Los peligros de la guerra comercial
Todo ello, nos deja un escenario sin ningún tipo de certidumbre y con una visión crecientemente intervencionista en el ámbito económico desde ambos lados del tablero político. De lo único que podemos estar seguros es de que el actual ambiente geopolítico constituye un punto de inflexión para el comercio global y las relaciones internacionales.
Hostilidad hacia el libre comercio
Wolff et al., del Peterson Institute for International Economics (PIIE), han estudiado a fondo la cuestión del crecimiento de la hostilidad política hacia el libre comercio y las consecuencias de ello. Dichos autores remarcan como los EE. UU. actualmente se arriesgan a revertir una política -la del libre comercio- que ha resultado enormemente exitosa para el país y para el conjunto de Occidente durante los últimos 100 años. De hecho, desde la implementación del arancel Smoot-Hawley y el consecuente desastre proteccionista en los años 30 del siglo pasado, los gobiernos americanos siempre han insistido en mantener una economía abierta basada en unas reglas comunes para todos e implementadas a través de las instituciones multilaterales.
La visión favorable al libre comercio de las últimas décadas ha resultado en un mundo más próspero para todos, con una gran reducción de la pobreza desde los años 80 hasta hoy en día, y una significativa contracción de la desigualdad internacional. Además, a nivel geopolítico, el libre comercio ha permitido a los EEUU aumentar su primacía sobre la economía mundial y su capacidad de negociación frente a otras grandes potencias como China o Rusia. A nivel occidental, el comercio y la inversión internacional han actuado como pegamento entre los diferentes países y favorecido la coordinación en aspectos adicionales al económico.
Vuelta a la desconfianza
Sin embargo, hoy en día, la mayoría de los líderes políticos parecen haber olvidado todo esto y se dejan embaucar fácilmente por los cantos de sirena del proteccionismo. Un claro ejemplo de ello es que, prácticamente el único tema en el que Joe Biden y Donald Trump estén de acuerdo sea en la supuesta necesidad de aumentar aranceles y subsidios a las empresas norteamericanas, en pro de una artificial defensa de la clase trabajadora. Es por ello por lo que, aparte de haber mantenido las medidas proteccionistas implementadas por Trump durante su mandato, Biden ha optado por desarrollar e introducir una política industrial contraria a multitud de acuerdos comerciales de EEUU y a las propias reglas de la OMC en muchos aspectos.
Hay varios motivos que se pueden dilucidar como causa de dichos cambios en la política comercial e industrial de EEUU, pero hay dos que cabría destacar como principales a raíz de los eventos del último año.
El rechazo al «neoliberalismo»
El primer motivo es puramente político y/o ideológico, siendo este el rechazo al “neoliberalismo” o liberalismo económico a nivel global, que se ha consolidado desde el inicio de la crisis del Covid. Se ha tratado de vender -tanto a izquierda como a derecha- que ha sido el liberalismo económico el principal causante del incremento de la desigualdad en los países desarrollados o el que ha dejado atrás a la clase obrera occidental en favor de trabajadores provenientes de otros países. Todo ello es soberanamente falso, empezando por el hecho de que el causante de la reducción del peso de la industria o el número de empleos industriales en las economías desarrolladas ha sido el incremento de la productividad. Las mejoras tecnológicas han conllevado – ¡bravo!- a que hoy en día se pueda producir lo mismo o más con un menor volumen de recursos industriales, incrementando el bienestar agregado de la población.
Respecto a los efectos del libre comercio sobre el empleo, tal y como han demostrado David Autor et al. en su paper On the Persistence of the China Shock, mientras que entre el año 2000 y 2020 en EEUU se perdieron cerca de 6 millones de empleos en el sector manufacturero, menos de 1 millón de ellos se pueden achacar a la entrada de China en las cadenas globales de valor y su competencia con EEUU. Es decir, menos de un 16% de la pérdida de empleos industriales en EEUU se puede achacar a la mayor competencia global por parte de China permitida por el libre comercio.
Contra China y contra otros
Por otra parte, además, fue precisamente la entrada de China en la OMC y la mayor competencia por exportación de bienes industriales lo que ha actuado como fuerza deflacionaria hasta hace un par de años, permitiendo un incremento constante del poder adquisitivo de las clases más desfavorecidas.
Llegados a este punto, es discutible si en los países occidentales, a lo largo de los últimos 20 años, los gobiernos han desarrollado o no una política social suficientemente compensatoria para aquellos trabajadores que se han visto desplazados del mercado por la competencia global. Puede ser el caso de que una mayor inversión en reskilling o políticas de transferencias sociales más dirigidas a estos grupos poblacionales hubieran prevenido el descontento generalizado de las clases industriales que hoy en día se experimenta en Occidente.
Una explicación adicional al cambio de visión en EE. UU., Europa y sus aliados respecto al libre comercio puede ser la creciente suspicacia hacia potencias como China o Rusia a raíz de su actitud durante los últimos años. Esto podría haber causado la actual tendencia a la repatriación de gran parte de las cadenas de valor y el retorno a una focalización excesiva en la producción nacional frente a las importaciones. Además, no debemos pensar que esta sea una política que EEUU o la UE estén llevando a cabo únicamente contra China, sino asimismo contra países aliados, lo que puede suponer un riesgo sistémico global a nivel geopolítico si escalan las presentes tensiones comerciales.
Un nuevo acuerdo de libre comercio
Ya que cada vez parece más difícil retornar a un escenario geopolítico favorable al libre comercio global -similar al de principios del presente milenio- cabe proponer algunas soluciones pragmáticas para salvar el máximo posible de las estructuras multilaterales actuales a escala mundial.
Una solución simple, pero efectiva, sería proceder a la creación de un nuevo acuerdo de libre comercio sostenido sobre los principios fundacionales de la Organización Mundial del Comercio. A la par, dicho acuerdo debería incluir nuevas reglas para el comercio mundial pactadas previamente por todos los países firmantes de este.
Sin alguna solución similar, nos arriesgamos a que las actuales tensiones geopolíticas acaben por implosionar las estructuras multilaterales y las cadenas de valor globales, colapsando el comercio internacional y sumiendo al mundo en una nueva época autárquica.
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