Argentina: El Estado presente llevó a la pobreza creciente
El Indec informó una semana atrás que en el primer semestre de 2022 el nivel de pobreza descendió unas pocas décimas en proporción al total de la población, pero aumentó la indigencia, en particular en la franja de los niños hasta 14 años. Claramente, la magnitud de esos indicadores marca el fracaso de las políticas populistas y distribucionistas, porque el Estado presente” se ha convertido en el Estado empobrecedor y ausente donde debe estar.
A lo largo de décadas los políticos han tratado de vender que son quienes tienen el monopolio de la benevolencia y que el sector privado es insensible ante la pobreza de la gente, y por tanto si no intervienen redistribuyendo el ingreso en forma “justa”, crecería la legión de la población con carencias de ingreso para poder satisfacer las necesidades básicas.
El gasto público fue creciendo año tras año en nombre de la solidaridad social y el Estado presente, sin querer advertir los funcionarios que con sus políticas fueron destruyendo la economía y generando un grado de pobreza e indigencia país como nunca se había imaginado.
En 1974 la pobreza en Argentina alcanzaba al 3,8% de la población. Con la aceleración de la inflación, en 1980 alcanza el 8% y se dispara al 34% de los habitantes en 1988, con el ritmo de alza de los precios nuevamente desbocado y encaminado a la hiperinflación vía el bautizado “Plan Primavera”
Entre 1980 y la actualidad, la pobreza aumentó 4,5 veces a pesar del Estado benefactor; el Estado presente, como le dicen ahora, y el Estado populista como debería llamarse efectivamente.
De lo anterior se desprende que, pese a que el gasto consolidado aumentó 17 puntos del PBI, cada año hay en la Argentina más pobreza, indigencia, inseguridad y una educación pública en franco deterioro.
Es decir, se está en presencia de un Estado que gasta mucho, como contrapartida cobra impuestos gigantes espantando inversiones, destruye la moneda, se endeuda y no da casi nada a cambio. Ni siquiera un mínimo de seguridad física, pese a tener el monopolio de la fuerza.
Si se observa la evolución del gasto público social consolidado, es decir, lo que destinan a ese fin nación, provincias y municipios, se ve que se duplicó entre 1980 y 2020. No obstante, hay jubilados más pobres, más indigentes, más desocupación en los puestos registrados y una economía que estancada desde 2011, pese a que hubo un período con condiciones excepcionales de los precios de exportación.
Los datos son contundentes. La cultura de la dádiva destruyó la cultura del trabajo, donde todos se sienten con derecho a vivir del trabajo ajeno y, por su puesto, destruyó la economía, por las crecientes regulaciones, la presión impositiva, las prohibiciones, el castigo a las exportaciones, entre otros factores.
En Argentina el que es exitoso porque desarrolló su capacidad de innovación, invirtió, arriesgo y logró conquistar el beneficio del consumidor en condiciones de competencia, por lo menos, es considerado “sospechoso” por una parte de la política. Mientras que el que quiere vivir del trabajo ajeno es una víctima la opresión del mercado y del “capitalismo salvaje” del que tiene que salvarlo el político con su “monopolio de la benevolencia”.
Esto lleva a la conclusión de que el problema de la economía argentina es el severo deterioro de la escala de valores, provocado por políticas públicas que fracasaron en todo el mundo, porque alentaron dejar de lado la cultura del trabajo con la que nuestros abuelos inmigrantes construyeron la Argentina.
Los mesías salvadores aparecen tanto por derecha como por izquierda. Unos denunciando al FMI, los grupos concentrados y la especulación como causa de todos los males de la Argentina; y otros diciendo que van a combatir al populismo de izquierda vendiendo humo como si en vez de ser elegidos presidentes fuesen elegidos monarcas que de un día para otro van a poder resolver todos los problemas de la Argentina, cuando la realidad es que resolverlos llevará bastante tiempo.
Si no se logra cambiar los devaluados valores que hoy impera en la mayoría de la población que pretende vivir del fruto del trabajo ajeno, no hay magia económica que pueda modificar la tendencia de decadencia. Volver a la cultura del trabajo y terminar con la historia que unos son pobres porque otros son ricos es la base para poder volver a crecer.
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