Mario Vargas Llosa: “La novela salvará a la democracia o será sepultada con ella y desaparecerá”
El País, Madrid
Mario Vargas Llosa ya es inmortal. Así se denominan los miembros de la Academia Francesa. Y desde este jueves, el Nobel hispanoperuano es un miembro de pleno derecho y vitalicio de la institución que hace cuatro siglos fundó el cardenal Richelieu. El primer inmortal en la historia que no haya redactado ni una línea en lengua francesa.
En un discurso en francés vibrante y digresivo, y ante un público que incluía a sus invitados el rey Juan Carlos I y su hija Cristina de Borbón, el autor de Conversación en La Catedral declaró su amor por Francia como patria literaria. Y situó la literatura como la más elevada de las artes narrativas, netamente por encima del cine y la televisión.
“La novela salvará a la democracia o será sepultada con ella y desaparecerá”, dijo Vargas Llosa, vestido con el tradicional traje verde con bordados ornamentales y con la espada preceptiva para todo inmortal. “Nada se ha inventado hasta ahora como la novela para mantener vivo el sueño de una sociedad mejor que esta en que vivimos, en la que todos hallarían suficientes materiales para su felicidad, palabra que parece locura irreal en estos tiempos y que, sin embargo, alimentó por siglos el anhelo de millones de seres humanos”.
Toda la pompa y solemnidad de la Francia eterna, todo el poso cultural de este país y esta institución se concentraron durante el tiempo de la ceremonia de recepción bajo la imponente cúpula del Institut de France. Por ahí flotaban los fantasmas de Corneille, La Bruyère, Montesquieu, Hugo, Mérimée, Dumas, Rostand y tantos otros, mezclados con las decenas de invitados que constituían un quién es quién de la literatura, la política, la amistad. Ahí estaban sus tres hijos —Álvaro, Gonzalo, Morgana— y a Patricia Llosa, su exesposa. Y ahí el ex primer ministro Manuel Valls, los escritores Javier Cercas y Zoé Valdés, o el editor Antoine Gallimard. La Guardia Republicana recibió a los académicos uniformados.
Y poco antes de hora fijada, las 15.00 horas, llega un anciano con bastón, acompañado de su hija: son Juan Carlos —rey emérito de España y afincado en Abu Dabi desde que en el verano de 2020 abandonó España rodeado de escándalos— y Cristina. Aplausos. Más tarde, en cóctel al final de la ceremonia, será la estrella y se formarán colas para saludarle. “¿Cree que le veremos pronto por España?”, le preguntó un periodista mientras salía de la ceremonia. “Pues seguramente”, respondió el monarca. Posiblemente, ha sido el acontecimiento social y literario del invierno en París.
“Yo aspiraba a ser secretamente un escritor francés”, arrancó Vargas Llosa (Arequipa, 86 años) al recordar su infancia y juventud latinoamericana, y su llegada a París en 1959. “Descubrí que los franceses”, explicó, “habían descubierto la literatura latinoamericana antes que yo”.
La recepción de todo nuevo inmortal sigue unos rituales pautados. En noviembre de 2021 fue elegido por sus futuros pares. En septiembre recibió, en una cena en el palacio del Elíseo, el visto bueno de “Monseñor el Protector”. Al fundarse la Academia, su protector era Luis XIII; ahora es el presidente de la República, Emmanuel Macron, quien el viernes ha invitado a cenar de nuevo al Elíseo a Vargas Llosa, aunque esta vez acompañado de Juan Carlos I y del novelista Javier Cercas. Hace una semana se celebró el ingreso del nuevo académico con una ceremonia a puerta cerrada en la que leyó su discurso. El miércoles, en otro acto privado en su editorial francesa, Gallimard, la secretaria perpetua de la Academia, la historiadora Hélène Carrère d’Encausse, le entregó la espada.
