50 años de controles de precios en Argentina: cómo no combatir la inflación
El aumento del 4,9% del IPC en noviembre fue tomado como un logro por parte del Gobierno, luego de haber alcanzado un pico del 7,4% mensual en julio último. Sin embargo, estos datos hay que tomarlos con cautela dado que no obedecen a un plan económico consistente que le de fundamentos de largo plazo a la baja de la tasa de inflación.
En el pasado ya se han dado casos similares al actual en que los gobiernos de turno mostraban como un logro la desaceleración del ritmo de suba del índice general de precios, pero en realidad, eran artificios que duraban solo un tiempo que terminaron muy mal.
Por ejemplo, en marzo de 1977, el entonces ministro de Economía, José Alfredo Martínez de Hoz, llamaba a lo que se conoció como la tregua y sostenía: “En este acto hago una formal convocatoria a los empresarios para que absorban el aumento salarial de marzo de 1977 y mantengan su nivel de precios de fines de febrero, sin trasladar en forma generalizada nuevos aumentos al precio de sus productos durante un período transitorio, que estimativamente podrá ser de unos 120 días…”, tomado del libro: La Economía Argentina de Juan Carlos de Pablo.
Y, siguiendo con esa obra, dice de Pablo: “La resolución de Economía 189, del 9 de marzo de 1977, dispuso que las aproximadamente 700 empresas líderes incluidas en la resolución 149/76, retrotrajeran sus precios a los vigentes al 22 de febrero de dicho año, no pudiendo variar durante 120 días”.
Esta tregua de precios no tuvo ningún impacto relevante en la baja de la tasa de inflación. Del 8,2% en febrero de 1977 bajó al 6% en abril y luego terminó disparándose al 7,3% en julio y superando el 11% en agosto.
El Plan Austral no corrió mejor suerte que la tregua de Martínez de Hoz. El primer ministro de Economía de Raúl Alfonsín, Bernardo Grinspun, venía derrapando mal con tasas de inflación de 2 dígitos mensuales (25% y más), y deriva en su reemplazo por Juan Vital Sourouille, quien en junio de 1985 anunció un nuevo plan de estabilización.
Ese plan, además de incluir un cambio de moneda, también contemplaba el congelamiento de precios, salarios y tipo de cambio, suba de las retenciones a las exportaciones, y el famoso ahorro forzoso, una contradicción de términos, para recaudar más tratando de cerrar la brecha fiscal por el lado de una mayor presión impositiva y el desagio, entre otras medidas.
En esa oportunidad, el respaldo político que tenía el presidente Alfonsín, los anuncios de reducción del gasto público y la forma en que fue presentado generaron un shock de confianza en la población que le permitió al oficialismo ganar las elecciones de medio término.
La inflación bajó del 30,5% mensual en junio al 6,2% en julio, y siguió en esa senda hasta tocar un piso del 1,7% mensual en febrero de 1986. Luego vinieron varios ajustes a ese programa y ya a mediados de 1987 se disparó a tasas de dos dígitos porcentuales mensuales.
El Plan Austral fue reemplazado por el Plan Primavera en agosto de 1988 cuando la inflación bajó del 27,6% en agosto de 1988 al 11,7% en septiembre y siguió disminuyendo hasta alcanzar un piso del 5,7% en noviembre, pero luego se disparó hasta el fatídico 6 de febrero de 1989 cuando comienza a verificarse el proceso hiperinflacionario.
Retrocediendo en el tiempo, cabe recordar la famosa inflación cero de José Ber Gelbard. Nuevamente congelamiento de precios, salarios, tarifas de los servicios públicos y del tipo de cambio, que llevó la tasa mensual de 8,6% en marzo de 1983 al 0% en julio de ese año. Incluso en enero de 1974 el IPC marcó deflación de 5,8% (disminución del promedio nominal de precios).
Todo duró hasta que llegó a Economía Celestino Rodrigo para tratar de ordenar la fenomenal distorsión de precios relativos. La historia marca ese momento como el “rodrigazo”, como si el ministro hubiese sido el culpable del desastre que había dejado Gelbard, el mismo ministro que admira la fugaz ministra de Economía Silvina Batakis, que terminó con 35% mensual de tasa de inflación, cuando la mecha de la bomba se terminó.
La historia está repleta de ejemplos en que un ministro produce distorsiones de precios relativos y el que viene atrás hereda la crisis y, sin contexto político y sin plan económico consistente, todo vuela por los aires.
La tablita cambiaria de Martínez de Hoz, que atrasó el tipo de cambio real, la heredó Lorenzo Sigaut, que sin tener un plan consistente dijo la famosa frase “el que apuesta al dólar pierde” y el tipo de cambio terminó aumentando 400% en 1981. Ya en febrero de ese año, antes de asumir, le había pedido al ministro de Economía que corrigiera el tipo de cambio, y lo hizo en un 10%. Pero luego, ya en funciones, dispuso dos ajustes del 30% cada uno.
Al equipo económico de Juan Sourrouille la mecha le resultó muy corta y le saltó primero en 1987, luego en 1988 y peor aún en febrero de 1989. En esa oportunidad heredó sus artificios económicos.
José Ber Gelbard fue astuto y se fue antes que estallara todo. Su sucesor, Alfredo Gómez Morales, viendo el contexto político y económico que recibió, se fue al poco tiempo y quien tuvo que atajar la granada fue Celestino Rodrigo.
Son muchos los ejemplos que se pueden tomar de la propia historia como para saber cómo terminan estos planes heterodoxos que muestran resultados efímeros en materia de baja de inflación, pero los gobiernos de turno los presentan como un éxito.
Sergio Massa parece no estar haciendo nada diferente a lo que hicieron los ministros citados anteriormente: recurre a artificios para bajar la inflación y la gran pregunta es si la mecha va a ser lo suficientemente larga como para que llegue hasta el próximo gobierno o ministro de Economía, a quien le explote la bomba de los precios.
No hace falta ni siquiera leer el famoso libro de Robert L. Schuettinger y Eamonn Butler, 4000 años de Controles de Precios y Salarios…, para saber cómo terminan los controles de precios, basta con revisar los últimos 50 años de la historia económica argentina para saber cómo terminan. El cuándo del fin es el gran interrogante de siempre.
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