seguir quemándolos en el altar de su lideresa. Abjurando de Scalabrini Ortiz y de Arturo Jauretche, el renovador Sergio Massa se abraza con funcionarios del FMI, coquetea con ministros brasileros y sonríe a inescrutables burócratas chinos, dispuesto a firmar lo que pidan, con tal de distender facilidades extendidas, ampliar créditos comerciales y liberar swaps en yuanes. A China ya se le entregó una base en Bajada del Agrio (Neuquén) y, si fuera por nuestro embajador en Pekín, también se le hubiera entregado un puerto en Ushuaia con proyección antártica, tal como aceptó Cuba –en igual estado de necesidad– para espiar a los Estados Unidos.
¿La Argentina, regalada? Cada vez más argentinos se niegan a trabajar por nada y buscan la forma de escapar de esa trampa sin salida. Nadie quiere entregar su esfuerzo y su talento para recibir billetes que los hinchas rompen en los estadios. Los mejores futbolistas se radican en el exterior, como muchos científicos, arquitectos e ingenieros destacados. Otros se van con una mochila, algún contacto y ganas de empezar una nueva vida. Los más digitalizados lo hacen de forma virtual, brindando servicios por internet para cobrar fronteras afuera.
Los que no pueden irse, tampoco quieren ser regalados. Los agremiados reclaman haciendo paros que paralizan los servicios públicos: cuando no son los colectivos, son los subtes o los trenes. Los movimientos sociales cortan las autopistas y acampan en la avenida 9 de Julio. Los médicos, enfermeros y residentes abandonan los hospitales y buscan oportunidades en el sector privado. No hay turnos y muchas guardias quedan vacías. También los especialistas se bajan de las cartillas porque las empresas de medicina prepaga (y las obras sociales) están fundidas con la cantidad de prestaciones gratuitas incorporadas al Programa Méico Obligatorio (PMO) por leyes especiales, sin financiación adicional. Los militantes de La Cámpora, más pícaros, se salvan como “ñoquis” en el sector público.
En el interior, los trabajadores golondrinas prefieren cruzar a Brasil antes que levantar cosechas en la Argentina y perder la tarjeta Alimentar, gratuita. Los excluidos, que carecen de contactos, se hunden en la miseria de los planes sociales, la deserción escolar y el paco. Logro inaudito de “La patria es el otro”: quienes no tienen un peso, pueden dormir en los bancos dentro de sus cajeros automáticos y quienes no pueden volar, pasan sus noches en Aeroparque soñando hacerlo.
Nadie quiere vender productos a precios inferiores a los reales y todos le buscan la vuelta. Si las tarifas de luz son regaladas, se consume de más y estallan los transformadores por falta de inversiones. Si las autovías no aumentan los peajes, el pavimento se hunde. Si los precios justos incluyen un artículo, reaparecen otros similares que se evaden de esa justicia. Si el dólar oficial es barato y escaso, se obtiene a cambio de un sobre Manila A4, en lugar y fecha por determinar.
Los propietarios retiran sus departamentos para no alquilarlos en pesos depreciados. Algunos los llaman “temporarios” o los ofrecen en Airbnb para evitar la Argentina regalada. Ninguna pareja joven logra comprar ni alquilar, porque sus ingresos son subsaharianos. Los importadores se aprovechan del teatro cambiario, inflando sus pagos al exterior, mientras los exportadores desinflan los montos de sus ventas. En menor escala, productores cercanos a las fronteras hacen contrabando de hacienda y de cosechas, para no regalarlas localmente. Camiones salen de Mendoza cargados de buenos vinos que entrarán a Brasil al costo de algunas botellas en la frontera.
Así como las góndolas se vacían, también los surtidores, los depósitos, las fábricas y los campos se paralizan por no conseguir insumos, repuestos, partes o piezas. Los proveedores del exterior no regalan nada y, quien desee obtenerlos, debe pagar con dólares alternativos. El Estado mismo ha degradado sus prestaciones por incapacidad de abonar sueldos dignos a su personal de salud, de educación, justicia y seguridad. Todos son patriotas y buenos ciudadanos, pero necesitan dar de comer a sus familias. No pueden trabajar por monedas, a menos que pesen más que el peso.
La Argentina está regalada por haber destruido los engranajes de su economía y dañado los lazos de sus vínculos colaborativos. Sin moneda y sin instituciones no hay inversión y sin inversión, la productividad se estanca. Sin seguridad jurídica todo se transa al contado y con descuento, como en la posguerra. Es una regresión a la aldea, al trueque y a la ley del más fuerte. En lugar de paz social, prolifera la violencia y prospera el narcotráfico. Los mercados ilícitos pagan mejor que los formales, la complicidad policial se subasta y los menores inimputables se utilizan sin pudor.
La Argentina regalada arruina a quienes producen y degrada a quienes trabajan. Su costo oculto está en la generación perdida – y no diezmada – por falta de educación, abandono de las rutinas laborales, desacople del mundo digital y, en última instancia, por pérdida de los valores que deben ser pilares de una sociedad viable.
- 23 de enero, 2009
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