La ceremonia de recepción de este jueves culmina el camino y consagra al más francés de los escritores en lengua castellana. Ya tenía el Nobel; ya estaba en La Pléiade, la colección de clásicos de Gallimard en la que solo hay otro autor vivo: Milan Kundera. Vargas Llosa, además, inyecta novedad y universalismo a una institución acusada de conservadora y anticuada, y desde hace años sin figuras de verdadero relumbrón. Ninguno de los tres Nobeles franceses vivos —Patrick Modiano, J. M. G. Le Clézio y Annie Ernaux— ha mostrado interés en ingresar en el club.
A Vargas Llosa le dio la réplica Daniel Rondeau, académico y viejo amigo suyo. Después de glosar su vida y obra, e incluso sacar una banderilla del Colegio Militar Leoncio Prado, escenario de La ciudad y los perros, afirmó: “Querido Mario Vargas Llosa, está usted en su casa, en nuestra tozuda tribu de efímeros inmortales”. El discurso de Vargas Llosa fue también, como mandan los cánones, un elogio al antecesor en el escaño 18 que ocupará a partir de ahora: el filósofo Michel Serres, fallecido en 2019.
“Nunca lo conocí, pero después de haber leído casi todos sus libros, le tengo solidaridad y simpatía”, dijo el autor de La ciudad y los perros. “Su prestigio consistía sobre todo en que era un humanista que conocía las ciencias llamadas frías y un científico que se movía con desenvoltura en las humanidades. Pero, cuando escribía ensayos, al margen de la universidad —y son muchos los que escribió—, se disparaba en la aventura, en la invención y hasta en la sinrazón, al extremo de que parecía liberado de los arreos académicos y libre como un adolescente rompedor”.
Vargas Llosa habló de Flaubert, determinante en su carrera literaria y su manera de entender la novela, de Victor Hugo, de Rimbaud, de esta literatura que, en su opinión, “fue la mejor y sigue siéndolo”. “¿Qué significa la mejor?”, se preguntó. “La más osada, la más libre, la que construye mundos a partir de los desechos humanos, la que da orden y claridad a la vida de las palabras, la que osa romper con los valores existentes, la que se insubordina a la actualidad, la que regula y administra los sueños de los seres vivos”. Y añadió: “Nadie ha ido más lejos que los escritores franceses en la búsqueda de esa entidad secreta que alimenta la vida y es la literatura, la vida ficticia que es, para muchos, la vida verdadera”.
Si la literatura francesa es, como sostiene Vargas Llosa, “la mejor”, es también porque “ha hecho soñar a la humanidad entera con otro mundo mejor, en todo caso distinto, y de esta manera ha renovado la democracia, manteniendo el sueño de una realidad diferente, sobre todo para las colectividades hambrientas y marginales y, muchas veces, las latinoamericanas entre otras”.
Novela y libertad, novela y democracia: este fue uno de los motivos recurrentes del discurso. “La literatura necesita de la libertad para existir”, dijo, “y cuando esta no existe recurre a la clandestinidad para hacerla posible, porque no podemos vivir sin ella, como el aire que es indispensable para nuestros pulmones”.
El nuevo académico, que ya pertenece a la Real Academia Española, mencionó la invasión rusa de Ucrania y la resistencia de los ucranios frente a Vladímir Putin. Y glosó: “Como en las novelas, aquí los débiles derrotan a los fuertes, pues la justicia de su causa es infinitamente más grande que la de estos últimos, los supuestamente poderosos. Como en la literatura, las cosas se hacen bien y confirman una justicia inmanente que solo existe, está de más decirlo, en nuestros sueños”.
El discurso concluyó con una reflexión sobre el más allá. Vargas Llosa especuló con que, terminada la vida, ocupase su lugar la literatura: las historias “extravagantes o imposibles”, todo lo novelesco que ha ido ocupando nuestras vidas, “las ocurrencias de un mal folletinista”.
“Sería el mejor de los finales, desde luego”, sentenció. “Después de haber sobrevivido a tantos sacrificios y tormentos, como los que nos ofrece la vida real, tener una vida semejante a la de los héroes, a los hombres y las mujeres que viven solo en nuestro recuerdo, sustentados solo en las palabras y las letras, como en una buena ficción”. Vargas Llosa ya es inmortal, pero piensa en la muerte.
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